Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Historia > Las Pesquerías de Carlos III (Mª Jesús Callejo Delgado)  


Foto: A. Moreno Rodríguez, Fototeca CENEAM

No habían transcurrido todavía dos años desde que Carlos III había llegado a España, cuando en 1761 incorpora a la Corona los Montes y Pinares de Valsaín y, con ello, el disfrute de la caza y la pesca. El año anterior había perdido a su esposa, María Amalia de Sajonia, con la que había compartido su afición a la pesca cuando eran reyes de Nápoles; cuentan, incluso, que en la travesía hacia España se entretuvieron con la pesca marítima. El “rey viudo para siempre” encontró en estas actividades el equilibrio emocional necesario, según él mismo manifestó.

Desde muy pronto había practicado la pesca en estos lugares próximos a La Granja de San Ildefonso durante sus estancias veraniegas. Sabemos que en el año 1764 el rey ordenó aumentar el número de guardas en los pinares de Valsaín para vigilar la pesca en el río Eresma, cuyo tramo por estos sitios se conocía como río Valsaín, y que la pena era de cárcel para aquél que osara transgredir las leyes y pescar en el río.

Así la situación, Carlos III había mandado realizar algunos trabajos en la senda por donde solía pescar, a la que se denomina también “huella” en los documentos de la época. Sin embargo, en la primavera de 1767, se recibe la orden para ensanchar dicha senda en la margen izquierda del río, de manera que pueda pasar a su lado el ballestero que le acompaña, y reparar aquellas zonas especialmente escabrosas y peligrosas por los afloramientos rocosos. Se trataba de tener preparada la obra para la jornada veraniega de ese año.

La orden para tales trabajos se envía al Intendente de San Ildefonso, Agustín Caballero, quien la traslada al Guarda Mayor de los Pinares, Juan Antonio de Cáceres. Éste debe encargarse de buscar al personal necesario, especialmente canteros, y la herramienta precisa, además de un maestro director de las obras. Para esto último elige a Manuel del Valle, de reconocido prestigio en las obras de estos Reales Sitios, quien muere ese mismo año, siendo sustituido por José Díaz Gamones, cuya valía es conocida por todos, baste recordar, entre otros, su proyecto para la Real Fábrica de Cristales.

Foto: A. Moreno Rodríguez, Fototeca CENEAM

Todo indica que en un principio la obra iba a realizarse desde el nacimiento del río Valsaín, en la confluencia de los arroyos Nava las Horcas y Peña Agudilla (después llamados Minguete y del Telégrafo respectivamente), hasta el puente de Santa Cecilia o de Segovia, éste en el camino de La Granja a Segovia. Poco tiempo después, se decidió prolongar los trabajos por los arroyos citados, adentrándose en los pinares hasta unos lugares conocidos como de los Avellanos y Nava el Hornillo, y por el otro extremo llegar a la confluencia con el arroyo Cambrones, continuar por el mismo, así como intervenir también en el arroyo del Chorro. Estos últimos tramos se reservaron para la pesca del príncipe Carlos (futuro Carlos IV). El recorrido final sería de tres leguas, unos quince kilómetros aproximadamente.

El coste material y humano fue bastante elevado, pues se necesitaban al menos doce canteros, otros tantos peones y cuatro barrenadores para iniciar la obra. No sólo era preciso ensanchar la senda, que en algunos trechos estaba inundada por el agua del río, sino talar, derribar y podar más de dos mil robles y pinos pimpollos que interrumpían el camino y dificultaban el lanzamiento de la caña y el sedal, pues podían enredarse en ellos.

La senda o camino se construyó con pequeños bloques de piedra, cantos rodados y tierra, todo ello en seco, y para salvar algunos desniveles del terreno se tallaron escaleras, como las que se conservan en el tramo de Valsaín al puente de Santa Cecilia o de Segovia. Un murete de contención o calzo, construido con sillares de granito, protegía la orilla del río de la fuerza del agua.

Cuando la senda pasa por zonas especialmente peligrosas por los fuertes afloramientos rocosos, se procedía al anclaje en la roca de grandes losas de piedra, para evitar el rodeo. Según un documento de la época, en marzo de 1768 se ordenó que para la jornada de ese verano se quitase la “piedra que llaman del Botijo, o por lo menos se facilitase por ella el paso en la orilla del río con el fin de no tener que dar la vuelta por encima de ella y lograr la mayor comodidad del rey y la pesca”. Especialmente dificultosos fueron los trabajos en la zona conocida como la Boca del Asno, los cuales no terminaron hasta el año 1769, como consta en la inscripción que allí se conserva.

En su recorrido se reconstruyeron, o construyeron de nuevo, diferentes “pescaderos”, que eran los puntos donde pescaba el rey, consistentes en plataformas de grandes losas de granito colocadas sobre la orilla del lecho del río y a las que se accedía a través de escaleras.

Sabemos que se cambió el cauce del río en algunas zonas si era necesario, y se formaron en él pequeñas cascadas artificiales, como la existente en lo que se conoce como los Baños de Diana, cerca del nacimiento del río.

Foto: Crónicas Gabarreras

Sabemos que se cambió el cauce del río en algunas zonas si era necesario, y se formaron en él pequeñas cascadas artificiales, como la existente en lo que se conoce como los Baños de Diana, cerca del nacimiento del río.

Los puentes ocuparon parte de la intervención. Necesitaban repararse los dos puentes cercanos a Valsaín y construidos ambos, según parece, en el siglo XVI, el de Los Canales y el de Valsaín. Concretamente en 1769, José Díaz Gamones escribía que era preciso componer los canales de madera sobre el puente de los Canales porque estaban podridos. Muy cerca del puente de Valsaín se encontraba el de la Leña, llamado así porque allí se recogía en épocas anteriores la leña que se echaba al río desde el pinar. Los puentes construidos durante el siglo XVIII debieron de levantarse en madera; con seguridad lo eran el del Anzolero y el de los Vadillos. A éste último, por donde pasaban también las carretas con la leña para la Fábrica de Cristales, se lo llevó una avenida de agua en 1775. Un año después se dispuso la construcción de otro puente de piedra en el mismo lugar “con solidez y economía”, bajo la dirección de José Díaz Gamones, conservándose una inscripción con el año 1776. Además de los puentes se colocaron sobre el río, donde la corriente del agua y el relieve lo permitían, grandes losas de piedra que hacían posible el paso de un lado a otro, eran las “pasaderas”.

Evidentemente estos costosos trabajos facilitaron la afición del rey pero, además y con el mismo fin, durante las jornadas de pesca se enramaba el río, es decir, se cubría con ramas en algunas zonas “para estar defendida la trucha de pescadores de red, y también es amiga de sombra”, como consta en los documentos. Incluso, se vigilaba el paso de las carretas de la leña que se llevaba a las fábricas de cristales para que no enturbiaran el río los días en que pescaba Su Majestad, pues no picaba la trucha.

Durante los inviernos los trabajos realizados sufrían continuos daños, por lo que era necesario reparar cada primavera toda la obra. Nefastos debieron de ser los inviernos de 1773 y 1774, pues José Díaz Gamones dice que el río se salió de madre en varios puntos y hubo que reconstruir casi todos los pescaderos, pasaderas y puentes de madera.

Mª Jesús Callejo Delgado.


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