El caballo mal cargado
por el joven inexperto
bajaba muy fatigado
resoplando en el trayecto.

Un anciano del lugar
subía por el camino
y no dudó en criticar
el estado del equino.

Le dijo el viejo al chaval:
llevas los lazos ahorcados,
muy mal puesto el suburnal,
¡qué apaño de aparejados!

Si casi no puede andar,
además va ladeado.
Deberías descargar,
le estás rozando el costado.

Lejos no puedes llegar,
el animal resabiado
bien te la puede liar.
Hazme caso, condenado.

Pareció sentarle mal
y siguió por el sendero
el alocado zagal,
aprendiz de gabarrero.

Cargó el viejo cual artista
y hacia casa regresando
vio en un lado de la pista
que el chico estaba llorando.

-¿Qué te pasa jovenzuelo?
-Que al cruzar por el carril
se cayó la leña al suelo
y el caballo está cerril.

No me deja ni acercar
y me ha intentado morder,
no para de cocear.
Ahora no sé qué hacer.

Al viejo le llegó al alma
y se dispuso a ayudar;
mulló primero la jalma,
supo al caballo calmar.

Y mostrando su experiencia
en el mundo del pinar,
cargó de nuevo a conciencia
con eficacia sin par.

Desde entonces el espejo
del impetuoso chaval
fue ese gabarrero viejo,
tan prudente, tan cabal,
y siempre siguió el consejo
de aquel maestro genial.