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LA PUERTA DE LOS CANALES DEL AGUA DEL BOSQUE

A mi padre, Emilio Montes Alonso, quien como otros muchos gabarreros, cortadores y carreteros de Valsaín, sufrió durante su niñez y juventud las adversas condiciones meteorológicas del lugar, similares a las que existieron en la época en la que se construyó el Palacio de Valsaín.

En agradecimiento a Don Jaime Oliver Asín, miembro de la Real Academia de la Historia, filólogo, eminente arabista y Catedrático de Lengua Española en el Instituto Ramiro de Maeztu, por cuantas explicaciones me dio acerca de la posible etimología del nombre de Valsaín, y del de Balsaín; así como de su toponimia, para determinar si en el entorno de Valsaín y sus montes llegaron a establecerse o no los musulmanes. Y por las lecciones magistrales que nos dio a sus alumnos acerca de su conocimiento de los canales de agua construidos en Madrid por los musulmanes, y que surtían de agua a la ciudad y a su alcázar.

Quiero agradecer de igual manera a José Berrocal Escribano la colaboración que me ha prestado con la aportación de su testimonio para este texto. Nuestro querido Pepe Berrocal es conocedor de alguno de los “canales subterráneos de Valsaín”. Además, su testimonio me ha resultado gratamente clarificador para reconocer alguna de las huellas que uno de los canales dejó en el terreno del que fuese llamado el “Parque del Rey”.

“Don Alonso de Tovar, corregidor que al presente soys de la çiudad de Segovia, o vuestro lugarteniente, u otro cualquier corregidor o juez de la residençia que adelante fuere de la misma çiudad: Porque nuestra voluntad es que el agua que va desde el arroyo de Peñalara al Bosque que está en termino de dicha ciudad se conserve, os mandamos proveáys que agora ni de aquí adelante ni en ningún tiempo ninguna persona ni personas quiten el curso de dicho agua del caz por donde va ni la ceguen ni lleguen a la presa de dicho caz a quitar cosa alguna de la dicha presa, que en ello seremos servido; de Madrid, a quatro de mayo de mil e quinientos y çinquenta y tres años. Yo el Príncipe. (Archivo General del Palacio Real de Madrid. Cédulas Reales. Tomo 1, folio 164).

Fotografía: Pedro de la Peña

Felipe de Habsburgo, a la sazón Príncipe heredero de la Corona de España, está refiriéndose en la mencionada Cédula Real, fechada en el siglo XVI, a la llamada Casa Real del Bosque de Segovia, (ubicada en Val Sauin, como se cita en el siglo XIV a este lugar en el Libro de la Montería de Alfonso XI, monarca castellano de la Casa de Borgoña), o Casa del Bosque de Balsain, como se cita a este lugar en crónicas del reinado de Enrique IV (cuya construcción es atribuida a este monarca castellano del siglo XV perteneciente a la Casa de Trastamara); y sobre cuyas construcciones se levantaría la que sería Casa Real del Bosque de Segovia, posteriormente denominada Casa Real del Bosque de Valsaín (Pedro de Brizuela, arquitecto segoviano, autor del plano de “Los límites del Bosque de la Casa Real de Segovia” – Archivo de Simancas).

Es durante su Regencia cuando Felipe de Habsburgo, ausente de España su padre, el rey y emperador Carlos I de España y V de Alemania, dispuso la creación de la Real Junta de Obras y Bosques, ordenando a través de este organismo la obra de un nuevo palacio sobre la Casa Real del Bosque de Segovia, ubicada en Balsain.

Dos de las circunstancias que condicionaron el trazado del proyecto del nuevo palacio, cuya autoría corresponde al arquitecto Luis de Vega, pero cuyo principal artífice fue su sobrino Gaspar de Vega, fueron, por una parte, el abastecimiento de agua para el palacio y sus jardines, el llamado Jardín de la Reina y el Jardín del Rey, para las fuentes ornamentales y para los embalses proyectados a lo largo del río Valsain, así como para el embalse que se ubicaría en el Parque del Rey. Y por otra, el sistema de evacuación de aguas sucias o fecales.

Con estos objetivos se llevaron a cabo una serie de obras en las que se pusieron en práctica los conocimientos de la ingeniería hidraúlica heredada de los musulmanes, la canalización subterránea del agua, que en Madrid los arquitectos propuestos por el Rey tanto para proyectar como para ejecutar las obras del nuevo palacio, “Luys de Vega” y su sobrino “Gaspar de Vega”, tenían un buen ejemplo.

El abastecimiento de agua se proyectó mediante canalizaciones subterráneas, procedentes de manantiales que discurrían de igual manera por el poniente de la Casa Real del Bosque. Y además, mediante la canalización del agua procedente del arroyo de Peñalara.

José Manuel Martín Trilla nos relata en la edición de Crónicas Gabarreras correspondiente al año 2004 que “Solía contar Lorenzo Fernández que había una entrada justo delante de su casa, a unos cuarenta o cincuenta metros de la “Casa de la Hierba” (hoy peña “el Tizo”). “Él aseguraba haber penetrado por un túnel hasta aproximadamente la “Casa de los Guardas” y allí se dividía en tres galerías que se dirigían hacia el Palacio, hacia la citada “Casa de la Hierba” y la tercera hacia “El Parque”, por la cual, y atendiendo a sus propias conclusiones, llegó hasta el “Puente de Caballerizas”.

Para Gaspar de Vega, las obras de canalizaciones tanto para el saneamiento de la Casa, para la traída de aguas al futuro palacio, como para la evacuación de aguas sucias o fecales eran fundamentales. (Archivo General de Simancas – Casas y Sitios Reales).

El caz al que se refería el entonces príncipe Felipe de Habsburgo, estaba hecho de canales de madera, y formaba parte de la canalización del agua procedente del arroyo de Peñalara hacia el futuro palacio. Esta obra se comenzó a ejecutar por Luis de Vega hacia 1552.

Dicho caz vertía el agua en una presa donde se acumulaba, en la parte alta del Parque del Rey, una vez superado el curso del rio mediante el acueducto que formaban el caz y las pilastras de piedra sobre las que se sustentaba, por encima del llamado “puente de los canales del agua” (Archivo General de Simancas - Casas y Sitios Reales). Desde esa presa el agua era canalizada a través de un canal subterráneo principal, que llegaba hasta la Casa del Bosque de Balsaín.

Este canal subterráneo se ramificaba bajo tierra de manera que, desde él, se podía dirigir el agua por canales hacia el estanque, y hacia el llamado Jardín del Rey. A su vez, podía surtirse de agua de algún otro arroyo que discurría por el lado sur del palacio.

Pepe Berrocal me ha relatado que, “a la altura del puente de Caballerizas, hay una entrada a unos 80 centímetros de la superficie, hecha en piedra. Descendiendo por ella se adentraba en una canalización de unos dos metros de alto”.

Dicha canalización “se dirige, por un lado, hacia el árbol de la cigüeña (un roble solitario que había al sur de las ruinas del palacio, hasta que hace unos años lo derribó un rayo), y por otra, de frente, hacia el Torreón”.

¿Acaso el canal por el que se subía hacia el árbol de la cigüeña canalizaba las aguas del arroyo del Parque?

Y añade Pepe Berrocal:

“He oído decir que este canal llevaba el agua a palacio. Y también, aunque esto puede ser leyenda, que unía el Palacio con Casarás”.

En esta aseveración de nuestro querido Pepe Berrocal se refleja la influencia que, en los años 60 del siglo pasado, ejerció la novela “La sombra blanca de Casarás”, de Don Jesús Aragón y Soldado, nacido en Valsaín, sobre los que vivíamos entonces en nuestro pueblo, llenándonos de fantasía. Lo que demuestra que Don Jesús de Aragón, además de conocer muy bien Valsaín, tenía una mente privilegiada para imaginarse una historia tan fantástica que dejó huella.

Otros canales subterráneos que se construyeron se destinaron para la evacuación de aguas, tanto para el saneamiento previo del terreno de la antigua Casa Real del Bosque de Segovia, como para la posterior evacuación de aguas sucias o fecales, una vez construido el palacio, además de las aguas a causa de la lluvia y de la nieve. La canalización subterránea de estas aguas iba dirigida hacia el río (Gaspar de Vega. Archivo General de Simancas. Casas y Sitios Reales).

Cuenta Pepe Berrocal que “por bajo de la casa de Goyo Fraile, del lado del Parque, había un pozo del que manaba agua. Y allí, de siempre, había unas tollas donde se metían los caballos y las yeguas para comer, y algunos se hundían tanto en las tollas que había que ayudar a sacarlos. Yo mismo, algunas veces, ayudé a sacar algun caballo o alguna yegua poniendo piedras para poder pasar hasta donde se encontraban atollados”.

Fotografía: Pedro de la Peña

Finalmente, quiero hacer mención a la canalización subterránea que, en dirección al río, tenía su entrada junto al antiguo parapeto de la época de la Guerra Civil de 1936, frente a las antiguas escuelas.

Los que hemos conocido ese terreno antes de que comenzasen las obras de ampliación del Barrio Nuevo, podemos recordar la gran cantidad de piedras que había en toda esa zona, además de las que había bajo el suelo, y que se veían entre el césped, desde las casas nuevas hasta la carretera de Valsaín.

Esa acumulación de piedras es signo de que, a lo largo de siglos, han sido arrastradas por el agua de lluvias torrenciales, siendo depositadas sobre el terreno de las zonas más bajas. Hoy en día, aun se pueden ver cerca de la carretera de Valsaín, antes de llegar al puente, y en las cercanías de los límites con el Parque.

Hay que pensar, por tanto, que en esa zona se construyó ese canal para verter las aguas al río, tanto de la lluvia como del deshielo de la nieve y el hielo.

Y la finalidad principal por la que se construyó, tuvo que ser para que no se inundara el acceso a la finca de la Casa Real del Bosque de Valsaín por la “puerta de San Ildefonso” (Pedro de Brizuela “Los límites del Bosque de la Casa Real de Segovia” – Archivo de Simancas) que se encontraba una vez pasado el río por el puente del mismo nombre, “puente de San Ildefonso”, y que todos conocemos con el nombre de Puente de Valsaín.

El otro puente que había en la finca era el que conocemos como Puente de los Canales, que no era otro que el “Puente de los canales del agua”, que pudo dar su nombre a la puerta de acceso a la finca, en el límite de la misma una vez pasado el puente, y que se llamaba “Puerta de los canales del agua del Bosque” (Pedro de Brizuela “Los límites del Bosque de la Casa Real de Segovia” – Archivo de Simancas).

Noviembre de 2016.


 

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¡FELIZ NAVIDAD!

Tamizada la luz de la tarde por blancos cirros, el Río discurre a su ritmo y el verdor del Parque, por ambos lados de su cauce, alegra mi vista a la vez que en mi recuerdo correteo por él, ando por él y hasta me tumbo en él.

Paz interior, sosiego espiritual. Colmada la ansiedad de volver a verte, respiro hondo y me lleno de Ti.

¡Valsaín!, ¡tú Valle!, ¡tú Pinar!, ¡tú Torreón!, ¡tus gentes! …, ¡cuánto te echo de menos!

El gabarrero aguarda la hora en que volverá junto a los suyos. Mientras, otro gabarrero se emociona al recordar a los suyos ausentes.

Alma de gabarrero, ¡nunca morirás!

El sol, bajando por el Oeste, traza una línea de luz sobre los pinos de las cimas de las Camorcas, difuminándolos, y atraviesa el azul hasta iluminar los verdes pinos de la falda de Peñacitores. Espectáculo de luz y de color único, que sólo Tú, Valsain, nos ofreces.

Hoy, domingo, vísperas de Navidad, el gabarrero ha madrugado. No tanto como a diario para ir a trabajar. Como hace todos los domingos, se va a por un saco de leña para su hogar.

Vísperas de Navidad. Es el momento adecuado para adornar la casa y poner el Pino. El gabarrero regresa a casa con leña de roble, el calor del hogar, y con el Pino, para que su mujer y sus hijos lo adornen.

En Nochebuena, en la cima del Pino brillará la luz de una estrella, y bajo él, a su resguardo, habrá una humilde cuna con un Niño que abre sus brazos al mundo.

Paz interior, sosiego espiritual. Llega la Navidad.

¡Feliz Navidad!

Fotografía: Pedro de la Peña

Diciembre de 2015.


 

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MIMOSA


Emocionado y lleno de orgullo quiero expresar un doble agradecimiento: A todos ustedes y a devalsain.com en su décimo aniversario, a cuyo creador, Pedro de la Peña García, felicito desde aquí.

Tendida sobre la paja seca, que había sido extendida para la ocasión en un rincón de la cuadra, en la parte en la que el viento gélido menos azotaba, estaba Clarita acompañada en todo momento por Perla, que la proporcionaba caricias con la boca y con la cara entre sus crines, y a lo largo de todo el costado que dejaba al aire.

Tuvo Clarita un parto difícil y complicado.

Después de muchas horas en las que el sudor que empapó su cuerpo dejó pasó a un frío que la estremecía, y antes de agotarse, hizo Clarita un último esfuerzo por dar a luz al ser que llevaba en sus entrañas, aun a sabiendas de que ponía en riesgo su vida.

Perla, trémulo ante lo que estaba viviendo de cerca, durante ese último esfuerzo de Clarita, no dejaba de exhalar vaho por su boca para darle todo el calor que en ese momento necesitaba.

El esfuerzo de Clarita tuvo recompensa. Su corazón bombeó la sangre que sus músculos necesitaban para dar a luz. El frío dejó paso a un intenso calor y Clarita, de nuevo, rompió a sudar. Y de sus entrañas nació Mimosa, a quién Perla recibió exultante.

Era Mimosa una potrilla preciosa. Tenía el mismo porte que Clarita cuando nació, pero estaba cubierta por una capa de pelo idéntica a la de Perla.

Había nacido al final del invierno. Vientos gélidos del norte soplaron durante unos cuantos días sobre Valsaín, haciendo que la nieve caída con anterioridad prolongase su presencia en todo el valle.

Cuando el rugido del viento dejó de oírse volvió la calma y el sol, que brillaba con fuerza, alegró los corazones de Clarita y de Perla. Los días luminosos se sucedieron uno tras de otro, y Mimosa, por fin, tuvo oportunidad de salir de la cuadra acompañada de su madre y de su padre, para hacer una marcha por “El interior del invierno”*.

¡Cuánto lo había deseado Mimosa!

Su madre, Clarita, no había dejado de hablarle durante todo el tiempo que había transcurrido desde que nació, de lo que se sentía al caminar sobre la nieve, y de la sensación de libertad que produce el hecho de triscar sobre ella.

Además, Mimosa, estaba deseosa de conocer y poner cara a los cervatillos que, junto a sus madres, bajaban al valle en busca de hierbas verdes que comer; a las ardillas que trepaban por los pinos, así como a los conejillos que podían ser observados corriendo veloces sobre la nieve. También quería conocer a los ratoncillos que, según le había contado su padre, Perla, asomaban curiosos sus cabezas por las madrigueras en las que habían pasado el invierno.

Por fin, Mimosa, pudo conocer la cacera de la que tanto le habían hablado Perla y Clarita. Observó absorta cómo corría el agua y pudo comprender al observar el fondo y verse reflejada en el agua, lo que significaba cuando su madre le decía que las aguas del río, de los arroyos y de las caceras, eran aguas cristalinas.

Estando bebiendo del agua de la cacera, se quedó asombrada al ver reflejado en el agua un pajarillo. Levantó su mirada buscándole, para poder observarle de frente. Se encontraba posado sobre una rama baja del pimpollo junto al cual ella se había parado para beber. Una vez que el pajarillo sintió la mirada de Mimosa, levantó su vuelo para ir a posarse a una rama de otro pimpollo que había del otro lado de la cacera.

Mimosa, inquieta, quiso seguirlo y saltó al otro lado de la cacera. A lo que el pajarillo reaccionó volviendo otra vez a la rama anterior, y Mimosa, en su afán de perseguirlo, volvió a saltar la cacera de nuevo. Clarita y Perla disfrutaban viendo a Mimosa.

El repiqueteo de un picapinos distrajo a Mimosa que, alzando su mirada a lo alto de otro pimpollo de mayor grosor, del que parecía que provenía el sonido, se sintió atraída por él.

Perla y Clarita decidieron entonces reiniciar la marcha en busca de un espacio abierto donde poder retozar sobre la nieve.

En su camino pudieron enseñar a Mimosa las huellas de un cervatillo y de su madre. Las siguieron para que Mimosa tuviera la oportunidad de conocerles. Pudieron observarles a cierta distancia. Se encontraban comiendo hierba fresca en un pequeño claro en el que la nieve se había derretido. Perla, cauteloso, advirtió a Mimosa de que no se moviera para que pudiesen continuar comiendo tranquilos.

Fotografía: Pedro de la Peña

Continuaron su marcha por “El interior del invierno”, pudiendo contemplar Mimosa cómo junto a unas grandes rocas había un árbol de hojas verdes y frutos rojos sobre el que estaban posados varios pajarillos que se alimentaban de ellos. Perla le dijo entonces a Mimosa que ese árbol era un acebo, y que había muchos acebos por todo el Pinar para que toda clase de aves y pajarillos que allí habitan, pudieran alimentarse durante el invierno.

Pronto vieron el lugar al que Perla y Clarita querían llevar a Mimosa. Anduvieron un poco más deprisa hasta que se encontraron muy cerca de él.

Era un pequeño claro en la zona del Pinar en la que se encontraban. Rodeado de altos pinos cuyas copas blancas contrastaban con las verdes ramas más bajas, se encontraba cubierto de nieve e iluminado por el sol del mediodía.

Clarita llamó la atención de Mimosa para que la siguiese en una veloz carrera. Una vez en el centro del claro saltaron y brincaron de alegría, retozando sobre la nieve. Momento en el que Perla lanzó un relincho.

Fue entonces cuando, tras de los pinos, aparecieron una multitud de ardillas, conejillos y ratones que, alegres, rodearon a Mimosa y le mostraron su alegría y cariño. Mimosa, deslumbrada y sorprendida por semejante aparición, traveseó inquieta y revoltosa alrededor de todos ellos.

Una bandada de alegres pajarillos vinieron a sumarse a la fiesta que Perla y Clarita habían organizado para Mimosa en “El interior del invierno”, en el marco incomparable donde tenían su mundo y que no es otro que el Pinar de Valsaín.

*“El interior del invierno”, fotografía de Pedro de la Peña García en la que me he basado para escribir este pequeño relato.

Abril de 2015.


 

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"LUZ" DEL GABARRERO


“Si en la penumbra de las mañanas viajas por estos bosques y cierras los ojos, quizás puedas sentir al Gabarrero y a otros muchos gabarreros caminar por las tortuosas veredas de nuestros grandiosos pinares”.

El llanto del pinar
José Manuel Martín Trilla

Vicente Peña, Eusebio Martín, Tomás Artola, Agustín Rodríguez, Germán Montes, Sebastián Cabrejas, Claudio Sastre… y tantos gabarreros como había en Valsaín, transitaron por las mismas veredas.

Y como ellos, otros muchos lo hicieron antes. Y también después.

La reciente Historia iba a deparar su destino a aquella generación de niños nacidos en Valsaín poco antes de la Guerra Civil, como a los que nacieron de manera inmediata después. Su destino era aprender y ejercitar desde muy pronto la profesión de “Gabarrero”.

Fotografía: Comunidad de Aprendizaje La Pradera Valsaín

Los que nacieron antes del estallido de la guerra, tuvieron una infancia que se vio golpeada por ese acontecimiento. Hubo algunos que llegaron a pisar la escuela, aunque no la volvieran a pisar más. Pero no por ello dejaron de aprender a leer y a escribir. Y también aprendieron a sumar y a restar, a multiplicar y a dividir.

Pero más allá de los conocimientos que podrían haber adquirido en la escuela, Lengua Española, Geografía, Historia de España, Aritmética…, adquirieron una experiencia mucho más importante: aprendieron a sobrevivir.

La actividad gabarrera obligaba a avivar los cinco sentidos, y a desarrollar un sexto, el de la intuición, es decir, la inteligencia. Pues muchos eran los riesgos que conllevaba, y muchos los peligros que acechaban al que, obligado por las circunstancias que le tocó vivir, hizo de esa actividad una forma de ganarse la vida. Sólo así se hizo grande ese profesional llamado “Gabarrero”.

Hace ya tiempo que pensé que en mi familia, desgraciadamente, habían ido desapareciendo la mayoría de los miembros que habían ejercido esa profesión. Aun así, todavía quedaban vivos dos miembros de la familia Montes que más han trabajado como gabarreros. Uno de ellos, es mi padre, Emilio Montes Alonso.

El otro miembro de mi familia, y a quien dedico este texto, era el primo de mi padre, Juan Montes Sanz, quien nos dejó el pasado 4 de mayo. Descanse en paz.

En la lápida que le recuerda y que indica donde está depositado su cuerpo, hay una imagen de la que fue su Luz y guía, la “Luz del Gabarrero”: la Virgen del Rosario, patrona de Valsaín.

Octubre de 2014.


 

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VALSAIN, SENTIMIENTO Y POESÍA


Quiero expresar mi agradecimiento por la reciente invitación recibida para colaborar de nuevo en el periódico de la Comunidad de Aprendizaje La Pradera Valsaín, que me llena de orgullo y honda satisfacción.

El nombre de Valsaín nos produce profundos sentimientos al pronunciarlo, escribirlo, leerlo o escucharlo. Desde muy pequeños nos hemos sentido orgullosos al leer su nombre en libros de Geografía o de Historia. También cuando hemos leído algún libro o tratado de alguno de los eminentes estudiosos de la flora y la fauna de los Montes de Valsaín. Y, ¿por qué no?, también de las citas que de Valsaín se hacen en múltiples tesis de fin de carrera de sacrificados estudiantes universitarios.

Fotografía: Comunidad de Aprendizaje La Pradera Valsaín

Y, ¡cómo no!, también nos sentimos muy orgullosos al leer o escuchar noticias acerca de los logros conseguidos en alguna faceta por alguien de Valsaín.

De la misma manera, cuando leímos la noticia de que el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte había concedido a la Comunidad de Aprendizaje La Pradera Valsaín uno de los más importantes premios nacionales en el ámbito educativo, el Premio Nacional a la Mejora del Éxito Educativo de 2013, se nos llenó de alegría nuestro corazón y, de alguna manera, sacamos a relucir nuestro orgullo por “Ser de Valsaín”.

Desde esta tribuna quiero volver a felicitar a toda la Comunidad de Aprendizaje La Pradera Valsaín, a todos sus miembros, a los que están y a los que pasaron por ella, y que con su trabajo y esfuerzo han alcanzado frutos tan importantes que han redundado en beneficio de las niñas y de los niños de Valsaín que asisten a este centro educativo.

Fue ese mismo sentimiento de alegría el que me invadió cuando, con doce años, estando leyendo un libro de Poesía titulado “Campos de Castilla”, de Don Antonio Machado, leí al pie de un pequeño poema el siguiente texto que decía: “Camino de Balsaín, 1911”.

En este año de 2014 se cumplen cien años de la primera publicación de ese pequeño poema. Fue en la revista “Nuevo Mundo”.

Con posterioridad, en 1917, el poema quedó recogido en el libro “Campos de Castilla” bajo el título “Caminos”, con motivo de la publicación de las “Obras Completas” de Don Antonio Machado.

Es toda una expresión de sentimientos que abarcan la vida del poeta, desde que era niño y salía en las excursiones por la sierra de Guadarrama, organizadas por la Institución Libre de Enseñanza, donde estudiaba, hasta el momento en que lo escribe, en el que pasó por “Balsaín”, buscando dónde poder alquilar una casita en alguna zona de la sierra a la que poder llevar a su esposa, Leonor, que se encontraba enferma, con la intención de que el aire que se respira en la sierra de Guadarrama le devolviese la salud y la sanase.

Es para mí un honor poder transcribir los mismos versos que Antonio Machado publicó hace cien años, para que sean publicados en el periódico de la Comunidad de Aprendizaje La Pradera Valsaín:

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,

la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?

Por tus barrancos hondos
bajo el asombro de tus cumbres agrias,
mil guadarramas  y mil soles llegan
caminando, conmigo a tus entrañas.

Camino de Balsaín, 1911.

Junio de 2014.


 

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TIEMPO DE JUGAR, TIEMPO DE APRENDER


Publicado en el periódico de la Comunidad de Aprendidaje La Pradera Valsaín.

"Qué mundo de sensaciones se transmite por todo nuestro ser cuando contemplamos y percibimos, desde nuestra más tierna infancia, la llegada del verano en Valsaín".

Con esta frase, quería dar a entender que todo ese proceso que se ha ido produciendo en nosotros desde que nacemos, que se desarrolla a lo largo de nuestra infancia y continúa a lo largo de la adolescencia, por el cual alcanzamos el sentido de pertenencia a una Familia, y a un Pueblo, Valsaín, es el que nos lleva a sentir el orgullo de "Ser de Valsaín", sentimiento que nuestro querido Evelio España Fernández ha descrito de forma maravillosa en el artículo publicado por Crónicas Gabarreras en el año 2001. La esencia de esa descripción queda recogida en la dedicatoria que hace de dicho artículo: "A mi Madre, por haberme parido aquí".

Fotografía: Alicia Carreras

Así, cuando marché a vivir a Madrid con once años, los compañeros del colegio al que fui me preguntaban "¿de dónde eres tú?", la respuesta me salía del alma: "Soy de Valsaín".

Y allí estaba yo, entre nuevos compañeros de clase. Pero cargado de recuerdos y añoranzas.

El primer recuerdo era para los más cercanos y con los que más tiempo pasé, para cuantos estuvieron conmigo en la "Escuela", niños y niñas, chicos y chicas del Barrio Nuevo, de La Pradera y de Valsaín. Compartimos clases y juegos en las escuelas, pero también fuera de ellas, en un medio natural envidiable, el que ofrece Valsaín y su entorno.

"Nuestras escuelas" eran nuestro segundo hogar. Era una construcción rectangular de una planta, con tejado a cuatro aguas y con grandes ventanales al sur, rematados por fuera con arcos de medio punto. Estaba dividida en cinco clases: párvulos, a la que iban niñas y niños de entre cinco y siete años; dos clases de medianos, una para las niñas y otra para los niños, de entre siete y diez años; y otras dos clases de mayores, igualmente, una para las chicas y otra para los chicos, de entre diez y catorce años. También había una sala de comedor, en la que la convivencia entre los escolares estaba garantizada, compartiendo la comida que con tanto cariño preparaba la señora Fausta.

Las clases de párvulos y de niñas medianas, tenían su entrada por una de las esquinas del lado oeste, la más cercana a la carretera de Valsaín, y mirando al Puente. También la de las niñas mayores tenía su entrada por el lado oeste, aunque la puerta estaba situada en la otra esquina.

Las clases de los niños medianos y mayores tenían su entrada por una de las esquinas del lado este, la más cercana, también, a la carretera de Valsaín, y mirando a Peñalara. Por esta misma entrada se tenía también acceso a la sala del comedor.

"Nuestras escuelas", inauguradas en 1933, siempre estaban limpias. Guardo un recuerdo especial de la señora Pepa, Josefa Osorio, pues además de ser quien mantenía limpias las escuelas, y la iglesia, era vecina mía en el Barrio Nuevo y siempre, junto con su familia, nos llenó de cariño a mí y a mi familia.

En la mochila de aquel niño de once años se mezclaban, a partes iguales, los recuerdos y los sentimientos. Recuerdos y sentimientos que, en su mayoría, tenían nombres propios: el de las niñas y de los niños, de las chicas y de los chicos con los que había convivido en Valsaín, con los que había ido a la escuela, con los que había jugado y había participado en las actividades que se organizaban por los maestros y también por nuestro párroco, Don Gaspar.

Una de las actividades que más me gustaban, siendo pequeño, era cuando íbamos acompañados por los maestros a jugar al Parque, cerca del Puente de los Canales. Especial recuerdo guardaba en mi mochila de las salidas al Pinar acompañados por Don Gaspar, para ir de merienda por la tarde el día de la "Cruz de Mayo", entre otros, después de haber ido por las casas con los amigos y amigas pidiendo "el chavito".

Recuerdos de convivencia en un medio natural privilegiado, en el que compartíamos juegos niños y niñas, chicos y chicas, de diferentes edades. Los juegos eran parte esencial de nuestra vida y siempre los más pequeños aprendíamos con los mayores, primero observándoles y, a continuación, participando con ellos. Así, jugábamos a las cuatro esquinitas, a la banderola, al escondite o al rescate.

Había juegos que eran exclusivos de niñas y de chicas más mayores, y otros que lo eran de niños y de chicos. En una sociedad en la que, desde siglos, se había establecido la división y separación por sexos, era normal que también hubiese juegos en los que sólo participasen niñas o chicas, como la comba o la cabezota, y otros en los que sólo participasen niños o chicos, como el gua, el chito o el morreo.

Valsaín, pueblo en el que han coincidido gentes de diferentes procedencias de la geografía española, contaba con una variedad de juegos para todas las edades, tanto de chicas como de chicos, que era la aportación que en ese aspecto habían realizado los pueblos y regiones españolas de donde provenían nuestros antepasados. Y, de manera especial, donde más se concentraba esa variedad de juegos, era en La Pradera de Navalhorno. Y tiene su explicación, sólo hay que recordar los orígenes de este barrio de Valsaín.

El juego de pelota es tradicional, tanto entre niñas y chicas, como entre niños y chicos. Y en Valsaín, si un juego de pelota fue predominante durante mi infancia, ése era el frontón. ¿Y por qué?. Porque era el juego tradicional de muchos de nuestros antepasados que se establecieron en Valsaín, especialmente de los llegados desde las provincias del norte de España.

El juego del chito, es otro de los juegos tradicionales de Valsaín durante mi infancia. También aportado desde otras regiones y pueblos por nuestros antepasados, se jugaba con dos tejos, que no eran sino discos de hierro de un determinado grosor y diámetro, que se lanzaban contra el tango, pieza de madera sobre el que se colocaba el dinero que se jugaba en cada partida. Poseer dos tejos era un signo cualitativo entre los chicos. Grandes partidas de tejos he visto entre jóvenes y menos jóvenes en La Pradera. Grandes lanzadores de tejos he conocido, con gran destreza para golpear y alejar el tango de certeros golpes.

Gracias a que Valsaín contaba con buenos herreros, los chicos de entonces pudimos tener nuestros tejos, como antes los tuvieron nuestros mayores.

Así, como un trabajo de forja, fuimos creciendo entre juegos e ilusiones y también con la dureza de los golpes que da la vida. Niñas y niños, chicas y chicos que hoy son mujeres y hombres, con la experiencia recibida de sus mayores, han forjado este pueblo. Así se fue haciendo Valsaín.

Y a Valsaín hoy le cantamos, con la misma ilusión que me llevé en mi mochila:

En la Sierra de Guadarrama,
al norte, está Valsaín,
que es un valle muy bonito
para disfrutar allí.

Sus pinos y sus montañas,
de belleza sin igual,
que los vecinos del pueblo
han sabido respetar.

Sus leñas muertas son buenas,
para poderlas quemar,
que a los pueblos comuneros,
que a los pueblos comuneros…,
el Patrimonio les da.

Qué lindo es Valsaín con nieve,
qué pinos tan bonitos tiene,
que así nacieron un día,
así nacerán y crecerán;

Chiquitín, qué lindo es Valsaín.

En Cotos nace el Eresma,
que canta por el Pinar,
y haciendo su recorrido
se mete en nuestra ciudad.

En Segovia le reciben
con muchísima ansiedad,
y el Eresma les reparte,
y el Eresma les reparte,
parte de nuestro caudal.

Segovia ya está dispuesta
también a colaborar
a que ríos, montes y valles,
a que ríos, montes y valles…,
pasen a la Comunidad.

Qué lindo es Valsaín con nieve,
qué pinos tan bonitos tiene,
que así nacieron un día,
así nacerán y crecerán;

Chiquitín, qué lindo es Valsaín.

Aquí se acaba la historia,
de este valle tan bonito,
que el pueblo de Valsaín
festeja con regocijo;
sus fiestas tradicionales,
nadie las puede igualar:
con su concurso de troncos,
con su concurso de troncos…,
que Valsaín ganará.

Qué lindo es Valsaín con nieve,
qué pinos tan bonitos tiene,
que así nacieron un día,
así nacerán y crecerán;

Chiquitín, qué lindo es Valsaín.

Qué lindo es Valsaín (Joaquín Benito)

Enero de 2014.


 

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TENGO, TENGO, TENGO...

Dedicado a todas las compañeras y compañeros de las antiguas Escuelas de Valsaín, amigas y amigos, niñas y niños que fuimos; a las maestras y maestros, y a nuestras madres y padres que, con su trabajo y esfuerzo, nos dieron un futuro mejor que el que ellos tuvieron. De forma muy especial, a cuantos ya no se encuentran entre nosotros.

tu no tienes nada,

tengo tres ovejas

en una cabaña.

Una me da leche,

otra me da lana

y otra mantequilla

para la semana.

Ésta es la primera canción que aprendí en la escuela, en párvulos, del Grupo Escolar de Valsaín, inaugurado en 1934, a donde acudí por primera vez en 1962.

¡Cuánto tiempo ha transcurrido!, y sin embargo los recuerdos me vienen a borbotones, como si los años, y la vida, no hubieran pasado.


Comenzábamos nuestra vida escolar en párvulos, con cinco años, y debíamos de permanecer dos cursos pero, de las niñas y niños que comenzamos aquel curso, Ramón García y un servidor, Emilio Montes, sólo permanecimos uno. ¿Cuál fue la razón para ello? Muy sencilla: nos echaron de párvulos y pasamos a medianos con otro maestro, para que nos enderezara. Mi madre y mi padre nunca me reprendieron por ello, sí me lo explicaron. Éramos tan sólo unos niños.

Durante el otoño de 1962, y antes de que comenzase a nevar, eran frecuentes nuestras escapadas al Parque, a la Máquina Vieja, al Puente de los Canales. En nuestras mentes infantiles desarrollábamos el mundo que conocíamos, que no era otro que Valsaín, su entorno y la vida que en él se desarrollaba.

Éramos ganaderos, en el Parque y en el Pinar estaba nuestro ganado: vacas y terneros, yeguas, caballos y potros. Imitábamos a Ramón Goya y a sus hijos, a los hermanos Trilla e hijos, a Benito García, el carnicero, a Juan Dorrego, quien paraba muchas veces con sus caballos junto a la casa de su hermana Victoria, y a tantos otros que tenían ganado en Valsaín.

En Valsaín vivía Demetrio, a quien apodaban "Chabacano", vivía con su esposa y una sobrina llamada Pili y tenían vacas lecheras. El señor Demetrio era de Cadarso de los Vidrios. Se lo oí decir algunas veces cuando hablaba con mi abuelo, al salir de trabajar de la fábrica, y ambos recordaban sus orígenes. La esposa de Demetrio y su sobrina eran de Revenga.

En Valsaín, a las pimpolladas siempre se les ha llamado por este nombre. Pues bien, cuando se sembró lo que conocemos por la "Pinochera", fue el señor Demetrio quien dio por ponerle a aquella pimpollada ese apelativo, y con "Pinochera" se quedó.

Ramón García y un servidor, también éramos pescadores, imitábamos a los hermanos Castán, a Cirilo, que vivía junto al Rancho, a Jesús Martín, a Cipri, y también a Don Gaspar, que era buen aficionado a la pesca y había encontrado en los anteriormente citados a unos buenos maestros y compañeros de afición.

Éramos gabarreros, hacheros, carreteros y hasta carpinteros. En nuestras mentes estaban los gabarreros, a quienes veíamos bajar del Pinar con sus caballerías cargadas. Y a ellos les imitábamos. Así como a los cortadores, que bajaban del Pinar subidos sobre los pinos que transportaban los camiones de la fábrica, bien a la hora de comer o al finalizar su jornada. Los carros ya no se utilizaban para bajar los pinos, ni para hacer la Plaza en la que se celebraban las Fiestas en honor de Nuestra Señora del Rosario.

Desde mi casa en el Barrio Nuevo, veía subir todas las mañanas hacia las cortas a los que antes habían sido carreteros, Faustino Martín, Felipe Dorrego, Eugenio Isabel, Santiago Martín, entre otros muchos. Subían desde el regil, en fila, llevando cada uno tras de sí una pareja de bueyes. Pues bien, a ellos también les imitábamos.

En la fábrica también había cuadras en las que se encerraban bueyes, que se utilizaban en las cortas y algunos en la misma fábrica para arrastrar pinos, desde los descargaderos hasta la zona del tronzado. De los bueyes de la fábrica se encargaba el señor Santiago Villalba. Santiago, era de Rozas de Puerto Real, y estaba casado con Antonia Aparicio. El señor Santiago también tenía muy buen trato con mi abuelo, Felicito Montes, y con mi padre, y en sus conversaciones, raro era que no saliera de su boca el nombre del pueblo donde había nacido.

Algunos de los chicos que iban a la escuela, al grupo de mayores, al salir de la escuela, iban al taller de carpintería de Lorenzo Tapias, a aprender este oficio. Ramón García y yo, algunas veces, en nuestras escapadas de la escuela durante aquel curso, en nuestro juego y con nuestra fantasía, también hacíamos algún trabajo de carpintería.

Fueron muchos los chicos, de varias generaciones, los que han pasado por el taller del señor Lorenzo y, anteriormente, de su padre, dando grandes artesanos de esta profesión, entre ellos José Luis Tapias y Lorenzo Tapias quienes mantienen la empresa familiar.

El accidente sufrido por Ángel Ramírez, de profesión "Gabarrero", el uno de octubre de 1962, y su posterior fallecimiento, sobrecogieron al pueblo.

El invierno fue muy crudo, y largo. Durante él y parte de la primavera de 1963, copiosas nevadas cubrieron Valsaín. Para que pudiéramos ir a la escuela nuestros padres hacían veredas que, a los ojos de los niños que éramos, nos parecían lugares de paso a cuyos lados había altísimas paredes de nieve. En la escuela, aunque hacía mucho frío a la hora de la entrada, nos divertíamos. Para poder encender la estufa con la leña que había, llevábamos, tanto las niñas como los niños, y por riguroso turno, una gavilla de teas.

Al finalizar la época de nevadas, en la primavera de 1963, Ramón García y un servidor, volvimos a hacer de las nuestras. En una tarde soleada del mes de abril, al entrar en la escuela decidimos que cuando saliéramos al recreo nos iríamos al Parque. Y así lo hicimos.

Nos bajamos al Puente de Valsaín y nos tumbamos en el césped, junto a la poza del río. Una vez allí, nos quedamos dormidos hasta que nos despertó Félix, un primo de nuestro compañero "Paquito" Benito. Félix vivía en el Barrio Nuevo y trabajaba en el almacén de los "Piélagos", e iba por las tardes a trabajar en su bicicleta siempre a la misma hora, a las cinco de la tarde.

Ésa era la hora en que salíamos de la escuela por la tarde. Nos vio al pasar por el Puente y, sin bajarse de la bici, nos despertó a voces: ¡Chicos!, ¡chicos!

Asustados y conscientes de la que nos esperaba, Ramón y yo corrimos a clase. Entramos justo en el momento en el que estaban todos de pie, las niñas, los niños y la maestra. Estaban rezando el Padrenuestro que rezábamos antes de irnos a casa. Nos quedamos dentro, junto a la puerta, y una vez finalizaron de rezar, recibimos la reprimenda y el castigo que se impartía, unos palmetazos en las uñas de ambas manos, que nos pareció leve para lo que nos esperaba en nuestras casas.

El curso que comenzamos en septiembre de 1963 fue muy distinto. Tuvimos compañeros nuevos, mayores que nosotros, y otros ya lo habían sido antes y pasaban a medianos por haber terminado el segundo curso en párvulos. A mí, mi padre me mandó ir, después de la escuela, a casa del maestro, Don Julio, a continuar aprendiendo.

La vida en Valsaín durante aquellos años se había endurecido mucho. El ambiente laboral en la fábrica y en el Pinar, también. Había personas que pasaban hambre y carecían de muchas cosas elementales para sobrevivir. En las carnicerías y en las tiendas de Valsaín se fiaba a muchas personas. Hubo gente del pueblo, sobre todo muchas chicas y chicos jóvenes, que emigraron. En algunos casos, fueron familias enteras las que levantaron su hogar en busca de una vida mejor.

Desde hacía un año, Don Gaspar hablaba a la comunidad parroquial del Concilio Vaticano II. Trataba de transmitir ánimos a todos, especialmente a los más necesitados y a cuantos peor lo estaban pasando, fuese cual fuese el motivo. Sólo su iniciativa llevó a que todos los jueves, y gracias a la inestimable aportación de alimentos de primera necesidad por parte de Cáritas Española, desde el salón parroquial se repartiesen esos alimentos no perecederos. Personas mayores y viudas, así como personas sin trabajo, encontraron una ayuda inestimable traída a Valsaín por nuestro párroco y benefactor.

Otro accidente ocurrido en el Pinar, sufrido en esta ocasión por Juan Ramírez, hermano de Ángel, y de profesión "Gabarrero", tuvo el mismo desenlace. Con él, se terminó por ensombrecer la vida profesional de estos hombres de acero. También se ensombreció y se entristeció, y mucho, la vida en Valsaín.

Pasadas las Fiestas, sólo los peliculeros vinieron a dar una nota diferente a la vida en Valsaín. Comenzaron los trabajos para construir los decorados que en el Pinar se construyeron para el rodaje de una película, que llevaría por título "La caída del Imperio Romano". En muchas casas se alquilaron habitaciones para acoger a los técnicos y al personal que trabajaba para dicha producción y ello supuso el ingreso de algún dinero que a nadie le vino mal.

Han transcurrido cincuenta años desde entonces. Diez lustros nada más, y nada menos.

Aquel año, en la mañana de un sábado del mes de noviembre, con motivo de darse en la fábrica el llamado "quinquenio", que no era sino una paga extraordinaria por el incremento de la producción, con un frío de rigor, me vi a la puerta de la casa de mis abuelos partiendo piñones, avellanas y nueces con un martillito que mi abuela Trini me había proporcionado. Había venido el señor Fuertes de Villavicencio a entregar la paga y para celebrarlo se daba un vino español, que servía la casa de Perico Chicote.

Hacía sol, pero el frío era muy intenso. Aún había nieve por muchas zonas, pues hacía pocos días se habían producido nevadas, y por las noches y durante las madrugadas, las heladas eran fuertes. Recuerdo a mi abuelo Felicito y al señor Francisco Armengol a las puertas de entrada a la fábrica, pues eran los guardas que estaban allí de servicio , envueltos en sus capotes del uniforme y con las gorras de servicio bien caladas a la cabeza. Los demás guardas de la fábrica eran Germán Montes, hermano de mi abuelo, Cipriano Bermejo y Alfonso Berrocal. De todos ellos guardo un recuerdo muy especial y el cariño que me dispensaron. Así como lo guardo de tantas y tantas gentes de Valsaín.

Casi un mes después, un día de diciembre, antes de Nochebuena, nos encontrábamos jugando Ramón y yo junto al arroyo, en el Barrio Nuevo. Era un día frío y soleado, y había nieve también por muchas zonas. El día anterior nos habían dado las vacaciones de Navidad. Hacía poco que habíamos comenzado a jugar cuando vimos a Antonio Isabel ir andando junto a los malecones de la carretera. Se dirigía hacia la Pensión Hilaria, donde trabajaba. Nos preguntó qué hacíamos, pues estábamos muy entretenidos.

Tan entretenidos estábamos que no vi pasar a mi padre en dirección hacia nuestra casa. Fue un rato después cuando le vi junto con mi madre, y ambos arreglados, andando deprisa justo por el mismo sitio y en la misma dirección en que habíamos visto a Antonio. Me despedí de Ramón y corrí junto con mis padres. Iban muy serios y tristes. Les pregunté qué ocurría. "El abuelo se ha roto una pierna por la rodilla y vamos a su casa", me contestó mi padre. Y no volvimos a hablar en todo el trayecto.

La casa de mis abuelos estaba llena de familiares y decidí no entrar. Desde fuera, todo era silencio. Estaba el taxi de Pedro Fraile aparcado junto al paseo de entrada a la casa, de frente al nuevo taller de la fábrica.

Poco después, sacaron a mi abuelo entre mi padre, Emilio, y mis tíos Antonio y Pedro; todos salían en total silencio. Introdujeron a mi abuelo en el taxi del señor Pedro. Cuando salió de servicio a las seis de la mañana, bajando los escalones de piedra que había de frente a la puerta de su casa, que se encontraban cubiertos por la nieve y el hielo, mi abuelo no había visto uno de los escalones y se le fue un pie, partiéndosele la pierna por la rodilla. Una rotura fatal, pues se le rompió el hueso en cruz, haciéndosele incluso esquirlas, según diagnosticaron posteriormente en la clínica. Arrastrándose por la nieve pudo llegar a la puerta y apoyándose en la otra pierna, y tragándose el grito de dolor en que se encontraba, pudo entrar en casa.

Ramón y yo seguimos jugando durante las vacaciones y lo hacíamos con nuestros amigos y amigas, vecinos todos ellos, algunos de ellos mayores que nosotros. Entre todos habíamos hecho "Piña" en torno a nuestras compañeras y compañeros de clase que más lo necesitaban. Y de entre ellos surgió un líder que siempre acompañó a sus primos y a cuantos con ellos estábamos. Su nombre, por el que es conocido: Fede. En él tuvimos y encontramos, dentro y fuera de la escuela, a un amigo y a un orientador.

En nuestros juegos entre equipos, Fede siempre fue un referente. Así como en los torneos escolares en los que participaba Valsaín. Como persona y como deportista merece toda nuestra admiración.

Diciembre de 2013.


 

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TUTE DE REYES…, ¡ Y TAMBIÉN DE REINAS !


Aquel caballo, que hiciera las delicias de las gentes de Valsaín cuando montado por su dueña que, jaleada por las mozas que abarrotaban el palco, abría plaza delante de los mozos al comenzar el espectáculo taurino, durante las Fiestas, se convirtió en corcel alado y se perpetuó de forma inseparable junto con la figura de su amazona en la memoria de las gentes que les vieron.

Por deseo de ella, le fue concedido poder rondar a la luna llena cuando ésta se asomaba al balcón del majestuoso Peñalara, como le gustaba hacer siendo un joven potro. El corcel alado surgía entonces de las nieves perpetuas para ir a abrevar a las aguas del Eresma, su Río, cerca del Plantío.

Allí, viendo a la luna reflejada en el agua, se quedaba absorto recordando su infancia junto a los demás potros, caballos y yeguas. Siempre se asomaba desde los robles para ver la extensión del Parque y recrearse con las luces de Valsaín al fondo y, llevado por la nostalgia, desplegaba sus alas para volar río abajo, pasando bajo el Puente y remontando el vuelo hacia la inmensidad del Bosque, donde tanto había disfrutado a lo largo de su vida junto a su Reina.

Fotografía: Pedro de la Peña García

Era un día de mayo y había luna llena. Estaba bebiendo en el río cuando la luna le susurró este mensaje: "Dentro de ocho días habrás de madrugar para rescatar a tu Reina y llevarla para siempre contigo a las cimas. Allí seréis libres y no tendrás que soñar para estar con ella".

Justo a los ocho días, al despuntar el alba y antes de que el sol se asomara al balcón del majestuoso Peñalara, surgió el corcel de las nieves perpetuas y, en vuelo raso, descendió hacia Valsaín. Volando sobre los pinos sintió en su piel una sensación que el recuerdo le trajo. Era la caricia que su dueña y Reina le hacía en la cara con pelo de ratón.

Entonces se detuvo en el mismo lugar donde ella, por primera vez, le hizo sentir esa sensación. Fue junto a la Fuente del Milano. Allí recogió un ramillete de pelo de ratón y, veloz, siguió su descenso.

Cuando estuvo junto a ella, puso el pelo de ratón entre sus manos y, abrazándola, se la llevó para no separarse ya jamás.

A María Trilla, excelente mujer y gran caballista. Continuadora junto con sus hermanos, sobrinas y sobrinos de una tradición familiar en Valsaín: la monta a la vaquera. Fallecida el uno de junio de 2013. Descanse en paz.

Agosto de 2013.


 

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ILUSIÓN.


Carta abierta a Lucio Alonso, en homenaje suyo y de sus hijas Lucía y Paloma.

Queridos señor Lucio, Lucía y Paloma:

En este día tan señalado para la Organización Nacional de Ciegos Españoles, que celebra su 75 aniversario y el 25 aniversario de la creación de Fundación ONCE para la cooperación e inclusión social de personas con discapacidad, quiero darles las gracias por el ejemplo que nos dieron con su trabajo ilusionado, vendiendo cupones de la ONCE.

Recuerdo cuando, siendo yo aun un niño, llegaban llenos de ilusión al Barrio Nuevo, e iban casa por casa ofreciendo los cupones, cuya venta les proporcionarían unos ingresos para subsistir en aquel Valsaín de la década de los sesenta del siglo pasado. Precisamente, comenzaban por el bloque 8, en el que yo vivía en la casa número 2, junto con mis padres y mi hermana.

Sobre todo, recuerdo la expresión de sus caras. Su expresión, señor Lucio, al principio de comenzar a vender los cupones, reflejaba la contrariedad y la dureza del momento personal en el que la enfermedad visual le tenía sumido. Contrariedad y dureza aun mayores si cabe, porque en sus pensamientos pesaban tanto o más las estrecheces económicas en que se vio sumida su familia, que su propia enfermedad.

No obstante, con el paso del tiempo, su expresión fue cambiando y su carácter también. Conforme fue asumiendo su situación personal y su familia fue superando con sacrificio y trabajo ilusionado para salir adelante, de forma ejemplar y sin amilanarse, volvió a ser el Lucio Alonso a quien todos recordaban, alegre y dicharachero.

De ello doy fe pues le recuerdo alegre y con ganas de divertirse en las celebraciones de San Antón, estando usted ya ciego, en el que era el Salón de Baile de su propiedad, donde no empezaba la fiesta hasta que usted no llegara.

Fotografía: Crónicas Gabarreras

Y cómo no recordar la expresión de ilusión de Lucía y de Paloma, cuando hacían el mismo recorrido que hacía su padre por el Barrio Nuevo, intentando vender los cupones de la ONCE, Organización que les proporcionaba unos ingresos, de los que dependían en aquel Valsaín en el que predominaban la escasez y la falta de recursos.

Además, ibais todos los días a la Escuela, nuestras Escuelas de Valsaín, y compartíais en el recreo juegos con las chicas y chicos de vuestra edad, así como en época de vacaciones y durante las Fiestas. Vuestras caras no reflejaban pesimismo, sino una ilusión grande, alimentada por vuestra madre, la señora Venancia Salamanca, para que ayudarais a vuestro padre a superar psicológicamente una enfermedad irreversible, que le sumió en la oscuridad más absoluta y ante la que nada se podía hacer.

Siendo yo más mayor, viviendo en Madrid, y cuando iba a pasar mis vacaciones de estudiante a La Pradera junto con mis abuelos Felicito y Trinidad, os recuerdo con la misma expresión de ilusión, vendiendo los cupones por la Pradera.

Quiero expresarle mi gratitud, señor Lucio, así como a vosotras, Lucía y Paloma. Hoy en día soy un trabajador de la Corporación Empresarial de la ONCE, esa Organización que unos años más tarde, hace hoy veinticinco años y gracias a su trabajo ilusionado, así como el de miles y miles de afiliados y sus familias, creó la Fundación ONCE que, unos años después y tras una situación de paro, me proporcionó un puesto de trabajo y una forma de seguir creciendo como persona. Me dio la posibilidad de ampliar mi formación y desarrollar un trabajo que, como bien saben ustedes, nos da la dignidad para seguir siendo personas de utilidad para nuestra sociedad.

Quiero mandarles al Cielo, para Lucio, Venancia y Lucía, mi gratitud.

A ti, Paloma, también te la mando, con un recuerdo lleno de cariño para toda tu familia. Sois parte de la vida de Valsaín, en definitiva de nuestras vidas, de todos y cuantos os hemos conocido y hemos convivido con vosotros.

"Sin otro particular, me despido afectuosamente".

Madrid, 2 de Junio de 2013.


 

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VALSAÍN es ...

 

Valsaín es Monte y es Pinar.

Es Pradera y Valle,

digno de admirar.


Valsaín es Río,

y Águila Imperial

 Fotografía: Pedro de la Peña

Febrero de 2013


 

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EN EL RECUERDO

Finaliza este año dejando un poso de dolor y de tristeza, como lo hizo al poco de recién comenzado. Al igual que también nos sumieron en profunda tristeza los años que le precedieron, en los que hemos sufrido la triste separación de seres queridos y de amigos que han formado parte de nuestras vidas.

Sirva este recuerdo para dejar constancia de que, quienes se han ido, nos han dejado su huella y también nos han aportado sus valores.

Al finalizar este año de 2012, en el que Crónicas Gabarreras ha querido dejar constancia y hacerse eco, un año más, de las costumbres tradicionales de Valsaín, que forman parte de la Cultura de nuestro pueblo, quiero repetir aquí una frase que ya escribí con anterioridad:

"¡Qué suerte haber contemplado los maravillosos paisajes de Valsaín en verano!. Son una gracia que la Madre Naturaleza ha querido darnos, un regalo que contemplaron generaciones y generaciones de personas, gentes de Valsaín que, con su vida, protagonizaron y escribieron día a día la Historia de este pueblo."

La Etnología es la ciencia que estudia las causas y razones de las costumbres y tradiciones de los pueblos. En la cultura tradicional de un pueblo destacan las "artes populares", es decir, las realizaciones de que se sirve el hombre para ser el protagonista de esa cultura popular.

 Fotografía: Pedro de la Peña

En la Cultura de Valsaín los protagonistas son los gabarreros, los hacheros y los carreteros. La forma de vida tradicional de los protagonistas de nuestra Cultura, tiene un origen tan remoto en el tiempo que se hace difícil de precisar.

Las gentes de Valsaín, a lo largo de su historia, han vivido y dependido de la riqueza forestal de los Montes de Valsaín. Hay un momento en la Historia de Valsaín en que surge la industria de la madera, y Valsaín, con el paso del tiempo, se convierte en un centro de producción de madera de primer orden.

La forma de vida de las gentes de Valsaín ha estado condicionada por diversos factores, pero siempre se ha reflejado en sus costumbres, en sus tradiciones, en su lenguaje, y en todo aquello que es producto del ingenio y de la fantasía del ser humano.

Dentro de este campo podemos incluir los cuentos y leyendas, los juegos, los refranes y las adivinanzas, que son parte del campo científico de la Etnología. Como también lo es el lenguaje. Valsaín puede estar orgulloso por contar entre su patrimonio cultural con el lenguaje de los gabarreros.

Para terminar, quiero aportar un trabalenguas que mi abuelo, Felicito Montes Llorente, del que este año se han cumplido ciento diez años de su nacimiento, me enseñó siendo yo muy pequeño y que es reflejo de la existencia de una industria de la madera en Valsaín:

"Río abajo van tres tablas"

mal desencarabancunquinculadas;

el desencarabancunquinculador


que las desencarabancunquincuncule,

buen desenacarabancunquinculador será."

Diciembre de 2012


 

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DE ROMERÍA

Valsaín se encuentra ubicado, a decir de Antonio Machado, "en el corazón de la tierra española", en la vertiente Norte de la Sierra de Guadarrama. Tiene Valsaín, pues, una ubicación privilegiada entre las dos submesetas, lo que le ha convertido en lugar de paso de diferentes culturas.

Es tal la importancia de la ubicación geográfica de Valsaín que, unida a la belleza de los paisajes de su entorno natural y a la riqueza que atesoran sus montes, es la que ha condicionado de forma primordial su Historia.

Y ambas, su ubicación geográfica y su Historia, constituyen los dos factores principales que han moldeado la Cultura en Valsaín. Una Cultura que es el resultado de la suma de variadas y diferentes culturas, por la diversidad de los orígenes de las gentes que han poblado Valsaín. Una Cultura, la nuestra, que a lo largo de la Historia ha demostrado estar en contínuo desarrollo y transformación.

Se trata de una Cultura que, a lo largo de siglos, ha estado en contínua evolución, que ha experimentado procesos de innovación que han ido moldeando el patrimonio cultural de las gentes de Valsaín. El patrimonio cultural que nos ha sido transmitido de generación en generación.

Valsaín es como ese "Roble" centenario, protagonista del poema de Francisco Martín Trilla, poema que fue con todo merecimiento portada del programa de las Fiestas de hace unos años. Un "Roble" de profundas raíces, constituídas por las tradiciones de sus gentes. Mas con brotes nuevos y sabia nueva, pues es un "Roble" lleno de vida.

 

Fotografía: Eugenio de Santos Acebes.

 

Tantos agostos pasados,
tantas tormentas sufrido,
el corsario acorazado
tiene el cuerpo endurecido.

Es un roble centenario
desde siempre, aquí ha vivido,
nadie calcula sus años,
nadie sabe su destino.

Impresiona su figura
de coloso malherido
que sin embargo perdura
porque nunca se ha rendido.

Algún brazo cercenaron
los hachas del gabarrero
y en su tronco se incrustaron
las heladas y aguaceros.

Al viento quebró sus ramas,
la nieve secó sus dedos,
y se acrecentó la fama
del solitario longevo.

Las laboriosas hormigas,
cientos de surcos trazaron,
bajo su piel carcomida,
que sin piedad desgarraron

Picapinos, trepadores,
a la zaga no quedaron,
tampoco fueron mejores,
también le agujerearon.

Hasta un incendio arrasó
las estructura del gigante
que de nuevo rebrotó
aún con más fuerzas que antes.

Muchos pinos intentaron
ocupar su noble lecho,
su poder no calcularon,
no llegó ninguno a viejo.

Hoy son tan sólo esqueletos,
con el cuerpo blanquecino,
enterrados entre helechos,
destrozados y podridos.

Ni los hombres, ni elementos
pudieron nunca contigo,
perduraron con los tiempos,
sigues con fuerzas y vivo.

Viejo roble legendario,
luchador de gran pasión,
aunque viejo, eres muy sabio
y de buen corazón.
Aguanta otros muchos años,
nunca pierdas la ilusión.

ROBLE VIEJO.
Francisco Martín Trilla.

 

Desde que hemos nacido hemos ido alimentándonos de esa sabia que nos aportan nuestras tradiciones. La tradición de los gabarreros, de los hacheros y de los carreteros; la fe cristiana y el patrocinio de la Virgen del Rosario y de San Antón; el Carnaval; la jota segoviana, la dulzaina y el tamboril; los festejos taurinos, el tiro de maroma, la cucaña y el levantamiento de piedra a una mano… Tradiciones que han mamado nuestros mayores y antepasados y con las que nos han alimentado. Tradiciones con las que hemos crecido.

Ellos nos han llevado en brazos o de la mano a la Procesión y a la Plaza de Valsaín durante las Fiestas del Rosario; o al salón de Lucio Alonso durante la celebración de San Antón o del Carnaval.

Al igual que a ellos antes les llevaron sus padres, a la Procesión y a la Plaza de Valsaín durante las Fiestas del Rosario ; o al salón de la señora Josefa durante la celebración de San Antón o del Carnaval.

La "Romería" es una tradición fruto de la innovación de la Cultura de Valsaín. Su incorporación al patrimonio cultural de Valsaín es muy reciente en el tiempo. Pero es ya una tradición popular.

Para quien experimenta por primera vez esta manifestación cultural, organizada para honrar a la Virgen del Rosario, Patrona y Señora de Valsaín, le resulta curioso ver cómo elementos culturales andaluces conviven y se mezclan con elementos culturales castellanos, fundiéndose en los sentimientos de las gentes que, con fe y alegría, acompañan a su Señora haciendo el camino, desde Valsaín hasta Los Asientos.

Cuando llego a Valsaín, nada veo que me confirme que esa innovación cultural se ha producido. Pero, he aquí que, de pronto, observo que Diego sale de la casa de su abuela Mercedes y de su abuelo Pedro, vestido de traje corto y con su sombrero andaluz perfectamente calado a la cabeza. Seguro que la abuela Mercedes le ha dado antes un último retoque.

Se congrega la gente en torno a la plaza de toros, desde donde parte en romería la imagen de la Virgen del Rosario. Romeros a caballo con traje corto y tocados con sombrero andaluz y romeras con vistosos vestidos andaluces.

Suena la dulzaina y la imagen de la Virgen del Rosario comienza a hacer el camino. Y con ella las gentes de Valsaín.

En el camino veo a Inés, tan guapa, junto a su madre, quien le ha dedicado todo el tiempo del mundo para tenerle a punto su vestido y peinarla. Una prueba más de que la "Romería" es ya una tradición.

El pueblo hace el camino siguiendo a su Señora. Tras ella, el "Roble" se mueve. Las generaciones mayores dando ejemplo, Leandro, Ciriaco, Pablo y muchas otras personas más, mujeres y hombres. Con ellas y ellos, otras generaciones más jóvenes. Todos rezamos juntos a la Virgen.

Los industriales de Valsaín allí reunidos nos agasajan, entre ellos un torero, y la Asociación de Festejos ha organizado una "corta de troncos".

Ángel es observado con atención por su primo Fran, que le aplaude a rabiar cada vez que termina de cortar cada una de las trozas de los lotes que le han preparado.

El "Roble" tiene vida, brotes nuevos que se alimentan de las tradiciones. El "Roble" crece y cuanto mayor es, más fuerte se hace. El "Roble" tiene por nombre Valsaín.

Junio de 2012


 

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ACERCA DE ANTONIO MACHADO Y BALSAIN

En las postrimerías de este año de 2011, en el que se cumple el Centenario del poema de Antonio Machado, "Camino de Balsaín", se hace preciso apuntar algunas pinceladas de la vida de Antonio Machado, que fijan el contexto en el que fue escrito y, a partir de ellas, intentar analizar su significado y valorar la importancia que tuvo para el poeta.

Publicado con ese título en la revista Nuevo Mundo, en 1914, con algunas variaciones en algunos de sus versos respecto del texto que conocemos, no figuraba en la primera edición del libro "Campos de Castilla", publicado en 1912, pero sí se encontraba integrado en él, bajo el título "Caminos", cuando se publicó la primera edición de sus Poesías Completas, en el año de 1917.

"Nací en Sevilla el año de 1875 en el Palacio de las Dueñas... Desde los ocho a los treinta y dos años he vivido en Madrid con excepción del año 1899 y del 1902, que los pasé en París. Me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza y conservo gran amor a mis maestros: Giner de los Ríos, el imponderable Cossío, Caso, Sela, Sama (ya muerto), Rubio, Costa (don Joaquín –a quien no volví a ver desde mis nueve años-)."

 

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.


En estos versos del poema "Retrato", cuando hace referencia a su juventud, "veinte años en tierra de Castilla", se refiere a los años pasados en Madrid y no al tiempo vivido en tierra soriana. Hemos de tener en cuenta que este poema, lo escribió para la serie "Autosemblanzas y Retratos: Poetas del Día" que publicó el diario El liberal en 1908. En concreto, el poema "Retrato" de Machado fue publicado el día 1 de febrero de 1908, cuando llevaba tan sólo unos meses en Soria, a donde llegó para enseñar francés tras hacer oposiciones a las cátedras de francés.

"En 1906 hice oposiciones a cátedras de francés y obtuve la de Soria, donde he residido hasta agosto de 1912, con excepción del año 10, que estuve en París, pensionado para estudiar filología francesa. Estudié en el Colegio de Francia dos cursos (Bedier y Meillet). En 1909 me casé en Soria (Iglesia de Santa María la Mayor) y enviudé en 1912. En 1º de noviembre del mismo año fui trasladado a Baeza,…

Al comenzar el año de 1911, Antonio Machado y su esposa, Leonor Izquierdo, viajan de nuevo a París, a donde ya se había trasladado el poeta el año anterior, tras haberle sido concedida una pensión por la Junta para Ampliación de Estudios, de la Institución Libre de Enseñanza.

El 13 de julio de 1911, Leonor sufre de forma repentina vómitos de sangre que le provienen de los pulmones, hemoptisis, lo que provoca momentos de angustia y desesperación. Tras haber estado ingresada en un sanatorio, en el que le recomendaron aire puro, regresan a Soria en septiembre, donde alquilaron una vivienda junto a la ermita de Nuestra Señora del Mirón.

Es entonces cuando Antonio Machado se dispone a la búsqueda de una casita en la sierra. Machado, que había vivido en Madrid desde los ocho a los treinta y dos años, era conocedor del tratamiento de afecciones pulmonares en diferentes zonas de la Sierra de Guadarrama, desde Cercedilla a San Rafael.

En este contexto, con un poeta ahora desbordante de esperanza en la recuperación de Leonor, debió de realizar un viaje a Cercedilla, lugar de residencia donde el tratamiento de enfermedades pulmonares, muy comunes en aquella época, concentraba a familias de la burguesía madrileña. Hemos de recordar aquí que Joaquín Sorolla, el genial pintor valenciano, que en estos años viajaba con frecuencia a París, poseía una residencia familiar en Cercedilla, y que la había adquirido debido a la delicada salud de su hija mayor, María Clotilde.

En este viaje lleno de esperanza, pasando por "Balsaín", se produce el reencuentro con el "viejo amigo" Guadarrama.

El poema "Camino de Balsaín" supone, en primer lugar, el reconocimiento del paisaje, visto ahora desde otra perspectiva diferente a la que mantiene en su recuerdo. De ahí que la primera estrofa de versos vaya entre signos de interrogación.

 

En segundo lugar, nos sugiere al poeta con la mente abierta a la capacidad de asombrarse ante la belleza del paisaje y la Naturaleza.

Azorín decía que "la característica de Machado, la que marca y define su obra, es la objetivación del poeta en el paisaje que describe…paisaje y sentimiento –modalidad psicológica- son una misma cosa; el poeta se traslada al objeto descripto, y en la manera de describirlo nos da su propio espíritu. Se ha dicho que "todo paisaje es un estado del alma" y a esta objetivación de lírico se alude en dicha frase. Al máximo grado de objetivación llega Antonio Machado en sus poemas".

En tercer lugar, supone explicitar la huella que en él dejaron don Francisco Giner de los Ríos y la tradición guadarramista de la Institución Libre de Enseñanaza.

Por último, a mi humilde entender, "Camino de Balsaín" refleja fielmente la voluntad de Antonio Machado de buscar la protección para Leonor en la Madre Naturaleza. De ahí su alusión a las "entrañas", como referencia al claustro materno, lugar donde se genera y desarrolla la vida humana hasta el momento del nacimiento y donde se nos proporciona protección.

Llegados a las postrimerías de este año de 2011, sentimos el orgullo y el privilegio de ser de "Balsaín", de pertenecer a las "entrañas" del Guadarrama. Pronto estaremos en el albor de un nuevo año, en el que se cumple el Centenario de la muerte de Leonor, el 1 de agosto. También, el de la publicación de la primera edición de "Campos de Castilla", en la que no aparecía recogido el poema.

Por el contexto en el que fue escrito "Camino de Balsaín", de importante relevancia y significación en la vida del poeta, el hecho de incluirlo en la edición revisada de dicho libro de poemas, en 1917, para la primera edición de sus "Obras Completas", parece indicar que Antonio Machado quiso que "Camino de Balsaín" quedara recogido en "Campos de Castilla", como fruto de una esperanza, más tarde rota por la muerte, apareciendo publicado desde entonces en todas sus ediciones.

Para terminar, quiero recoger el texto de "Camino de Balsaín" tal y como se publicó en la revista Nuevo Mundo, en 1914.

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?

Por tus barrancos hondos
bajo el asombro de tus cumbres agrias,
mil guadarramas y mil soles llegan
caminando, conmigo a tus entrañas.

Camino de Balsaín, 1911.

Bibliografía

"Campos de Castilla". Antonio Machado. Edición Geoffrey Ribbans. Letras Hispánicas, 2009.

Bibliografía machadiana (Bibliografía para su Centenario). Madrid, 1976. Biblioteca Nacional.

"El paisaje en literatura". Azorín. Clásicos y modernos, 1913..

Noviembre de 2011


 

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EN EL CENTENARIO DE "CAMINO DE BALSAÍN", DE DON ANTONIO MACHADO

Llueve sobre Balsaín

Llueve sobre Balsaín. Las nubes corren sobre el verde valle empujadas por el viento, a la vez que lo riegan. Sobre Peñalara y Mujer Muerta, hay grandes nubarrones entre los que se divisa el azul del cielo. Peñalara, majestuoso, se muestra en su totalidad, moteado por los blancos neveros.

Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.

Pero, poco a poco, el viento va trayendo masas de nubes negras que se agarran a las cimas y bordean el valle. Y se forma un denso celaje tras el cual se ocultan  Peñalara, Siete Picos y Mujer Muerta.

Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.

No fue esta la visión que tuvo el Poeta en su reencuentro con el “viejo amigo”, Guadarrama. Fue un reencuentro al que se sumaron “mil soles”, para iluminar los “barrancos hondos” por donde transita el gabarrero y las “cumbres agrias” en las que el águila impera.

Estos días azules y este sol de la infancia

Valle de Valsaín, deja que el sol te ilumine y muestralé al gabarrero la vereda clara. Dale sombra con tus pinos y sustento con sus leñas, y sacia su sed con tus ricas aguas.

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Valle de Valsaín, deja que la luna te acaricie al surgir plena sobre Peñalara, y acompañe al gabarrero en su vuelta a casa. Mientras, sobre la bóveda celeste se extiende un manto de estrellas que ponen la alegría en su cara. Luna que viste de plata las aguas de los arroyos y del Eresma, los que saciaron su sed y también le acompañan.

 

Es en Balsaín donde el Poeta se reencuentra con con el “viejo amigo”, con “la sierra gris y blanca”. En Balsaín ha encontrado sus “entrañas”. Ha descubierto su destino y en él, como el gabarrero, pone su alma.

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?
Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen,
cabalgando conmigo, a tus entrañas.


Camino de Balsaín, 1911

Son sentimientos que brotan de sus versos a los que no podemos ser ajenos. El Poeta los expresó como nadie y en ellos nos dejó la pasión por el reencuentro.

Y a Balsaín quiere volver, como quiere que vuelva el maestro, Don Francisco Giner de los Ríos, el querido maestro. Lo expresa en prosa:

“Bien harán, amigos y discípulos del maestro inmortal, en llevar su cuerpo a los montes del Guadarrama. Su cuerpo casto y noble merece bien el salmo del viento en los pinares, el olor de las hierbas montaraces, la gracia alada de las mariposas de oro que juegan con el sol entre tomillos. Allí, bajo las estrellas, en el corazón de la tierra española reposarán un día los huesos del maestro. Su alma vendrá a nosotros en el sol matinal que alumbra a los talleres, las moradas del pensamiento y del trabajo”.

Boletín de la Institución Libre de Enseñanza.
Julio de 1915

Y también en verso:

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara.
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
…Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.

Baeza, 21 febrero, 1915.
Elogio ( A don Francisco Giner de los Ríos)

A Balsaín volvió, tras su llegada a Segovia, para beber en los arroyos y en los manantiales del recuerdo y de la inspiración, el agua de la lluvia y del pensamiento.

Los versos que acompañan a este texto son obra de Don Antonio Machado Ruiz.

Julio de 2011


 

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CÍRCULOS CONCÉNTRICOS

No es por casualidad por lo que contemplando a los niños pintados por Juan José Martín Encinas en algunas de sus obras, con sus cuerpos bañados por el Sol a orillas del Eresma, en Valsaín, nos recuerdan a los niños pintados por el genial Don Joaquín Sorolla Bastida, con sus cuerpos bañados por el Sol a orillas del Mediterráneo, en las playas de El Saler o de La Malvarrosa. No, no es por casualidad.

Tampoco fue por casualidad que Don Joaquín Sorolla pintara un retrato del genial novelista, autor de Teatro y cronista de su tiempo, Don Benito Pérez Galdós.

Ni que decir tiene que tampoco fue por casualidad que el genial literato, nacido en Las Palmas de Gran Canaria, viniese a Balsaín para conocer el Pinar y sus bellos rincones.

Como tampoco lo fue el que Don Joaquín Sorolla también se trasladara hasta Balsaín, para plasmar con sus pinceles el impresionante entorno del Pinar y algunos de los bellos paisajes que en él se encuentran.

Tampoco era por casualidad el que Don Gaspar eligiera los diálogos de “Marianela”, novela escrita por Don Benito Pérez Galdós, para representarla en Valsaín. Sucedió mediada la década de los sesenta del siglo pasado. Se representó en el salón de Lucio. Fue todo un acontecimiento.

Y fue un acontecimiento personal para el grupo de chicas (entre ellas, Reyes Orosa en el papel de Marianela) y chicos (entre ellos, Antonio González en el papel de Pablo) que formaban el reparto de los personajes y que, con entusiasmo, ilusión y ganas de divertirse se pusieron bajo la dirección de Don Gaspar.

Eran las mismas chicas y chicos que, junto con sus amigas y amigos, amenizaban la Misa del Gallo en la Nochebuena de aquellos años y a los que Antonio, zambomba en mano, hacía reír a carcajadas mientras ensayaban los villancicos en el salón parroquial.

Diciembre de 2010


 

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DÑA. ANTONIA MARTÍN VÁZQUEZ, CIEN AÑOS DE LA VIDA DE VALSAÍN

Según estoy descansando,
viene a mi mente un cantar:
A LA VIRGEN DEL ROSARIO
LA REZO TODOS LOS DÍAS,
PUES LA QUISE SIENDO JOVEN,
SIENDO VIEJA, Y SIENDO NIÑA.

Y aquí termina el paseo,
pues todo tiene su fin,
y se despide una anciana,
enamorada de su patria chica,
que es Valsaín.

Esperar un poquito,
que os voy a decir antes:
¡VIVA EL PUEBLO DE VALSAIN
Y TODOS SUS HABITANTES

Fragmento de:
“Desde el puente de Segovia al Puerto”
(Antonia Martín Vázquez)

 

Cien años ha cumplido, Doña Antonia, y puede decir que ha visto usted cumplir su Centenario. ¡Cuánta Historia la contempla, Doña Antonia! ¡Cuánta Historia ha vivido y ha protagonizado!

Un escalofrío de emoción me recorre, al pensar cómo era aquél Valsaín de 1910, año en el que usted nació un 19 de Septiembre. Y tanto es así porque con el correr de los años, nada más y nada menos que cien, cuánto ha cambiado. Especialmente el “poblado industrial” de La Pradera, en el que usted y su familia vivieron y del que apenas queda algún vestigio.

¡Cuántas crónicas habrá escrito en su memoria a lo largo de estos cien años!. ¡Cuántas historias vividas en primera persona y conocidas, de Valsaín, podría contarnos! Sólo de pensarlo me emociono porque, a buen seguro, cuando usted proclama “VIVA EL PUEBLO DE VALSAIN Y TODOS SUS HABITANTES”, en esa proclama también incluye a los que, a un servidor de usted, le precedieron. El 20 de Septiembre cumplía años mi bisabuela Eustaquia Llorente.

Puede decirse que es usted un roble centenario. Leyenda viva de los Carnavales de Valsaín y sus Comparsas. Manifestación de alegría a raudales junto a su hermana  Doña Concha, que en paz descanse. Imaginación e ingenio junto a otras “Glorias de leyenda” en la Cultura de Valsaín, como el gran Don Faustino Aparicio. Pero sobre todo es usted UNA BUENA PERSONA.

¡Muchas Felicidades, Doña Antonia!

Septiembre de 2010


 


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"CRÓNICAS GABARRERAS", UNA CITA EN VERANO Y VAN DIEZ.

Qué mundo de sensaciones se transmite por todo nuestro ser cuando contemplamos y percibimos, desde nuestra más tierna infancia, la llegada del verano en Valsaín. Es algo especial que ya no olvidaremos jamás. Es una huella que queda grabada en nuestro corazón y en nuestro cerebro por la fuerza de la luz, esa luz única que tienen los veranos en Valsaín.

¡Qué suerte haber contemplado los maravillosos paisajes de Valsaín en verano!. Son una gracia que la Madre Naturaleza ha querido darnos, un regalo que contemplaron generaciones y generaciones de personas, gentes de Valsaín que, con su vida, protagonizaron y escribieron día a día la Historia de este pueblo.

Porque aquellas generaciones nos dejaron un rico legado cultural, ha habido quienes han sido sensibles a mantener viva la llama de su memoria y decidieron manifestarlo, comprometiéndose en una tarea que es fomentar, promover y apoyar todo cuanto forma parte de la Cultura de Valsaín.

Y fue en verano cuando, por primera vez, vio la luz “Crónicas Gabarreras”, fruto de ese compromiso con Valsaín, su Historia y su Cultura, que ha concitado sentimientos y aunado esfuerzos. Desde entonces, todos los veranos llega como una brisa, atrayente por su frescura, la misma que tienen las sombras que jalonan el Eresma en el atardecer de un día de verano.

De esta manera, “Crónicas Gabarreras” se hace presente verano a verano, y van DIEZ, y nos regala citas como éstas:

"Crónicas Gabarreras" es un título escogido basándonos en la tradición de un pueblo, una cabecera que intenta reflejar la esencia de su contenido: historias de Valsaín”.
(Nº 0 - Agosto de 2001).

“La Cultura de los pueblos es algo inherente a la vida de los mismos. En Valsaín, el sentir popular tiene sus peculiaridades propias, marcadas sobre todo por el Pinar y la vida desarrollada en él, pero también por otros factores, como nuestro Torreón, nuestras arraigadas Fiestas, las secuelas (positivas y negativas) del pasado, etc.”
(Nº 1 – Agosto de 2002).

“Que todos los que sintáis algo especial por este pueblo, seáis partícipes de este intento de buscar nuestra propia identidad.”
(Nº 2 – Agosto de 2003).

“En esta cuarta edición de “Crónicas Gabarreras”, queremos rendir nuestro pequeño homenaje a Jesús de Aragón, escritor nacido en Valsaín y uno de los principales exponentes de la Literatura fantástica de los años veinte. Su novela “La sombra blanca de Casarás” causó una auténtica revolución en el pueblo”.
(Nº 3 - Agosto de 2004).

“Crónicas Gabarreras" recuerda en este número a sus personajes más ilustres y a los más allegados, nos retrotrae a las curiosidades de su historia, nos guía por la Naturaleza, por la vida de los hombres del Pinar, y penetra en el mundo de los sentimientos, de esos pequeños detalles que, a veces, proporcionan características distintivas a nuestro modo de obrar y de vivir.”

(Nº 4 – Agosto de 2005).

“Queremos y creemos que “Crónicas Gabarreras” debe ser un nexo de unión entre nuestras gentes, un vehículo de participación eminentemente constructivo, y en el que tengan cabida todos aquellos que sienten algo especial por esta tierra.”
(Nº 5 – Agosto de 2006).

“Dejemos que nos guíe la nostalgia de las buenas cosas de otros tiempos; permitamos a nuestros corazones que se expresen a través de la palabra; recorramos el pasado para vivir el presente y proyectarnos hacia el futuro…”.
(Nº 6 – Agosto de 2007).

“Crónicas Gabarreras” quiere rendir su pequeño homenaje a los gabarreros, personajes emblemáticos de nuestra tierra y otros pueblos serranos, y uno de los pilares indiscutibles sobre los que se asienta ese paradigma que hemos denominado Valsaín.”.
(Nº 7 – Agosto de 2008).

“La llegada de ese mundo mágico del cine a Valsaín supuso una revolución en el terreno económico y, ¿por qué no?, en algunos aspectos sociales y culturales. Dada la proximidad con Madrid y la singular belleza de sus bosques, las grandes (y pequeñas) productoras encontraron, en este espacio natural, un escenario idóneo para el rodaje de sus películas”.
(Nº 8 – Agosto de 2009).

“Resulta difícil entender toda esa cultura intrínseca de las gentes de Valsaín sin analizar las Fiestas”.
(Nº 9 – Agosto de 2010).

Nos unimos a María Teresa Isabel Fernández y a José Manuel Martín Trilla en la satisfacción personal, a la vez que les felicitamos, porque “Crónicas Gabarreras” “La Revista de Valsaín”, es una Revista que bien merece UN DIEZ.

Julio de 2010


 

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DE FEBRERO A MAYO

Era Mayo y se acariciaba el verano. Desde que finalizaron las heladas, la lluvia y el sol habían alfombrado de verde el entorno de La Pradera. Al otro lado del río, se veía Valsaín rodeado de verdor en la inmensidad del Parque y del Bosque.

Atrás quedaron los días de Febrero, con sus máscaras y sus disfraces, en los que se hace patente que las carnavalendas han llegado. Días en los que la vida y la alegría se trasladan de nuevo a la calle, queriendo desprenderse del mentido letargo invernal. Son pocos días, pero hay que vivirlos y disfrutarlos. Es la tradición.

Tras las máscaras las risas, las bromas y la alegría. Los disfraces se pasean por las calles de Valsaín y de La Pradera. Y desde Valsaín cruzan el puente, enseñoreándose quienes van disfrazados, o disfrazadas, de elegantes damas o caballeros, camino del salón de baile.

A la gente disfrazada le siguen cánticos de coplas y coplillas, entonados por una numerosa rondalla, cuyas letras fueron ensayadas al amor de la lumbre, en las tabernas y en las casas, durante los gélidos días del invierno.

Pasado el Carnaval, las carracas anuncian la Cuaresma. Por La Pradera y por Valsaín no hay rincón en el que no se las oiga. Y con la Cuaresma la Semana Santa, y con ella las procesiones.

Porque en Valsaín también se procesiona a Jesús cargado con la Cruz, y a su Madre Dolorosa. Y al Cristo crucificado. Y es el pueblo quien les porta en procesión, haciendo suyo el sentimiento de quien sufre y padece.

Así llegaba Mayo, y con él volvía a celebrarse la fiesta de la Cruz. Y en ese día volvía a repetirse la tradición. A todos los niños y niñas nos hacían en nuestras casas una pequeña cruz de madera, con la que ir por el vecindario pidiendo el chavito. Y por la tarde, de merienda al pinar.

Llegaba Mayo y con él traía la caricia del verano y el color del cantueso y de las amapolas, y de tantas y tantas flores que alegran el campo. Llegaba Mayo y las mujeres volvían a salir a coser a las solanas y a las puertas de las casas. Llegaba Mayo y los niños y las niñas volvían del campo con ramilletes de flores en las manos.

9 de Mayo de 2010


 


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CAMINO DE BALSAÍN (ANTONIO MACHADO)

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?
Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen
cabalgando conmigo, a tus entrañas.
...............Camino de Balsaín, 1911

Don Antonio Machado dejó con este Poema una de las más bellas semblanzas que se han escrito del Pinar y nuestro Pueblo, “Balsaín”, definiéndolo como las “entrañas” del Guadarrama.

En su texto, años más tarde publicado bajo el título “Caminos”, deja por sentado en su diálogo con la Sierra de Guadarrama hacia dónde se dirige, hasta dónde quiere llegar en su “cabalgar” a través de ella:

Nada más y nada menos que a sus “entrañas”. Y ahí, precisamente ahí, se encuentra “Balsaín”.

Muchas gracias Don Antonio.

Su memoria está viva y su espíritu cabalga “Camino de Balsaín”.

Veintidós de Febrero de 2009


 


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NAVALAVIENTO

En memoria de Don Pedro Montes Pajares, Paco, de su noble persona, gran amante de la Naturaleza y ejemplar gabarrero.

“Al gabarrero le surge un impulso individualizado y un espíritu conservador que le llevará a relatar los tiempos más ancestrales, los años que han pasado, como si fuera ayer...
Existe una ética profunda que nos alberga a todos desde que éramos niños, en este pueblo donde nacimos, donde compartimos lo bueno y lo malo. Salíamos de casa a la misma hora y por el mismo camino, en aquel ir y venir del pinar”.

Cosas del gabarrero. Cosas del carretero (Conrado Martín Merino).
Crónicas Gabarreras nº 7 – Agosto de 2008

“Felicito, todos hemos sido chicos”, le dijo Agustín de la Peña a mi abuelo, al despedirse, cuando en compañía de su hermano Francisco de la Peña (Pacho), su sobrino José María de la Peña y Chinorri, habían ido a interesarse por Emilio, aquel domingo de Octubre, festividad de la Virgen del Rosario. Esto me lo contó mi abuelo y así lo transcribo:

“Vinieron a interesarse por tu padre sus compañeros y amigos.
- Felicito, ¿cómo está el chico?.
- Bien, les dije. Pero pasad a casa, que os convide.
Pasaron y estuvimos tomando unos bollos y media copa.
Insistieron en ver a tu padre, pero les dije que para él las fiestas ya se habían acabado”.

Hoy, Emilio recuerda este episodio de su incipiente juventud con gran cariño hacia su padre y hacia sus compañeros de fatigas, y muy especialmente hacia su amigo del alma, José María de la Peña Álvaro, como lo que fue, “un grandísimo compañero y un trabajador infatigable”.

No me cabe la menor duda de que ese recuerdo es así y que siempre lo fue. Tan cierto es eso, como que en los gabarreros, carreteros, hacheros y jornaleros de otras profesiones desarrolladas en el pinar de Valsaín, como lo fueron muleros y boyeros, ha albergado de siempre una “ética profunda” desde que eran niños, pues no habían dejado de serlo cuando comenzaban la “carrera”, y eso fue así a lo largo de los tiempos hasta que la escolarización fue obligatoria hasta una determinada edad. Con anterioridad, la única Escuela eran la Familia y el Pinar, y ambos, el Pinar y la Familia, nunca dejaron de ser la mejor Escuela.

Una ética que se manifiesta desde una doble perspectiva, no sólo en su orgulloso aprendizaje, sino también al llevarla a la práctica.

En primer lugar, el niño actúa por mimetismo, es decir, tratando de imitar lo que hacen los mayores, de manera especial lo que ve hacer a su padre. Para el niño era toda una aventura fascinante poder acompañar a su padre al Pinar como si fuese un gabarrero o un carretero, un hachero, un mulero o un boyero más, e iniciarse en el manejo de las hachas, de las sogas, de los ganchos, de las caballerías, de los carros, de las cadenas, de las mulas o de las yuntas de bueyes.

Esa ética es la que da grandeza al noble corazón del profesional aún en ciernes, y aquí es donde surge la segunda de las perspectivas, porque le infiere un instinto de compañerismo que le acompañará de por vida. El gabarrero, el carretero, el hachero, el mulero y el boyero es una persona eminentemente sociable. El instinto de supervivencia le hace comprender que aquello que aprendió de niño no es otra cosa que un pacto de vida social al que ha de mantenerse fiel y que, de generación en generación, ha pasado a formar parte de la esencia del “Ser” de un Pueblo, es decir, de la Tradición.

Y al enraizarse en la conciencia colectiva, la ética aprendida y practicada pasa a formar parte de todas las manifestaciones de ese Pueblo. Casi sin darse cuenta, todas y cada una de las personas que han desarrollado su actividad laboral en el Pinar de Valsaín, se han integrado en su Comunidad.

Una Comunidad que ha vivido por y para el trabajo, pero que trabajó para sobrevivir y para relacionarse, tanto en el gozo como en el sufrimiento; para acompañarse, tanto en el festejo como en el dolor.

Y al final de sus días, a ese profesional, al gabarrero, al carretero, al hachero, al mulero y al boyero, le quedarán sus “Recuerdos” como fruto del instinto que, de forma natural, adquirió imitando a sus mayores. Y fruto también de la sabiduría acumulada al desarrollarlo en el transcurso de la vida.

Y es ese poso de sabiduría el que dará sentido al resto de su vida, demostrándolo con su comportamiento solidario, que le lleva a recorrer en su imaginación los mismos caminos, los mismos carriles, los mismos atajos, las mismas veredas.

Son ellos, los caminos, los carriles, los atajos y las veredas, los que le llevarán día tras día, hasta el final de sus días, a lugares míticos con nombres míticos, Navalaviento, Navalazor, Navalesquilar, Navalrincón, Pradera de Navalonguilla, Pradera de Vaquerizas..., donde su asombro infantil quedó colmado por la belleza de esos lugares, y cuyos nombres se aprendió y quedaron unidos en su mente a la imagen que de ellos quedó grabada al descubrirlos.

Navalaviento, qué recuerdos del ayer trae hoy este mítico nombre. Los sonidos del Pinar que le quedaron grabados en su mente. El viento que sopla suavemente al pasar entre las ramas de las copas de los pinos, a la vez que las mece; los cencerros de las vacas de Cercedilla que se han pasado a este lado de la sierra y suenan por Navalazor poniendo ritmo al lento transcurrir del tiempo.

Navalaviento... La suave caricia del viento y del sol en tu curtido rostro.

Navalaviento... La alegre compañía de tus hermanos.

Navalaviento... Allí, donde fue enterrada la excelente yegua, llamada Lola, que recibieron en herencia de su padre los hermanos Clemente y Luis Mantecas.

Navalaviento, desde donde una vereda te lleva a Navalazor.

Y todos los días volverás a caminar por los mismos caminos, carriles, atajos y veredas para reencontrarte con tus recuerdos y con tus vivencias, en los mismos lugares cuyos míticos nombres aprendiste.


 


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LA VIDA LLENA DE INSTANTES

“Los pueblos se hacen más grandes cuanto más respetan a sus mayores y toda persona enriquece en conocimientos cuando los escucha.”

Antonia (Toñi Concepción Sevillano)
Crónicas Gabarreras Nº 4 – Agosto de 2005

A la misma hora de la tarde en que el gabarrero, de dieciséis años que había cumplido hacía mes y medio, traspasaba la valla donde se encontraba el señor Ramón Goya, el herrador, haciéndose seguir por tres borricos a los que acababa de descargar en el almacén de los Fraile, en La Pradera de Navalhorno, me encontré yo, muchos años después, un día del mismo mes, frente a la señora Petra, esposa del señor Ramón, que estaba sentada sola en el banco, junto a la puerta de su casa.

Una vez hubo cruzado la valla llevando tras de sí los tres rucios, el gabarrero dijo:

- Aquí le dejo estos tres borricos para que los hierre, señor Ramón. Luego vengo a por ellos.

El joven y fuerte herrador de Valsaín instó al decidido muchacho, llamándole por su nombre:

- Emilio, no te vayas. Tienes que ayudarme a ordeñar en cuanto haya terminado de herrar los burros.

Tenía entonces el joven matrimonio formado por Petra y Ramón catorce vacas lecheras y Emilio, que era un muchacho servicial y dispuesto y que tenía desde muy niño una extraordinaria habilidad para ordeñar, lo que realizaba diariamente con el ganado de su padre Felicito, quien por tener las manos encallecidas y agrietadas se veía muy limitado para llevar a cabo dicha tarea, atendió el requerimiento del señor Ramón Goya con sumo gusto, pues ordeñando en compañía del joven herrador, le escuchaba con atención, con afán de aprender de él, durante el tiempo que pasaban juntos. Además, al señor Ramón Goya, le gustaba escuchar las peripecias que le habían ocurrido al muchacho en el pinar desde la última ocasión en que había estado allí con él.

El joven matrimonio tuvo una hija y dos hijos, llamados Pepita, Jesús y Ramón (a quién llamaban Monchi) y un sobrino llamado Jesús, hijo de Basilia y Nemesio, que era para sus primos como un hermano.

Con el paso del tiempo el gabarrero de Valsaín creció como persona y como profesional, ya que le quedaba mucho por andar, y formó también una familia.

En ella nací yo y siendo muy niño aún, cuando comencé a ir a la escuela en Valsaín como párvulo, en ella tuve por primera vez frente a mí a Pepita, ya que sustituía a la maestra titular, Doña Carmen, algunos días durante el curso. Pepita nos daba un trato lleno de cariño y simpatía y en esos días en los que era nuestra maestra, mi amigo Ramón García y yo no hacíamos novillos.

Al curso siguiente pasé a medianos, con Don Julio. La orientación de las ventanas de nuestra clase era al Sur. Veíamos Siete Picos, el Montón de Trigo y el macizo de La Mujer Muerta. Y desde allí comencé a comprobar cómo todos los días, alternándose en la tarea, Jesús y Monchi llevaban las vacas al Parque después de ordeñarlas por la mañana, de haberles dado de comer y de haber limpiado los establos.

Los domingos y festivos por la mañana, pronto, Jesús y Monchi realizaban también esas tareas, como los demás días, ayudando a su padre. Se les podía ver al pasar por delante del vallado, tras el cual estaban los establos, a la vez que se dejaba sentir el olor de la leche recién ordeñada.

Estuve tres cursos en medianos, a lo largo de los cuales Jesús y Monchi también nos dieron clase en días sueltos, siendo Monchi quién lo hizo en mayor número de ocasiones. Ni que decir tiene, la atención era absoluta hacia ellos por parte de todos, incluso de los más inquietos. Ellos, de una forma sencilla, hacían que aumentara nuestro interés por aprender y que deseáramos que llegase el día en que volviesen.

Al finalizar este ciclo pasé a mayores con Don Rufino. Más bien, él fue quien nos reclamó a una serie de alumnos para que avanzásemos en el plan de enseñanza e iniciásemos el Bachillerato. Fueron dos cursos en los que la presencia de Jesús, también en días sueltos, fue muy agradable y será siempre recordada por todos cuantos allí estábamos, continuásemos estudiando o no.

Fuimos una generación privilegiada, cada uno con nuestra capacidad, pero todos disfrutamos en la escuela con los hermanos Goya López con quién también compartíamos mesa y mantel en el comedor de las escuelas, así como la comida tan excelente que con tanto cariño preparaba y servía la señora Fausta.

Aquella tarde, me acerqué presto a la señora Petra a saludarla y a darle el pésame, con un nudo en el estómago y un sudor frío que me corrió por la espalda desde el mismo momento en que la vi, cuando aún caminaba yo junto a la carretera. Hacía poco que había fallecido el señor Ramón Goya y era un duro golpe, además de inesperado, el más duro, quizá, que le había dado la vida hasta entonces.

Ella me miró y, como me conocía bien, sabiendo mi intención, esbozó una sonrisa de agradecimiento y me explicó cómo había sucedido. Desde su profundo dolor, que mostraba con naturalidad, fue ella la que me tranquilizó, y el nudo que me había atenazado desapareció.

Al hoy ya viejo gabarrero y a mí, ha vuelto a hacérsenos un nudo. Ahora, como pasó cuando falleció el señor Ramón, el duro golpe ha sido para Pepita, Jesús y Monchi, La señora Petra y el señor Ramón están juntos para siempre. Descansen en Paz.


 


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VIENTO DEL NOROESTE

En memoria de D. José García Martín, Pepe el de Valeriano.
(Febrero 2008)

“...había que atravesar el Puente, que en invierno era tarea nada fácil...”

Ser de Valsaín (Evelio España Fernández).

El viento gélido del Noroeste que soplaba en ese preciso instante, levantaba del pretil del puente la nieve, lanzándola de forma furiosa contra sus caras, haciéndoles cerrar los ojos cuando Ciriaco y José Luis se disponían, desde el centro mismo del puente de Valsaín, a tirar sendas piedras que habían buscado afanosos bajo la nieve, para intentar romper la capa de hielo que cubría la poza del puente.

Tras ellos, corrían otros dos amigos suyos que querían ser los primeros en abrir brecha en la dura capa de hielo. Y a fe que consiguieron abrirla.

Llegaron al puente los cuatro casi sudando, con las mejillas enrojecidas, tras una intrépida carrera desde las escuelas, a cuya salida se emplearon raudos en buscar las piedras que lanzarían contra el hielo, a la vez que sus prendas de abrigo se cubrían de la nieve con la que el viento les azotaba.

Hacía más de media hora que habíamos visto, desde las escuelas, el paso de los últimos gabarreros que volvían del pinar. Envueltos en mantas, a modo de capa, que les tapaban desde los pies hasta la cabeza, dejando al descubierto tan sólo parte de la cara, la necesaria para ver y respirar así como, alguno de ellos, consumir a duras penas un cigarro que sus heladas y agrietadas manos habían logrado encender momentos antes.

Calzados, la mayoría de ellos, con altas botas de goma cuyas huellas, que iban dejando sobre la nieve que cubría la vereda que discurre paralela al parque, se superponían a las de los gabarreros que habían pasado minutos antes camino de Valsaín y que, al incorporarse a la carretera, se superponían también a las que habían dejado los carreteros camino del regil.

Los cuatro chicos eran la avanzadilla de otros más, chicos y chicas, niños y niñas que, alegres, volvían a sus casas al finalizar el primer día de escuela tras las vacaciones de Navidad. Muchos de ellos saldrían a la calle, si les dejaban, a patinar o a deslizarse por las cuestas con los trineos hechos de tablas. Unos pocos, de diferentes edades, aún continuarían aprendiendo y haciendo los deberes en casa de los maestros.

Era un día en el que se volvía a la rutina diaria, pero no era un día cualquiera. Era un día en el que los recuerdos de la pasada Navidad estaban vivos. Era un día en el que aún se percibía la ilusión vivida por celebrar en familia Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes.

Era un día en el que aún estaba vivo el recuerdo de haber ensayado villancicos y coplas, para ir por el pueblo pidiendo el aguinaldo. El recuerdo de ver a nuestras madres esmerarse en la preparación de cenas y comidas familiares que, sólo por su esmero, eran un auténtico manjar.

Esa fría tarde, en casa de Don Julio, uno de los maestros, un grupo de niñas y niños alrededor de una mesa y una estufa fue rememorando, preguntados por Doña Pruden, esposa del maestro, ésos y otros recuerdos que evocaban la celebración de la Navidad.

Así, se fueron recreando ilusiones. Las que producían la espera de ese ansiado momento de estar juntos en familia en las diferentes celebraciones, y las reuniones con los vecinos que seguían a cada una de ellas haciéndolas más alegres y divertidas. La ilusión que producía el cantar villancicos en la iglesia y por el pueblo, con alegría y júbilo.

Y, por supuesto, la ansiada espera de los Reyes Magos.

Una niña llamada Basi fue narrando, llena de emoción que sus ojos brillantes denotaban, toda la ilusión que su padre creó en ella la noche de Reyes, mientras compartían con su madre y sus hermanas y hermanos un roscón de reyes.

Contó cómo le fue creando ilusión por la sorpresa del roscón, ilusión por la magia de la llegada de los Reyes Magos, ilusión por los regalos que portaban y repartían esa noche.

Y volvía a sentir vivas todas las ilusiones en el momento de evocarlas. Y compartió la magia de la ilusión que su padre le había infundido, con aquéllas otras niñas y niños que se encontraban con ella junto a aquélla señora, alrededor de una mesa y una estufa, en un ambiente cálido y lleno de emociones, aquélla gélida tarde de enero en Valsaín.


 


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LA SABIDURÍA O EL VALOR DE LOS RECUERDOS

En agradecimiento a nuestros padres, abuelos, antecesores y mayores, en general, vecinas y vecinos que fueron de Valsaín, o que aún lo son.

Leyendo “Crónicas Gabarreras” he ido encontrándome, a lo largo de sus ediciones, una serie de artículos de diferentes personas que reflejan la experiencia acumulada a lo largo de la vida. Son relatos escritos de su puño y letra, como los de Doña Antonia Martín Vázquez. Con toda lucidez, Doña Antonia nos muestra parte de lo que la vida le ha ido enseñando, y en sus artículos podemos entresacar las enseñanzas que, a modo de moraleja, ella ha aprendido y nos deja para la posteridad.

Mención especial me merece, entre los relatos escritos por sus autores, el de Don Conrado Martín Merino,“Cosas de Valsaín” . Tiene una carga emocional de la que no está, ni estuvo, exento nadie que pertenezca, o perteneciera, a su “Generación” y viviera en Valsaín, fuese hombre o mujer. Además tiene un trasfondo filosófico de la vida misma, con el contenido de valores que han adornado al hombre y a la mujer vecinos de nuestro pueblo; y un mensaje para las generaciones más jóvenes y venideras del que es depositario, mensaje que recibió de sus padres y sus mayores, como lo recibieron los hombres y mujeres de su “Generación” que habitaron y dieron Vida a Valsaín.

En esa lectura de “Crónicas Gabarreras”, se pueden encontrar artículos cuyo contenido son relatos narrados de viva voz y recogidos por escrito. Es el caso de Don Leandro Rodríguez Fernández, que narra sus recuerdos y experiencias vividas para que sean recogidas por escrito y, de esta forma, pasen a la posteridad. En ellos demuestra la amplia cultura de la madera que ha sabido recopilar a lo largo de su extensa y fructífera vida profesional. Pero el mayor calado de sus relatos se encuentra en la parte humana de los mismos. El recuerdo imborrable de los compañeros, de los vecinos y, cómo no, de los familiares.

Me acerco a observar una fotografía de mi abuelo, Don Felicito Montes Llorente, y le recuerdo narrando su vida, sus recuerdos, sus experiencias, unas llenas de dureza y sinsabores, otras con la misma dureza pero más alegres o acompañadas de un final que deja un buen sabor de boca, el que supone la superación de la adversidad. Sus narraciones atrapaban la atención de quienes le escuchaban y atraían a quienes estaban a su alrededor. Era depositario de una buena educación que le dieron sus padres, Don Basilio Montes y Doña Eustaquia Llorente, y que con su ejemplo fue sembrando. Y de unos valores humanos, entre los que destaco el de solidaridad: Siempre fue compañero de sus compañeros y siempre ayudó a quién le solicitó su ayuda.

Observo, igualmente, una de las últimas fotografías publicadas por “Crónicas Gabarreras” de Doña Antonia Martín Vázquez y de Don Leandro Rodríguez Fernández y tengo en mi retina la imagen de Don Conrado Martín Merino y puedo decir que, todos ellos, poseen la Sabiduría que les ha dado la vida. Y han sido y son sabios porque han sido y son generosos. Han acumulado conocimientos y experiencias que han recibido de la vida misma y de sus progenitores y mayores, y que hoy forman parte de sus Recuerdos . Pero no se los han guardado para ellos, ni acaso sólo se los han transmitido a los más allegados. Han tenido y tienen la grandeza de miras de compartirlos, conocimientos y experiencias, con cuantos han estado en su cercanía, a su alrededor, y ha sido caso o menester hacerlo, o así se lo han solicitado, caso de mi abuelo, fallecido en 1984. También es el caso de los demás, los cuales también han contado con las excelentes tribunas que son “Crónicas Gabarreras” y www.devalsain.com.

Agosto de 2007


 


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RECUERDO AGRADECIDO AL SEÑOR TOMAS ENCINAS

Recientemente se ha celebrado el ciento cincuenta aniversario de la creación de Correos, como servicio de la Administración del Estado a los ciudadanos. Jurídicamente, sus trabajadores, hasta que dicho cuerpo toma otro carácter con la denominación de Organismo Autónomo, fueron funcionarios públicos, es decir, trabajaban al servicio de la sociedad.

Valsaín ha tenido buenos servidores públicos, como Alcalde voy a citar al señor Alejandro Manso, a quién recuerdo ya muy mayor, pues yo era un niño, sentado a la puerta de su hija “Cristi” y su yerno Pepe Trilla. También como Alcalde, y por lo tanto servidor público, recuerdo al señor Cipriano Bermejo, en sus visitas a las escuelas para conocer de primera mano las necesidades que allí existían. Fueron personas que ejercieron sus cargos en tiempos muy difíciles, en los que la mesura y el buen hacer de sus personas siempre redundaron en beneficio del pueblo.

Pero hubo un hombre, y a su lado una familia, en aquél Valsaín de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado que, como funcionario público, debe ser recordado con agradecimiento por Valsaín, nuestro cartero por excelencia, el SEÑOR TOMÁS ENCINAS.

Eran años de rigurosos inviernos y secos y calurosos veranos. Era el clima continental del centro de la Península Ibérica, que nos enseñaban en la escuela, o lo que la sabiduría popular nos enseñaba a través de nuestros padres y abuelos: "Nueve meses de invierno y tres de infierno". En este ambiente climático, adverso a todas luces, desarrolló su trabajo el señor Tomás.

Hemos de imaginar las frías madrugadas, allí, en su casa de La Pradera, en la que su esposa, la señora Dolores, regentaba el estanco, y ambos con la ayuda de su hija Rosario y sus hijos Tomás y Alberto, sacaron adelante la taberna popularmente llamada "el porrón".

Lo primero y primordial era calentar el hogar, encender el fogón y la estufa, tomar un tazón caliente de café para calentar el estómago y a continuación coger la cartera con el correo recogido el día anterior, o el saco si fuese necesario, y subirse a la bicicleta que, como medio de transporte, utilizaba en sus desplazamientos.

Hasta La Granja se dirigía el señor Tomás, donde estaba la oficina de Correos y Telégrafos, para depositar el correo que desde Valsaín daba salida; puede que hubiera muchas veces que le tocase hacer llegar hasta Segovia el correo que hacia allí o hacia otros destinos hubiese.

Con los ojos puestos en la carretera, fijamente en el brillo de los adoquines por si hubiese hielo y no frenar la marcha, para evitar así una caída segura. Con los oídos centrados en todo cuanto le rodea, otros vehículos que le adelantan en su misma dirección, o que se le cruzan en dirección contraria; personas con animales cargados a los que adelantar o con carros a comprar mercancías, recordemos, entre otras personas, a la señora María Trilla, al señor Félix Gil o al señor Nemesio Goya. Y siempre atento con las personas que, por las veredas, junto a la carretera, iban o venían.

Luego, el camino de vuelta, con el correo recibido y ordenado para su reparto, así como con el dinero que, a través de la Caja Postal, se enviaba en forma de giros postales. Con el libro de certificados puesto al día y debidamente rellenado, para que los destinatarios con su firma o huella dactilar diesen por recibida la carta, el paquete, la pensión o el giro que, desde sus lugares de trabajo, los que marcharon de Valsaín, mandaban a sus casas.

Hemos de imaginar, igualmente, a la señora Dolores respirar de satisfacción, por ver la imagen de su esposo al doblar la última curva de subida de La Pata de la Vaca. Ya le tenía allí un día más, lo peor había pasado. Sólo quedaba el reparto por el pueblo, que no estaba exento, ni mucho menos, de múltiples peligros.

Primero por La Pradera. Estaban las casas de junto a la carretera, hasta el puente, y los chozos de atrás de un lado de la misma. Del otro, la fábrica, a cuyas oficinas la entrega de correspondencia era casi diaria y el resto de vecindario de las diferentes calles. Lo importante era cruzar y transitar la carretera general lo menos posible.

Luego hacía el reparto por el Barrio Nuevo. Qué alegría cuando, habiendo ya salido de la escuela, con mi padre en casa, recién llegado de la fábrica para comer, aún jugando y correteando por los patios con mi amigo Ramón García de la Cruz o mi amiga Ana María Bayón Hermida, o con "Chaguillo", Santiago Herrero Matesanz y "Negrete", Ángel Isabel Dorrego, aparecía la figura adusta y estilizada del señor Tomás sobre su bici y se paraba junto a mi patio.

Mi madre llamándome para comer, pero en mi carrera yo me detenía junto al señor Tomás quién, además de la carta correspondiente, siempre tenía una palabra de cariño. Se había bajado de la bici y ya, de cerca, me fijaba en sus pantalones recogidos con una pinza para que no se le enganchasen en la cadena.

Luego, a Valsaín. Bajaba por la iglesia hasta la casa de la señora Lola y de Sabino, su hijo Teodoro, frente a las escuelas. Allí empezaba otro peligro. Bajaba el "tratra" cargado de pinos sujetos con cadenas al camión, por la carretera de Valsaín. ¡Cuántas veces se habrán cruzado!. Era el último viaje antes de comer; los cortadores, encima de los pinos, hacían caer los sacos de leña que luego recogerían junto a las cuadras de Sabino.

Sobre esa hora, las dos de la tarde, volvían de La Granja o de Segovia los taxistas de Valsaín, el señor Pedro Fraile y Francisco Benito. Tanto éstos como cualquiera que fuese el conductor del "tratra", Calleja o Juan Bermejo, entre otros, bien sabían de la presencia del señor Tomás Encinas recorriendo la carretera de Valsaín, camino que llevaba de vuelta a su casa hacia las tres de la tarde, hora en que entrábamos a la escuela, los taxistas volvían a Segovia y el "tratra" al Pinar.


 


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AQUEL DIA DE AÑO NUEVO

¿Qué fue de aquel tiempo? ¿Qué fue de aquellos días?

La bruma los arrulla y envuelve. La niebla húmeda que desprende el Pinar retiene su memoria, la evapora y vuelve a él para continuar el ciclo de la vida. Querido Angelín, Ángel Martín Trilla, tu recuerdo permanece en la memoria, tu imagen en la retina; el Pinar te retiene y tu esencia está en él y en nuestros corazones. Corazones digo, para corazón el tuyo. El nuestro se congeló el día que te fuiste con tu primo. Congelados estábamos aquél día de Año Nuevo de 1974 cuando, en la Plaza de los Dolores, en el centro de La Granja, con una copiosa nevada que había caído sobre Valsaín y La Granja de madrugada, apareciste tú. ¡Nada menos que en vaqueros y camiseta de manga corta! Desafiante a la climatología. Tu blanca piel dejaba ver el color de tu sangre en tu rostro, colorado como un tomate.

- Angelín, te vas a helar-, te dije.
- No tengo frío-, me respondiste.
- Puedes enfriarte y coger un trancazo-, te insistí.

Era evidente, tu gran corazón bombeaba sangre a todo tu cuerpo y tu cara lo delataba. Es tu corazón el que delataba tu grandeza y se evidenciaba a sí mismo. Como tu gran corazón volvió a evidenciarse aquél día de finales de Agosto, cuando nos abordaste a Andrés, sí, Andrés Sanz Redondo, y a mí, para invitarnos a tu casa y darnos un recital de guitarra. Yo lo denomino “Recital de guitarra para dos”, por Ángel Martín Trilla. Era verano, tu último verano entre nosotros. Nadie de tu familia estaba en tu casa del Barrio Nuevo. Fue un Recital en privado, para nosotros. Déjame que te diga que me siento privilegiado.

Era el día de Año Nuevo de 1975. Otra copiosa nevada cubría Valsaín, y con él, también cubría el Pinar. Me relataba el señor Cipriano Bermejo Martín, alcalde de Valsaín, en los soportales de la iglesia, antes de entrar a Misa que fue el día de Nochebuena cuando cayó la gran nevada, por la noche. Cables del tendido eléctrico cayeron por el peso de la nieve, dejando sin electricidad muchos hogares y por ende, sin luz. Fue una Nochebuena a la luz de las velas, como antiguamente.

La nieve se acumuló en grandes cantidades por todo Valsaín. También en el Pinar. En éste, fueron extraordinarias las consecuencias de la nevada, ramas y cándalos caídos; pinos tronchados, latas tronchadas y pimpollos totalmente cubiertos, en el mejor de los casos, y doblados y tronchados por el peso de la nieve. Se cerró el puerto de Navacerrada durante tres días completos. Desde La Granja, Valsaín también quedó incomunicado. En Cabezagatos, la familia La Flor, quedó incomunicada, César era muy pequeño y lloraba por no poder salir a jugar, me dijo, tiempo después, su hermana Rocío. Me contaba el señor Cipriano, también, que hubo de intervenir el Ejército, en servicio al pueblo, con helicópteros para hacer llegar pan y otros alimentos, medicinas y bombonas de butano allí donde se necesitaban, así como al guarda y su familia, residentes en Cabezagatos.

Pasadas Nochebuena y Navidad, pensaba acudir con mis abuelos Felicito y Trinidad, a Valsaín, de vacaciones. Hube de esperar los antedichos tres días en que estuvo cerrado el puerto y La Rápida no podía pasar por Valsaín. Mi gozo era grande al observar, junto al señor Cipriano y mientras le escuchaba, lo majestuoso de Peñalara y el Pinar con Valsaín a sus pies. Era, como dije, el día de Año Nuevo de 1975.

Corría el uno de Enero de 1966, día de Año Nuevo. Lucía Valsaín un cielo azul, lleno de luminosidad. El sol irradiaba sobre el manto de nieve que cubría a nuestro pueblo y al Pinar, no sólo su luz, que destellaba sobre las figuras que forman los copos y los cristales de hielo, sino, también su calor, que se hacía sentir y se agradecía por los que, poco antes de las doce del mediodía, aguardábamos en los soportales de la iglesia, con alegría y amenizados por los cánticos de la juventud al son de una guitarra, una bandurria, almirez, castañuelas, panderetas y zambombas, a que Don Gaspar nos avisara con el tercer toque de campana que iba a comenzar la Misa de Adoración al Niño Manuel.

Hacía unos días que Sabino venía observando, al irse a la fábrica, huellas de una zorra alrededor de sus cuadras. En su mente se fue consolidando una idea: cazar a la zorra. ¿Cómo? Tendiéndole una trampa. ¿Aún a costa de la vida de alguna de sus gallinas? Sí, por supuesto. La idea era tentadora. Tenía que demostrarse a sí mismo, y de paso a los demás, que su inteligencia y astucia eran mayores que las de la zorra. Esto nadie lo hubiese dudado y, supongo, nadie lo dudó jamás.

Salió Don Gaspar de su casa a saludar a los allí presentes, entre todos nosotros nuestro alcalde, el señor Cipriano Bermejo Martín, para, seguidamente, dar el tercer toque de campana y comenzar la celebración religiosa cuando, de repente,... ¡Don Gaspar!, ¡Don Gaspar!, ¡la zorra! Era Sabino, que apareció de sus cuadras como un poseso anunciando a Don Gaspar, a quién habría manifestado su intención, que la zorra había caído en la trampa. Todos volvimos, atónitos, nuestra mirada hacia Sabino y corrimos, Don Gaspar el primero, en su ayuda.

El revuelo fue monumental. La zorra estaba en el gallinero y había que cogerla para matarla, antes de que ella acabase con todas las gallinas, gallos y pollos. Ya fue precavido Sabino para que la zorra entrara en el gallinero y no en la cuadra donde tenía gansos y patos, así como en la que tenía el macho carnero, ovejas y corderos. Todos cuantos estábamos en los soportales de la iglesia, nos arremolinamos alrededor de las cuadras y la casa de Sabino. Su madre, la señora Lola, nerviosa por el revuelo formado, pedía disculpas a las autoridades presentes, Guardia Civil incluida. Duró poco el revuelo, pues la zorra fue cogida a tiempo de que la escabechina que había hecho fuese mayor. Sabino y su madre, con la zorra ya muerta y algunas gallinas que había matado, se introdujeron en su casa. Los demás, fuimos volviendo a la iglesia comentando lo acontecido.

El tercer toque de campana lo dimos los monaguillos Ángel Isabel Dorrego, Ramón García de la Cruz y, un servidor de ustedes, Emilio Montes Herrero, quienes por solemnidad y por edad no nos correspondía ayudar a Misa ese día. Fueron Miguel Ángel Herrero Matesanz, Eugenio Isabel Dorrego, Santiago Herrero Matesanz y Antonio Bayón Hermida quienes ayudaron y acompañaron en el Altar a Don Gaspar.

La juventud de Valsaín, mozas y casadas, solteros y casados pusieron la alegría con la música y los cánticos de villancicos y coplas dedicados al Niño. Los menores también cantábamos y la feligresía, en general, se sentía con ánimos renovados para continuar la vida dura y difícil y afrontar todo un año por delante que, nadie sabía lo que nos depararía.


 


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EMILIO MONTES HERRERO (PRESENTACION)

 

Mi nombre es Emilio Montes Herrero. Nazco en Segovia el día 1 de Abril de 1957. Mi lugar de nacimiento debería haber sido Valsaín, más concretamente en la casa número 5 de la calle Primera, en La Pradera de Navalhorno si no hubiese sido por la necesidad de evitarle problemas a mi madre en mi alumbramiento, advertencia hecha por el entonces médico de Valsaín, Don Elías Gil Martín.

Mis padres, Emilio Montes Alonso y Aurora Herrero Artiaga residían desde que contrajeron matrimonio en Valsaín, en el año 1955, en una de las viviendas de la casa antes citada. Dicha vivienda fue habilitada por mis abuelos paternos, Felicito Montes Llorente y Trinidad Alonso de Frutos para residencia de mis padres, ya que la casa era una concesión a mi abuelo, en tanto que era trabajador de la explotación de maderas, y en ella también residían la hermana y hermanos de mi padre, solteros aún por entonces, mi tía Áurea y mis tíos Antonio y Pedro Montes Alonso. La otra hermana de mi padre, mi tía Manuela, estaba ya casada y vivía en La Granja.

En ella vivimos mis padres, mi hermana Aurora y yo hasta Octubre de 1960. en que nos trasladamos a una de las nuevas viviendas construidas por Patrimonio Nacional, en el llamado Barrio Nuevo y que mi padre, como otros muchos trabajadores, había solicitado. En ella residimos hasta Octubre de 1968, en que mi padre deja de ser trabajador de la explotación de maderas.

Así como en La Pradera mis más tiernos recuerdos están ligados al huerto que sembraba mi abuelo, al arroyo que baja del depósito del agua; a los frondosos castaños, álamos, chopos, acacias, nogales y plátanos; a los pinos que, tras Cerro Puerco, llegan a los pies de Peñalara, Dos Hermanas y Peñacitores, y se extienden hasta Siete Picos y La Mujer Muerta. En el Barrio Nuevo, mis recuerdos están unidos a los verdes pastizales del Parque y del Bosque, al río Eresma y el Puente de Valsaín, a las matas de robles y encinas de las onduladas colinas que forman las partes bajas de la sierra por el Oeste, a los pinos que pueblan la sierra desde la Fuenfría hasta la Cruz de La Gallega y al Palacio, Torreón y Pueblo de Valsaín. E indefectiblemente, a todas las personas que habitaban nuestro pueblo.

©Pedro de la Peña García | devalsain.com