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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Crónicas >  Fue una siesta de verano (Javier Rodríguez Martín).  


Foto: Javier Rodríguez

Son las 16 horas del domingo 25 de agosto del año 2024 En el interior de una hermosa casa de piedra, un señor se balancea en una mecedora y a sus pies en unos grandes cojines sus dos nietos, Alberto de 10 años y Raúl de 7 están jugando con las zapatillas del abuelo.
Abuelito: ¿Porqué no nos cuenta un cuento?.
La abuela desde la cocina dice:
Dejar tranquilo al abuelo, que quiere dormir la siesta.
El abuelo ronroneando dice:
¡Ay, qué poca costumbre tenéis de leer!. Cuando yo era pequeño, las tardes del verano nos reuníamos un grupo de chicos en la puerta donde vivía Angelín, que era el que más cuentos tenía, y allí, a la sombra de dos acacias que había, nos pasábamos las primeras horas de la tarde leyendo cuentos.

La mayoría de los cuentos (El Capitán Trueno, El Jabato, El Guerrero de Antifaz, Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín) los comprábamos en casa del señor Esteban, un señor muy mayor que nos quería mucho a los chicos, algunas veces nos quedábamos mirándole cómo movía la cabeza y las manos, ¡qué viejo debe serl, comentábamos. Hasta cuando se hacia alguna obra de teatro si alguien interpretaba a un viejo, se le imitaba para dar más realce ala obra. Con el tiempo nos enteramos que no era tan mayor, sino que tenía párquinson. Recuerdo también una colección de cuentos que les habían regalado a Angelín o a sus hermanos, cada uno estaba dedicado a un animal así estaba, Tundra el Búfalo, Yac el Caribú, Mer el Elefante, Saca la Gacela y otros muchos que nos pasábamos unos a otros según los íbamos leyendo hasta que aparecía por al¡¡ un veraneante, venia recién levantado de la siesta, la cara muy blanca y afilada, las orejas a soplillo y muy travieso, le llamábamos "Lagartija" y, como no le gustaba leer, paseaba por sus manos tantos cuentos que se acababa la tranquilidad para todos.

Pero, ya que he comenzado a contaros cosas de m¡ infancia, os voy a contar cómo era el pueblo, se trata de "Valsaín".

Era un pueblo rodeado de una cadena montañosa con picos graníticos y desnudos oteando el horizonte, como Peñalara, Siete Picos, Mujer Muerta, y otros más bajos y cercanos cubiertos de vegetación: Silla del Rey Cerro Puerco, Matabueyes. El pueblo estaba dividido por dos arterias, una era el río, la otra la carretera, así se formaban tres barrios: Valsaín en la margen izquierda del río, en la margen derecha y a un lado de la carretera El Barrio Nuevo, y La Pradera a ambos lados de la carretera.

Las gentes de estos tres barrios tenían sus cosillas entre ellos, pero se llevaban bien, sobre todo cuando estaban fuera del pueblo, entonces eran una piña, que no tocasen a ninguno porque allí aparecía otro para defenderle; igual si alguien tenía algún problema todos eran solidarios, pero cuando más sobresalía su unión era en la celebración de sus fiestas patronales en honor de la Virgen del Rosario. Se celebraban el primer domingo de septiembre, las peñas daban vistosidad a la fiesta, había muchas y cada una rivalizaba con la otra en algún tema, pero siempre con deportividad.

Sus montañas, vistas desde el Cerro Puerco, eran de diferentes tonos verdes, tonos producidos por la posición del sol al iluminar la vegetación que cubría dichas montañas. Pinos juntos de un porte alto y rectos que buscando los rayos del sol crecían formándose unos troncos que su madera eran de tal calidad que se conocía mundialmente como Pino de Valsaín.

Junto a las casas de La Pradera había castaños de indias, plátanos, tilos, que con el olor de sus flores y sus enormes sombras alegraban la estancia en las casas desde mayo hasta septiembre, para poner una paleta de colores calientes cuando los días se acortaban y las hojas cambiaban de color y entre estos árboles y los pinos de las montañas había otros árboles con el tronco robusto, rugoso y de color gris, las copas grandes y abiertas, eran robles melojo o rebollo y daban unos frutos del tamaño del dedo pulgar de Alberto llamados bellotas.

¿Y del mío?. Pregunta Raúl.
Bueno, alguna también como tu dedo.
¿Y había animales?. Pregunta Alberto.
¿Dices animales?. Muchos y muy variados. Comenzaré por orden de tamaño. Había vacas y caballos, que algunas personas del pueblo tenían repartidos por el pinar alimentándose de la vegetación que crecía entre los bosques y pinares y así se controlaba en parte que no hubiera incendios, algunos los domesticaban para trabajar con ellos. También había ovejas y cabras, de éstas pocas. Recuerdo una casa que estaba junto alas escuelas en la que vivían una anciana lánguida de movimientos lentos y casi ciega pero con mucho genio, la señora Lola, y su hijo Teodoro, que siempre iba fumando cigarros en pipa y acompañado de su perro, un perro lobo muy tranquilo. La casa tenía una valla y parecía aquello el Arca de Noé, además del perro lobo y una perra pequeña y quisquillosa con el pelo ensortijado de color café con leche, tenían cabras, ovejas, cerdos, palomas, conejos, gansos, pavos, gallinas y patos; entre estos, uno muy en especial que la señora Lola le llamaba Curri y le preguntaba "¿Curri, te han pegado hoy?". Según ella, le decía cuándo los chicos le pegábamos.

Foto: Javier Rodríguez

Todos estos animales son de los llamados domésticos, pero también había en los montes y pinares animales salvajes: corzos, de esos que vimos en Riofrío, jabalíes, los llamados cerdos salvajes; había unos animales muy astutos y con una piel muy bonita que se llamaban zorros.

¿Cómo el Abrigo de mamá?.
- Sí, el abrigo de mamá es imitando a esa piel, pero no es de piel, es sintético.

También había unos animales muy tímidos que por el día solían estar escondidos y por la noche salían a comer, y se llamaban tejones; los erizos que cuando veían un peligro se hacían una bola y parecían un balón con púas; otro muy simpático y juguetón: la ardilla y, por el río, que antes siempre bajaba agua, algunas nutrias se veían jugando o cazando las sabrosas truchas que se criaban en él y de las que se alimentaban.

¿Truchas cómo las que venden en las pescaderías?.
- Sí, de esas, pero tenían otros colores más bonitos y su sabor era mucho más agradable.

En las charcas que se formaban a orillas del río en la época estival se criaban renacuajos que luego se transformaban en ranas y los chicos las cazábamos para luego hacer competiciones de saltos con ellas.

En aves también existía una gran variedad, desde el grandioso buitre que volaba por estos cielos hasta el minúsculo pero precioso pájaro mosca que no tenía la grandeza del buitre pero era grande en la variedad de colores que poseían sus plumas. Había águilas ratoneras, milanos, búho real y búho chico, lechuzas, cuervos a los que llamábamos "chovas", arrendajos, pita caballos, pito real, palomas, tordos, mirlos, el extinguido piquituerto, un pájaro con el pico entrelazado que se alimentaba de los piñones que extraía de las piñas y el color de estos pájaros era verde en las hembras y machos jóvenes, y rojo en los machos de más de un año.

También había pinzones, verderones, jilgueros, solitarios, verdecillos, petirrojos o pechines, culorrubios, abates, carboneros o florecillas, cheritos, currinchincines y el rey del canto que era el ruiseñor... Seguro que alguno no habré nombrado.

¿Y no había gorriones como ahora?.
Sí, también había gorriones, estos son los únicos que han quedado aquí desde que pasó la tragedia.
¿Y qué pasó?.
- Veréis, esto pasó hace 22 años: era una tarde del mes de julio, con más exactitud un jueves día 25. El verano estaba siendo seco y caluroso. Cuando comenzó el día, el cielo no tenía la alegría de los cielos de Castilla, parecía presagiar algo, no era un cielo azul limpio y brillante, era de un plomizo sucio, con reflejos de cobre que casi tapaba el sol. ¿O es qué el sol no quería ver lo que sucedería?. Eran las cuatro de la tarde, cuando de pronto comenzó a sonar la sirena de una fábrica que había y, como no paraba de sonar, todas las personas salimos a la calle a ver qué pasaba, la campana de la iglesia comenzó a repicar de una manera alarmante.

¿Qué pasa?, se preguntaban unos a otros.
Que hay un enorme fuego.
¿Y dónde?
Por la zona de Vaquerizas y otro por El Convento Casarás.
También hay otro foco por la Silla el Rey.
Mira, en la Cueva el Monje parece que se ve humo.
La Mata está ardiendo, esto se pone feo, tiene que haber sido provocado intencionadamente.
Javier... Javier, Javier...
¿Qué, qué pasa?
Javier despierta, despierta, que se nos hace tarde para ir a ver correr las fuentes, ¿Qué te pasa que tienes cara de susto y estás sudando?.
Nada, nada que he tenido una pesadilla y desaparecía este valle tan bonito.

Javier Rodríguez Martín.


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