Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Historia > Ensoñaciones del tiempo (Diana Sancho Villota / Eloy Rodríguez López)  


Foto: Tinín Pérez

“La historia es la novela de los hechos, y la novela es la historia de los sentimientos”

Claude Adrien Helvétius
(1715-1771)

Un verano más, como tantos otros, me encontraba paseando por los Tres Robles, entre caballos y remontando el río Eresma. Fue justo debajo de uno de esos hermosos robles donde decidí sentarme a meditar mis trajines mundanos, junto al lecho del río y, poco a poco… con el canto de los pájaros y el bullicio de la vida en el río… sentí el aliento de otro tiempo, un tiempo anterior a la romanización en el que yo mismo era un habitante de Valsaín, por aquel entonces era un vacceo.

"¡Ambactus! ¡Sujeta las riendas con fuerza! –gritó padre. Algún día tendré que formar parte de la partida de guerreros del poblado y debo estar preparado. Como es costumbre entre los nuestros, pasaré a la edad adulta tras cazar un animal salvaje por mis propios medios, solo, en los bosques de la Gran Montaña [Peñalara], demostrando que tengo capacidad para mantener y proteger a mi familia. Pero aún quedan dos cosechas para que eso ocurra y pese a que mi padre se dedica a instruirme día y noche, tiene otros planes para mí. Al amanecer le acompaño con las ovejas y aprovecha para enseñarme a luchar con la espada corta y el cayado mientras ellas pacen. Mientras tanto, madre y mi hermana se ocupan de los animales domésticos y de confeccionar nuevas prendas en el telar. Otros días, van al río con los dos cántaros nuevos que los alfareros del poblado, situados a las afueras, nos han hecho la semana pasada con una técnica nueva que consiste en hacer girar la cerámica mientras se le da forma. Según dicen, son tan buenos como los de los arévacos. No lo sé, pero son preciosos y todo el pueblo quiere unos iguales.

A media tarde, Padre me lleva a visitar a Camalus, el herrero de origen galaico del poblado. Su hijo murió el invierno pasado a causa de una infección y su mujer en el alumbramiento esta primavera. Padre quiere convencerle de que yo sería un buen aprendiz si me escogiera. Me dice que tengo que aprender el oficio porque un hombre con conocimientos tiene más valor y es más probable que llegue a viejo, si bien, la mayoría de los nuestros no pasa de la edad de unas treinta cosechas. Pese a todo, algo dentro de mí me dice que sería más feliz como pastor y eso enorgullece y entristece por igual a Padre, que me mira con ojos apesadumbrados cuando le cuento a Madre con mirada encendida de alegría nuestra jornada en el campo. Él perdió a su padre y a sus dos hermanos en las razzias de los carpetanos del sur, y es consciente de que algún día su habilidad marcial no le permitirá esquivar una vez más a la muerte. Cuando él falte, le gustaría a toda costa aseguranos una vida segura y qué mejor que convertirme en herrero y abastecer a nuestro poblado con las mejores armas del territorio. Lo veo en sus ojos humedecidos cuando mira el suelo del hogar, donde están enterradas las urnas cinerarias donde reposan los restos de su estirpe.

Foto: Tinín Pérez

Nuestro asentamiento principal, Segovia, se encuentra en una elevación, donde confluyen dos cursos de agua, el nuestro [Eresma] y otro menor [Clamores], si bien mi familia y yo, como tantos otros, vivimos a media jornada de distancia. Ocupamos el territorio obedeciendo a criterios de productividad laboral agrícola, por lo que vivimos dispersos. Nuestras casas están edificadas con material de adobe, tapial y madera en forma circular y, el espacio central, está reservado para el hogar. Para la cubierta cónica de la casa, utilizamos paja, cañas y plantas de río. Son construcciones sencillas sobre suelo apisonado que nos permiten cambiar de localización con facilidad para favorecer una explotación inteligente del suelo. Así, cuando las cosechas dejan de ser buenas buscamos otro terreno más fértil donde no se haya cultivado en varios años y establecemos una nueva explotación agrícola en torno a la cual construimos nuevas viviendas. Tenemos la costumbre de dividir el campo por suertes cada año. Padre se queja de que hay varias familias que están manipulando el proceso y a las que les tocan sistemáticamente las mejores tierras por lo que son cada vez más fuertes, y teme que nos pase como a los vettones de Helmantika [Salamanca], donde el sorteo anual de los campos se hace sólo entre las grandes familias las cuales depositan el producto en grandes almacenes para que el jefe lo reparta entre esas mismas estirpes... Sin embargo, nosotros aún mantenemos la vieja costumbre por la cual las parcelas se trabajan según el sorteo hecho. Lo cosechado se pone en común y posteriormente se reparte a cada cual lo necesario para el sustento, castigando con pena de muerte a quien oculte algo. Además, junto con las explotaciones agrícolas, que son la base de nuestro sustento, tenemos explotaciones domésticas diversificadas de ganado, con una cabaña ganadera compuesta fundamentalmente por ovicápridos, bóvidos, équidos, aves y suidos. Asimismo, como nuestro hogar está inmerso en los bosques del río Eresma, a cierta distancia de los campos de cultivo próximos a Segovia, nos alimentamos habitualmente de lepóridos, cérvidos y otros animales salvajes.

Nuestros asentamientos no tienen muros y sólo utilizamos como defensa frente a fieras y humanos, un emplazamiento escarpado y difícilmente accesible con empalizadas sencillas. Ambato, el anciano del pueblo, se encarga de relatar la historia de nuestra gente y nos explica quiénes son nuestros vecinos, enemigos y aliados. Al parecer, hay pueblos, como el de Camalus, el herrero galaico, que tienen grandes castros, algo así como una montaña fortificada; otros, en el este, han construído grandes muros de piedra... y Padre me explica exaltado que nosotros no somos un pueblo belicoso porque tenemos suficientes recursos para no tener que ir a robárselos a los demás pero que, precisamente por eso, tenemos que sufrir que vengan a hostigarnos. Es un lugar hermoso pese a todo. Padre me prepara a diario para una vida dura. No lo dudo, pero si nuestros antepasados decidieron asentarse aquí es porque este lugar vale la pena y ofrece muchas oportunidades para vivir. Esta noche será luna llena y honraremos a Lug [dios lunar] dejando que su luz nos ilumine en la entrada de nuestras cabañas hasta el amanecer. Esta tarde remontaremos el río por el bosque hasta las pozas sagradas [Boca del Asno] donde nos purificaremos antes del sacrificio del pequeño borrego que mi padre ofrecerá a la divinidad de la que surgimos..." Abrí los ojos, ya era de noche. Miré mis manos callosas y arrugadas que, sin embargo, a la luz de la luna parecían suaves y rugosas como las de un recién nacido. Me alegré de haber vivido en aquel lugar donde la naturaleza te embriaga de energía y vitalidad. Tantas generaciones... En ese momento obtuve la respuesta a mi pregunta: todos, antiguos o modernos, viejos o jóvenes, celtíberos o romanos, musulmanes o cristianos..., todos sentimos la misma paz cuando llegamos a este lugar donde la vida nos tiende la mano.

BIBLIOGRAFÍA:
BLANCO GARCÍA, Juan F. (2006): "El paisaje poblacional segoviano en época prerromana: ocupación del territorio y estrategias de urbanización", en Oppidum, nº2, Universidad SEK, Segovia, pp. 35-84. GONZÁLEZ-COBOS DÁVILA, Aurora M. (1996): "Indigenismo vacceo. Sociedad y onomástica", en AnMurcia, 11-12, pp. 187-204. SANZ MÍNGUEZ, C. y MARTÍN VALLS, R.(2001): “Los Vacceos”, en ALMAGRO GORBEA, M. (Com.), Catálogo de la exposición Celtas y Vettones, Ávila, pp. 314-325.

Diana Sancho Villota.
Eloy Rodríguez López.


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