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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y Curiosidades >  Un camino improvisado (Rubén Martín Carreras).  
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Foto: Nazaria García

– Tantas historias, pero eso…
– Tantas historias, pero eso hay que vivirlo y Dios quiera que no, dice la Señora Nazaria.
–Cuénteme, cuénteme (mientras los dos nos acomodábamos y buscábamos la postura para lo que iba a ser… un camino improvisado).

Transcurridos dos meses y medio de la Guerra Civil, la señora Nazaria toma la decisión de marcharse de Valsaín en busca de su marido; la cosa se estaba poniendo fea en el pueblo y, como ella dice “me cogerán volando, pero no posada en el nido”. Era el día 4 de octubre, por cierto, en plena fiesta de Valsaín, cuando decide marchar, se lo cuenta a su hermana y planean cómo desvanecerse entre el Pinar sin levantar sospecha.

Nazaria tenía una taberna, –“La taberna del Tío Nicomedes”, me dice, y debía tenerla abierta hasta las siete – “no podría cerrar antes, –comenta–, porque enseguida sospecharían”. Cerrada la taberna, “dejé a mi perro dentro de casa con una hogaza de pan y un cubo de agua, y el pájaro lo solté por la casa, también le dejé unos cañamones y agua para beber; el perro no lo podía dejar suelto, porque me seguiría y podrían descubrirnos”.

Su hermana se encontraba en casa de la tía “Zurrea”, que así llamaban a la madre de Tomé. Se subió pues en busca de su hermana y recuerda cómo entraban y salían los soldados del baile que entonces estaba donde vivía Zacarías, ella con mucho cuidado y especial sigilo, pasó desapercibida hasta llegar a la casa de la Tía Zurrea.

Ya totalmente de noche, se pusieron en marcha, iban con miedo, con mucho miedo, pero también con una gran decisión capaz de llevarles con los suyos. En total, Nazaria parte con once personas nada menos, por un camino que sabidamente llegaba hasta el Prado del Redondillo, y que a partir de ahí sería improvisado, “yo sabía ir hasta allí porque de recién casada fuimos a comer un jabalí allí, pero me fié de que, como el resto o la mayoría tenían ganado, supuse que conocerían la zona mejor que yo”.

“Mi marido, destinado en el puerto de Navacerrada, solía estar mucho por la zona de Peña Citores, y mandó recado al pueblo antes de salir nosotras para arriba; –tenéis que ir hasta la Peña del Pájaro, y allí salimos a buscaros–; yo ni sabía dónde era la Peña del Pájaro, pero pensé: esta gente lo sabrá, ¡qué va, menos que yo!”, –cuenta Nazaria. “–

¡Venga chicas, andar más deprisa! “–animaba Nazaria; ella llevaba en sus brazos a una de sus hijas y su hermana llevaba a la otra. De noche, por el monte, con zarzas, ramas, jabinos, árboles caídos y, por si fuera poco, lloviendo… pensaban llegar con su gente por mucho que les costara. “–Buscamos un refugio porque llovía muchísimo y nosotras vale, no nos importaba, pero teníamos crías pequeñas que teníamos que proteger”.

Foto: Nazaria García

“Cuál fue nuestra sorpresa que los perros de la Tía Zurrea nos siguieron el rastro y venga a ladrar y ladrar, fíjate. Nosotras asustaditas.” De vez en cuando, Nazaria dejaba al resto descansando un rato y ella, mientras, se asomaba más adelante: “Esperad, que voy a ver un poco más arriba”, pensando ver a los de Valsaín.

“Los perros seguían ladrando. Mi marido, uno al que llamaban Juanón y el marido de mi hermana que bajaban a buscarnos, al oír los perros, en vez de acercarse huían de ellos, claro, y debieron pasar cerca de nosotras, porque ese que llamaban Juanón tropezó con un hormiguero y nosotras sentimos el golpe, pero nosotras callar, callar, callar, que se ha caído alguien, pero serán ellos o no; así que ni rechistamos por si acaso. –Total, que mi marido y los demás se subieron aburridos porque no dieron con nosotras”.

“Entonces, con el cinturón mío y el de mi hermana intentamos coger a los perros y atarles a un árbol, pero salieron corriendo. Pero bueno, al menos no los volvimos a ver”.

“Parábamos de vez en cuando, porque las crías estaban muy cansadas, y las que llevábamos en brazos ya empezaban a pesar. La cosa es que venga andar y andar, y les decía: esperad que voy a ver; y ya en un sitio que llegué vi cajetillas y restos de papeles y pensé: por aquí ha pasado alguien, pero yo creía que aún estaba muy cerca de Valsaín. Digo: esperad aquí, que voy a subir otro poco, y si está bien, os hago una seña y subís. Cuando me asomo arriba a las piedras y precisamente acababan de llegar los de Valsaín allí, a Peña Citores lo llamaron; yo cuando los vi, bueno,…el cielo abierto, grité: ¡chicas, subid, que están aquí los de Valsaín!

“Almorzamos un poquito allí con ellos, pero mi marido no estaba, y a mí me habían llegado noticias de que le habían herido y lo tenían en Rascafría, y les dije: no, no me digáis nada, que ya lo sé, está herido en Rascafría; –que no, mujer, que no, – dijo uno de ellos, que es mentira, está en el Puerto porque le rozaba la bota y está en cura”.

“Le avisaron por radio y bueno, no tardó del Puerto a Peña Citores pues eso, ná, aunque le rozaba la bota” – sonríe Nazaria.

“Una de mis hijas que no ve a su padre por allí, empieza ¡dónde está mi papaíto, dónde está! –En este rato, se le quedó una tajada atascada en la garganta a Juanón y claro, las pasó canutas, pobre hombre, eso decía después – ¡joder, estabais atentos a la chica y yo me estaba ahogando y no me hacíais ni caso!, y en ese momento salieron unas carcajadas que nos vinieron muy bien a todos”.

“Así que, una vez allí con todos ellos, pues bien. Estuvimos unos días con la brigada de mi marido, parte del Batallón Alpino, el comandante Palmer (jefe de brigada), en fin… Luego estuve un tiempo viviendo en Navacerrada. A mis hijas las mandé con mis padres, pero a raíz de un encuentro que tuvieron los dos frentes en esa zona por el lado del Reventón creo que fue, ya dijo mi marido que mejor me fuera a Bustarviejo, donde estaba mi familia. Entonces, yo me marché. También estuve un tiempo en Rascafría, pero donde más tiempo estuve fue en Bustarviejo, y bueno, cuando acabó todo volví a Valsaín, por fin… pero, ya ves, hijo, toda esta historia, todo este camino fue un camino improvisado”.

Mi agradecimiento a NAZARIA, por esta y muchas historias más, gracias por su razón, su inacabable moral y, sobre todo, por su ánimo interminable.

Rubén Martín Carreras.


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