Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Anécdotas y Curiosidades > La Ligera (Javier Rodríguez Sánchez)  


“…Y entonces… en Valsaín y La Pradera se quedaron sin perros. Solo quedó un perro blanco de Saturnino Arroyo, que luego pintó con manchas negras”.

—Mire padre, por allí viene Jesús Goya.

—Buenas tardes.

—Hola Jesús, buenas tardes

—¿Qué tal, Leandro? ¡Qué envidia! ¡Cómo te conservas! Te encuentro muy bien, como siempre.

—Bien…, estoy bien. He perdido mucho porque las piernas me dan mucha guerra. Me cuesta trabajo dar paseos largos, pero no me puedo quejar.
—Así que entonces ya nada de caza ni pesca.

—No, ya no puedo. Si me quieren llevar algún día un rato de pesca tiene que ser a por cangrejos, que me dejan al cuidado en un par de pozos y ando poco; pero no, ya no puedo.

Jesús, que es agradable y le gusta entrar en conversación…, poniéndole la mano sobre el hombro le dice:

—Vaya perra buena que era tu “Ligera”; no he conocido perra mejor. A mí me tenía enamoradito esa perra, a pesar de lo fea que era: una mezcla de podenca y de algún chucho callejero. Era blanca y negra, tenía las orejas cortadas…, parecía un perro de los pastores, pero verla cazar era quedarte con la boca abierta. Quieta, el cuello estirado con la cabeza levantada, el hocico humedecido absorbiendo bien el aire para captar los olores, y el rabo enroscado inmóvil hasta que percibía el olor de alguna presa. Por donde pasaba no había pieza de caza que se resistiese.

—Pues tuve otro perro después que fue mejor. Me lo dio Francisco García, y tenía mezcla: la madre era setter irlandés y el padre pastor alemán. Le llamaba “Charly”. Este perro era muy especial. Por ejemplo, estábamos en algún sitio y dejabas algo, como la garrota o el monedero, lo que fuese y nos íbamos; y cuando llevabas un rato andando le decías: “Charly, ¿qué me he dejado?”…, y rápido iba a por ello y te lo traía.

—Pero para cazar, ¿no sería tan bueno como “la Ligera”?

—Igual o mejor. Cuando íbamos a cazar codornices, hacía la muestra al detectar alguna y a muchas las cogía cuando arrancaban el vuelo.

—Eso lo dices porque ha sido el último que has tenido, y lo último siempre es lo mejor. Oye Leandro, ¿quién te crió la Ligera?

—Se la compré por un duro a uno de la Granja que le llamaban “Chorizo”. Anteriormente había vendido a Alejandro Gómez una hermana de esta perra, que era podenca. A mí me gustó mucho cuando la vi. Él venía a la fábrica a por leña, pues era carpintero y su padre trabajaba en el Patrimonio en la Granja, “y como en Valsaín nadie tenía perros”… Mira, te voy a contar lo que pasó. Como tú sabrás, después de los años de guerra vino una época de pasar penas y poco que llevarse a la boca. En Valsaín y La Pradera, que era una zona donde casi no había labranza, era mucho más agudizada la situación.

Gracias a la caza y a la pesca muchas personas podían obtener algo más para poder comer.

Por aquella época la caza se contrataba. El cerro Puerco y la zona de matas la tenían entre cuatro: Antonio Heras, Fabián de Benito, Luis Fernández y Claudio García; el cerro Matabueyes, unos de Segovia, y los pastos y la caza de La Mata Nava el Rincón lo tenían “el Cojo” y su hermano, y tenían de guarda a Julián Matesanz, que era el que cazaba. Con lo que el resto, para aumentar el menú, teníamos que cazar de forma furtiva.

Un día Antonio Heras fue al cuartel y dijo que un perro suyo había rabiado; “tenía la rabia” y lo había matado. Acto seguido dieron la orden de que en Valsaín y La Pradera se sacrificara a todos los perros. Ya lo dice el refrán: “Se murió el perro, se acabó la rabia”. Se sacrificaron casi todos, pero la Guardia Civil se enteró de que Saturnino Arroyo todavía tenía uno blanco. Fueron a su casa y se llevaron el perro para matarlo. Lo tenían atado para darle un tiro y cuando disparó el guardia para matarlo, bien por error o por acierto, la casualidad quiso que en lugar de dar al perro diese a la soga, rompiéndose esta. El perro, al quedar suelto, salió corriendo hasta llegar a su casa, donde le pintaron manchas negras y lo guardaron para que no lo conociese nadie. Entonces, de ahí quedó el dicho: “En Valsaín y la Pradera se quedaron sin perros”.

¡Vaya una historia! No la conocía. Da gusto hablar con vosotros, los mayores. Siempre enseñáis algo nuevo.

Dedicado a todos aquellos que tuvieron que cazar y pescar para obtener algo más de qué poder comer.

"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla".

Gabriel García Márquez.

Javier Rodríguez Sánchez.


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