Crónicas gabarreras: Inicio > La Escuela > Pequeñas curiosidades de la vieja escuela (Francisco Martín Trilla). |
Nunca olvidaré el primer día que fui a la escuela de Valsaín. Tenía cinco años y no quería ir de ninguna manera; mi madre tuvo que correr detrás de mí para cogerme, y yo lloraba sin consuelo. El cambio para nosotros era brutal, acostumbrados, como estábamos, a permanecer en la calle continuamente. Al ver a alguno de mis compañeros de juegos dentro, ya se me fue pasando el berrinche.
Comenzábamos en párvulos, después medianos y luego mayores. Los chicos y las chicas estábamos separados. Aún me acuerdo de los maestros que por aquel entonces nos tocaron en suerte: doña Carmen en párvulos, don Julio en medianos y don Rufino en mayores. Doña Inés estaba en clase de medianos con las chicas y doña Nieves en mayores igualmente con las chicas.
Algunos maestros tenían formas curiosas de enseñanzas; así, por ejemplo, los ríos, las ciudades de España o las multiplicaciones las aprendíamos cantando.
Teníamos una enciclopedia que
reunía todas las asignaturas, aunque
la que más nos gustaba era la
del “recreo”. Cuando sonaban las
palabras mágicas de recoger y salir
al recreo, la desbandada era general.
En los recreos jugábamos a la píldora,
al burro, al chito, al peón, al
murreo... y cómo no, al fútbol. Las
chicas jugaban a otros juegos
como la cabe o saltar la comba.
A la salida de los recreos, se puso de moda beber unas botellas de leche que nos traían para ponernos fuertes y que había que consumir obligatoriamente, aunque no fuera de tu agrado.
En la mesa de Don Julio había dos
huchas, una con la cara de un chino
y otra con la cara de un negrito.
Si teníamos un céntimo, lo echábamos
a una de las huchas, pero eso
sí, las girábamos hasta que quedaran
de tal manera que pareciese
que nos miraban.
La rivalidad entre Valsaín y La Pradera era tremenda y los picadillos constantes, pero a pesar de todo jamás vi un caso de esta famosa palabra que se emplea hoy en día llamada bullying. Es cierto que nos peleábamos y discutíamos, pero nunca se hacía de menos a nadie y todos éramos amigos, sin discriminar ni al más listo ni al más tonto, al más torpe o al físicamente peor dotado.
No sé si aprendimos mucho o poco, pero lo que sí que es cierto es que mi generación se supo ganar muy bien la vida , cada uno a su estilo, sin paro, sin problemas económicos, y con ilusión. A los 13 años, algunos nos fuimos de la escuela para ir a la academia de la Granja con una pena tremenda, pues allí dejábamos a nuestros amigos y nuestro pequeño universo, del que ya nunca nos olvidaríamos.
Fueron unos años felices, donde se crearon grandes lazos de amistad y el sentido de que pertenecíamos a un grupo en el que el pueblo y el pinar de Valsaín eran nuestra bandera; que, a mi modo de ver, a lo largo de los años nos marcaría muy positivamente.
Siempre recuerdo y recordaré a todos los chicos de mi época y todas las vivencias que compartí con ellos; por eso nunca los he olvidado, aunque a muchos de ellos no los he vuelto a ver. Cuando por algún motivo nos juntamos, sale a relucir esa vieja escuela que significó un lazo de unión en un mundo al que aún no habían llegado ni móviles ni ordenadores ni ningún tipo de tecnología. Nunca nos hizo falta nada ni añoramos otros mundos, el nuestro fue el mejor para nosotros. Un mundo lleno de magia y que nos forjó como personas, un mundo donde los gabarreros aún pululaban por el pueblo y donde la naturaleza era exuberante.
Fue una época única y muy feliz y en ello contribuyó mucho la vieja escuela. Por eso, cuando veo que la nueva escuela está adquiriendo gran fama y protagonismo, me ilusiona pensar que nuestra identidad, costumbres y tradiciones perdurarán en estos tiempos en que desgraciadamente se va perdiendo la esencia de lo antiguo.
Entré llorando en la escuela y me fui llorando de la escuela, aunque los motivos fueron muy diferentes
Francisco Martín Trilla.