Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Anécdotas y Curiosidades > Se alquila esta casa (José Manuel Martín Trilla).  


Foto: Araceli Trilla

Los días y días acontecidos tras aquel triste verano del 36 sellaron con sangre las páginas más tristes de nuestra reciente historia. Un cruenta Guerra Civil rebanó de un tajo las ilusiones de muchos españoles, que durante décadas quedaron en compañía del hambre, de la miseria, de la destrucción. España se vio sumida en una profunda recesión económica, agravada por otra “triste” guerra que involucró a todo un decadente y sanguinario mundo.

Y aunque a veces quisiéramos arrancar de los históricos anales las dolorosas páginas de nuestra guerra fratricida, existen otros relatos, otras “historias” de la Historia, a las que merece la pena dedicar unas líneas; porque es el reflejo vital de la gente más sencilla, de aquellos que se afanan por buscar la felicidad en sus vidas, y en la más cruda realidad, calmar los gemidos de sus vacíos estómagos.

Durante la eterna etapa de la posguerra, en los Madriles, cierta clase social de nivel, llamémosle acomodado, orientaba sus esfuerzos en la búsqueda de un lugar tranquilo donde pasar sus vacaciones de verano; algún rincón de la sierra cuya frescura mitigara los sofocantes calores estivales de la capital. Y Valsaín reunía todos los requisitos.

En aquella época, los alquileres supusieron una importante inyección económica en el pueblo. Se alquilaba una habitación, dos, la casa entera; y la familia, pues… ¡ya se apañaría!, porque esos ingresos constituían un preciado remanente para poder afrontar los crudos inviernos que se avecinarían.

En este contexto comienza nuestra simpática historia:

“La noche cubría con su negro manto los pintorescos parajes de Valsaín. La silenciosa oscuridad solo se perturbaba por los tenues rayos luminosos emergentes de las ventanas de algunas casas, y por el ritmo acompasado del caminar de un transeúnte. Era un anochecer cualquiera, de un verano cualquiera, allá por los años cuarenta, cuando Ángel, un joven mozalbete del pueblo, regresaba a su casa en La Pradera tras finalizar su jornada laboral.

Ángel trabajaba como peón de la Fábrica de Maderas de El Espinar, cuyos regentes eran, por aquel entonces, la familia Heras; unos madereros de Valsaín, instalados también con diversos negocios en la aquella localidad.

Así que, cansado y con ganas de estirar las piernas, Ángel llamó a la puerta. Concha, su madre, salió a recibirle; pero la expresión de su rostro denotaba alguna extraña circunstancia; y en estas lides, pegó el dedo índice sobre sus labios y chistó a su hijo:

-Chtss, no hables fuerte. -susurró Concha.

-Hola madre, si soy yo, que vengo de trabajar; pero ¿qué pasa? -preguntó Ángel.

-Qué va a pasar, pues que han venido unos señoritos preguntando por casas de alquiler y he alquilado tu cuarto –afirmó Concha.

Ángel, comprendiendo su situación recriminó a su madre y refunfuñó:

-Y ahora, ¿dónde duermo yo?

-Ya está solucionado, hoy te vas a casa de tu hermana Antonia, y mañana ya veremos.

Sin más consuelo que su propia resignación, se encaminó a la residencia de Antonia. Al menos, su hermana mayor vivía en la barriada de “Los Chozos” de La Pradera, cerca de su casa. Sin embargo, lejos de solucionarse su problema, comprobó cómo Antonia solicitaba de su persona que disminuyera el volumen de la voz: “había alquilado la casa”.

Dicen que, a grandes males, grandes remedios. No tenía por qué preocuparse, pues Antonia ya había preparado un colchón y una manta en la cuadra anexa a la vivienda. Allí se encontraba ya su sobrino Eugenio. Ambos dormirían juntos.

Aquella noche de verano, Ángel y Geño, Geño y Ángel, dormitaron -que no durmieron-, en un viejo colchón, abrigados por una manta de reducidas dimensiones, bajo el techo de una cuadra. Y mientras las horas avanzaban, la frescura de la madrugada se posaba en el cuerpo de Ángel, el cual se envolvía en la manta, desarropando a Geño. Poco después era Geño el que tiraba de la manta, desarropando a Ángel. Así transcurrió la larga y desventurada noche.

Foto: Javier Arenal

En otra ocasión, Ángel y su hermano Tomás se vieron envueltos en un pintoresco suceso que ocurrió, claro está, tras alquilar Concha el cuarto donde dormían. La casa era una pequeña buhardilla en la que se aprovechaban los espacios al máximo. Así, en la cocina, la parte más baja se había habilitado como despensa; dadas las circunstancias, ahora se acondicionaba como improvisada habitación; pero su tamaño era tan reducido que había que desnudarse en la cocina y entrar a gatas. Por supuesto que a los “señoritos” se les ocultaba tal situación, evitando el riesgo de que se sintieran molestos. Cuando le preguntaban a Concha dónde dormían sus hijos, ella respondía que iban a casa de su hija Antonia.

Aquel día, los hacendados invitados dieron por madrugar más de lo habitual y se instalaron en la cocina con objeto de desayunar. Tan temprano era que ni Ángel ni Tomás se habían levantado para ir al trabajo, y no podían salir de semejante agujero y hacerse presentes en la cocina. Sonó la sirena de la Fábrica de Maderas (donde trabajaba Tomás), y los señoritos no se movían. Por fin salieron de la cocina, momento que aprovecharon los hermanos para vestirse escopetados y escapar a toda velocidad, mientras sus tripas ronroneaban por la falta del desayuno.

El incidente se liquidó con unas horas de hambre y una leve amonestación en el trabajo por falta de puntualidad.

Por último, no quiero olvidar cómo Paco “Cirolín”, hombre de excelentes dotes de humor y hermano de los anteriores, al ser alquilada su habitación, se vio relegado a tomar por aposento un viejo gallinero utilizado antaño por tan singulares aves de corral. Y por las mañanas, lejos de rasgarse las vestiduras por su infortunio, se levantaba entonando un kikirikiiiii, que anunciaba la llegada del nuevo día.

Existen otras muchas anécdotas relacionadas con este tema, pero las dejaremos para próximas ediciones. Sólo quiero manifestar mi admiración por aquellos hombres y mujeres, cuya lucha, entrega y sacrificio sirvieron para sacar a flote sus vidas, sus familias…, su pueblo.

José Manuel Martín Trilla.

Quiero agradecer la colaboración que me prestaron mis tíos, Antonia y Tomás, auténticos narradores de estas historias.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com