Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Los Gabarreros >  Cosas del gabarrero, cosas del carretero (Conrrado Martín Merino).  


Foto: Paulino González

Mantengo en mi recuerdo y en el ánimo a Valsaín, nacido al compás del viejo sol del mes de agosto y de las heladas del mes de enero; a golpe de hacha y de riñones.

En el latir de los  pinares, el hacha fue su compañero. Durante aquellos años de la posguerra, la profesión del gabarrero fue durísima, y prueba de ello es la periodicidad con la que se registraron numerosos accidentes y fallecimientos de todo tipo. Siempre luchando, subiendo los pinos…; y los gabarreros repartidos por todo el pinar con sus caballerías, porque la razón es bien sencilla: las leñas muertas han sido el tradicional combustible utilizado en la fábrica de vidrio.

Al gabarrero le surge un impulso individualizado y un espíritu conservador que le llevará a relatar los  tiempos más ancestrales, los años que han pasado, como si fuera ayer. Envueltos en su carácter solitario, de cazador y de leñador, en el que llegamos a comprender que la Naturaleza es más poderosa que nosotros, pero que, si la tratamos bien, nos ayuda y enriquece a nuestra gente.

Existe una ética profunda que nos alberga a todos desde que éramos niños, en este  pueblo donde nacimos, donde compartimos lo bueno y lo malo. Salíamos de casa a la misma  hora y por el mismo camino, en aquel ir y venir del pinar. Ida y vuelta impregnada de alegría,  con los caballos cargados y comiéndote la merienda cuando podías. Si se daba bien y se  superaba todo, ya cerca de casa, hasta se cantaba. A veces, todavía me encuentro con aquellos vecinos que aún son conservadores y que nos llevan a recordar y rehacer cosas  nuestras del pasado, de los viejos gabarreros, de nuestro pueblo.

Gabarreros, carreteros y  hacheros nunca conocieron otro trabajo, solamente el Pinar. Vestidos con su traje de pana, las  albarcas, las polainas hasta las rodillas, la faja, el pañuelo, la camisa a tiritas de cuadros…, y  las alforjas siempre encima para llevar todo lo necesario: un martillo, unos clavos, o una  herradura.

Desde que amanecía, hasta que el ocaso nos devolvía a casa, no podía faltar la  bota de vino, los torreznos, la tortilla, así como el tabaco y el librillo –fumábamos como “carreteros”–.

Recuerdo a esos carreteros arrastrando pinos, durmiendo en un serón… En mi casa tuvimos tres: mi padre Eusebio, y mis hermanos Santiago y Faustino. En aquellos años,  cuando subían seis días a arrastrar pinos, a veces también fui con ellos y me hacía mucha  ilusión aquella vida, durmiendo en aquella cabaña de tablas y en el serón lleno de paja; soportando, en ocasiones, los temporales de inverno, y bajando con maestría por los arrastraderos. En la lumbre los pucheros de cocido y por la noche los garbanzos fritos o las sopas de ajo que hacían con la misma grasa de los torreznos; y aquellas sartenes, y los  tenedores con un palo largo para no quemarse. No olvido mis primeras experiencias en Nava Tejera, allá por el cuartel de Revenga, o por el carril de Nava el Ternero, en el Hoyuelo, y en Vaquerizas. Por allí subían los de “la Cirila” y Lorenzo González que, al igual que yo, iba con su  padre.

Lo bueno que teníamos eran los arroyos trucheros pues la cena estaba casi segura con  las ricas truchas. El pan y la comida se guardaban dentro de una especie de arcón porque se lo  comían los ratones, el tocino en el centro de la cabaña colgado con una cuerda.

Fue una  aventura para mis historias que no se repetirá jamás y así lo describo:

“Bajan los carreteros de arrastrar toda la semana. Vienen con los carros cargados para abastecer a la fábrica. Pasan frío y calores para ganar la semana –que así se pagaba entonces-. Bajan la madera del pinar y pasan por el pueblo mojados hasta los huesos. Y al otro día, a empezar de nuevo”. 

Conrrado Martín Merino.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com