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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Los Artistas >  Sonó la dulzaina... ¿por casualidad? (José Carlos Sancho Fernández)  


Foto: Juan Antonio Marrero

A Sagrario no le gustaba mucho el nombre que, casi por acuerdo familiar, iban a poner a su nuevo retoño aquella mañana de 1905, cuando le llevasen a bautizar. Sí, también el abuelo paterno del niño, fallecido tres meses antes, se había llamado así, y era un poco en memoria suya; pero a ella, aunque no se quejaba, eso de … Nicanor, le recordaba en tono de “chufla” aquella visita que siendo niña, había realizado a Madrid con su padre, 15 años antes, a lomos de un hermoso caballo negro, cruzando la Sierra, para vender allí una pieles curtidas de vaca, que llevaban en un carromato, y unos buenos chorizos de matanza, ya curados.

Y es que en aquella ocasión, se acercaron por el Rastro madrileño, la mañana del domingo, desde su posada en la Cava Baja, la “Posada del SEGOVIANO” o de San Pedro, donde también descansaba la caballería del, para aquel entonces, largo viaje, desde su pueblecito también segoviano. Mañana de domingo soleada, en pleno septiembre. Nunca olvidaría el soniquete de aquel juguetillo con el que un paisano madrileño alegraba la Ribera de los Curtidores, repitiendo incesantemente: “¡Don Nicanor, tocando el tambor…!” Y la música que emitía con el pito o flautita, acompañada con el repiqueteo del pequeño tambor del muñeco, quedarían para siempre grabados en su recuerdo y asociados a una sensación cómica y de regocijo a la vez… Además, esos aires le sonaban vagamente a las fiestas del pueblo. Cuando se acompañaba con música de dulzaina y tamboril la procesión de la patrona o cualquier otro evento que se celebrase a lo largo del año.

Entretenida en estos pensamientos evocadores y en algunos preparativos, pasó las horas de la mañana, previas a su paseo hacia la Iglesia del pueblo, donde Don Damián, el Sr. Cura, acristianaría al niño con unos cuantos familiares, acompañando en la sencilla ceremonia.

Pero los años pasan en un abrir y cerrar de ojos y ya nos encontramos al pequeño Nicanor correteando por las calles del pueblo, camino a casa, con su carterita de cuero en la que traía unos papeles agrupados en cuadernillo, sus lápices y algunas cuentas de la escuela. Ella lo miraba embelesada  y cavilaba que sería una buena idea apuntarle a las lecciones de folclore segoviano que Doña Inés, la maestra, le había comentado. Iba a formar un grupito para que los niños que quisieran pudiesen aprender unos bailes y a tocar la dulzaina y el tamboril. Ella y don Lucas podían enseñarles en algunas horas fuera del horario escolar. Y al abuelo y las tías les gustaría.

En unos pocos años, Nicanor y sus compañeros ya habían formado un grupito que actuaba en todas las fiestas y se desplazaba a algunas celebraciones en los pueblos más cercanos. Su baile del “paloteo” era admirado por todas las corporaciones locales, por las autoridades militares y religiosas que a veces lo presenciaban… Además, Nicanor tocaba magníficamente la dulzaina con sólo 16 años. Eso le ganó la admiración de muchas guapas segovianas con las que protagonizó algún lance amoroso.

Sin embargo, de todas ellas, Valeria, la rubita de ojos color de miel de Torrecaballeros era quien, cada noche, cuando se iba al descanso, tras la dura jornada de ayuda en los trabajos del pinar, llenaba su mente y fomentaba sus ilusiones, sus esperanzas, sus ganas de bailar y tocar cada vez mejor; para dedicárselo. Para que ella oyese contar a los visitantes que pasaban por su pueblo, de sus éxitos y demostraciones de habilidad, tan admiradas en toda la comarca.

Foto: Pedro de la Peña

Llegaban en esos días inquietantes noticias sobre los sucesos en los territorios españoles de Maruecos. Desde su entrega a España como protectorado en 1906 hubo problemas, pero la resistencia había llegado al cénit tras una fuerte derrota sufrida por nuestras tropas en Annual, tan sólo unos meses atrás, 15 años transcurridos ya desde la ocupación.

Probablemente en unos años más, si las cosas seguían así, decretarían alguna leva que podría afectar a Nicanor y a varios jóvenes del pueblo. Por el momento podíamos seguir tranquilos un tiempo y ojalá el conflicto se resolviese mientras tanto.

Valeria y el chico iban reforzando, consolidando su relación. Las familias ya se conocían, Él y su madre, habían viajado temprano desde su pueblo al de ella, con ocasión de las fiestas de la Virgen del Rosario, que se unieron a un domingo y Sagrario y Nicanor pasaron un día inolvidable conociendo a los padres de Valeria, contándose historias, saludando a tíos, tías, primos… Vino y torreznos y unos bailecitos al son de la dulzaina. Las señoras cantaban jotas, con letras de siempre, mientras las jovencitas bailaban alegremente y los niños correteaban contentos a su alrededor. La tarde iba cayendo y tras intercambiar unos presentes que guardaron en las alforjas de las mulas, Sagrario y su hijo emprendieron el camino hacia Valsaín. Había que llegar antes de que entrara la noche. Irían pensando en una posible boda para dentro de dos primaveras. Pero antes, había que hacer algún dinero con la madera, la venta de productos de matanza y lo que iba ahorrando de las actuaciones folclóricas ¡Cuánto le hubiera gustado a su padre, Felipe, ver estos momentos tan hermosos en la vida del chico!, pensaba Sagrario, pero… qué desafortunado fue aquel accidente en el monte, siendo Nicanor un crío de sólo 10 años, cuando la carga de leña cayó sobre él, al resbalarse el caballo, provocándole la muerte a las pocas horas por las lesiones sufridas en la cabeza. Y ella, viuda con sólo 35 años…

Llegaban a pueblo cuando anochecía.

Camino ya de cumplir los 19; y fue entonces cuando llegó un bando al pueblo ordenando la presencia en la Plaza ese mismo día a las 12 de la mañana de los jóvenes entre 18 y 25 años para alistarse y partir en 24 horas más hacia Madrid, de donde iban a dirigirse al Sur y embarcar desde Málaga a Marruecos. El conflicto se recrudecía y había que combatir a Abdel-Krim con todos los recursos disponibles..

El día tan temido había llegado ¡Adiós ilusiones, adiós proyectos de boda para la próxima primavera…! La tristeza se enseñoreaba en los hogares de Sagrario, sus familiares, y en la casa de Valeria y allegados en Torrecaballeros. Ella miraba su ajuar, preparado en aquella habitación que fue de la abuela Francisca con tanto cariño, y las lágrimas nublaban sus ojos sin cansuelo.

Y Nicanor llegó a Madrid. Se presentaron en su destino y el General pasó revista. Ellos se cuadraron como les habían instruido. Al legar a su altura, el General se quedó mirándole fijamente y cuando rompieron la formación, tras el discurso exhortándoles a “darlo todo por la patria”, esperando al transporte que les llevaría al tren y a Málaga, un teniente se acercó y gritó: “¡Nicanor García! –“¡Presente!”-dijo él. “Ven conmigo, el General quiere verte”.

En el despacho se cuadró nuevamente: “¡A sus órdenes, mi General!”.
“Oye, muchacho, ¿tú no eres el del baile del “paloteo” que vi en Sepúlveda hace 2 años…?

“¡Sí, mi General y toco también la dulzaina…!”

“¡Como los ángeles, por cierto…! Mi hijo que se casa en tres meses, quiere para su boda unas actuaciones segovianas con buenos intérpretes y danzantes, pues nuestra familia es de un pueblo cercano a Sepúlveda… y al verte en la formación he recordado tu manera de vivir la danza y la música.”

Recoge tus cosas. Mañana estarás en tu pueblo y tienes tres meses para preparar lo mejor para esa boda. Tendrás apoyo y dinero. Trata de superarte ¡Por ti, no perderemos Marruecos!”.

Esa noche no pegó ojo. Por la ventana del Cuartel, veía brillar las estrellas. Más cristalinas, más fulgurantes que nunca. Y nunca supo, ni sabrá si lo soñó o realmente vio una nueva constelación con forma de dulzaina.

Como tampoco sabían Sagrario y Valeria la inmensa alegría, casi redentora, que el nuevo día iba a traerles!

José Carlos Sancho Fernández.

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com