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Pocos lugares son tan propicios para las leyendas como las montañas. Basta la menor de las excusas para que cualquiera de sus recurrentes parajes adquiera la inquietante pátina que sólo otorgan algunas fábulas.

Así ocurre con un cúmulo de piedras que se eleva en un destacado calvero en medio de los pinares más excelsos del Guadarrama. La Cueva del Monje, que así se llama el lugar, es un objetivo asequible para cualquier caminante quien, de paso, conoce una vieja faloria de los vaqueros serranos.

Pues parece que en el pueblo vivía un tal Segura, vecino que, y aquí discrepan las leyendas, para conseguir la eterna juventud o la riqueza sin fin de la piedra filosofal, que vuelve oro todo lo que toca, declaró estar dispuesto a cualquier cosa. Como habría de esperarse, Belcebú se enteró de tan ambiciosos propósitos y, sin problemas, arrancó a aquel infeliz el pacto de sus anhelos a cambio de su alma. Y así fue en un principio. Pero Segura se arrepintió del contrato y, convertido en eremita, marchó al monte, al abrigo de unas piedras a penar sus culpas. Enterado, Satanás se presentó en la covacha a cobrar lo que era suyo, pero, en un arrebato místico, Segura logró el concurso de la mismísima Vírgen, quien sin problemas espantó al maligno, haciéndole perder la dentadura.

Todavía pueden verse sus terribles caninos, transformados en piedras que surgen de la pradera. Por su parte, ahora sí, el bueno de Segura se quedó vagando por estos andurriales eternamente arrepentido.

El camino hasta el escenario de tales hechos se inicia justo enfrente de la entrada de los Baños de Diana. Allí surge una vieja carretera que se defiende del paso de los vehículos con una robusta cancela. Rectilínea, recorre un espeso robledal marchando decidida hacia las alturas del Guadarrama. Al poco cruza, uno tras otro, dos rústicos puentecillos de piedra. Tras ellos el sendero gana altura para llegar a un cruce de pistas con forma triangular. Mientras que la de frente se dirige a Valsaín -por ella habrá de retornar-, la de la izquierda lleva a Peñalara. Así lo señala un rústico cartel de madera. Por esta última prosigue la marcha.

A la izquierda, el arroyo de la Chorranca se desliza por unas gastadas lanchas de granito. Un nuevo cruce señala que a mano izquierda se va al vado de Tres maderos y a Peñalara, lo que costará a quien decida ir por él tres horas de marcha. Por su parte, el de la derecha nos llevará a nuestro objetivo.

GRANDES PINARES.- Sin mayor historia que descubrir uno tras otro excelsos pinos de interminable tronco anaranjado, se llega a un vivero delimitado por una empalizada de madera. A su lado se abre una amplia pradera en cuyo final está el cúmulo de piedras que forma la famosa Cueva del Monje.

Desde la entrada de la oquedad, se ofrece en toda su amplitud la vertiente norte del macizo de Peñalara, mucho más allá de las últimas copas de la extensa pinada. En esta agradable pradera estuvo durante mucho tiempo la vivienda de unos guardas forestales. De aquella presencia sólo quedan cuatro robustos guindos y el mencionado cercado. Justo delante de la cueva se inicia una vaguada por cuyo fondo se aventura un sendero que lleva hasta Valsaín.

El descenso, pronunciado en sus comienzos, transita por una zona de añosos pinos, a cuyos pies se extienden espesos helechales que alcanzan en algunos puntos una altura cercana a los dos metros. Pronto se une a otro camino más ancho que viene de la ladera derecha. Siempre bajando, en 15 minutos se llega a una cerca de alambre. Tras continuar un trecho a su lado, hay que cruzar una cancela. En poco tiempo estamos en los aledaños del Centro de Interpretación de la Naturaleza de Valsaín.

Se continúa por una carretera que discurre entre huertecillos y viejas construcciones de madera, hasta llegar a Valsaín. Al llegar a un cruce, tomar la carretera de la derecha que lleva a Los Cosidos. Tras una curva, se llega a la añeja fábrica de madera. Bordearla por su lado derecho y seguir hasta una barrera, en un camino sombreado por viejos castaños. Hay que proseguir por esta carretera asfaltada hasta el punto en que se inicia, a la izquierda, otra mucho peor conservada. Se debe tomar esta última, pues este lugar es el cruce triangular de caminos que se atravesó durante la subida. De allí hasta los Baños de Diana está todo dicho.

©Pedro de la Peña García | devalsain.com