Crónicas Gabarreras 13
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Foto: Crónicas Gabarreras

Aún no clareaba el día. Noche estrellada
de un caluroso verano. En el ambiente,
una ligera brisa refresca la frente
de un gabarrero en su despertar.

Al levantarse ha pisado fuerte,
sabe que ha de aligerar.
Tiene claro a dónde ha de llegar,
dura y larga será la jornada
y corto el jornal que ha de ganar.

Por la calle Quinta le ven pasar
la señora Marcela y su marido Benito.
Un poco más allá, la señora Plácida
ya está barriendo su puerta.
También le ve el señor Acisclo
que riega tan temprano su pequeña huerta.
Casi al final de la calle
le ve pasar la señora María.

A lo lejos, en la oscuridad, divisa
a dos gabarreros que suben de Valsaín.
“Parecen Luis y Clemente”,
se dice en su pensamiento.
Tras ellos, a corta distancia,
sube otro gabarrero ¿Quién será?”,
se pregunta en silencio. Y piensa:
“Si aligero un poco el paso me dará
tiempo a llegar al cruce y saludarlos”.

“¡Buenos días, compañeros!”.
Caras tristes y un silencio
por respuesta le llevan a preguntar:
“¿No lleváis a Lola?”. Clemente, serio,
calla; y Luis, con voz entrecortada
y con lágrimas responde:
“Veloz pasó como el viento
de la vida a la muerte,
se metió en un trampal.
Nada pudimos hacer por ella.
Estaba cargada. Fue en Navalaviento.
Ya reposa para siempre en el Pinar”:

Al poco pasó Agripino.
Comenzaba a tornarse azul el oscuro cielo
y las estrellas parecían esconderse.
“Buenos días”, dijo compungido,
sabedor de la triste noticia
que amargaba a sus amigos
“¿Venís los tres?”, preguntó.
“Voy con vosotros” –dijo el gabarrero-.
“Hoy es día para estar unidos y ser fuertes.
Y recordar a esa buena yegua
que plantó cara a la muerte”.

Emilio Montes Herrero.

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com