Crónicas Gabarreras 13
 Crónicas gabarreras:   Inicio > Familias > Historias de un Sereno (Natalia Fuentetaja Herranz)  


La historia comienza por mi bisabuelo, Pedro “el Sereno”, de Valsaín, abuelo materno de mi madre, Ana. Primeramente fue gabarrero en Revenga, su pueblo natal. Se casó con Vicenta, otra mujer del mismo pueblo. Allí nació su primera hija, Felisa, allá por el año mil novecientos veintisiete. Al poco tiempo le destinaron de Sereno en el Ayuntamiento de La Granja de San Ildefonso, donde vivió junto a su mujer y su hija, y donde nacieron los mellizos, María y Mariano. Dos años más tarde se fueron definitivamente a vivir a Valsaín, detrás de la calle segunda en la Pradera de Navalhorno y al lado del aserradero de maderas. Es aquí donde nacen el resto de hijos, y donde sucede la historia de esta familia, creada por nueve hermanos, contando ya con Felisa, María y Mariano, seguidamente Goya, Justa (mi abuela), Pedro, Vitoriano, José y Juan (kiki).

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Al ser once en casa, mi bisabuelo se agarraba a un clavo ardiendo para que a sus hijos no les faltara de nada, y menos comida. No solo trabajaba por la noche de Sereno, junto a su capa castellana y cantando las horas y el tiempo que hacía, sino que cuando casi cogía el sueño al acostarse, se tenía que levantar para ir de gabarrero por el pinar y con la cuadrilla del pueblo.

Mientras, mi bisabuela Vicenta, en casa no se quedaba quieta, puesto que se la daba muy bien cocinar y hacer labores, al igual que a mi abuela Justa. Cocinaba con lo que podía, en aquella época de pocos medios y muchos buches que llenar. Guisos muy ricos y sabrosos, que conseguía con lo que daba su pequeño huerto, con la leche que daban las cabras que tenía y con algún que otro huevo que ponían sus gallinas. Remendaba y hacía nuevas prendas para todos, desde calcetines hasta camisas.

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En la Guerra mi bisabuelo tuvo que buscarse otro oficio más, ya que los hijos eran pequeños todavía y no podían trabajar, y además la familia iba aumentando. Se hizo churrero durante un tiempo. Los churros los hacía detrás de su casa, donde preparaba la masa y los freía en una sartén grande y honda, encima de un bidón que contenía leña ardiendo en su interior; según cuenta mi tío Mariano, que era el que los vendía junto a Felisa. Siendo los dos niños, los metían en una cesta para subirlos bajo el brazo al Cerro El Puerco, donde había un puesto de militares llamado “Villa Las Pilis”. Estos eran los compradores de los churros, además de la gente del pueblo y los que pasaban por allí al lado.

Los mellizos, siendo muy jóvenes, casi unos niños, iban de gabarreros también, con dos burros. Llevaban leña cargada, pero no la suficiente, y entonces Mariano decidió talar un pimpollo, y echado ya en la carga, un guarda les vio con él. Tuvieron mala suerte, les bajaron al “Casetón” y les quitaron toda la leña, el hacha y las sogas. Se fueron a casa sin recompensa alguna, y con todo esfuerzo y trabajo perdido.

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Mi bisabuelo dejó los churros, para dedicarse (aparte de seguir siendo sereno) a mover piedras del río para hacer carreteras y pistas que rodean los montes de Valsain, como la pista que sube a “Cabeza Gatos”. Trabajaba junto a sus hijas María y Goya y su hijo Mariano, que son los que más han sufrido el trabajo de mover piedras en el agua fría del río. Aunque también sufrían el tener que salir del pueblo, obligados por la necesidad de conseguir alimentos, que aquí escaseaban. Como más de una familia vecina, se jugaban el pescuezo por ir en su busca.

Entonces todos van creciendo. Las chicas deciden dedicarse a hacer labores con una máquina de tricotar que les compra su padre. Tejían muy bonitos jerseys, chaquetitas infantiles, toquillas y todo lo que las encargaran. Cuando Felisa sacaba las piezas de la máquina, les daba el corte, y mí abuela Justa cosía los elásticos, botones, y ayudaba también a tejer. Aprendían mucho de Felisa, la que hacía casi de profesora en las noches de verano, enseñando a vecinas a hacer punto.

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Los más pequeños de la casa trabajaban sacando arena y piedras del río y de la presa, con un carro y unos caballos. Ese fue su primer trabajo. Años más tarde tuvieron su primer camión, comprado por su padre. Aunque ya no era el mismo sufrimiento que ir con el carro y los caballos, ellos seguían igual o más trabajadores que nunca. Hacían lo que fuera por conseguir un trabajo con el camión y cargaban en él lo que les mandaran. Ellos han estado en más de un trabajo importante, como el del ensanche del puerto de Navacerrada –que desgraciadamente es allí donde pierden a su hermano Pedro siendo muy joven–. Pero las desgracias no acaban aquí, y poco después su madre Vicenta también fallece.

Mí bisabuelo decide colgar la capa de sereno y jubilarse. Lo que no significa que deje de trabajar, puesto que sigue haciendo leña e incluso vende entradas en la catedral de Segovia. Mi bisabuelo Pedro muere a los ochenta y cinco años, sin padecer enfermedad alguna –su sol y sombra matutino era el pilar de su fortaleza– dejando una gran herencia a sus hijos: el de ser honestos y felices.

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Esta es la historia de un hombre trabajador de gran corazón. Con sonrisa perpetua en sus labios, se supo ganar el cariño de muchos y salvar a otros tantos en los terribles tiempos de la Guerra, puesto que gracias a sus contactos muchos apresados pudieron volver a ver la luz de un nuevo día.

Natalia Fuentetaja Herranz.

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com