Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Historia > La historia a retazos. Valsaín segunda mitad del siglo XIX (José Manuel Martín Trilla)  


Valsaín hacia finales del siglo diecinueve. Recreación de Eutiquio CanedaRoque León de Rivero, ingeniero de montes del pinar de Valsaín, realizaba el inventario de todo lo que habían robado al servicio de guardería. Aquella noche de 1873 una partida carlista atracó las casas de los guardas, diseminadas por el pinar, hurtando caballos, sillas de montar, escopetas y otros enseres que consideraban de su utilidad. Luego se acercaron hasta el pueblo y asaltaron varias casas, entre ellas la del alcalde Andrés Manso, provocando, sin duda alguna, una noche de pánico. Pero, fuera aparte de estos sucesos que, aunque truculentos, no pasaban de anecdóticos, la mente del ingeniero viajaba por otros lugares…

… Desde que en 1855 el ministro de Hacienda Pascual Madoz dictara las normas sobre su Ley Desamortizadora, los pinares de Valsaín corrían el peligro de pasar a manos privadas. A pesar de los esfuerzos del ingeniero Agustín Pascual por evitar semejante desatino, en 1869 comienza la venta del pinar de Valsaín, tras declararse extinto el Patrimonio de la Corona e incorporarse al Estado.

Voces discordantes clamaban por que semejante tropelía no se consolidara. Y confluyeron dos circunstancias que revirtieron el nefasto proceso:

– A nivel nacional, los convulsos años de aquella etapa histórica derivaron en la Primera República, a la que puso fin la Restauración de la Monarquía Borbónica (1874).En estas paradojas del destino, la Corona decidió recuperar sus posesiones, y por ende, el pinar de Valsaín, que volvería a manos estatales.

– En un nivel más cercano, cabe destacar la enconada defensa y protección del pinar llevada a cabo por “La Comisión al Servicio del Pinar” (1872), integrada por tres ingenieros: Roque del León, y los carismáticos Rafael Breñosa y José María Castellarnau.

La Comisión, cuya labor principal sería la ordenación del pinar, realizaría un excelente trabajo, aunque pronto comenzarían las discrepancias de sus máximos representantes. Castellarnau se oponía frontalmente a lo que él consideraba talas indiscriminadas y al ambicioso proyecto de la construcción de una serrería. En esta tesitura, y en este choque de conceptos sobre la interpretación de la conservación del pinar, Castellarnau presentó su dimisión en 1883, fecha de inauguración del Real Aserrío Mecánico de los Montes de Valsaín.

Pero retrocedamos de nuevo en el tiempo: La vida cotidiana de Valsaín discurría ligada a sus pinares y a la explotación de la madera. Los talleres de aserrío se extendían por las inmediaciones del Puente de la Cantina, de la Venta de los Mosquitos y en el alfoz de Valsaín, lo que se conocía como Pradera de Navalhorno. Requerían mano de obra, cuya procedencia solía tener origen en el Norte de España. Gallegos, asturianos, vascos…; gente dura, curtida…, asentados en su mayoría en La Pradera de Navalhorno de forma anárquica, en condiciones insalubres, y soportando los drásticos rigores del clima… En el año 1870 se reordena este núcleo de población, con la construcción de chozos, casetones de primer y segundo orden (según el nivel social y económico de los arrendatarios). Con el paso del tiempo, La Pradera de Navalhorno se consolidó como una barriada importante, con sus vallados de madera, calles y paseos, adornados por más de cien castaños de indias procedentes de los viveros de Aranjuez. La construcción del nuevo barrio llevó a la desaparición paulatina de los talleres que ocupaban el área del Puente de la Cantina y de la Venta de los Mosquitos, a lo que contribuyó de forma definitiva la puesta en marcha de flamante Real Taller de Aserrío Mecánico.

En aquellos años ilustrados, el pinar deleitaba con su embrujo. Profesionales del más alto nivel recorrían las sendas montaraces con un objetivo: redescubrir el Guadarrama. Geólogos, como Casiano del Prado o José Macpherson; ingenieros de montes como los ya citados; botánicos, entomólogos…, se hicieron eco de la pasión creciente por la sierra. Y por supuesto, cabe resaltar la labor de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos, que impulsó de forma espectacular ese entusiasmo por las montañas guadarrameñas, y cuyo prestigio queda ampliamente contrastado con personajes como los profesores Manuel Bartolomé Cossío o Constancio Bernaldo Quirós. En este contexto, aunque con anterioridad, cabe destacar un hecho histórico sin precedentes: En 1849, Mariano de la Paz Graells descubrió un insólito ejemplar de una curiosa mariposa. Tras una búsqueda exhaustiva de la misma –según las indicaciones de Juan Mieg– por los pinares de Valsaín y alrededores, el famoso entomólogo consiguió capturar por fin, en los cercanos montes de Peguerinos, la anhelada mariposa nocturna: La Graelsia IsaIsabelae, la mariposa autóctona de la sierra de Guadarrama.

Es lógico pensar que la aureola de romanticismo que rodeaba los bosques de Valsaín tuviera su repercusión en el arte. El 24 de diciembre de 1854 se representaba en el teatro del Príncipe de Madrid la obra “El Castillo de Balsaín”, de Manuel Tamayo y Baus y Luis Fernández Guerra. La zarzuela escogió como escenario estos parajes en los que se desarrolla “La molinera de Balsaín” de Eugenio Rubi y José María Huici, con música de Manuel Crescj. En 1879, el periodista Fernando Rivas publicaba una pequeña colección de relatos cortos titulada “Las leyendas del pinar”. En 1883 llegó a Valsaín Marcos de Aragón como comisionado de una empresa francesa para poner en marcha el nuevo aserradero. Establecido en Valsaín, unos de sus hijos, Jesús de Aragón (1893-1973), siguió la senda literaria y se le llegó a conocer como el Julio Verne español.

En semejantes términos discurría la historia nuestra contada en retazos. Es ahí, en sus fauces, donde se esconde esa desconocida intrahistoria, cuya profunda huella queda marcada en el devenir de los pueblos. Y mientras el emblemático Palacio se sumía en una lenta agonía, mientras el aullido del lobo resonaba entre los riscos de Peñalara…, el pueblo de Valsaín acentuaba sus rasgos identitarios entre hachas y madera. Gabarreros, carreteros, leñadores, gentes del pinar…; adaptados a la inexorable Ley de la Naturaleza; sometidos al poder de la justicia de despacho, que considera irrelevante el sentir de los autóctonos. Avatares del destino que siempre se ceba con los más débiles, a los que tanto olvida.

José Manuel Martín Trilla.


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