Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Historia > El tesoro de Casarás (Juan Antonio Marrero Cabrera)  


Reproducción en talla de madera de la Casa Eraso por Juan Antonio Marrero (según el óleo de giuseppe Leonardo).

Si viviéramos en las afueras de Madrid se diría, en el lenguaje actual, que estamos hablando de una “leyenda urbana”. Pero, como estamos en tierras de Valsaín tenemos que denominarla “leyenda serrana”.

Y todo porque allá por los años setenta del siglo XX, cuando nos instalamos en La Granja, nos contaron un curioso “sucedido” en el Convento de Casarás, con intervención del Patrimonio Nacional. Y eso a pesar de la meticulosidad que el magnífico organismo, todo rigor y estudio, pone en sus trabajos.

Se trató, nada menos, que de realizar una cuidadosa excavación de las ruinas de Casarás para tratar de localizar un famoso tesoro, allí escondido, vaya usted a saber si de la época de los visigodos.

La primera vez que divisas el emplazamiento de sus ruinas, la imaginación se desborda.

Y no es para menos, porque su enclave es unos de los lugares más estratégicos de toda España. Está a una altura de 1650 m. y a un kilómetro de la fuente con las más célebres y mejores aguas de la Sierra de Guadarrama. Su acceso se puede realizar aún por una formidable calzada romana (la de Segovia a Miacum, a unos 120 kilómetros de distancia).

Por la frigidez de sus aguas se le llamó la “Fuenfría” o “Fontefrida”, en el viejo castellano. Dio nombre al empinado paso de la sierra y, más o menos, dividió los tramos entre Cercedilla y Valsaín.

Naturalmente, no había ningún tesoro escondido, sino una obra de ingeniería como su estupenda calzada romana, de unos seis metros de ancho, losa grande y muy bien conservada, con sólidos contrafuertes o quién sabe si contravientos.

Hoy día, la mejor fuente de “Las Siete Revueltas” se llama también “Fuentefría o Matagallegos”. Se conoce que por beber un agua tan gélida, sin descansar antes, los pobres temporeros, de la cansada subida.

De la antigua zona de la Fuenfría, sólo se nota aún, el antiguo emplazamiento de la casa de postas o venta de Santillana en el lado Norte y la de Santa Catalina en la parte de Cercedilla. Aunque se conserva un pequeño pilón restaurado y preparado para utilizar su agua en caso de incendios.

Siendo Valsaín un sensacional coto de caza, de venados, gamos, jabalíes y sobre todo un espectacular habitáculo de osos, fue una de las grandes distracciones de los reyes de Castilla. Y así lo que siempre fuera un puesto de vigilancia y control del importantísimo puerto entre las “Dos Castillas”, acabó transformándose en un cuidadísimo pabellón de caza. No era cuestión que los reyes de España tuvieran que alojarse, si no había más remedio, en una humilde venta popular. (Como en el caso de la Reina Isabel de Valois, que hubo de hacer noche bajo una enramada, agotada por la subida y su embarazo, en mayo de 1566).

Felipe II, tan enamorado de Valsaín, hizo bien en atender el consejo de su secretario Francisco de Eraso mandando construir una sólida casa- palacio en lo alto del puerto, una vez terminada la gran reforma del Palacio del Bosque, en Valsaín, en 1565.

En 1571, terminó el edificio el maestro de obras Gaspar de Vega. A su muerte continuó el trabajo el gran Juan de Herrera. Desde el primer momento estuvo al mando del gobierno y administración Francisco de Eraso, por lo que se le dio el nombre de “La Casa de Eraso”, “Casa Eraso” que, por síncopa, se convirtió en “Casarás”.

Ya construído el palacio de La Granja, como el paso de la Sierra se hacía por la Fuenfría, la Casa Eraso mantuvo sus funciones hasta 1788, cuando Carlos IV ordenó la nueva carretera desde Villalba a La Granja, que cambió la subida al puerto por Navacerrada, que era mucho más suave.

Yo aún recuerdo que durante un trabajo para TVE, en El Escorial, repasando cuidadosamente el sencillo despacho de Felipe II, el hombre más poderoso del mundo, encontré, frente a su mesa de trabajo, como un entrañable homenaje a su rincón favorito, un pequeño óleo de Giuseppe Leonardo, de 1639, de la “Casa de Eraso y sus alrededores”.

Juan Antonio Marrero Cabrera.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com