Crónicas Gabarreras 13
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LA DULCE SIERRA DEL AYER
LA ARMADA INVENCIBLE se construyó con pinos de Balsaín

Más de una vez bailó con los mozos del pueblo la infanta Isabel.

El tuerto Pirón regaló cincuenta duros a Fernando Aragüete.

BALSAÍN (De nuestro enviado especial, Germán Lopezarias).
Cándido Bayón “echó” una instancia y el rey le dio la casa que tiene. Es decir, no la casa, sino el suelo, y no se la dio, sino que se la concedió por muchos años. Porque la Corona tenía el vuelo y no el suelo. “El suelo, leñas muertas y rodadas, aguas potables y manantiales, eran y son de la mancomunidad de Villas y Tierras de Segovia”.

Cándido Bayón había nacido en un pueblo próximo a Balsaín, pero le dijeron que había trabajo en la fábrica de madera. Y allá que se fue. Y allí que se ha quedado para siempre. Viviendo en el pinar más frondoso que hay alrededor de Madrid. En el pinar que nadie ha pintado sino la propia naturaleza. Y con el que no ha podido ni aquel fuego que duró quince días, y que apagaron los mozos de Balsaín por la comida, un buen trago de vino y una peseta diaria de indemnización. A los mozos les ayudaron los bomberos de Segovia, que tuvieron que acudir, alarmados por las proporciones que tomaba el incendio.

leña. Cuenta la historia oral que una reina de sabe Dios cuándo tuvo un disgusto por uno de sus súbditos, algo charlatán, y como consecuencia de dicho disgusto abandonó el palacio que Balsaín tenía y se marchó a la corte no sin decir antes:

— Cuando la carroza donde voy llegue a lo alto del puerto, quiero ver desde allí las llamas y el humo que consumirán el palacio... Del súbdito charlatán nunca más se supo. Y el palacio ardió por los cuatro costados, posiblemente –incertidumbre de la tradición oral– años antes de que el rey Felipe II mandara construir la Armada Invencible y añadiese después: “La madera para construir los barco que se corte de los pinares de Balsaín”.

GALLEGOS Y ASTURIANOS

La fábrica de madera se construyó en mil ochocientos ochenta y tantos. El primer ingeniero que estuvo al frente fue don Rafael Breñosa. De él fue la ide de levantar a lo largo de la carretera un barrio típico hecho de casas de madera para alojar a los trabajadores que llegaban a la fábrica. La mayor parte de los leñadores eran gallegos y asturianos –pelayos, colombas, fulgueiras–, hombres rudos hechos a las más duras tareas y capaces de soportar la corta de pinos a muchos grados bajo cero o dormir sobre serones puestos en la nieve y cubiertos por unas tablas. En muchas ocasiones, después de cortados los pinos, había que meterlos en agua o cubrirlos de serrín para que se les quitara la capa de hielo.

Al tío Genaro le vio todo el pueblo bailar con la Infanta Isabel “la Chata”. Y a Ramos. Esto solía ocurrir en el primer domingo de octubre. El día de la fiesta. Cuando el Patrimonio Forestal daba a los mozos cuarenta o cincuenta carros cargados de pinos para que los subastaran y con el producto pudiesen correr con los gastos del festejo.

Ese día “la Chata”, si estaba en La Granja, subía a Balsaín y hasta bailaba con los jóvenes. Con Ramos, con el tío Genaro. Y con otros.

Esos días el pueblo se paraba y no tenían que levantarse los leñadores a las cinco de la madrugada para ir a buscar los bueyes con faroles al prado y uncirlos a las carretas para estar dispuestos a las ocho de la mañana. Esos días se podía estar en la taberna de Encinas bebiendo hasta tarde y oyendo silbar el viento por los pinares. La fiesta era la fiesta.

Más adelante volvería otra vez el trabajo difícil, la lucha contra los lobos que, habrientos, llegaban a veces hasta el mismísimo pueblo.

“El Vavas” las pasó mal de verdad un día. Le atacaron los lobos y hasta que llegó al molino del Arco tuvo que defenderse a palos y pedradas. Y al tío Casono le mataron dos vacas, dejándolas deshechas a dentelladas sobre la nieve, que se había cubierto de sangre.

EL TESORO DEL CONVENTO

Hacia el pinar está el convento Casarás. Era un convento con unas reglas muy severas, donde venían los frailes a hacer penitencia. El tío Tabas se murió con la idea fija de que en ese convento había un tesoro. Él decía que se enteró por un libro que hoy conserva su hija. Le aseguraban que todo eran fantasías y que allí no había ningún tesoro. Pero él siguió durante años insistiendo. A pesar de que se buscó con afán y sin resultado positivo dentro del convento.

Por la época en que al tío Tabas le dio por pensar en el tesoro, el tuerto Pirón –el único “bandolero de cartel” que ha tenido la sierra de Guadarrma– seguía haciendo fechorías. Lo suyo era robar sin matar a nadie. Aunque de vez en cuando tuviese sus encuentros con la Guardia Civil.

El pueblo aseguraba que el tuerto Pirón tenía cómplices en Balsaín que se veían con él, le protegían y hasta le ayudaban con soplos a robar. Pero el que más cerca vio al tuerto Pirón fue Fernando Aragüete. Siendo un chiquillo iba con su borrico al molino. Le salió al paso, sin ánimo de polémica, el tuero Pirón. Fernando Aragüete se asustó. El borriquillo, espantado cayó por un precipicio y se mató. El chiquillo se echó a llorar y el tuerto Pirón, acercándose a él, sa có del bolso cincuenta duros y se los dio, al tiempo que decía:

—Toma, para que te compres otro y le digas a tu madre el el tuerto Pirón no hace mal a los pobres...

Pocos años antes de la República se hizo cargo de la fábrica de madera don Horacio Echevarrieta, que se había distinguido durante la guerra de África como un auténtico mecenas que dio al Estado varios millones de pesetas para que se pagase el rescate que Ab el Krim, pedía por sol soldados españoles que había capturado.

Por entonces, o tal vez con anterioridad, se había cometido un crimen en Balsaín. A un vecino le gastaban bromas continuamente porque era bajito. El que más le maltrataba era un mozo alto y corpulento que de vez en cuando le quemaba con el cigarro las orejas.

La víctima de las bromas estaba ya cansado de ellas y dentro de su imaginación se fraguó la idea de matar al bromista. Una tarde, como otras tardes, entró la víctima en el bar. El bromista, como siempre, le saludó dándole un golpe. Ante el estupor de todos, el otro sacó un cuchillo y se lo clavó en el vientre. El bromista murió y su “víctima” ingresó en prisión.

Corrían los tiempos de las novela rosa y los amores románticos. La hija de unos marqueses cuya finca estaba próxima a Balsaín luchaba a brazo partido contra la autoridad paterna. La marquesita se había enamorado de uno de los mayorales, joven y apuesto, pero de humilde condición. El pueblo, sentimental siempre, seguía la historia muy de cerca. Todos aseguraban que ganarían los padres, hasta que un día la marquesita se saltó limpiamente a la torera las convenciones sociales y la autoridad de sus progenitores y se casó en secreto con el apuesto mayoral.

LA DULCE SIERRA DEL AYER


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com