Crónicas Gabarreras 13
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Joaquín Benito, su hermana Rafaela y familia de Montpellier, 1973.
(Album familiar)

Es la historia de un paisano nuestro, de Valsaín, al que los avatares del río que nos lleva, es decir de la vida, le llevaron al exilio en Francia y que siempre quiso que al final de sus días volvería a su tierra, a su pueblo, donde pasó su infancia y juventud. Tal vez, supongo, en el afán que todos tenemos de recuperar el paraíso de la infancia y quizá con el ánimo, ya imposible, de volver atrás y de que no sucedieran ciertos hechos de nuestra vida pasada.

Se llamaba Joaquín Benito Montes y era hijo de la Sra. Cecilia y era también de la quinta de mi padre Guillermo García de Andrés. Supe de su existencia desde la infancia, ya que en mi familia se referían a él porque fue el último que dio noticias a mi padre de mi tío Valentín García de Andrés su hermano, que fue dado por desaparecido en la Batalla del Ebro o en la posterior retirada del ejército republicano de Barcelona.

Es por eso que cuando regresó a España, a finales de los años setenta, ya con la llegada de la democracia, tuve interés en conocerle y recabar información a propósito de esta historia familiar. Ello lo pude realizar a través de nuestro entrañable paisano y amigo José Luis Arágüe Benito “Mazaca”, sobrino de él y que fue quien me lo presentó.

Allí estuvimos charlando un buen rato de todo. Me habló de mi tío e incluso recuerdo me enseñó fotos de este y de él como milicianos en los primeros días de la guerra en Madrid. Posteriormente pasó a formar parte de la escolta del presidente de la República mientras que mi tío de la famosa 46º División (División del Campesino).

Joaquín Benito, su hermana Rafaela y familia de Montpellier, 1977.
(Album familiar)

Pero antes de continuar, leamos el relato que José Luis Arágüe nos hace de los recuerdos que conserva de su tío:

Recuerdos de mi tío, Joaquín Benito Montes.

El tío Joaquín estuvo en la República en la escolta de Alcalá Zamora y cuando estaba a punto de acabar esta odiosa guerra fratricida que dividió a España, y dejó muchos muertos en todos los bandos, mi tío Joaquín se exilió a Francia al igual que otros hicieron a Méjico o Argentina.

Durante el exilio, mi madre no sabía dónde estaba. No había ni cartas ni nada por el estilo ya que podían ser interceptadas. Con lo cual no sabíamos de su paradero.

No sé cómo realizaron los primeros contactos. Creo, por lo que me ha contado mi hermano mayor, que la primera oportunidad se presentó en una excursión que organizaban todos los años un grupo de amigos, y parece ser que con la intención de conseguir un encuentro entre mis padres y mi tío, fueron de visita al Santuario de Lourdes, quedando en un pueblo discreto para no levantar sospechas. Ese pueblo se llama Arras, y está más allá de Paris.

El encuentro, según me han contado, fue muy emocionante: besos, abrazos, y todos llorando de alegría y emoción. A partir de este momento ya hubo más ocasiones de volver visitarle en Francia. Él no podía regresar a España. De hecho, no lo hizo hasta finales de los años setenta.

En aquella época no era fácil salir a Francia. Pero bueno, el tiempo pasa y todo poco a poco se va alcanzando. Mi hermano mayor más adelante, de cuando en cuando, le hacía alguna visita a pesar de las dificultades de la época entrando por Lepertus o por Perpiñán. Así es como fuimos teniendo conocimiento de su vida en Francia.

Además de participar en la Resistencia (esa ya sería toda una historia aparte), allí se había casado con una francesa. Como era un hombre polifacético, trabajó como tramoyista en un teatro de Montpelier, arreglando relojes y en todo lo que la imaginación aporta en tiempos difíciles para subsistir. Más adelante, con algo de dinero, montaron una tintorería-lavandería.

Por mi parte ya siendo mayor, con veinte años, tenía el resquemor de no conocer físicamente a mi tío. Así que un día decidí coger un tren y me presenté en Montpellier. Aparecí en la puerta de su casa, a las diez o diez y media de la noche, que para Francia son ya horas intempestivas. Llamé al timbre. No me abrían. Me di cuenta de que me miraban por la mirilla de la puerta. Evidentemente no me conocía y en francés me preguntaba quién era yo y qué quería a esas horas. Fue entonces cuando le dije que era su sobrino José Luis, hijo de su hermana Rafaela. Abrió la puerta, todavía sin mucha confianza, y fue entonces cuando nos fundimos en un fuerte abrazo, nos besamos y lloramos conjuntamente. Pasamos toda la noche hablando. Su mujer, que recuerdo estaba en la cama, nos pedía que nos acostásemos que ya hablaríamos al día siguiente. Él decía duérmete que estoy hablando con mi sobrino.

Además de la familia, hablamos sobre la situación en España, cómo estaba y cómo se vivía. Como se puede imaginar, no paraba de preguntar cosas. Como está esto y lo otro, y así los tres días que pasé con él en Montpellier.

Ya no volví a verle hasta la muerte de mi madre, cuando vino al entierro. Fue entonces cuando nos pidió que, por favor, cuando muriera no le dejásemos en Francia. Y así lo hicimos, cuando falleció fuimos la familia a recoger sus cenizas y siguiendo sus deseos las depositamos a los pies de los tilos que habían plantado en la puerta de su casa en La Pradera de Valsaín, donde vivió su infancia y juventud con su madre, mi abuela, la Sra. Cecilia.

José Luis Arágüe Benito

Foto: Guillermo García BayónLos Tilos.

Pasado el tiempo, un día en el bar de del Mercado de Abastos de La Granja, que entonces regentaba José Luis y su mujer, le pregunté por su tío.

Su repuesta, debo decir, fue impactante para mí. Dijo que había fallecido recientemente y que, según sus deseos de no ser enterrado en Francia, habían enterrado sus cenizas la semana anterior en los tilos que están situados en La Pradera, a la derecha de la carretera de Madrid, justo antes de tomar el desvío hacia Valsaín, junto al Rancho. Es ahí donde estuvo la casa en que había vivido y que los más mayores recordarán como la casa de la Sra. Cecilia (célebre por las deliciosas tortas que fabricaba y vendía).

Cuando le comenté este hecho a mi padre, me dijo que era lógico, puesto que esos árboles habían sido plantados por él en su infancia.

Esto me impresionó y quedó grabado en mi mente, tanto es así, que siempre que paso por este lugar no puedo evitar recodarlo y pensar sobre ello. Cuántas veces he pasado por allí pensando “que tilos tan lúcidos” sin saber la historia que había detrás.

Por todo ello necesitaba contarlo y dar a conocer la historia que tiene este rincón que podría pasar desapercibido. Además, es una parte de la historia de nuestro pueblo: es la historia de uno de nuestros paisanos que podría representar la historia de otros muchos que también marcharon al exilio y que al menos con la vuelta de sus restos han superado el drama del exiliado que vive en el anhelo de regresar algún día a su tierra.

Guillermo García Bayón.

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com