Crónicas Gabarreras 13
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Foto: Celia Herranz

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Dice Julio de Toledo en el prefacio de este libro que la idea de hacerlo nació como consecuencia de sus frecuentes paseos por la Sierra de Guadarrama. Al encuentro con los lugares visitados y recorridos en esas caminatas sucedió el interés por conocer sus nombres. Es una curiosidad frecuente entre quienes se acercan con mirada despierta al paisaje. Se suceden en él las formas geográficas, naturales y humanas, y se suceden también, al tiempo, sus nombres, los topónimos antiguos y modernos, no siempre fáciles de entender. No es un asunto que interese solo a los especialistas en materia filológica, a los “eruditos” de los que habló Coromines; puede interesar, por el contrario, a todos los que sientan curiosidad por entender los nombres de los lugares que tienen a la vista. Y los caminantes, los excursionistas, suelen ser sensibles a ese sentimiento, del que han dejado en ocasiones muestras elocuentes en sus diarios o relatos.

El notable interés de las relaciones, casi siempre estrechas, entre la toponimia y el paisaje queda sobradamente demostrado en el estudio que sigue de Julio de Toledo. Bien concebido y cabalmente realizado, sus páginas trascienden la óptica escuetamente lingüística para adentrarse, con amplitud de miras e inteligencia siempre despierta, en los terrenos históricos y geográficos. Y el resultado del empeño no decepciona: la toponimia habla en este libro de realidades geográficas, territoriales, en las que los hombres han conformado a lo largo del tiempo modos de organización y funcionamiento que han ido dejando sus huellas en el paisaje.

El estudio toponímico que sigue pone ante nosotros una personalidad geográfica, en la que, repitiendo lo que dijo Manuel de Terán para el conjunto de España, el hombre, “en siglos de historia, de afanes y trabajos, sueño y pensamiento, ha hecho del medio natural paisaje de cultura, animado y nutrido de genialidad y savia espiritual”. Esa personalidad geográfica, ese paisaje de cultura, el de las antiguas dehesas de Valsaín y Riofrío, se acerca a nosotros a través del estudio toponímico de Julio de Toledo. En 1834, Fermín Caballero, que fue desde 1822 catedrático de “Geografía y Cronología” en la Universidad Central y primer presidente de la Sociedad Geográfica de Madrid, fundada en 1876, escribió un meritorio y en cierto modo precursor estudio —“análisis gramatical y filosófico” decía el subtítulo— de índole toponímica: la Nomenclatura geográfica de España. “Toda España está allí”, dijo en su momento Azorín. Y lo mismo cabe decir, en fin, del excelente estudio toponímico de Julio de Toledo: “todo Valsaín y Riofrío está allí”.

Nicolás Ortega Cantero (Universidad Autónoma de Madrid).

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