Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Fiestas y Tradiciones >  San Antón 1946 (Pedro Merino García)  


Foto: Florencio Rodríguez

Estábamos a mediados de enero, en plena cuesta, como se solía decir, pero para aquellas gentes todo el año era cuesta arriba, claro que en verano se subía un poco mejor.

Se preparaba la fiesta de San Antonio, patrón de loa animales, que es el diecisiete de enero, pero se celebraba siempre el domingo siguiente a dicha fecha. El sábado ya se respiraba fiesta. Por la noche, en el salón, se preparaba el popular baile a base de música de organillo, que tocaba Chiri, y el domingo por la mañana Don Andrés, el cura, después de misa, echaba la bendición de los animales y se daban vítores a San Antonio. Después de comer, todos se iban al salón de baile, se hacía una rifa para recaudar fondos para la Hermandad del Santo, cuyo premio consistía en un cerdo ya cebado. Algunos ancianos contaban: “Antiguamente se compraba un gorrinillo de destete al día siguiente de San Antonio, que andaba todo el año por el pueblo y todos los vecinos le daban algo de comer; así se le iba engordando durante todo el año, y así se cebaba sin que costara prácticamente nada. Se le llamaba el cerdo de San Antón”.

Era casi sagrado y nadie se atrevía a hacerle nada, pero siempre había algún chiquillo que le hacía alguna picia. En una ocasión, cogieron al cerdo entre unos cuantos y le pintaron de azul oscuro, y le duró la pintura tres o cuatro meses, pero aquello les costó una multa a los padres.

A media tarde, cuando ya se habían vendido todas las papeletas, se hacía la rifa. También, entre baile y baile, se hacía una pequeña subasta de una bandeja de pasteles y un porrón de vino dulce. El encargado de la subasta era Lucio, el dueño del salón, que para eso tenía una gracia especial.

Así empezaba la subasta: “A ver, este lote está valorado en dos pesetas ¿Hay quien dé más?” Las pandillas de chicos y mozos gritaban: “¡Yo doy dos cincuenta!” “¡Yo, dos setenta y cinco!” “¡Pues yo doy tres!”. Y Lucio decía: “Tres pesetas a la una, tres pesetas a las dos…, y tres pesetas a las tres”.

También los vecinos de mejor posición llevaban algún regalo para la subasta. Don Andrés, al que también gustaba mucho la fiesta, acostumbraba a llevar una docena de huevos. Lucio gritaba: “A ver cuánto dan ustedes por los huevos del cura”. Aquella frase causaba grandes risas entre los vecinos y asistentes. Ese año, el alcalde llevó también un ganso muy grande a subastar. Se le desataron las patas y se escapó por todo el salón. Aquello causó un gran alboroto, hasta que se le cogió de nuevo y se lo entregaron a Lucio, que no dejaba de bromear a causa del ganso. Cuando ya lo tenía bien sujeto entre sus manos exclamó: “¡A ver cuánto dan por el ganso del alcalde!”. Aquello volvió a causar grandes carcajadas entre la concurrencia. El ganso fue adjudicado a una pandilla de mozos en disputa con un grupo de casados que se habían colocado al lado contrario. Se llegó a pagar por el ganso del alcalde la alta suma de ciento diez pesetas. Después se lo cocinó la señora Cecilia, que decían que guisaba muy bien porque de joven había estado sirviendo en Madrid de cocinera, en casa de un político. Se lo comieron esa misma noche para cenar, aunque la señora Cecilia les dijo que estaría mejor para el día siguiente.

Terminaba la fiesta de San Antón y, al día siguiente, lunes, todo el mundo a sus tareas cotidianas; los hombres a sus trabajos, los chicos a la escuela y las mujeres a los quehaceres domésticos.

Ese día, el señor Pepe, el sacristán,  tenía que ordenar la iglesia y poner al Santo en el sitio de costumbre, porque todos los años se le bajaba de su altar y se le ponía en el centro de la iglesia. También era costumbre del señor Pepe acompañar a la pareja de músicos, un gaitero y un tamborilero, a almorzar, y les ponía en el coche de línea. Como despedida les decía: “Bueno, ya hasta Santa Águeda, si tenemos salud”, y la pareja respondía casi al unísono: “¡Hombre, si para Santa Águeda quedan cuatro días!”

Pedro Merino García.
"Un año en mi pueblo".

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com