Crónicas Gabarreras 13
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Tardes de tertulia.

Ratos amenos para disfrutar de un buen café, y cómo no, de las más variopintas historias que fluyen durante el coloquio. Siempre gratifica escuchar los sucesos, las anécdotas de nuestros paisanos, a veces divertidas, otras trágicas, acompañadas del entusiasmo del recuerdo y la melancolía del pasado. Como los relatos que nos cuenta Faustino Martín.

Muchas vicisitudes salpicaron la vida de Faustino en esta querida tierra que le vio nacer. Hombre avezado en el conocimiento del monte, de su belleza sin parangón, de sus bondades, de sus condiciones extremas…, y de sus peligros. En esta ocasión quiso recordar nuestro querido amigo dos sucesos en los que intervino para rescatar a sendos accidentados, a los que acompañó el infortunio de la forma más aciaga.

Allá, a finales de los años cuarenta –nos explica Faustino-, la presa del Salto del Olvido era zona muy concurrida para el baño. Por aquí venían los soldados de Campamento, y a uno de ellos se le debió cortar la digestión y se ahogó, sin que lo pudieran sacar. Una semana después salió a flote; yo lo vi y di aviso. Recuerdo que un guardia civil llamado Custodio me dijo: “¿Te atreves a sacarlo?” Y yo, que por entonces era un chaval al que nada se le ponía por delante, le respondí: “¡Hombre, claro!” Así que cogí una soga y me lancé al agua por él; pero cuando le iba a atar, se hundió otra vez. Esperé a que flotara de nuevo, y esta vez lo conseguí. Recibí las felicitaciones de las autoridades, entre ellas, los mandos de Campamento. No fue un rescate agradable –que al pobre hombre ya le había crecido mucho la barba, e impresionaba-, pero creo que era un deber.

Recuerdo en otra ocasión que mi amigo Pedro Nogales y yo tuvimos que rescatar el cuerpo de un montañero fallecido en Peñalara. Fue el 29 de enero de 1956, y no se me olvida porque era la boda de Ángel “el Cirolín”, y no pudimos acudir a la celebración. Vinieron unos montañeros al restaurante Hilaria preguntando por alguien que supiera esquiar y con algún medio de transporte para rescatar a una persona que se había despeñado en la montaña; y Pedro y yo ofrecimos nuestra ayuda. Conseguimos llegar con los caballos hasta la Caseta de Aranguez, pues por fortuna no había demasiada nieve, pero allí se nos echó la borrasca encima. Tuvimos que subir por los Claveles, tomar suficiente altura e ir a media ladera hasta llegar al fallecido. Venciendo las dificultades que se presentaban, le atamos con las sogas, y deslizándonos por la nieve llegamos hasta la Caseta de Aranguez, ya con la noche encima. Lo cargamos en uno de nuestros caballos y lo llevamos hasta La Granja, donde el personal competente se hizo cargo de él. Este rescate fue bastante complicado, pero tuvo su recompensa pues nos concedieron una medalla y nos hicieron miembros honoríficos del Club Alpino.

Faustino guarda su medalla con orgullo, al igual que las cartas de agradecimiento del Club Alpino y de la Federación Española de Montañismo. Es de suponer que Pedro Nogales alberga los mismos sentimientos, aunque ya no nos lo pueda contar. Y es que el tiempo pasa fugaz para convertirse en recuerdos.

Vivencias que también dan forma al devenir de nuestra historia.

Muy señor mío:

Conforme a lo aprobado por el Consejo Directivo de esta Federación Nacional de mi presidencia con fecha 4 de abril ppddo., adjunto tengo el gusto de remitirle la Medalla de Montañismo, en bronce, la cual fue concedida a Vd. por la cooperación prestada en el traslado de los restos mortales del infortunado montañero Sr. Fernández Ruau (q.e.p.d.).

Expresándole mi más cordial felicitación por tal distinción, se reitera suyo affmo.;

FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE MONTAÑISMO.

Crónicas Gabarreras.

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