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 devalsain.com:   Inicio > Historia > Valsaín: Un Real Sitio Flamenco en el Bosque de Segovia  
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Los edificios, al igual que las personas, tienen un sino. Al Palacio de Valsaín, remedando a Galdós, podríamos llamarlo el de los tristes destinos. La conjunción de una serie de circunstancias adversas, que rara vez se dan aunadas, comenzando por un inoportuno incendio en momentos de crisis nacional, han acabado con él.

Los palacios reales de la Edad Moderna, símbolos excepcionales del poder y esplendor del antiguo régimen, en contra de los que podía esperarse, han sobrevivido con excelente salud a guerras, motines, crisis y cambios políticos radicales. La Revolución francesa, que luego arrasó castillos, casas solariegas y magníficas abadías, sorprendentemente en 1789, desvió las iras populares hacia una Bastilla, antigua prisión de gentilhombres, que ya en 1784, encontrándose prácticamente vacía, se había planteado la oportunidad de derribarla; respetando en cambio conjuntos de la corona tan significativos como Versalles, Fontainebleau, Saint Germain o el Louvre y las Tuillerías en el propio París. Es cierto que la imagen del poder estaba encarnada en éstos y otros edificios análogos, y siempre los nuevos dirigentes han pretendido conquistar a un tiempo el dominio y su efigie. Así el Kremlin de Moscú, el Quirinal romano o los palacios virreinales americanos, éstos profundamente transformados, han albergado distintos regímenes y hoy siguen siendo las sedes de las Jefaturas de sus respectivos Estados. Viena, Turín, Postdam, Lisboa o San Petersburgo conservan prácticamente completas sus residencias reales, a pesar de haber sufrido algunas de ellas las devastadoras consecuencias de la última guerra mundial.

Pero lo que no ha conseguido la acción del hombre, en ocasiones, lo ha logrado el fuego. Incendios ha habido en la mayoría de ellos, pero siempre se procedió con celeridad a la reparación de los daños, como en San Lorenzo de El Escorial, e incluso en casos de destrucciones graves, palacios de nueva planta se levantaron en el mismo emplazamiento de los devastados, como ocurrió con el de Madrid. Son muy pocos, entonces, los construidos a partir del siglo XVI que podemos considerar perdidos. El de la Tuillerías fue incendiado por la Comuna en 1871. Se propuso en principio construir allí un nuevo palacio, y Viollet-le-Duc sugirió salvar al menos las ruinas, pero el Parlamento decidió demolerlas, y en 1884 desaparecieron los últimos vestigios. El Whitehall londinense fue destruido por un incendio en 1689, y la nueva dinastía de Hanover trasladó su residencia al Palacio de San Jaime. Afortunadamente para los estudiosos de la arquitectura, de las llamas se había salvado el admirable Banqueting Hall, pieza cumbre del renacimiento inglés, construido por Iñigo Jones en 1622.

En España tenemos la ventura de conservar Casas reales tan antiguas y singulares como las navarras de Olite y Estella, las monacales aragonesas de Poblet y Santas Creus, los Palacios reales viejos de la Alambra, los Alcázares de Sevilla y Segovia, la Aljafería de Zaragoza y el más venerable de todos el de Ramiro I, en la falda del Naranco sobre Oviedo, levantado entre los años 842 y 850. De los modernos, el Alcázar toledano ha sido rehecho en los últimos años, y el Palacio nuevo de la Alambra, comenzado en 1527 y nunca habitado, se terminó de cubrir en fechas recientes.

De entre los principales, hemos perdido dos Casas madrileñas; el ya citado Alcázar, incendiado en 1734, y el del Buen Retiro, añadido en su origen al Convento de los Jerónimos, que también sufrió varios incendios en el siglo XVIII, y desapareció, excepto el Salón de Reinos y el Casón, después de que en 1808 instalaran en él los franceses su cuartel general.

Felipe II es sin duda uno de nuestros grandes reyes-arquitectos. Durante su reinado (1556-1598 y a partir de 1580 lo es también de Portugal) se levantaron ciudades y fortificaciones. Se construyeron obras de interés público: puentes, acueductos, puertos, lonjas, casas de la moneda, universidades, hospitales y cabildos, en los cinco continentes. Educado entre las admirables colecciones artísticas de su padre el Emperador, de siempre le interesó la arquitectura, hasta el punto de tener su propio tablero de dibujo, cuya curiosa estructura conocemos gracias a don Francisco Iñiguez(1). Este es un punto más que confirma nuestra vieja teoría sobre la dificultad de hablar de nombres concretos, cuando se trata de trazas o de direcciones en las obras de las Casas Reales. Parece más sensato, aunque evidentemente en cada tajo existiese un tracista y un maestro de obras responsable en un período determinado, citar como equipo o taller, en el que a veces se incluían asesores circunstanciales, caso de Pacciotti en El Escorial, a los arquitectos del Rey Felipe, al frente de los cuales se encontraba el propio Monarca. Fueron numerosas las obras realizadas en casas reales, palacios y jardines. Unas son de nueva planta en lugares adquiridos exprofeso: la Casa de Campo de Madrid o el conjunto de San Lorenzo, obra magna del reinado. Otras se construyeron en propiedades reales, donde ya había cazaderos levantados por sus ascendientes, como Aranjuez, Valsaín y El Pardo. Por último, se ampliaron y reformaron palacios existentes: Toledo, Madrid, Lisboa o Segovia. De todos ellos, solamente nos faltan algunas Casas de etapa de los itinerarios regios en torno a un Madrid, ya convertido en capital administrativa: Vaciamadrid en el camino de Aranjuez, Aceca entre ésta y Toledo, la Casa de la nieve en el puerto de la Fuenfría y otras que fueron posteriormente abandonadas. El Palacio de la Ribera en Lisboa, fue destruido por el terrible terremoto de 1755. Del viejo Alcázar de Madrid ya hemos hablado, y del de Valsaín, quizá el más interesante de todos, excepción hecha de El Escorial, pasamos a tratar ahora.

UNA HISTORIA DE VALSAÍN

Según Prats, el origen del Real Sitio del Bosque de Segovia, de Valsaín o de Valsaín, que de las tres formas se le ha denominado, estuvo en el deseo de Enrique III de Trastamara de levantar un albergue “para reponerse de su doliente salud, al mismo tiempo que desarrollaba su afición venatoria”(2). Enrique IV continuó usándolo como cazadero, y mandó construir otra casa en la cercana ermita dedicada a San Ildefonso, en memoria del peligro que corrió su vida en aquel lugar durante una cacería. Ermita y casa de San Ildefonso, fueron cedidas en 1477 por los Reyes Católicos a los Jerónimos del Parral, y serán más tarde el núcleo sobre el que se fundará el Palacio de la Granja. Fundación que provocará el abandono definitivo del que nos ocupa.

No tenemos noticias de la suerte que corrió la Casa del Bosque de Segovia bajo los Reyes Católicos y Carlos I, aunque es seguro que debieron disfrutar poco de ella, dada la ajetreada actividad de los primeros por toda España y del segundo por Europa. Su pintoresca situación a orillas del Eresma cuajado de truchas, dominado por la ladera noroeste de la Sierra de Guadarrama, rodeado por uno de los mejores pinares de la Península y su saludable clima, debieron hacer que el entonces Príncipe Felipe lo escogiese para uno sus más ambiciosos proyectos constructivos, que simbolizaría la alegría e ilusiones de su juventud. El doctor Marañón es como siempre certero en el diagnóstico: “Es grave error juzgar a este Rey, de existencia tan larga y accidentada, como si hubiera sido siempre el mismo, Independientemente de sus cambios de humor, que dominó con su afanosa voluntad de trabajo, hay un mundo de diferencia entre el Felipe sensual, alegre y optimista de la juventud y el Felipe ascético, melancólico e irresoluto de la declinación. Entre el Felipe de la Casa de Campo, rica, casi pagana de Saldañuela, y el de los muros severos de El Escorial. La coyuntura entre las dos épocas – podría decirse entre las dos vidas –,la verdadera edad crítica de este hombre, está en aquellos años que rodean al 1568”(3).

La obra de juventud de Felipe II

Convendría quizá precisar, centrándonos exclusivamente en sus actividades constructivas, que Valsaín, comenzados en 1552, es su obra de juventud. El Escorial en cambio, cuya primera piedra se colocó en 1563, es la de su época de plenitud; su obra máxima. El símbolo del Imperio, en el que la tendencia a amanerarse del Renacimiento tardío, es frustrada secamente por los cierzos de las altas mesetas castellanas. A partir de 1568, fecha fijada acertadamente por el doctor Marañón, como crítica entre sus dos vidas, el Rey no inicia ninguna construcción de importancia. En 1568, había muerto el príncipe Don Carlos y el 3 de octubre de aquel año, fallecía en el Alcázar de Madrid la más amada de sus esposas, Isabel de Valois. El dolor del Rey fue inmenso, y “se retiró por muchos días a llorar en el Cenobio de S. Jerónimo”(4). Comenzaba en efecto su segunda época.

Felipe II que había nacido en 1527 tuvo, desaparecida su madre en edad temprana, que asumir la regencia por ausencia del Emperador, en 1543, a los 16 años. Había sido educado severamente a la castellana por el futuro cardenal Siliceo, y cuando, reclamado por Carlos I, inicia en 1548 el viaje que por Génova, el Milanesado, Trento, Tirol, el Rin y Luxemburgo le llevó a Bruselas, era la primera vez que salía de la península. El descubrimiento de la verde y opulenta Europa de Borgoña y Flandes le debió impresionar profundamente. Era la Europa rica y risueña que vemos en las pinturas de Brueghel “el viejo”. La de los majestuosos Palacios Consistoriales de Bruselas y Lovaina, símbolos del poder de los burgos, coronados de pinos tejados de pizarra con airosas torrecillas, y la de las deliciosasy alegres casas señoriales, como la del Cardenal Granvela en Saint-Fosse-ten-Noode, rematadas sus cubiertas por bulbos y piñones.

Cuando desembarca en Barcelona en 1551, trae ya idea clara de lo que pretende levantar en el Bosque de Segovia. En aquel admirable emplazamiento, ya elegido antes de su partida, va a construir un espléndido palacio flamenco; el que aparece en el cuadro que Juan Bautista Martínez de Mazo pintó antes de 1667, para su serie de casas reales, y que hoy está expuesto en la antecámara del Salón del Trono del Palacio privado de san Lorenzo. Una réplica del mismo se encuentra en el Museo de Valencia de Don Juan de Madrid.

Artífices

Iñiguez, apoyándose en el manuscrito, “Relación de la Cassas que tiene el Rey de España, y de algunas de ellas se an echo traças que se an de ver con esta relación”, firmado por Juan Gómez de Mora en Madrid, en 1626, y que se guarda en la Biblioteca Vaticana(5), fija la fecha de comienzo de las obras del nuevo palacio, ya que no se conservó nada del viejo cazadero, el 3 de junio de 1552, es decir, apenas un año después de la llegada de Felipe a España. El todavía Príncipe – Carlos I no abdica en Bruselas hasta 1555 – no espera a ser rey para levantar palacios, y así Chueca dice comentando el Alcázar toledano: “El príncipe entonces regente, comenzó desde sus primeros pasos a hacer valer su autoridad con una inquebrantable resolución (…). Si a su temperamento minucioso unimos su gusto por la arquitectura, puestos de manifiesto por el propio Villalpando en la dedicatoria que le hizo del libro de Serlio, comprendemos, como lo muestran de consumo los documentos y las obras que dejó, su enorme influjo en este arte”(6).Las trazas de Valsaín, limitadas quizá al núcleo de la planta en torno al patio real, similar al de El Pardo, son de Luis de Vega, y las obras las dirigió Gaspar de Vega, su sobrino, que será maestro mayor hasta su muerte en 1567. Pero es evidente que la idea y el esquema del diseño es de Felipe, que se encuentre donde se encuentre, en las Cortes de Monzón o en Bruselas con su padre, se hace informar puntualmente de la marcha de las mismas, anotando minuciosamente, en los márgenes de los documentos, sus comentarios e instrucciones. Luis de Vega formó con Covarrubias, en tiempos del Emperador, el núcleo del taller real de arquitectos, que luego se unificó con Juan Bautista de Toledo, y en el que se formaron sucesivamente Gaspar de Vega, Herrera y los dos Mora como figuras principales(5).

 

El mayor de los Vega, había intervenido en los Alcázares de Sevilla, Toledo y Madrid, en la Casa de Campo de este último, en Aranjuez, y comenzado, para Carlos I en 1543, el primitivo palacio de El Pardo. Gaspar fue el colaborador y continuador de sus obras, trabajando además en el Alcázar de Segovia, caballerizas de Madrid, Casa de Aceca, Convento de Uclés, Casa de la nieve en la Fuenfría y palacio del Emperador en Yuste (7 y 9).

No debía interpretar correctamente Gaspar de Vega lo que el Príncipe pretendía levantar en Valsaín, y era lógico, porque ni había salido nunca de la península, ni la arquitectura flamenca se había llegado a popularizar en tratados, como ocurrió con la italiana. Así es que cuando Felipe en 1554 va a Inglaterra para matrimoniarse con María Tudor, se lleva a su Maestro mayor. Pasan ambos luego a Flandes, y mientras el ya Rey queda allí, Vega por Francia llega a España en 1556, desde donde informa a su señor en Bruselas de lo que ha visto en su viaje y del estado de las obras de las casas reales a su llegada.

Sobre este interesante informe, Iñigo escribe: “No le contentan poco ni mucho los palacios franceses, más fanfarrones que provechosos, entusiasmado como está con lo visto en Flandes: …quien viene de Flandes, no me parece que ay que decir de los pueblos, y aunque ay en el camino algunos muy buenos, pero todo lleva la policía de Flandes”(5). Como se ve, le ha ocurrido lo mismo que a Felipe en su primer viaje por Europa. La arquitectura flamenca los deslumbró a los dos. El Rey y su arquitecto están ya compenetrados, y de esa total colaboración van a salir los exóticos volúmenes del Palacio del Bosque. El informe nos proporciona además otro importante dato cuando dice que espera que el palacio: “se puede morar a la vuelta del Rey”. Esta se retrasa, y cuando lo hace en 1559, podemos aceptar que estaba en efecto habitable, como así lo confirma el que ya se había pintado la capilla (del Rey a Vega-Bruselas, 15-2-1559)(7), aunque cubiertas y acabados se prolonguen por lo menos hasta 1562.

Las cubiertas de pizarra 

La correspondencia entre ambos durante años es abundante y enjundiosa; informes y relaciones de una parte, anotaciones e instrucciones de otra. De todas ellas vamos a citar únicamente lo más significativo. En la carta antes citada, fechada en Bruselas en febrero de 1559, Felipe II, como la decisión de cubrir con pizarra la tenía ya tomada, se justifica razonando sus ventajas. “Decís que si no fuese por la mucha costa, sería bien cubrir todos los tejados de la casa del Bosque de planchas de plomo, porque a causa de los grandes vientos y nieves que cargan, por mucho cuidado que se tenga de retejar, siempre ha goteras, Demás de la costa hay en estos dos inconvenientes: el uno que el plomo cargaría mucho la casa; y el otro, que el verano la haría muy calurosa, como se tiene por experiencia de lo de acá. Y hame parecido que será mejor hacer los tejados “agros” a la manera de estos estados y cubrirlos de pizarra que como habéis visto son muy lucidos…Y así he mandado que se busquen ocho oficiales diestros, dos para sacar la pizarra y cuatro para cortarle y aderezarla y sentarla, y otros dos para hacer los maderamientos y armados: Y todos partirán a tiempo que sean ahí a la primavera. Entretanto hareis cortar y desvastar las maderas convenientes para los dichos tejados y tenerlas a punto; y que con diligencia se busque la pizarra lo más cerca posible de la casa que ser pudiere, porque en llegando los oficiales no pierdan tiempo. No se hallando más cerca, en Santa María de Nieva la ha de haber, que pasando yo por allí vi hacer cierta obra de ella en la Iglesia”(7). El Rey quería tener un palacio flamenco con cubiertas de pizarra, pero intenta autojustificarse y convencer a Gaspar de Vega, que como hemos visto estaba tan convencido como él (“como habéis visto son muy lucidos”). Por otra parte, en la misma carta, ingenuamente se da por enterado de que ya se ha comprado en Inglaterra el plomo para cubrir los corredores del Alcázar de Toledo, donde evidentemente el verano es más caluroso que en Valsaín y a pesar del peso del material.

En julio ya habían llegado los oficiales, y, queriendo con la prudencia habitual comprobar su pericia, ordena (del Rey a Vega, 22-7-1559) comiencen cubriendo unas casillas en el Bosque. La prueba debió resultar satisfactoria, por lo que solicitó al cardenal Granvela que enviase más carpinteros y cubridores de pizarra. Felipe II y su arquitecto debieron quedar tan ufanos del efecto que las nuevas cubiertas de Valsaín producían, que se cambiaron también a pizarra las de El Pardo, pero antes previsoramente: “dio a los oficiales flamencos aprendices españoles que salieron hábiles; pero concluidas las diferentes fábricas en que se emplearon, se fue disminuyendo el número, de suerte que el año 1604, no había más que dos oficiales en toda España, y se trató de darles aprendices”(7). De todas maneras, la novedad sorprendió y agradó, y los tejados “agros” cubrirán mucha de nuestra arquitectura de los siglos XVII y XVIII.

Hay otros detalles anecdóticos, curiosos y simpáticos de la minuciosidad del Rey, como por ejemplo, cuando envía a Vega 2.000 ducados “para que dexe contenta a la gente” (Madrid, 26/1/65)(5). Evidentemente, Felipe II está satisfecho de los resultados, pero también toma medidas cuando le informan de que algunos de los oficiales extranjeros “no sirven ni trabajan la mayor parte del tiempo”, y así ordena que se les descuenten los días u horas que hayan dejado de trabajar. “Y para que no puedan pretender ignorancia, los juntaréis todos y se les notificará en vuestra presencia” (Madrid 26/1/1563)(7).

Al tiempo que las obras se iban rematando, el Rey se preocupa de los jardines mandando traer de Flandes 5.000 árboles, que previamente aclimató en Colindres, y pide a Granvela le envíe al especialista Pietre Jason, para construir estanques con toda clase de peces exóticos(4).

Como quiera que sea, la Corte estaba ya instalada en Valsaín en septiembre de 1562, dedicándose la Reina a la caza del gamo, y se convierte en costumbre el pasar por allí en otoño, excepto el de 1563 al tener que ir el Rey a Monzón.

Pero el gran acontecimiento se produce el verano de 1566. La Reina Isabel de Valois llegó al Palacio del Bosque el 19 de mayo, y la noche del 11 al 12 de agosto dio a luz la que sería hija predilecta de Felipe II, Isabel Clara Eugenia, Isabel por su madre y abuela, Clara por ser ese día la fiesta de la Santa, y Eugenia por atribuir el feliz alumbramiento al Arzobispo de Toledo, cuyo cuerpo, que se encontraba en Saint Denis, había devuelto el año anterior el Rey de Francia. La crónica de la jornada cuenta que quiso ser el feliz padre el que llevase a la neófita a bautizar en la capilla del Palacio, para lo que se estrenó con un muñeco, al parecer sin resultado decoroso, por lo que cedió el puesto a su hijo Don Carlos, que por sus achaques tuvo que ser ayudado por Don Juan de Austria. Un pleito de competencias entre el Arzobispo de Santiago, prelado de la jornada, y el Obispo de Segovia, diocesano de Valsaín, hizo que la terminase bautizando Battista Castagno, arzobispo de Rosano y futuro papa con el nombre de Urbano VII(4).

El 12 de noviembre de 1570, casa el Rey por cuarta vez con Ana de Austria en Segovia, y durante ocho días se celebraron festejos, juegos y regocijos en el palacio y parque del Bosque. Después es probable que Felipe, que ya habitaba El Escorial desde 1571, disfrutase cada vez menos de su, antaño, casa predilecta, aunque lo visitó con sus hijas en 1583 y 1592.

Juan Gómez de Mora, en su relación citada más arriba(5), nos lo describe somera y pintorescamente tal como estaba en 1626, y aporta un nuevo dato: “Conforme a lo trazado, se está de acabar una tercia parte de su fábrica”. Como Mora lo conoció bien, es el autor para Felipe III de la galería o porche que completa la fachada principal, debemos pensar que el proyecto era aún más ambicioso.

El incendio de 1682

Poco sabemos de las estancias de la Corte de Felipe III, que sin embargo debió hacer allí frecuentes jornadas dada su situación entre Madrid y Valladolid. Felipe III, que luego se resarció viajando de la inmovilidad a que cuando príncipe le había sometido su padre, mejoró notablemente los caminos que comunicaban Madrid con los Reales Sitios. En septiembre de 1600 se encontraba en Valsaín, y a finales de 1615 pasó por allí en compañía de Isabel de Borbón, que venía a casarse con el Príncipe de Asturias. Es muy sugerente, imaginando el escenario, la visita que realiza al Palacio en 1601 la embajada enviada por el Sha de Persia Abbas I. De las jornadas otoñales de Felipe IV, sólo conocemos que en la del año 1622, el 20 de octubre, firmó la famosa carta a las principales ciudades de Castilla, proponiendo reformas económicas y administrativas, que se quedaron en nada. Después tenemos que esperar hasta 1682 para encontrar noticias, que en este caso son infaustas. Pocas horas más tarde de salir para Madrid Carlos II, quizá por un descuido, se produjo el violento incendio, que significó el principio del fin del edificio.

En el Palacio Real de Madrid(8) se guardan, en la documentación de San Ildefonso,107 legajos que abarcan desde 1670 a 1880, un período trascendente de la historia de Valsaín, que nos proporcionan datos imprescindibles para interpretar el proceso de su abandono y ruina. De ellos sólo vamos a extractar, por evidentes razones de espacio, las claves principales. Como se dijo al principio de estas líneas, el incendio ocurrió en unos momentos dramáticos para España, con una hacienda arruinada, un estado en descomposición y un Rey sin sucesión ni fuerzas.

Su muerte va a provocar el cambio de la dinastía, que se complicará trágicamente con una guerra de sucesión. Todo ello impedirá la inmediata reparación de los daños, que, como veremos, hubiera sido de fácil ejecución y no excesivo costo.

El nuevo Rey Felipe V, entra en Madrid el 18 de febrero de 1701, y ese mismo año comienza la guerra de Sucesión contra el pretendiente austriaco, que no terminará hasta principios de 1712, en que se inicia la Conferencia de Utrecht. A pesar de los problemas que le embargaban, tiene aún tiempo el Rey para enviar al Conde de Belmonte, corregidor de Segovia, acompañado del aparejador de obras reales y del conserje del Palacio, a inspeccionar el estado del edificio después del incendio “del que han transcurrido 19 años”(8) (legajo n.º 2, año 1791). Es decir, que en efecto se produjo en 1682. El informe que emitió el Conde es muy completo. No lo encuentra tan mal como la Junta (de obras y bosques) creía, porque habiéndose iniciado el fuego arriba, sólo ardieron cubiertas y chapiteles, arruinándose la galería abierta a los jardines, pero se habían salvado la torre nueva con su bello chapitel, así como la escalera y las caballerizas. Lo más urgente era cubrir, ya que, dado el tiempo transcurrido, la lluvia empezaba a dañar los interiores. Se estima el valor de la obra solamente en 38.000 ducados.

Los documentos correspondientes a los años de 1702 a 1715 nos informan de los esfuerzos del Conde de Belmonte por iniciar las reparaciones necesarias para detener la degradación de las zonas cubiertas, pero la guerra no permitía distraer fondos. Habrá que esperar a que se firme la paz de Utrecht para que, en 1716, Felipe V envíe a su arquitecto Theodoro Ardemans, a fin de que con el aparejador de obras y el conserje valore las reparaciones necesarias.

Ardemans no va, “por causa de la nieve”, y el aparejador valora las obras en 1.200 pesos, incluyendo una nueva y más rica decoración de las estancias.

Y aquí conviene establecer un cierto paralelismo entre la actitud de Felipe V y la de Felipe II, cuando pretendía justificar la necesidad de unas cubiertas flamencas que simplemente le complacían. Sin duda, a Felipe V el lugar le fascinaba, pero estaba obsesionado por el recuerdo de los palacios campestres de su abuelo Luis XIV, donde había pasado su infancia. El costo de un edificio de nueva planta, a la moda francesa, superaba con mucho el de las reparaciones del existente, y el Rey, sin fuerza moral, como recién llegado e indeciso, ordena por fin a Ardemans reedificar Valsaín, nombrándole Maestro mayor de obras (1717 – 3 de marzo.)

En 1718 se libran 9.394 reales “para adornar y componer el palacio”, y en 1719 se recubren algunos tejados con 2.770 reales, pero ese mismo año Ardemans, recibe instrucciones de iniciar las obras de un nuevo palacio en el próximo paraje de la Granja de San Ildefonso, que citamos al principio. Este palacio se comenzará a la española (el Rey intentaba sin convicción dar una continuidad a al etiqueta y estilo de los Austrias), continuará a la francesa (cuando se sienta consolidado, porque era lo que siempre había pretendido), y se concluirá en 1739 a la italiana (que era lo que placía a la Reina Isabel de Farnesio).

Ya sin recato, el 11 de octubre de 1720 se ordena el traslado desde el Bosque de “balcones y otras piezas de hierro que puedan servir en la Granja de san Ildefonso, porque allí se necesitan”. La suerte de Valsaín está echada.

Los legajos números 58 y 68, correspondientes a los años 1804 y 1828, nos describen la continuación del expolio con el transporte a San Ildefonso de basas, fustes, capiteles y balcones. Por último, en 1880 (legajo n.º 107) se anuncia la remisión de planos de lo que quedaba en pie (estos planos, que no hemos localizado, debieron realizarse por el deseo de Alfonso XII de instalar allí a antiguos servidores de laReal Casa).

En marzo de 1963, siguiendo instrucciones de Don Ramón Andrada, entonces Arquitecto Jefe de Obras del Patrimonio, un grupo de estudiantes de arquitectura hicimos un levantamiento del conjunto.

LA PLANTA HISPANICA DEL PALACIO FLAMENCO

Con los planos de 1963, el preciso cuadro de del Mazo y uno de Brambilla, que se encuentra en la Casita del Labrador de Aranjuez, podemos, con bastante aproximación, determinar su planta en el siglo XVII, antes del incendio. Otros interesantes documentos gráficos son el plano de los “Límites del Bosque de la Casa Real de Segovia”, diseño de Pedro de Brezuela, que se conserva en el Archivo de Simancas y donde se aprecia perfectamente la planta general del Palacio, así como una vista del mismo por levante en 1863, grabado de “La Historia de El Escorial” por A. Redondo.

El núcleo se desarrollaba en torno al patio, como en la mayoría de los palacios campestres de la época. Este “Patio real” tenía, por sus cuatro pandas y en los dos niveles, galerías de arcos de medio punto, seguramente sobre columnas. En el nivel principal, siguiendo lo establecido en la Corte de los Austrias, se situaban los cuartos del rey y de la reina a ambos lados de un eje, cuya orientación variaba según los casos.

El patio de El Pardo, palacio comenzado en 1543 por Luis de Vega para Carlos I, y por tanto antecedente del nuestro, tiene únicamente galerías a levante y poniente, repitiendo una vieja solución hispánica de las casas moriscas, y con la misma orientación estaban ubicados los cuartos de los reyes. En Aranjuez, en cambio (lo mismo que en el Palacio privado de San Lorenzo) el cuarto del rey estaba situado a mediodía y el de la reina al norte. En ambos, son los dos últimos que levanta; Aranjuez lo comienza Toledo en 1561, Felipe II ya maduro busca un soleamiento que en Valsaín no necesitaba. Aquí es muy posible, por tanto, que se encontrasen los cuartos invertidos, el de la reina al mediodía, sobre el jardín privado: “Holvidóseme de escriviros la otra noche lo que agora diré, y es que será bueno que dexeis con Urtado en el Bosque que allanen el “jardín del mediodía”, que se cerró a la entrada que solía ser, como oy lo concertamos, y que dexeis ordenado y concertado con aquel de que lo plante y aderece este inbierno, para que a la primavera esté de proveho para la Reina, quando baya allí y que Gaspar de Vega, le de recado para esto” (letra del Rey, sin fecha, Archivo de Zabálburu)(5); y el cuarto del rey al norte.

Lo que no parece es que en Valsaín, quizá por la dureza de su clima, existiese “Galería de Cierzo”; así llamada por estar situada en las fachadas nortes de los edificios, como ocurría en el viejo Alcázar de Madrid y en El Pardo. Sobre ellas apunta Iñiguez: “es curiosa la repetición de estas galerías al norte, al contrario de las solanas. ¿Tendría algo que ver en ellas, la creencia de que viento norte es el más sano? Desde luego estaba muy extendida, y dura mucho: Don Ventura Rodríguez, en el Siglo XVIII, la defiende a ultranza para sus proyectos de hospitales”(5).

Si en el palacio del Bosque no hubiesen existido mayores impulsos, la planta, como en El Pardo, hubiese acabado ahí, pero como se trataba de un edificio singular y festivo, por expreso deseo real, se le añaden un cuerpo de fachada a poniente, como Aranjuez, y un ala con galería baja por el mediodía.

Yaquí tenemos que destacar la alegría y falta de convencionalismos con que la arquitectura hispánica trata en el siglo XVI el tema de los ejes. En Roma sería impensable que en un palacio Farnesio, obra de Sangallo continuada por Miguel Angel, el eje de la fachada principal no coincidiese con el del patio. En España hay algunos: Alcázar de Toledo, El Pardo, o el nuevo de Carlos I en la Alhambra, que sí cumplen esta regla, pero en la mayoría no ocurre así. Esto viene de antiguo, posiblemente se debe a la idiosincrasia peninsular de preservar la intimidad, impidiendo que desde el exterior se pueda contemplar lo que ocurre más allá del zaguán. Ya en una casa romana de Itálica aparece, detrás de la puerta de la calle, el arranque de un muro curvo, que a manera de biombo fijo, cortaba la visión del que deambulaba por la acera. Todo ello obliga a realizar el acceso en quiebro, desembocando muchas veces en los patios por los rincones.

La arquitectura hispano-musulmana lo desarrollaba hasta extremos sutilísimos con los recodos triples y cuádruples de las torres de la Cautiva y de las Infantas de la Alhambra. El Palacio mudéjar de Pedro I en Sevilla los tiene, y muy marcados. El sistema pervive en edificios del XVI, como el de los Miranda de Peñaranda de Duero (Burgos), el de los Hinojosa en Deza o el de los Mendoza en Morón de Almazán, estos dos últimos en Soria. Incluso muy entrado el siglo XIX, el Duque de Riánsares lo impone en su más caserón manchego que palacio de Tarancón.

Edificio singular y festivo

Todo esto viene a cuento de que en Valsaín el cuerpo de fachada flanqueado por las dos grandes torres está totalmente descentrado hacia el norte con respecto al Patio real. Ello puede deberse al deseo de no cerrar más el Jardín privado y permitir su soleamiento completo por poniente, pero lo que en otras latitudes resultaría por lo menos chocante, aquí es perfectamente natural. Chueca describiendo la casa real de los Reyes Católicos en el Convento dominico de Santo Tomás de Ávila, apunta: “La entrada era pues un perfecto organismo arquitectónico y estaba concebida como un acceso musulmán de doble recodo. Algo parecido a una torre de entrada a un recinto. Es curiosa esta pervivencia de las soluciones mudéjares en la arquitectura doméstica castellana”. Y cuando se refiere al de San Lorenzo añade: “cuando desde fuera se quería llegar al palacio privado era obligado penetrar siempre, a través de tortuosos pasadizos que irían produciendo un especial frío y encogimiento en el ánimo del visitante, hasta llegar tras un calculado “suspense” a la presencia de este monarca casi divinizado”(9). Tiene por tanto Valsaín la entrada en quiebro, y cabría preguntarse si también las escaleras de acceso a la planta principal estaban descentradas a lo hispánico, e incluso situadas en algún rincón del Patio en lugar de en los ejes, como era corriente en Italia. La capilla podría estar situada, como en Aranjuez, en una de las dos torres, con aire de campanarios, que flanquean la fachada principal.

En cuanto a la doble crujía o ala, que termina en una gran torre, “La Torre Nueva”, parte aproximadamente del medio de la fachada mediodía del núcleo del edificio, y tiene una alegre galería en la planta baja por poniente, abierta al Jardín privado. Todo este espacio, como hemos visto, debía formar parte del cuarto de la reina, y protegía el jardín de los vientos de la sierra.

El Jardín privado, de la Reina o “de Mediodía”, como lo llamaba el Rey, es otro elemento hispánico en la traza del Palacio. Se trata de un ámbito cerrado por fachadas al norte y levante y por tapias de unos seis metros de altura, ciega la de poniente y calada con ventanales la de mediodía. Por encima de las tapias corría un paso o adarve, de dos metros de ancho, protegido por barandillas de hierro. Este tipo de jardines íntimos, que se pueden disfrutar a dos niveles, tienen antecedentes en la de las Casas reales de la Alhambra, donde está quizá el más bello de todos, el Daraxa, y también se encuentran en los Alcázares sevillanos.

Pero el más próximo antecedente del de Valsaín puede ser el Palacio de Villena, en Cadalso de los Vidrios (Madrid), que Chueca atribuye a Covarrubias, y del que dice “los miradores belvederes, arquerías y cenadores parecen dispuestos para disfrutar de toda suerte de alegres perspectivas, para gozarse de la intimidad recogida, para mirar sin ser visto o para divisar lejanos horizontes”(6). Felipe II, con mejor criterio que sus jardineros, algunos de los cuales ha hecho venir del extranjero, en la carta sin fecha antes citada, da instrucciones sobre el trazado de este jardín. “… que se vengan las calles en medio de los arcos, y no tropezando en los pilares y por esto también es bueno que las calles sean del mismo ancho que los arcos (se refiere a los de la galería), que como lo veréis todo por traca queba aquí, y en los dos cuadros pequeños estarán bien dos fuentes baxas y son tan pequeños aquellos, que no servirán para otra cosa, y allí estarán bien las fuentes y no en las calles, porque no los embaracen”(5).

El Patio de las vacas de la Reina

Por último, para acabar con la planta, tenemos además que describir una novedad; el “Patio de vacas de la Reina”, del que no conocemos, antecedentes en la arquitectura hispánica, salvo una referencia de Juan Gómez de Mora a una plaza de toros en la desaparecida Casa de Campo de la Ribera, al otro lado del Pisuerga en Valladolid(5), aunque debieron existir, y muchos. Consecuencias sí; en el Nuevo Baztán construido a partir de 1709 por José Benito de Churriguera para Goyeneche; uno de los más inteligentes trazados urbanos del siglo XVIII. El Patio de las vacas de la Reina es una plaza cuadrada de festejos y toros, separado a levante del Jardín de la Reina por la tapia, sobre la que corre el paseo elevado que, prolongándose por encima de los cerramientos del patio, permitía a la Corte presenciar los regocijos.

Aprovechando la terraza sobre el monumental pasadizo, que completa la puerta de acceso directo a este patio desde la Lonja, se organiza un ensanchamiento del adarve a modo de tribuna, desde la que las personal reales presidían los espectáculos. Al recorrido elevado se accedía desde la planta principal del palacio por la “Torre nueva” sobre el jardín privado, por el extremo mediodía de la fachada principal y a través de un hermoso balcón de piedra (que se conserva sobre ménsulas de voluta) por la “Casa de Oficios”. Los establos y caballerizas estaban situados en la planta baja de este edificio, rematado por dos torres menores, y que cerraba el patio por occidente. La planta primera, camaranchones bajo cubierta y cuerpos de las torres de la Casa de Oficios, servía de alojamiento al personal de servicio.

El conjunto de palacio se completa por una gran explanada o “Lonja” delante de la fachada noble, que queda abrazada a mediodía por el Patio de las vacas de la Reina y Casa de Oficios. En la mayoría de las casas reales de la época. El Pardo, Palacio nuevo de la Alhambra, El Escorial (obligado por la orientación de la Basílica)y Aranjuez; las portadas principales están situadas a poniente, por lo que estas lonjas a la hispánica no enmarcan el acceso desde los itinerarios primordiales, como ocurrirá con las “cour d’honneur” francesas del barroco. Aquí por el puente sobre el Eresma y a San Lorenzo, se llega desde Madrid por detrás de los edificios, y la fachada norte de El Pardo tendrá que ser trasladada al testero sur, cuando Sabatini amplíe el Palacio en 1772, para que su eje coincida con el acceso desde la capital.

LA INSPIRACION FLAMENCA

Mas arriba hemos visto el proceso de compenetración de Felipe II con su Maestro mayor, hasta conseguir levantar por primera vez en España un edificio que recordase los palacios de Flandes y de los Países Bajos, como el delicioso de Terruren, pintado por Brueghel en segundo término del retrato del Archiduque Alberto, que se guarda en el Museo del Prado. No se trataba de un simple deseo de imitar las construcciones de sus antepasados los Condes de Flandes, sino de una sincera admiración, tanto por parte del Rey como de Gaspar de Vega, por aquella arquitectura. Para lograrlo, su génesis pude ser así: primero, conocimiento directo de los modelos; segundo, contratación de especialistas flamencos: carpinteros, pizarreros, plomeros o jardineros, importación de materiales- plomo, ladrillos y se llegaron a traer hasta semillas y árboles exóticos en España -; y por último concreción de los objetivos, que se centraron en la textura de los cerramientos, la diafanidad de los mismos y el tratamiento de las cubiertas.

 

 

 

De los puntos primero y segundo, ya hemos hablado. En cuanto al ladrillo, en la península se conocía su uso de siempre, y somos además los creadores del mudéjar, uno de los estilos más felices y fértiles de nuestra arquitectura. Pero también en el norte de Europa, en las llanuras de aluvión, que desde la desembocadura del Escalda se extienden por el Brandemburgo y la Pomerania hasta la Prusia oriental, donde la piedra escasea, se han empleado la arcilla roja y aplantillada.

La estereotomía de Valsaín no tiene nada que ver con lo hispánico, está inspirada en la manera de hacer de Flandes, y se concreta en una afortunada textura compuesta por ladrillo y piedra en guarniciones de huecos, esquinazos, pies derechos e impostas, que fructificará en los siglos XVII y XVIII y sobre todo en las admirables construcciones de don Juan de Villanueva. Por otra parte, y sorprendentemente, incluso se trajeron ladrillos, aunque aquí los tuviésemos: “Algora quiere hacer la fuente del jardín de la Cassa del Campo, que mira a la tela, del ladrillo de Flandes bien cocido y pide para ello 6 ó 7 mil ladrillos” (al Rey, letra de Pedro de Hoyo, Aranjuez, febrero 1563)(5).

Pasamos ahora a analizar la diafanidad de los cerramientos y el tratamiento de las cubiertas. Sobre lo primero podríamos decir con George Kubler, cuando describe el Ayuntamiento toledano: “En toda esta fachada lo más llamativo es su generoso ventanaje. Las ventanas del segundo piso son huecos de una amplitud sin paralelo en el Renacimiento español. Su rico esquema prosigue en los pisos tercero y cuarto de las torres”(10). El proyecto de Toledo, de Herrera, es de 1575, continuado y evidentemente variado por Vergara, Monegro y Theotocopuli hasta 1618. En Valsaín, comenzado 23 años antes, ya aparece el diseño en el que el vano domina sobre el muro. La Torre nueva, por ejemplo, parece, por la profusión y tamaño de sus huecos, buscar el sol con una avidez más propia de los brumosos Países Bajos que de la luminosa meseta castellana. Todo el palacio sigue la misma pauta, excepto las dos torres que flanquean la fachada principal, que recuerdan campanarios viejos españoles (puede que en una de ellas estuviese alojada la capilla), y la Casa de Oficios tratada evidentemente con mayor sequedad.

Pero va a ser en las cubiertas, donde Vega, de la mano del Rey, va a desarrollar toda la riqueza de soluciones que conocieron en Flandes. Son los famosos “tejados agros”, que aquí se montan por primera vez, tras el prudente ensayo en las casillas del Bosque, con geométricos chapiteles de pinos faldones coronados por bulbos, en las torres de la Casa de Oficios, como en el palacete campestre del Cardenal Granvela en Saint-Fosse-Ten-Nood de los Países Bajos. Puntiagudas agujas y torrecillas de perfil gotizante, al gusto de las Casas consistoriales de Lovaina y Bruselas, o de la “Maison du roi” en esta última, construidas en el XV. Buardillas, racimos de ricas chimeneas y piñones escalonados de remate, como los de la Plaza Mayor de Brujas, en las dos torres mochas del cuerpo a levante del patio real, y a modo de cortafuegos en la fachada principal, forman un conjunto único que va a crear escuela, aunque la mayoría de las veces, por falta de medios, no con la misma profusión y variedad en nuestra arquitectura posterior, a partir del El Pardo y El Escorial.

LOS ANDRAJOS DE LA PURPURA

Como resumen, el palacio del Bosque de Segovia, obra personalísima de juventud del Rey Felipe, era un edificio prototípico e irrepetible que influyó decisivamente en lo que se hizo después. Alegre, por la luminosidad de sus caladas fachadas y el juego cromático en grises y rojos, de los paños. Festivo con su delicioso jardín privado y el patio para corridas y regocijos. Rico, pomposo e íntimo. Pletórico en fin, del adorno, la sensualidad y el buen humor de Flandes de entonces.

El Rey y el arquitecto debieron disfrutar enormemente construyéndolo, y también diseñando la compleja trama de invariantes hispánicos de su planta: ejes quebrados, circulaciones dobladas por pasos elevados que convertían los espacios en escenarios de amable tramoya, recoletos jardines, y plaza de toros.

Merecía, indudablemente, un destino mejor, pero el incendio se produjo en el peor de los momentos, y, como dijimos al principio, los edificios, al igual que las personas, parece que tienen su sino establecido.

En 1963 quedaba en pie, aunque muy transformada la Casa de Oficios, al estar habitada, probablemente, por los descendientes de los antiguos servidores de la Casa Real que allí instalo Alfonso XII. El Patio de las vacas de la Reina, que aún guarda su nombre y una excelente portada almohadillada, flanqueada por pilastras sobre lo que era la Lonja, debía su pervivencia a seguir usándose como corral agrícola y ganadero. La Torre nueva había perdido la cubierta que, aunque rehecha cien veces, debió conservar hasta principios de este siglo, cuando se la utilizaba como escuela. Tenía sus caladas fachadas completas, con guarniciones y mascarones decorativos en el zócalo, y semienterradas se encontraban piezas muy bien labradas, trozos de triglifos y metopas de leones caídas desde el friso. El buen pórtico de Gómez de Mora, de ocho columnas enterizas semiencastradas en pilastras, mantenía, aunque muy dañadas, las bóvedas de arista, y en el testero, al fondo, la puerta de acceso adintelada, con un ojo de buey a cada lado, para iluminar la crujía central del cuerpo de fachada. De lo demás, el lienzo a levante del ala mediodía y la Torre sur de la fachada principal, apenas tenían en pie o sólo aparecían los arranques de sus muros.

El tiempo y los elementos acabarán con lo que queda. Quizá, la única, piadosa y práctica acción que pueda hacerse, en honor de tan excepcionales ruinas, sería proceder a una excavación completa, que determine la verdadera planta del edificio, recuperando piezas labradas y elementos que puedan haber escapado del expolio. Porque el palacio, como tal, era ya en 1963 irrecuperable.

NOTAS

(1) IÑIGUEZ ALMECH, Francisco: “Las Trazas del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial”. Discurso de recepción como Académico Numerario, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 1965.

(2) PRATS Y RODRÍGUEZ DE LLANO, Antonio: Bosquejo histórico del Palacio de Valsaín y de los jardines de San Ildefonso (La Granja – Segovia), Madrid, 1925.

(3) MARAÑON POSADILLO, Gregorio: Antonio Pérez, Espasa – Calpe, Madrid 1963.

(4) FERNÁNDEZ Y FERNÁNDEZ DE RETANA, Luis: “España en tiempo de Felipe II”, Historia de España, dirigida por Ramón Menéndez Pidal, tomo XXII, Espasa – Calpe.

(5) IÑIGUEZ ALMECH, Francisco: Casas Reales y jardines de Felipe II, C.S.I.C., Delegación de Roma, 1953.

(6) CHUECA GOITIA, Fernando: “Arquitectura del siglo XVI”, Ars Hispaniae, volumen XI, Plus Ultra, Madrid, 1953.

(7) LLAGUNO Y AMIROLA, Eugenio: Noticia de los Arquitectos y Arquitectura de España desde su restauración, Madrid 1829.

(8) Archivo General, “San Ildefonso”, legajos 2 al 107, Palacio Real de Madrid.

(9) CHUECA GOITIA, Fernando: “Casas reales en monasterios y conventos españoles”. Discurso de recepción como Académico. Real Academia de la Historia. Madrid, 1966.

(10) KUBLER, George: “Arquitectura de los siglos XVII y XVIII”, Ars Hispaniae, volumen XIV, Plus Ultra, Madrid, 1957.


"Valsaín: un Real Sitio flamenco en el Bosque de Segovia"
Enrique Martínez Tercero
(Revista Reales Sitios Número 84. Segundo trimestre de 1985)

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