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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Fiestas y Tradiciones >  Mis primeras Fiestas de Valsaín (Juan Antonio Marrero Cabrera)  


Foto: Javier Alonso

Valsaín es La primera vez, allá por los primeros años 70, que, como dicen en Canarias, me “gocé” las fiestas de Valsaín me llevé una verdadera sorpresa. Yo esperaba encontrarme con los típicos festejos castellanos, amenizados por dulzainas, tamboriles y jotas de “entradillas”. Naturalmente, de eso había, pero lo que seguía a continuación era más propio de cualquier pueblo navarrico.

Claro que Valsaín es un magnífico enclave pinariego a mil y pico metros de altura en plena sierra de Guadarrama. Un lugar de leñadores, gabarreros y un espléndido “taller de aserrío” que fundara, en sus mejores tiempos, S. M. Don Alfonso XIII.

Ya en su propio origen etimológico hay división de opiniones: Los que escribe Valsaín con “uve”, por considerar su origen latino como Valle de Sabinas (por sus formidables pinos, con una calidad de madera igual o superior a las mejores del mundo) y los de Balsaín con “be”, por ver en su origen el término “Balsa” o de lugar con aguas abundantes. Y este rincón serrano posee abundantes fuentes que vienen de deliciosos manantiales.

De cualquier forma, ya sea con “be corta” o con “be larga” (que dicen algunos) el caso es que las fiestas populares, recordaban más las tierras navarras que las de Castilla la Vieja. Bueno, quizás con la excepción del Norte de Burgos.

Incluso venían conjuntos joteros que parecían proceder de los mismísimos “Sanfermines”, traje blanco y pañuelillos rojos, y que cantaban con fortísima voz y llegaban incluso, a entablar duelos populares con las jotas de picadillo.

Por cierto que mi gran amigo, ya desaparecido físicamente que no en el recuerdo, Jesús Martín Merino, campeón nacional de esquí, de pesca y de todo lo que se terciase, cantaba con una voz extraordinariamente recia y aguda, cualquier jota que se entonase.

Foto: Juan Antonio Marrero

Como es lógico en un pueblo de gabarreros y gentes de la madera, el punto fuerte de las fiestas eran los concursos de leñadores. Ahí también destacaban los hermanos de Jesús, entre ellos los más pequeños Eusebio y Rufino (alias Cachorro) del que hice unas fotos espectaculares, manejando un hacha de dos bocas, que le asemejaban más a un pirata vikingo que un cristiano viejo.

Y por terminar con el recorrido de influencia norteña, quiero recordar las intervenciones de los levantadores de piedras que, muy merecidamente, representaba el afable Perurena.

Recuerdo la última intervención que desarrolló en el inolvidable recinto de la vieja plaza de troncos, que todos los años levantaban los solteros (es un decir porque los solteros cada año trabajaban menos y acabaron por perder la tradición que mantenían, como siempre, los veteranos.) El buen Perurena hizo todos los números de fajarse bien fajado para protegerse la espalda, hacer llevar las piedras que iba a manejar por varios hombres a la vez y sobre carretillas. Como siempre hizo su trabajo a la perfección y para rematar propuso a los presentes repetir su exhibición con una inmensa piedra redonda. “Cachorro” (Rufino) fue el primero en salir, rechazando muy digno lo de fajarse la cintura (“a mí, mariconadas de estas, no”) y con la mayor facilidad jugó con la piedra. Le siguieron otros dos amigos “y residentes en Valsaín”, Juan Ángel y Raúl... y lo mismo. A estas alturas en la cara encendida de Perurena se podía encender un cigarro. Menos mal que Don Gaspar andaba al quite. Don Gaspar, uno de los más finos profesores e intelectuales segovianos, era el inolvidable párroco de Valsaín (y canónigo, posteriormente y a la vez, de la Colegiata de La Granja). Don Gaspar se lo pasaba tan bien con las fiestas, que organizaba y explicaba (lo que ahora se llama interpretar y conducir) todos los acontecimientos desde un micrófono portátil. Así con una gracia fuera de lo común hacía que todo el mundo se enterara y pudiera opinar (y ¡vaya que si se opinaba!) de lo que estaba sucediendo (no en vano es el único párroco que conozco al que sus parroquianos le erigieron una estatua de bronce, por absoluta cuestación popular, frente a su iglesia.) Pues, volviendo a lo de Perurena, el disgusto se lo evitó Don Gaspar, felicitando a “microfonazos” a los participantes y recordando que: “¡Los Tizos ya está terminando de asar las chuletas y si nos retrasamos en subir hasta la “Casa de la Hierba”, se nos van a enfriar!”

Y allí se terminó lo que pudo ser un penoso incidente, orientados por el olorcillo de las planchas de la peña de “El Tizo”, los posibles competidores improvisados del estupefacto Perurena, emprendieron una alegre subida hasta la “Casa de la Hierba” (el sitio donde los monteros y guardas del Palacio del Bosque de Valsaín, el gran orgullo de Felipe II, repartían el forraje a corzos y ciervos del cazadero real durante los siglos XVI a XVIII por lo menos).

Foto: Juan Antonio Marrero

Por cierto, quiero agradecer desde esta líneas las invitaciones puntuales (como se dice ahora) que “Los Tizos” suelen hacernos a los viejos amigos que hemos pasado a la buena holganza del jubilado. Cada año, un día de las fiestas lo dedican a organizar un banquete y toda clase de entretenimientos a los jubilados, con cariño y una dedicación encomiables. ¡Gracias tíos! (bueno “tíos y tías”, que con estas teorías de la igualdad, enseguida podemos meter la pata con la misma contundencia que lo hacen los ministros).

En la próxima edición sobre las Fiestas seguiremos informando. Hasta entonces, amigos.

Juan Antonio Marrero Cabrera.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com