Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Relatos >  El Ruso de Valsaín (Juan Antonio Marrero Cabrera).  
  Breves
  Coplas


Grabado: Felipe de la Rosa

–¿Te vienes a ver al ruso, Valentín?

– ¿Qué dices, Frutos? ¿Estás majara o qué?

Durante todo el día habían estado volando los ratas en el cielo de la sierra. El frente, que llevaba una temporada demasiado tranquilo, se había sacudido la modorra con el golpear de las ametralladoras.

–Bueno, ¿vienes o qué? Si te quedas, tú te lo pierdes porque yo pienso ir de todos modos…

–Si vamos todos, yo voy también. Si no, ni hablar, que luego mi padre me echa la culpa a mi solo.

La ofensiva republicana se había detenido ante Valsaín y el frente quedó estabilizado; una sinuosa primera línea que discurría desde La Granja y las últimas estribaciones de los jardines de Palacio, hasta el Cerro del Puerco, la Pradera, las escuelas, el cementerio de Valsaín y desde la Cruz de la Gallega hasta Cabeza Grande.

–De acuerdo, macho. Tú avisas a los del Patrimonio y yo a los de la Fábrica, ¿vale?

–Eso está hecho, chaval.

Para los chicos de La Granja, la única división en su pandilla era el lugar de los puestos de trabajo de sus padres. La guerra era una aventura apasionante y terrible a la vez, algo importante que cada día llenaba sus vidas con una emoción distinta.

Claro que había momentos de mucho miedo, como aquellos bombardeos ensordecedores que parecían hundir el techo del sótano de la Casa de Infantes y enterrarlos en la oscuridad. Pero se olvidaban en seguida, igual que cuando algún conocido desaparecía en el frente y era como si se hubiera ido a un viaje muy largo.
Aquella tarde, después de recoger el rancho cuartelero y llevarlo a sus casas para comer, como tantos días, se reunieron todos en el campo de Polo.

Grabado: Felipe de la Rosa

– ¿Habéis traído las palas?

Jesús y Gregorio habían sido los últimos en llegar, y Valentín y Frutos llevaban ya un buen rato esperándolos con impaciencia.

– ¡Bueno, majo! –Contestó Jesús, indicando con gesto de suficiencia el fardo de tela de saco que llevaba a la espalda–. ¡Anda que si traemos! ¡Picos, palas… de todo viene aquí!

– ¿Os acordáis de dónde cayó el avión? –preguntó Frutos, impaciente por empezar.

– ¡Fue por detrás del cementerio de Valsaín! –saltó Gregorio.

– ¡Quita allá, hombre! Por ahí empezó a caer, pero la morrada se la dio por la parte del río, ¡si no, que lo diga Valentín!

– ¡A ver! Si estábamos yo y este paseando y casi se nos viene encima, ¿a que sí, Jesús?

– ¡Toma, y tanto! Tuvo que caer donde la fábrica de luz.

–Pues tira p´alante –decidió Valentín, que era el más práctico de todos–, que como sigamos aquí, los de la patrulla nos van a hacer volver a casa.

* * *

La ofensiva republicana del treinta de mayo comenzó simultáneamente, en cuatro direcciones. Una se inició el Reventón, bajando hasta entrar en los jardines del Palacio de La Granja. El atraque más fuerte tuvo lugar por la carretera de Madrid. Bien apoyado por tanques, llegó hasta las primeras casas de Valsaín. Otro se produjo en los Sanleonardos, en dirección ala Cruz de la Gallega. Y, el último, se produjo en el valle de la Acebeda, en dirección a Revenga, conquistando Cabeza Grande.

Grabado: Felipe de la Rosa

La reacción de los nacionales no se hizo esperar y fue el propio general Varela quien reafirmó la defensa, dirigiendo las operaciones desde Baterías, para después contraatacar con eficacia, dejando consolidadas las líneas definitivamente.

El choque fue tan duro que una bala perdida hirió al mismo Varela en una mano sin que nadie a su alrededor se diera cuenta.

* * *

– ¡Eh, chicos, aquí! –Gregorio y Jesús habían sido los primeros en encontrar los restos del fuselaje, en un pequeño claro del bosque de pino y robles–. ¡Mirad! ¡Todavía está la tierra blanda!

Aún resonaba el eco de sus zapatones entre las ruinas de la pequeña central eléctrica, cuando terminaron de agruparse los cuatro amigos, recuperando el resuello, junto al caza derribado.

* * *

Los tanques republicanos que habían cruzado por el Puente de la Cantina, (el puente sobre el Eresma que Hemingway destruyó en Por quién doblan las campanas), se detuvieron ante los nidos de ametralladoras de la Pradera de Navalhorno y nunca pasaron más allá de Valsaín.

* * *

En adelante se sucederían escaramuzas en el pinar y espectaculares duelos aéreos entre cazas de fabricación alemana y rusa, como el que estaba curioseando la pandilla de muchachejos, mientras removían la tierra suelta, junto al fuselaje destruido del avión.
–Venga, no fastidiéis, que ya está bien de mirar y no dar golpe. Ahora os toca a vosotros –protestaron Frutos y Jesús saliendo del hoyo mediado y lanzando el pico y la pala a los siguientes.

Valentín y Gregorio siguieron profundizando con renovados bríos.

–Tú, Gregorio, ten cuidado con el pico, que ya debemos estar cerca.

Unos golpes más y, de pronto, Valentín detuvo el trabajo.

–Para, macho, que me parece que siento algo.

Los otros dos se acercaron al borde con tanto interés que estuvieron a punto de caer dentro.

–Y vosotros estaos quietos, que nos vais a llenar de tierra –protestó Gregorio, soltando el pico y echándose a un lado.

Mientras tanto, sin hacer caso a nadie. Valentín raspó cuidadosamente con la pala en el centro de la excavación. Los cuatro contuvieron el aliento, aguardando expectantes el gran descubrimiento.

–¡Huy! ¡Si parece una bota!

El filo de la pala estaba dejando al descubierto unas botas de piel amarillenta. Frutos gritó emocionado.

–¡Son botas! ¡Botas de piloto! ¿Veis? ¡Este tiene que ser el ruso!

Valentín siguió retirando la tierra con sumo cuidado. Poco a poco aparecieron la cazadora de piel, los grandes guantes que enfundaban las manos y, finalmente, el casco de cuero y, debajo, un rostro barbudo y lleno de tierra con unas gafas de vuelo rotas, que apenas servían para velar los ojos apagados.

–!Anda! ¿Y eso es un ruso? –el comentario de Frutos resumió perfectamente la decepción de sus compañeros–. Pues yo creía que…

Valentín y Gregorio salieron de la fosa tendiendo la pala y el pico a Frutos y a Jesús, que contemplaban el cadáver con cara de desilusión.

–¡Venga! ¡Ahora os toca a vosotros dos volverlo a tapar, que no habéis dado golpe en toda la tarde!

–y Valentín, haciéndose el duro, se sacudió las manos llenas de tierra.

–Pues, ¿qué creías tú que era un ruso? –preguntó Gregorio con suficiencia para disimular su propio desencanto.

Frutos respondió casi tristemente:
–¡No sé, hombre! Yo creía que sería una cosa distinta, algo más raro… pero este… este es como todos los demás muertos.

Con un gesto de indiferencia volvieron a cerrar la sepultura del aviador ruso que se había estrellado el día anterior en tierra de nadie.

Y es que el ruso no era nada del otro mundo, sino un muerto común y corriente, como los que veían todos los días en las tapias del Torreón, entre las retamas del pinar o apilado en las cunetas de la carretera. Porque los muertos, para aquellos niños de la guerra, que jugaban en la primera línea del frente, no eran ninguna novedad digna de mención.

Grabado: Felipe de la Rosa
Juan Antonio Marrero Cabrera.
Autor del libro: "JUEGOS DE GUERRA".
 

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com