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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Folklore >  La dulzaina y el tambor en Valsaín: música y músicos (Jaime Hervás)  


Paulino Gómez “Tocino” amenizando la corrida de toros durante las fiestas de la Virgen del Rosario

Foto: Paulino Gómez "Tocino" amenizando la corrida de toros durante las fiestas de la Virgen del Rosario en los años de 1950. Colección particular.

Durante buena parte del pasado siglo, el ciclo anual de la vida de los pueblos se articulaba —indisolublemente— en torno al trabajo. Empero, al margen de los quehaceres diarios existían días de asueto con frecuencia asociados a una festividad, ya fuese religiosa o profana, esperados con regocijo por sus habitantes. En aquellos días, se desempolvaban las mejores galas que dormían en vetustos arcones durante todo el año, mientras el olor a tostones asados, el estruendo de los cohetes, los bailes de rueda y los santos de palo inundaban la vida del municipio. Fue precisamente en medio de aquel incomparable marco donde la figura del músico popular es protagonista esperado durante todo el año. En efecto, la música de la dulzaina y el tamboril se encuentra ligada desde tiempo inmemorial a la vida de los pueblos de nuestra provincia, y por ende, también a la de Valsaín.

Sin embargo, el hecho de que en Valsaín no hubiese dulzaineros y tamboriteros oriundos, propició que se dieran cita en los hitos festivos del municipio dulzaineros y tamboriteros de otras zonas de la provincia —más o menos contiguas— para paliar ese vacío musical, siendo en su mayoría intérpretes de probada solvencia y maestría, cuya nombradía se ha perpetuado en la memoria de nuestros convecinos hasta la actualidad. Así, no resultan ajenos en Valsaín los nombres de Paulino Gómez “el tío Tocino” o Mariano Contreras “El Obispo”, entre otros.

Aún recuerdan los valsaineros más longevos, la robusta silueta y el sonido vibrante de la dulzaina del “Tío Tocino” amenizando las Fiestas en honor a la Virgen del Rosario, en las décadas centrales del pasado siglo, dando la “arrebolada”, tocando en la procesión y en la corrida de toros. Paulino Gómez Llorente (1882-1960) natural de Abades, despertó su afición por la dulzaina a una edad temprana siendo asiduo a las actuaciones del “Tío Bernardito”, dulzainero bubillo de finales de la centuria decimonónica. De manera autodidacta y sin más maestro que él mismo, aprendió a tocar con una caña cañamera de fabricación propia siendo adolescente. Su primera dulzaina la adquirió en Valladolid de segunda mano, comprando tiempo después dos dulzainas de izquierdas o “zurdas” —esto es, con la digitación en sentido contrario—, una para el dulzainero bubillano Manuel Llorente y otra para él a Ángel Velasco, dulzainero y afamado constructor de dulzainas de Renedo de Esgueva (Valladolid), maestro de Agapito Marazuela e introductor de las llaves en el instrumento convirtiéndolo en un instrumento cromático. Mientras desempeñaba el servicio militar obligatorio en la Academia de Artillería de Segovia, tocó la turuta en aquélla. Las rémoras intelectuales de Paulino Gómez “Tocino” y sus escasos conocimientos musicales le impidieron engrosar las filas de la Banda Militar.

Contra todo pronóstico, no cesó en su empeño y suplió sus carencias con una admirable capacidad para la música; sirva de ejemplo que quienes le conocieron subrayaban que las piezas “las cogía al vuelo”. En el ejercicio del oficio de dulzainero, formó pareja con tamboriteros de renombre en nuestra geografía como Mariano Llorente “Marianete” o “Jorobita” y Nicolás de Andrés “Sacabolas” de Valverde del Majano; Tomás Marugán “Mangango” y José Luis San Lorenzo de Abades; y Francisco Navas “Ojetete” o “el Grande de Maello” de Ávila, entre otros. “El grande de Tocino” —como también se le conocía dentro y fuera de la provincia— no tuvo descendencia y compaginó el oficio de carpintero, de esquilador y recibidor de lana con el de dulzainero, ensayaba dos horas diarias siendo fiel a su máxima: “hay que dominar la dulzaina y no dejar que ésta te domine”. Tuvo siempre como norma quedar bien en todos los pueblos donde era requerido. Tal fue el caso de Valsaín, donde sus convecinos ya octogenarios rememoran, más de medio siglo después, como “El grande de Tocino” hacía el baile de velada en la plaza subido en el kiosco —para que el sonido de su dulzaina tuviese un mayor alcance—, tocando hasta que amanecía y los mozos acababan exhaustos. La humanidad y el virtuosismo interpretativo de Paulino Gómez “Tocino” fue, en vida, objeto de elogios por sus incondicionales —inclusive, algunos compañeros de oficio— en localidades de Segovia, Ávila y la Sierra de Madrid, encumbrado como el mejor dulzainero de la provincia de Segovia.

Foto: Antonio Salamanca

Asimismo, son también sanos y bienintencionados los recuerdos que evocan a otro gran intérprete cuya sola presencia y su música, fueron motivo de solaz y esparcimiento de los habitantes de Valsaín en los años de 1960-70. Venido del barrio segoviano de San Lorenzo aunque originario de Santiuste de Pedraza, pueblo en el que nació un 17 de abril de 1903, Mariano Contreras García (1903-1994), conocido como “El Obispo”, “El tío Delgao” —apodo que aludía a su complexión enjuta y menuda— o “El tío Maruso” inició su andadura musical apenas alcanzados los diez años de edad, de motu proprio, tocando con unos pitos de caña que él mismo se construía. Su padre, el tamboritero Gregorio Contreras, conocedor veterano de aquel oficio y consciente de su precaria remuneración, manifestó su disconformidad ante la voluntad del muchacho de consagrar su vida a la dulzaina. Sin embargo, tal era la afición que despertaba en Mariano Contreras aquel instrumento que su padre acabó por aceptar la voluntad del vástago, consciente de las facultades que éste tenía para la música y le proveyó de su primera dulzaina comprada a Román “Peseto”, dulzainero de Collado Hermoso por el precio de catorce duros. Con las nociones mínimas recibidas del “Tío Peseto” y con la dedicación y el tesón propios de la juventud, aprendió de manera autodidacta —sin apenas conocimientos musicales— el manejo de la dulzaina y del tambor adquiriendo gran destreza con una celeridad pasmosa. Al mismo tiempo, se procuró un nutrido repertorio gracias a las relaciones trabadas con célebres dulzaineros de la comarca de Pedraza, como lo fueron Eusebio Tejero “El Nincho” de Caballar; Julián García “Gaona” de Torre Val de San Pedro; o Luis Gil Sanz “El Sastre” de Matabuena; despuntando éste último por su estilo y virtuosismo, por el que Mariano Contreras siempre profesó una ferviente admiración, aseverando que “cuando toca el tío Luis en Matabuena, se le puede escuchar en Navafría”.

En la práctica de su profesión como dulzainero formó pareja con grandes tamboriteros de nuestra provincia como el “Pititi” de La Matilla; Mariano San Romualdo “Silverio” de Segovia; sus hijos Mariano y Félix Contreras Sanz, a los que instruyó en el noble oficio de tamboritero; Facundo Blanco Herrero del Cubillo, y así un largo etcétera. Al socaire de los redobles de Facundo Blanco permaneció Mariano Contreras durante más de tres lustros, siendo uno de los dúos musicales más distinguido y de merecido renombre en la provincia. Todavía hoy, algunos vecinos de Valsaín —entonces mozos— rememoran con apego y admiración el talante amable y dicharachero del señor Contreras, pertrechado con su dulzaina y con su boina calada ligeramente hacia la derecha, cuando asistía con motivo de las fiestas de los quintos y de la Virgen del Rosario, para deleite de los valsaineros en aquellos días de pausa en sus quehaceres rutinarios.

Por último, y desde los años de 1980, Valsaín ha visto perpetuada la presencia de la dulzaina y el tamboril en la dedicación y la querencia a estos instrumentos dos de sus convecinos. Evelio España Fernández y Antonio Salamanca Yagüe son depositarios hoy del noble oficio de dulzainero en el municipio y valedores de una tradición musical que Valsaín siempre conservó celosamente. Sirva como ejemplo como las piezas de la “Jota de la Pradera” y la “Jota de Valsaín” compuestas por el propio Evelio España, vienen a enriquecer el patrimonio cultural y musical del pueblo.

Mirando al pasado, hoy como ayer, este notariado de músicos populares se han convertido con el paso inexorable del tiempo en una pieza indispensable del devenir histórico del Valsaín. Con sus cientos de notas imposibles, que, sobrevolando de manera endiablada el valle de Valsaín cuajándolo de tonadas y melismas ancestrales, se han mantenido vivos en los recuerdos, que permanecen incólumes en el frágil soporte de la memoria de nuestros convecinos, atesorados con el alborozo propio de cuando éstos son sanos y nostálgicos. De manera anónima y sin más pretensión que la de ser escuchados, todos ellos han escrito una página en la historia de Valsaín. Una página que ahora se presenta —escrita y cierta— para conocimiento de todos.

Jaime Hervás.

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com