Crónicas Gabarreras 20
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Naturaleza > No todo son graellsias (Alfonso Robledo)  


Queridos paisanos, con estas letras hago la tercera entrega de esta sección de Crónicas Gabarreras sobre los insectos de nuestras montañas, seres tan maravillosos y únicos como desconocidos, que contribuyen con su existencia a sumar biodiversidad en nuestros robledales, pinares y piornales.

Esta vez os quiero hablar de un bellísimo desconocido: Oreocarabus ghilianii, tan desconocido que ni tan siquiera tiene nombre común. Se trata de un coleóptero, un escarabajo, de la familia de los carábidos, endémico del Sistema Central; es decir, solo existe en estas montañas, no en otro lugar del mundo; se distribuye desde las montañas del sur de Soria a las de Salamanca.

Se trata de un precioso escarabajo de tamaño grande, de más de 2 cm de longitud, de gran belleza con su color bronce con reflejos metálicos violetas sobre fondo negro; además el tórax tiene expansiones laterales y los élitros poseen hileras de un bello punteado dorado. Habita en ecosistemas de alta montaña muy concretos y bien conservados, con requerimientos ecológicos muy estrictos, que hacen que sea un coleóptero cada vez más escaso. A pesar de su tamaño y belleza, no es nada conocido por su modo de vida y rareza; habita en el suelo, bajo piedras y restos de leña (que aquí llamamos “chistos”), en zonas húmedas de alta montaña entre 1300m a 2000 m de altitud, sobre todo en pinares de pino silvestre, aunque a veces también en piornales y canchales cerca del límite del pinar (zonas aquí conocidas como “fuera pinos”). A nuestro protagonista no le gusta la luz, ni el calor, por lo que pasa el día escondido, cazando por la noche otros insectos y gusanos del suelo, moviéndose ágilmente y con rapidez con sus largas patas. Es una especie nivícola, que aguanta bien el frío, ya que los adultos emergen temprano, ya en marzo, cuando aún hay nieve en los canchales y zonas altas del pinar, además de quedar alguna nevada primaveral más por caer.

Dado lo exclusivo de su hábitat y sus necesidades ecológicas no corren buenos tiempos para Oreocarabus ghilianii. El cambio climático está haciendo que la distribución de la especie se vea obligada a subir en altura década tras década; además la humedad que necesita es cada vez menor debido a que las nevadas ya no son tan copiosas ni duran tanto como antes. Por otro lado, la declaración del Parque Nacional ha atraído multitud de domingueros a zonas donde hasta hace poco solo llegábamos los lugareños y ocasionalmente, pero ahora se ven compactadas por pisoteo y ensuciadas con latas, botellas y demás recipientes en los que caen los ejemplares de este carábido, creyendo que se trata de cobijos seguros, pero en realidad son trampas artificiales donde mueren al no poder salir por las paredes resbaladizas del envase.

Tenemos que apreciar lo que tenemos; somos de las pocas personas del mundo que disfrutan de la existencia en su entorno de uno de los escarabajos más bellos del mundo. Apreciémoslo, disfrutémoslo y protejámoslo, merece la pena que nuestros hijos sigan disfrutando con asombro de la belleza de nuestro protagonista, si en alguna excursión por nuestra montaña tienen la suerte de ver un Oreocarabus ghilianii.

En recuerdo y agradecimiento a todos esos entomólogos españoles, ignorados y desconocidos, que contribuyeron a crear la ciencia en España y que utilizaron nuestra montaña como enorme y maravilloso laboratorio, allá por el siglo XIX: Bolivar (padre e hijo), de la Fuente, Laguna y Villanueva, de la Paz Graells, Martínez de la Escalera,...

Alfonso Robledo.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com