¿Qué tiene este monte que me atrapa?
¿Qué duendes surcan sus veredas
que me empujan cuesta arriba
hasta alcanzar el verdor de las laderas?

No sé si serán sus altos pinos
vestidos de marrones y dorados,
sus tupidas jaras verdes
o sus recios berruecos aflorados.

Apenas divisada la alborada,
comienzo a imaginar nuevos caminos,
aunque ya ninguno es nuevo,
son todos viejos conocidos.

Subo por la Fuente de la Plata
siguiendo el cauce del Carneros
y llego a la Fuente del Chotete
trepando por empinados senderos.

Otros días dirijo los andares,
apoyada en mi vara de avellano,
al vado de Navalonguilla
para subir al Redondillo o al Prado Largo.

Tampoco es desdeñable el caminito
por el que llegas al Batán de Vargas,
ascendiendo el curso del Eresma
donde el Pamplinas y el Minguete se separan

Pero uno de mis viajes favoritos
es el de la Majada Hambrienta,
pasando por la Fuente del Levita
para acabar recostada en la caseta.

Mirando cara a cara el Peñalara,
flanqueado de canchales y neveros,
con el cielo surcado por rapaces
de ojo avizor sobre el enebro.

En ningún caso quiero olvidarme
de la otra vertiente, la otra ladera,
de todas las trochas y caminos
que parten de la Cruz de la Gallega.

Me gusta atravesar Cabeza Gatos,
enfilar al pinar de la Acebeda,
y después de cruzar Navaltestero,
llegar al arroyo de Aguas Buenas.

Del infortunio del fuego y la ceniza,
se ha salvado esta joya gabarrera,
una joya sin perlas ni rubíes
circundada por los picos de la sierra.

Una joya de corona arbórea,
de pimpollos, regatos y caceras,
engastada de pinos centenarios
y de altivas piedras caballeras.

Mercedes Cabezalí García (Paícos).