Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Relatos > La verdadera historia del Palacio de Valsaín (Antonio Salamanca Yague)  


Foto: Tinín Pérez

Hace ya cinco siglos, en el pueblo de Valsain, había una bonita casa de campo donde príncipes, condes, duques y demás gente guapa de entonces venían a cazar y a dar rienda suelta a sus más oscuros instintos. Una vez enterado el Rey de la caza que había por estos lugares y de lo se cocía en la casa de campo, decidió hacer una visita a tan bonito lugar. Nada mas conocer estos parajes, se quedó prendado de ellos, hasta el punto de reunir a sus arquitectos y mandarles construir un palacio. Con pinos de Valsain, piedras de las mejores canteras de la zona y pizarras de Bernardos, se fue levantando un bonito palacio.

Como en este hermoso valle no faltaba su río, mandó el rey (que le gustaba pasar horas junto a él) sembrar un hermoso sauce para que le diera sombra, justo al lado de un manantial que daba el agua helada aun en verano.

Pasado el tiempo, y después de ser estancia para reyes y príncipes, y de celebrar todo tipo de fiestas, bodorrios que duraban una semana y demás eventos lúdicos; pues eso, que en una de estas “fiestuky real”, vino una hija del rey. Una Princesa de gran belleza (como la de los cuentos o más) que enamoraba a todo quien hablaba con ella. Esta princesa quedó perpleja al ver la belleza del Palacio y su entorno (aún no teníamos ahí las peñas). Ella le dijo a su padre: “ese Palacio será mío”, pero el monarca se negó a las pretensiones de la Princesa, y esta enfurecida le dijo a su padre: “Esto no se va a quedar así, no pararé hasta sea mío”.

Desde ese momento, la princesa no paraba de dar vueltas en su cabeza a la manera de hacerse con tan bello Palacio; pero viendo la negativa de su padre, pensó en la manera de hacerse con tan bonito paraje. Para ello organizó una gran cacería, y terminada esta, se sentaron alrededor de la mesa donde dieron cuenta de unos cuantos asados y una cosecha entera de vino. Entonces la princesa buscó al bufón del rey para que le contara cosas sobre el Palacio. Este, que se había bebido media arroba de vino, la informó de todos los detalles, y al final la Princesa le dijo: “Tú me ocultas algo”. Después de amenazarle; este, muerto de miedo ante la furia de esa mujer, le confesó lo siguiente: “SI ALGUIEN CORTA EL SAUCE QUE EL REY MANDÓ PLANTAR JUNTO AL RÍO, SUCEDERÁ UN MALEFICIO SOBRE EL PALACIO”.

Foto: Alfonso Ceballos-Escalera y Gila

Un día de verano, paseando la Princesa por la orilla del río, le llegó a sus oídos el sonido de un hacha al golpear contra un pino. Se acercó, y al ver cómo un fornido gabarrero derramaba un pino con la mayor destreza, pronto entabló conversación con él, y al cabo de un rato le dijo que tenía un trabajo para él y que si estaría dispuesto a realizarlo. El hachero le dio su palabra al instante, asegurando que haría lo que ella le pidiese. “El próximo domingo, se celebrará un ágape en mi honor y después habrá una fiesta en el Palacio”, le dijo la Princesa, “y tú, al anochecer, tienes que estar con tu hacha junto al sauce que hay cerca del río”.

Llegado el domingo y después de que el gabarrero afilara su hacha, se presentó junto al río a esperar las ordenes de la Princesa. Esta no tardo en llegar y le dijo al gabarrero: “TIENES QUE CORTAR EL SAUCE. Te pagaré lo que me pidas”. Al momento, el hombre se negó al entender que sería una locura cortar tan bello árbol, pero ante la insistencia de la princesa, este accedió.

Al dar el primer hachazo, el gabarrero intuyó que algo malo iba a ocurrir, pero él siguió cumpliendo el mandato de la malvada Princesa. Mientras, en el Palacio seguía la fiesta, ajenos a la desgracia que podía ocurrir al cortar el sauce. Justo coincidiendo con el ultimo golpe de hacha, uno de los invitados, que por cierto no llevaba ni pizca de sed, se encontró mal, y al ir a sus aposentos tropezó con una de las enormes cortinas, cayendo sobre estas el farol que llevaba para alumbrar el camino hacia su habitación, y rápidamente comenzaron a arder. Nada mas comenzar el fuego, acudió a sofocarle todo el servicio, así como vecinos del pueblo (aún no existía Protección Civil) pero ya no pudieron hacer nada para sofocar las llamas. Al ver el fornido gabarrero la cara de satisfacción de la Princesa, al ver arder el Palacio, se dio cuenta del error cometido y maldijo mil veces la hora en que cortó el sauce. Dicen que la Princesa, al darse cuenta de la magnitud del incendio y del mal que había provocado, perdió la cabeza, se recluyó en un monasterio y nunca más volvió a provocar mal alguno a nadie.

Foto: Crónicas Gabarreras

Por otra parte, dicen que el gabarrero se metió monje y vivió hasta su muerte en una cueva en el pinar, al lado del paraje conocido como “Juegobolos”.

Hoy, en el mismo lugar donde se encontraba plantado el sauce, se encuentran plantados cuatro árboles (dos robles, un prunus y un olivo) en recuerdo de unas vidas que, como la del Palacio, se vieron truncadas sin llegar al fin para el que fueron creadas.

Tanto a esas vidas, como aquellas que, por una u otra razón, quedaron segadas sin que pudieran disfrutar plenamente de la existencia que les correspondió, quiero dedicarles este pequeño homenaje.

Espero amigos, que allá donde estéis, podáis leer este relato, fruto de la imaginación de un vecino que os quiere y recuerda. Deseo que os guste…

Antonio Salamanca Yague.


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