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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  En los sentimientos >  Los veranos de mi infancia (Juli Martín Martín)  


Foto: Juli Martín

Desde los primeros años de vida, ya me traían a Valsaín a pasar el verano con mi hermano Javi, porque el calor de Madrid no me sentaba bien. Me llevaban con mis abuelos Paco y Eugenia en las casas antiguas de La Pradera, conocidas como "chozos". Eran muy humildes y carentes de cualquier comodidad. Cuando teníamos que hacer pipí a mí me hacía mucha gracia, pues lo teníamos que hacer en un wáter de madera hecho por mi abuelo y bien cerca de los animales, que tenían cerdos, gallinas,…

Delante de la puerta de entrada a la casa estaba la mesa que se utilizaba para todo: limpiar tomillo, tila, manzanilla, poleo, jugar a las cartas o dominó, jugar con nosotros a hacer recortables, enseñarnos los números o letras y, por supuesto, comer, además de clavar algún que otro clavo a una tarea no terminada. Era como si tuviéramos un enorme comedor en la calle en el que se recibía a todo el que pasaba por allí. Todos eran bien recibidos y recuerdo que a menudo había algún familiar, amigo, vecino o conocido, dispuesto a sentarse un rato y charlar con mi familia. Era esa sensación de estar siempre protegida y acompañada por alguien.

Allí también teníamos un columpio hecho con una cuerda y una tabla de madera, que el abuelo Paco nos colgó de una rama del árbol que se encontraba delante de la casa, y que nos proporcionaba una excelente sombra. ¡La de ratos que me tiré columpiándome!; me sentía la niña más feliz del mundo allí sentada.

Muchas tardes nos llevaban a merendar al Pino Gordo, que está subiendo por la carretera de la Fábrica de Maderas. Yo nunca supe cual era concretamente ese Pino Gordo, pues todos me parecían iguales, pero allí lo pasábamos divinamente cogiendo flores, espigas o pelito de ratón, cazando saltamontes, mariposas o jugando a la pelota.

Mis primeros pinitos con la bicicleta los hice entre las mesas y sillas del bar "El Porrón", de mis tíos Rosario y Guillermo, y por allí andaba mi primo Juanjo jugando entre chapas y botellas.

Foto: Juli Martín

Mis padres venían en fin de semana, pero no nos importaba, y cuando el domingo por la tarde se tenían que volver a Madrid, nos quedábamos con los abuelos que nos daban todo el cariño que se podía necesitar a esa edad tan temprana; tenían una manera muy especial de tratarnos.

Recuerdo cuando el abuelo Paco salía por la tarde de la Fábrica de Maderas, todo cubierto de serrín hasta la boina, con su carretilla de madera hecha por él, y siempre me daba alguna vuelta montada en ella y me decía: "anda monta, agárrate bien y ten cuidado de no clavarte alguna astilla", cosa que a menudo sucedía, y después pacientemente la abuela Eugenia siempre la sacaba.

A menudo me fijaba en los chicos y chicas que pasaban su verano en la Residencia, al otro lado de la carretera. Me daba cierta envidia ver cómo jugaban al corro, saltaban, cantaban, y a mí como niña me hubiera gustado en aquellos momentos unirme a ellos, pero había que cruzar la carretera y eso estaba prohibido.

Otro de mis recuerdos era cuando íbamos a comprar chocolate al Economato de la Fábrica de Maderas. Allí estaba Micaela despachando, y era un motivo más para que mi abuela charlara un rato, y yo aprovechaba para corretear e investigar por los alrededores, y recuerdo ese olor tan especial a madera recién cortada.

Otro recuerdo bonito era cuando nos llevaban al río a bañarnos. Nos juntábamos una buena panda entre mayores y niños. Allí jugábamos a coger renacuajos, ranas e intentar pescar alguna truchita, lo cual era realmente imposible de conseguir.

Foto: Juli Martín

Respecto a mis abuelos paternos, Rufina y Eusebio, recuerdo que, en su pequeña casa, siempre había algún tío, tía o primos de diferentes edades pues éramos bastantes de familia y, por si eran pocos, también les acompañaba algún perro que a mí me daba mucho miedo y me alejaba de ellos lo más posible. Una vez se perdió una perra y fuimos un batallón a buscarla, y la encontramos cerca de la "Casa Máquinas"; a mí no me gustan los perros, pero era como uno más de la familia y había mucho disgusto porque no se sabía dónde estaba.

En los últimos años de vida del abuelo Eusebio, ya viviendo en el Barrio Nuevo, le recuerdo sentado en una silla con la radio de pilas muy cerca, viendo en la tele una serie de dibujos animados llamada "Heidi", y nos partíamos de risa cuando nos decía: "¡Qué bien trabaja esa jodía niña!". No cabe duda que la niña huérfana en las montañas de los Alpes le llegaba muy de cerca.

Un poquito más mayores nos íbamos a la Plaza y allí jugábamos al rescate hasta que anochecía. Chicos contra chicas, recorríamos todo el pueblo hasta que nos encontrábamos…; se nos pasaba la tarde volando, y alguna que otra regañina nos caía por llegar tarde a cenar, aunque estábamos deseando comer para volver a salir después. Más tarde, el punto de reunión era en el Puente de Valsaín, que hay que ver el frío que yo pasaba allí sentada.

Tengo muy buen recuerdo de mis veranos de infancia en La Pradera con los abuelos, y tengo que hacer una mención especial a mi abuela Eugenia, que hoy en día, con sus 95 años, cuando vamos a visitarla aun nos canta las mismas canciones, refranes y dichos populares de su pueblo, de cuando éramos pequeños, y con mucho orgullo y bien alto siempre dice: "QUE SOY DE VALSAÍN".

Juli Martín Martín.



©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com