Quisiera contar un sueño
de un reposo improvisado,
una tarde de verano,
tumbado de medio lado.

Podía volar, y el viento
con suavidad me mecía,
y desde el cielo veía
el paraíso soñado.

Rozando los Siete Picos,
volé hasta Peñacitores,
ascendiendo a Peñalara
¡qué cantidad de colores!

Bajé en picado hasta Aranguez,
perfilando Dos Hermanas,
de allí crucé a las Camorcas,
verdes como dos manzanas.

Vi la fuente de la Reina,
sobrevolé Casarás,
subí hasta el Montón de Trigo
¡No había forma de parar!

Me lancé por la Acebeda,
el Berrueco, Navalrey,
¡qué paz la de sus praderas!,
reconocerlo es de ley.

La fuente de los Pastores
también llegué a divisar,
y a su lado una cabaña
que animaba a descansar.

Coroné hasta Matabueyes
¡qué gran vista me ofreció!
casi toda la provincia
¿qué más podía pedir yo?

El crepúsculo avisaba
¡más belleza todavía!
Contemplé Navalrincón
a la vez que descendía.

Anunciaba ya el final,
esta experiencia vivida,
cerca del palacio en ruinas,
llegué al punto de partida.

Igual que todos los sueños,
tuvo éste su despertar,
Morfeo me abandonaba,
¿sería el sueño realidad?

Despacio salí de casa,
de punta tenía el vello,
¿qué sería de mi vida
si no estaba todo aquello?

Decidido abrí los ojos,
no podía esperar más,
allí estaban las praderas,
las montañas y demás.
En pie la Casa del Bosque,
que fue sitio de postín,
el Parque, el pinar, las matas,
¡Allí estaba Valsaín!

Pedro de la Peña García.