Crónicas Gabarreras 18
 Crónicas gabarreras:   Inicio > En los sentimientos > Ganadero por vocación en Valsaín (Daniel González Herraiz).  


Foto: Paulino González

Yo podía haber nacido perfectamente en un establo, dada la inquietud que siempre he tenido desde muy niño por estar rodeado de animales y algún día poder ser ganadero. A los Reyes Magos les pedía me trajeran “la Granja de Playmobil”, no sé por qué, pero era feliz jugando con los animalejos. De más mayorcito, al finalizar diariamente el colegio, dejaba la cartera y salía escopetado a recorrer diversas cuadras del pueblo para ver y estar en contacto con las vacas, ovejas, caballos, etc. Ser localizado era fácil, ya sabían dónde buscarme, además no lo podía negar, volvía con la ropa llena de paja. Siento con mucha nostalgia cuando iba a casa de mis abuelos Alfredo y Gonzala, siempre tuvieron unas pocas ovejas, gallinas y un gorrinillo, como ayuda para el gasto de la casa. Tenía facilidad para retener en la cabeza los nombres de casi todas las vacas que pastaban en el Parque, sobre todo las de José Fraile y Palomo. No había cuaderno del colegio e instituto en el que no llevara pintados vacas y caballos, tenía claro que de mayor sería ganadero sí o sí. Mis padres trataron de inculcarme, al ver que no estaba decidido por los estudios, el que hiciese un oficio para poderme ganar la vida. Trabajé un par de temporadas en la peluquería que regenta mi tío Alfredo en Segovia, llegué a peinar y cortar el pelo con una cierta soltura, pero no dejaba de pensar en manejar y trastear con ganado, pues es lo que verdaderamente me gustaba. Hablé con él para exponérselo, y cambié de rumbo.

Un año estuve como aprendiz en la carnicería de Jesús Sastre, el hijo de Jesús y Margarita, los carniceros de toda la vida aquí en Valsaín, hasta que Cipri, Toño y Abel -al que nunca olvidaré-, los hijos de Mari y Antonio el carnicero y Geñi, el hijo de Mari y Doro Trilla, me ofrecieron formar parte de una cooperativa que ellos y otras personas más tenían organizada, y poder trabajar como matarife en el matadero municipal de Segovia. Este trabajo es de mucho madrugar y durante varios días de la semana estar libre a media mañana; así que para ocupar las tardes comencé a desarrollar la vocación soñada. Los inicios fueron con un par de vacas y poco a poco conseguí aumentar la cabaña; también compré algunos caballos, pues me gustan mucho y al tiempo les puedo utilizar para ir a ver las vacas en el buen tiempo, sobre todo cuando están fuera del cerro Matabueyes. A medida que he ido agrandando el número de animales, también he tenido que rodearme de los útiles más necesarios que me sirven de gran ayuda; adquirí un vehículo pick-up todo terreno y acceder con él por lugares poco transitables, y después un tractor con su remolque para transportar los paquetones de hierba, paja y forraje; en el invierno debido a las inclemencias del tiempo de la zona en la que vivimos, es necesario como apoyo para echarlas de comer.

A pesar de ello, quiero dejar muy claro que la ganadería que practicamos en Valsaín se ajusta a las crecientes demandas sociales de una mayor calidad de los productos agropecuarios y un resultado no industrializado, rozando los criterios de la producción ecológica, debido al entorno natural donde nos desenvolvemos, y el aprovechamiento eficiente de los recursos del territorio. Está demostrado que el pastoreo extensivo incrementa y mejora su producción en cantidad, garantizando la permanencia de la cubierta vegetal. El aprovechamiento de pastos naturales se transforma en un enriquecimiento de alimentos para el hombre, al tiempo que se previene de los incendios forestales mediante el control arbustivo y la reducción de biomasa combustible. Los animales en este sistema habitan en condiciones que permite que se mantengan sanos y fértiles, aprovechando a diente todo tipo de pastizales, hierbas y rastrojos, ayudando a conservar la biodiversidad, el patrimonio cultural y la identidad territorial.

Foto: Paulino González

En la actualidad cuento con un número de cabezas de ganado como para estar entretenido gran parte del día; labor muy dura, teniendo que asumir responsabilidades que no puedes ignorar, pues los animales no distinguen si es lunes, viernes o domingo, hay que atenderlos todas las fechas del año. Es verdad que te dan muchas satisfacciones, sobre todo al nacer las crías, pero también sinsabores, de vez en cuando alguna vaca se muere en pleno crecimiento, y por causa de las alimañas, que en cuanto ven algún chotillo con cierta debilidad, van y te lo trincan. Periódicamente las vacas requieren un control de pruebas veterinarias muy exhaustivo, como vacunas, desparasitación, etc., registros de salud, raza, partos y sacrificios.

Es importante el manejo de la selección del ganado de reemplazo. De las que poseo, algunas hay que sacrificarlas o mueren repentinamente por diferentes motivos; las seleccionadas deben de tener diversas cualidades como capacidad maternal, crecimiento, etc., eligiendo siempre las que yo considero más convenientes. Nada más nacer a las crías, hay que darlas de alta, con su guía y crotal correspondiente, y al tener una cierta edad, marcarlas para su identificación visual.

Año tras año, el día del MARQUEO, en mi agenda figura como el más significativo, prácticamente le he convertido en una fiesta donde se reúnen a mi alrededor diversos colegas de la profesión, amigos y familiares, unos para ayudarme a separar y coger las novillas que hay que identificar, otros simplemente para verlo, dado la espectacularidad y curiosidad que esto tiene. Una vez que a los animales se les coloca su marco correspondiente, año de nacimiento y demás señales, llega la hora de “todos en torno a la hoguera”, que sirve para calentar los marcos de hierro, degustar una buena parrillada de chuletitas, chorizo, churrascos, etc., etc., la cual se encarga de controlar Joaqui Trilla como cocinero mayor, además de las aportaciones que llevan casi todos los asistentes: chicharrones, queso, lomo, las tortillas de patata que hace mi madre…, todo regado con un buen vino, y para terminar, estupendos dulces y tartas elaboradas por Raquel, la mujer de Garucha que disfruta como nadie, café y cubatas para que no nos falte de nada.

Foto: Paulino González

A nivel familiar costó mucho entender que me pudiera gustar esta la labor de ser ganadero, con excepción de mi abuela Carmen. Todavía recuerdo el brillo de sus ojos por lo contenta que se ponía al decirle “ABUELA, prepárate que nos vamos al cerro Matabueyes, que hay que dar una vuelta a las vacas”. La pobre, sin pensarlo a pesar de su avanzada edad, se montaba de un brinco en la pick -up. Ahora ya mis padres están más mentalizados y colaboran conmigo, acompañándome en cualquier necesidad que tenga al respecto.

En el refranero castellano se refleja que sarna con gusto no pica. Es una profesión que me encanta.

Dar las gracias a esta entrañable revista, “Crónicas Gabarreras” por darme la oportunidad de haber podido expresar mi vocación.

 

Daniel González Herraiz.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com