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UN PASEO POR EL BOSQUE DE VALSAÍN

Maravillosa muestra de bosque húmedo, en el bosque de Valsaín encontramos paz, sosiego e historia en estado natural. Disfruta de sus sonidos, de su brisa, de sus aguas transparentes y vivas, del encanto y la magia de sus aguas transparentes y vivas, del encanto y la magia de sus leyendas y tradiciones. Todo un lujo y una experiencia para el recuerdo y para el espíritu.

Foto: devalsain.com 

Rutas naturales, educación ambiental, Valsaín Esta ruta nos permitirá conocer este enclave que se encuentra en la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama, a 14 km de Segovia y a 80 km de Madrid, en el término municipal de San Ildefonso.

Partimos del Centro Nacional de Educación Ambiental (CENEAM), que pertenece al Ministerio de Medio Ambiente y que tiene como objetivo incrementar la responsabilidad de todos nosotros en relación con el medio ambiente. Este paseo nos muestra la gran riqueza y belleza de este bosque húmedo y umbrío que se encuentra a 1200 m. de altitud sobre un suelo de granito y gneis.

Las especies arbóreas que más abundan en este paisaje son el roble y el pino silvestre. El roble melojo tiene una prodigiosa capacidad para producir brotes a partir de su propia raíz, formando rodales de numerosos retoños. No todos llegarán a ser grandes: el ganado y la competencia entre ellos harán que muchos se malogren. Recordemos que tiene una bonita hoja lobulada, aterciopelada, caduca y una corteza agrietada y rugosa. En sus ramas encontramos unas curiosas bolas llamadas agallas, de textura acartonada y con una característica corona de 7-8 espinas. Se trata de una especie de tumor que forma el árbol como defensa ante el ataque de una pequeña avispa. El insecto deposita sus huevos en los brotes tiernos del roble, que reacciona generando estos abultamientos. En su interior se va desarrollando la larva hasta que es adulta y capaz de volar y abandonar su encierro; muchas veces estas agallas vacías sirven de casa para algún ”insecto okupa”.

El pino es fácil reconocerlo: alto, recto, con hoja perenne en forma de aguja, color anaranjado en la parte alta del tronco y con pocas ramas o casi ninguna en la parte baja, pues la sombra que les dan las superiores las debilitan hasta que acaban rompiéndose por el viento o el peso de la nieve. Su fruto en forma de cono, la piña, le da el nombre de conífera.

Aún quedan gabarreros que recorren el bosque recogiendo leñas muertas y restos de árboles que luego venden para alimentar hornos y chimeneas. Es un oficio muy antiguo que además ayuda a mantener limpios los bosques.

Si miramos hacia arriba encontraremos con facilidad ramas de muérdago que dan un toque mágico y legendario a nuestro paseo. Sus bolitas contienen una sustancia verde y pegajosa que da mucho juego para las bromas y que en otro tiempo se utilizaba para obtener “liga”, con la que untaban ramas y cazaban pajaritos.

Foto: devalsain.com 

Abundan dos especies de arbustos: la jara y el espinar. En nuestro recorrido vemos jarales muy altos en las zonas más soleadas y despejadas, siempre cerca de los robles. Sus hojas perennes son parecidas a las del laurel (de ahí su apellido laurifolius), y su flor blanca, arrugada y pegajosa nos hace pensar en un huevo frito grande y vistoso, cuyo olor aromático nos abre los sentidos. La resina que produce, el ládano, se usaba antiguamente para curar hernias y se recolectaba con un método muy curioso. Se empleaban rebaños de cabras a las que se hacía pasar por el jaral, peinándoles luego el pelo para obtener el producto. Ahora solo se usa como fijador en perfumería, suponemos que con otro método de recolección. La jara se emplea aún como combustible y su leña es muy apreciada en los hornos de pan. El espinar da alimento y refugio a numerosas especies silvestres, entre las que destacan zarzamoras, rosales silvestres, majuelos y endrinos, que maduran al final del verano.

También encontramos plantas pequeñas indicadoras de la calidad del aire y de la ausencia de contaminación como los líquenes (asociación entre hongo y alga) y el musgo, que siempre se sitúa en la cara más umbría de la roca, la que está orientada hacia el norte.

La vida animal en este bosque es muy activa. Entre las grietas que el hielo ha abierto en las rocas, encontramos lagartijas y lagartos verdinegros a los que les encanta tomar el sol. Además, si prestamos un poco de atención, en el bosque escuchamos un auténtico concierto en directo: el canto armónico del petirrojo, el tamborileo del pico picapinos, el inconfundible cu-cu del pájaro carpintero, el estridente arrendajo ávido de las bellotas de los robles, la abubilla, el piquituerto, con esa voz recia y ese chip-chip, el trepador azul tan parecido al gorrión, etc. Ardillas, corzos, conejos, jabalíes, mariposas…..por no decir los animales típicos de pasto.

En el camino nos vamos a encontrar con distintos arroyuelos y con corrientes de agua de mayor envergadura como son el arroyo Peñalara y el río Eresma. El arroyo Peñalara viene directamente del Macizo de Peñalara, el más alto de la Sierra de Guadarrama (2430 m). Es, por tanto, un arroyo de montaña que, al recorrer una superficie pendiente, forma pequeños pero sonoros saltos de agua y que discurre a una velocidad suficiente para que los guijarros se vayan redondeando por la erosión. Estos cantos de granito y gneis se acumulan en algunas zonas formando pequeñas islas que con el tiempo se han cubierto de vegetación.

En las zonas donde el agua está más reposada y sobre todo cuando el sol incide sobre el cauce del arroyo, podemos ver destellos brillantes en la arena, como si fueran granitos de oro. Es lo que jocosamente se conoce como “el oro de los tontos”, que no es otra cosa que la mica desprendida del canto por el golpeteo y que brilla mucho por efecto del sol.

En un momento, el arroyo se bifurca en dos brazos de agua. Uno de ellos es el cauce natural y el otro es una cacera. Se trata de un canal artificial utilizado para conducir el agua del arroyo Peñalara hasta la “Maquina Vieja”, un antiguo aserradero que aprovechaba la fuerza del agua para mover sus sierras. Solo funcionó de 1829 a 1834 y se cerró por falta de rentabilidad. En las orillas del arroyo, la vegetación es más densa y muchos animales que se acercan a beber pueden dejar sus huellas en esta tierra reblandecida (topos).

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Cerca del arroyo encontramos una zona desprovista de vegetación leñosa, que nos indica el emplazamiento de una antigua carbonera. Estos rellanos se abrían en el bosque mediante desbroce y nivelado con azadón. Para obtener el carbón de roble se construía una pila u hornera, apilando trozos de leña de medio metro en varios pisos, hasta formar un casquete estérico alrededor de una estaca vertical, que se retiraba después dejando un orificio a modo de chimenea central. Las horneras, que podían medir hasta 25 m. de diámetro de base, se recubrían con una capa de ramillas y musgos y otra externa de tierra.

El aire necesario para la combustión entraba por agujeros hechos en la base de la carbonera. El carbonero vigilaba continuamente el color del humo que salía por la chimenea, ya que indicaba la marcha de la combustión. El proceso completo podía suponer un mes de trabajo, con turnos de día y noche.

Bordeando las tapias de Máquina Vieja, y siguiendo un sendero que serpentea entre pequeños arbustos, nos sorprenden unos pilares de granito que surgen entre los pinos y los robles: se trata del Puente de los Canales, construido con piezas de granito bien labradas y que forma un arco de nueve metros sobre el río Eresma. En la clave, pieza central del arco, podemos ver un escudo con el águila bicéfala, emblema imperial de Carlos V. La construcción data del siglo XVI y debe su nombre a la instalación de un canal de madera sobre pilares que llevaba el agua y abastecía los estanques y fuentes que se instalaron en el cercano palacio de Valsaín.

El palacio de Valsaín es uno de los primeros ejemplos de una nueva inclinación arquitectónica, tanto por su estructura como por los materiales que se usaron para su edificación, que desde entonces identificará las construcciones de los Austrias. La introducción de la pizarra en los tejados y los motivos flamencos de sus cubiertas le dan un aire exótico para la época.

En 1552, el entonces príncipe Felipe II, empieza su construcción donde ya existía en la Edad Media un pabellón de caza, que Enrique II había llamado “La Casa del Bosque de Segovia”. En 1566 la Corte pasó aquí su primer verano: el 12 de agosto la Reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, da a luz a su primogénita en el palacio, celebrándose grandes fiestas durante el bautizo. A finales del siglo XVII se produce un gravísimo incendio, ardiendo las cubiertas y los chapiteles. Con la nueva dinastía de los Borbones, y tras una cruenta guerra de sucesión, se abandona el palacio de Valsaín y se inicia la construcción de uno nuevo a cuatro kilómetros, en la Granja. Para su construcción se trasladan desde allí balcones, piezas de hierro etc En la actualidad lo que quedan son restos ruinosos y edificaciones adosadas a lo que otro día fueron sus muros.

Una senda es un camino y podemos hacer tantos como queramos, ¡ánimo y a seguir observando y caminando!.

Mª Teresa Méndez Aparicio
(Letras de Madreselva)


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