Crónicas Gabarreras 18
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Gabarreros > Las madres de los gabarreros: sutilidad femenina (Cristina Cablejas Artola).  


Foto: Santos Yubero. Fototeca CENEAM

Amanece la mañana con una manta almidonada de nieve que se extiende desde Peñalara por todo el Pinar de Valsaín. El blanco de su color desprende un frío que congela la sangre. Se adentra en las casas de la aldea con soberbia arrogancia, para hospedarse allí casi todo el año, sin invitación ni autorización alguna. Solo el calor de las lumbres bajas es capaz de vencer a tan cruel huésped, amigo del largo invierno.

Cargados de heroísmo, salen los gabarreros con sus burros, caballos y mulas en busca de leña para avivar el fuego de las chimeneas, protegiendo a familias enteras del inexpugnable frío y también del despiadado hambre, pues con la venta de la madera se come mejor. El jornal del padre de familia es tan escaso que los hijos varones se ven obligados a adentrarse en la dura vida de la gabarrería.

Sin embargo, si las alabanzas de heroísmo quedan reservadas para los jóvenes gabarreros, las madres anuncian su valentía en silencio, guardando el sabio secreto del ins- tinto femenino. Ellas absorben las penas para transformarlas en armonía. Crean el orden familiar con cálidos hogares y asumen con alegría su múltiple condición de esposas, amas de casa, maestras, enfermeras, amigas y compañeras, al mismo tiempo que desprenden su amor incondicional.

Su feminidad la custodian luciendo sus cabellos largos en un moño perfectamente recogido, y estilando siempre vestidos, ya que para proteger su buena reputación nunca osarían a vestir pantalones. Las medias gordas, la rebeca y el delantal son accesorios imprescindibles.

Foto: Santos Yubero. Fototeca CENEAM

Se levantan muy temprano para encender la lumbre en la cocina y preparar el desayuno familiar: café con leche con sopas de pan. Al mismo tiempo preparan la merienda para sus gabarreros, que no llegarán a casa hasta las cinco o las seis de la tarde, mojados y con el frío en los huesos. Para entonces, el cocido ya está listo para entrar en calor, y mientras comen, las ropas se secan en la cocina, las mismas que se pondrán al día siguiente.

La cocina es el núcleo de la vida familiar en Valsaín. Todos amontonados en cocinas de escasas dimensiones, sin espacio para salones ni comedores, y el calor se resiste llegar a los dormitorios. Las camas se ca- lientan con ladrillos recién sacados de la lumbre o cantimploras de agua caliente, para que duerman dos o tres en la misma cama.

Aunque la cocina es de vital Importancia, los fregaderos carecen de desagües y el agua llega de la fuente en cubos. A menudo salen las mujeres de noche sin luz y, si hay nieve, ha- ciendo vereda, para tener agua potable en casa. Y por las mañanas lavan las ropas en el río o en las charcas, y cuando el agua se hiela, rompen el hielo con martillos para lavar la colada de toda la familia.

Si se constipan toman vino caliente con orégano, que cura milagrosamente catarros y gripes. Pero ni el frío de las nevadas ni la escasez de me- dios las impide realizar sus labores de ama de casa, ni tan siquiera perder su espíritu alegre y de buen humor.

Foto: Paulino González

Aprovechan su tiempo e ingenio con gran eficacia. Cualquier tipo de trapo sirve de remiendo, sobre todo para los pantalones y chaquetas de pana que tanto rasgan o desgatan los varones. Cosen los calcetines con “soletas” y tejen los jerséis de lana.

Por las tardes, cuando hay novena, las campanas de la iglesia repican para que Dios se despierte y escuche sus plegarias. Juntas entran en la iglesia con velos negros que cubren sus cabellos, mostrando su devoción, lo cual las convierte en indiscutibles mujeres respetuosas. Encienden velas a la Virgen del Rosario porque, mediante el fuego, símbolo de pureza incorrupta, piden a la Virgen que las colme de fuerzas y que purifique sus almas. Quizás este es el secreto de su exqui- sita modestia y gran humildad, valores de una sociedad sincera donde las virtudes son las posesiones más valiosas.

Después de tantas labores arduas también tienen tiempo de ocio. A menudo se reúnen las vecinas de cada barrio a jugar a la brisca o al cinquillo. Es un estilo de vida difícil de imaginar, donde los talentos, dignos de altas condecoraciones, nacen de condiciones precarias. La imaginación es un mar de tesoros, la desmedida fuerza mental producto de su noble fe, y entre risas y lágrimas comparten todo con sencillez.

A día de hoy, no existe otro lugar en el mundo que emane tantas virtudes en tan pequeña localidad. La fortaleza, ingenio, buen humor, humildad y envidiable compañerismo se esconden en el aire que solo se respira dentro del Real Sitio de Valsaín.

Cristina Cabrejas Artola.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com