Crónicas Gabarreras 13
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Foto: Tinín Pérez

A principios de siglo, en un pueblecito en la falda de una montaña, llegaron a vivir dos hermanos con sus mujeres e hijos. Pasaba por el pueblo un río, y al ver tan bonitos parajes, se enamoraron del lugar, y decidieron construirse sus casas a las afueras del pueblo: un hermano a una orilla y el otro al lado contrario.

Ambas familias se llevaban muy bien. Los niños, en verano, cuando el río bajaba con poca agua, se paseaban de un lado a otro saltando por las piedras; y en invierno bajaban al pueblo a cruzar por un puente que allí había. Todos los domingos se reunían para comer, y los hijos jugaban juntos, entre ellos. Los hermanos estaban muy unidos, tanto en las alegrías como en las adversidades. Uno era comerciante y tratante, el otro agricultor y ganadero, y tenía ovejas, cerdos, gallinas, etc. Cuando era la primavera, con la bonanza del tiempo iban a pescar, a cazar conejos, a coger setas, etc…, y todo se lo repartían. Cuando llegaba el otoño, y sobre todo el invierno, con los gélidos días se iban a cazar jabalís, corzos, etc. Fue precisamente que la buena armonía y disposición que tenían se torció por una tontería: una disputa de una pieza - “que si la maté yo, que si fuiste tú…”-, les llevó a tal enfado, que se dejaron de hablar. Ya no se juntaban las familias, ni los hijos…, y cada uno se mantenía al correspondiente lado del río.

Un buen día, el hermano mayor, culpable del enfado, tuvo que salir unos días de tratante. Por entonces había llegado un carpintero al que buscó y le dijo:

–Aquí te dejo madera. Necesito que hagas una pared bien alta, pues no quiero estar viendo a mi hermano todos los días. Cuando regrese la debes de tener terminada, y yo te pagaré lo acordado.

El carpintero se puso manos a la obra, y cuando el hermano mayor volvió del viaje, cuál sería su sorpresa al descubrir que en vez de un muro había construido un puente. Este se puso furioso, se enfadó muchísimo, empezó a dar voces y le dijo al carpintero que no le iba a pagar porque eso no era lo que le había mandado. Y le preguntó:

–¿Por qué has hecho un puente?

–Yo solo sé hacer puentes para que la gente pueda comunicarse, relacionarse y convivir juntos en buena armonía -respondió el carpintero.

Siguió hablando con él hasta que le convenció para que pasase el puente. Al ver a su hermano se fundieron en un fuerte abrazo. Para celebrar la unión de familias, organizaron una comida y una fiesta, e invitaron al carpintero. El hermano mayor le propuso quedarse a vivir con ellos para agradecerle lo que había hecho. Este dijo que tenía que hacer todavía muchos puentes. En las dos familias todo volvió a ser como antes: juntos y unidos.

Aprovechemos las fiestas de nuestro pueblo para construir un gran puente para estrechar lazos de amistad. Dejemos el egoísmo y la soberbia a un lado para disfrutar de las cosas buenas que nos ofrece la vida.

José Salamanca Yagüe.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com