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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y Curiosidades >  Historia de una cabra durante la guerra (Antonia Martín Vázquez).  
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Abundio Manso en Rascafría. Foto: Antonia Martín Vázquez

Una señora que vivía en Valsaín y tenía dos cabritas, las echaba al cabrero y a la caída de la tarde venían a casa como dos niñas que volvían del colegio, pero llegó la Guerra y todo se estropeó: ya no había cabrero y esa señora soltaba las cabras como todos los días y volvían a casa como cuando estaba el cabrero, al atardecer; y, si no venían, ella salía a buscarlas y las encontraba por esas callejuelas. Pero un día no acudió nada más que una cabra, y la otra no llegó a casa ni esa señora la encontró. Y así pasaron varios días; lo comentó con una cuñada. Esa cuñada lavaba la ropa de un soldado que era cocinero. Ese cocinero había contado que tenía una cabra cerrada porque le había hecho muchas “picias”: un día le había comido los garbanzos que tenía echados en agua, otro le había baboseado las patatas que tenía peladas, le había tirado unos paquetes que tenía hacinados contra la pared… Se lo dijeron al capitán, y éste ordenó capturar la cabra y matarla, y por eso el soldado cocinero tenía al animal para sacrificarle. Entonces, esa señora que lavaba la ropa dijo: Esa cabra es de mi cuñada. Y el cocinero contestó: La voy a soltar y le diré al capitán que se me ha escapado, pero por favor que no la suelten, porque volverá al arregosto. La dueña de la cabra pensó qué hacer con el animal, es un bicho que no se puede mantener cerrado…, pero no sabía dónde llevar la cabra. En la esquina del Puente de La Pradera había un castaño y allí la ató con una cuerda que llegaba hasta el arroyo, porque “a la mujer y a la cabra hay que darla cuerda larga”. Y allí la tuvo mucho tiempo, hasta que una vecina la comentó que debía quitarla de ese lugar porque si no se la matarían “los moros”. Pero ella pensó ¿qué daño hace la cabra a los moros?: no la tiran a matar, sólo se divierten viendo las cabriolas que hace.

Foto: Antonia Martín Vázquez

Fotos enviadas por Antonia a su marido, quien pasó la Guerra Civil en Rascafria, con térnimos en clave. Una cruz significaba besos... y ella ponía muchas cruces.

De todos modos, la retiró de allí y la encerró durante unos días. Pero esta mujer no podía dormir pensando en la cabra. La ató en la Cuesta de la Presa, donde no había vegetación ni nada; cuando hacía sol se achicharraba, y cuando llovía, la cabra se mojaba. Como la dueña seguía buscando una solución, la llevó a Valsaín y la cerró en una cuadrita que tenía a la salida al Bosque, que aunque llamado así, era un prado sin árboles. Aquí no cerraba a la cabra, se asomaba y la veía. Hasta que llegó el día en que no la vio y continuaron las jornadas sin saber de ella, creyendo que se habría perdido, sin dejar de preguntar a todo el mundo. Alguien dijo: ¿Sabes donde está tu cabra? En el Parque. El Parque estaba todo alambrado y la señora juntó los alambres y entró a buscar su cabra. Por la noche, en el Torreón había una ametralladora y tenían orden de disparar a todo el que rebasara la alambrera, y así lo iban a hacer cuando un soldado que había con ellos dijo: “Esperar, que a esa mujer la conozco yo, me lava la ropa”. Así que por la noche se presentó el soldado en casa y la dijo: “No vuelva a hacer lo que ha hecho hoy, porque si yo no hubiera estado allí, a estas horas estaba usted muerta; tenga usted cuidado, que esa cabra la va a dar muchos disgustos”.Y pasó el tiempo y se acabó la Guerra, pero para esa mujer las penas no habían terminado, pues estaba el pan racionado y sólo daban un panete para cinco. Un día la señora cogió el panete y lo puso en un vasar muy bajito; cuando llegó la hora de comer no encontraba el pan y… enseguida vio que la responsable había sido la cabra, lo supuso porque había “miguerío” en el suelo. Pero como los españoles tropezamos dos veces en la misma piedra, el animal se volvió a comer el pan en otra ocasión.

Foto: Antonia Martín Vázquez

Como la cabra estaba muy familiarizada y permanecía siempre cerca. La señora ya no hacía caso del animal, que se iba donde quería… y pasó un tiempo sin saber de la cabra, hasta que un día dijeron: “En el Esquinazo de la Zorra hay una cabra que se está muriendo”. Y, efectivamente, era la de esa señora; intentó ponerla en pie, pero no pudo. La recomendaron que la diera una botella de vino, y allí la dejaron para ver la reacción, pero al día siguiente la cabra estaba muerta.

Y aquí termina el cuento de la cabra, que no es cuento, es una anécdota sacada de un hecho real, y su protagonista, una servidora.

 

Antonia Martín Vázquez.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com