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El amigo “Acu”, realizando un “encuadre”

Quizá la mayor sorpresa cinematográfica de Valsaín fue descubrir, de pronto, por donde la peña de la “Pescá”, el formidable campamento de las legiones en “La caída del Imperio Romano”. Fue la época en que todos los trabajadores del cine español, que no lo tenían ya, se compraron el primer “600”, gracias al casi inagotable río de pesetas que desbordó en España el célebre productor norteamericano Samuel Bronston.

Y cómo olvidar la impresionante “carga” de la división “panzer”, de tanques alemanes, entre los pinares o la defensa de Valsaín, transformado en un improvisado “Bastogne”.

Incluso, quien esto escribe, realizó por estos lares, aparte de incontables reportajes, unas cuatro películas de una hora, combinando cine y TV, para la serie de TVE “Yo quiero ser...” en los años 80. Por cierto que para uno de los episodios fue preciso reconstruir las fiestas de septiembre de Valsaín, en las que participó, como era lógico y natural, prácticamente todo el pueblo..

Allí se manifestó, una vez más, como el extraordinario actor dramático que era mi viejo amigo José Maria Tasso, más conocido en estos lares como “Tachuela”.

Quede aquí este modesto homenaje a quien supo coordinar todo el esfuerzo de producción cinematográfica tan intenso en este bosque y Real Sitio durante tantos años.

Y ya que hablamos de recuerdos me voy a permitir recordaros algo de lo mucho que yo mismo escribí de mi querido Valsaín y publicado en alguno de mis libros de viajes, ya agotados, hace unos veinte años.

Don Gaspar anunciándo los premios de los concursos en la antigua plaza de Valsaín (Años 70)

Entraremos por el antiguo campamento del Robledo, el más célebre entre las Milicias Universitarias, para seguir por la carretera nueva hasta encontrar la sensacional panorámica sobre Valsaín.

La vista, se pierde en el impresionante circo de montañas que cierra el Valle del Eresma. Arriba, en Navacerrada, Valdesquí y Cotos, las pistas de esquí de las conocidas estaciones de invierno.

A la izquierda el gigantesco Peñalara y su laguna glaciar a la que se puede acceder en “todo terreno” o por los remontes de Cotos.

A la derecha las cordadas de Siete Picos y el casi perfecto Montón de Trigo. A su lado la Fuenfría señala el paso de la bien conservada calzada romana a Segovia y las ruinas del “Convento” de Casarás, en realidad la casa del Alférez Erauso, con sus leyendas de tesoros escondidos y fantasmas.

Más allá el paraje natural del Valle de la Acebeda, vedado al tráfico y habitado por todas las especies conocidas de la provincia, origen del agua que llevaba hasta la misma Segovia el alarde de ingeniería romana del Acueducto.

Y, a nuestros pies, casi al final del espeso bosque de pinos y abetos que cubre el valle desde el río a las cumbres, el pueblecito maderero de Valsaín.

Fue uno de los mejores sitios de caza y pesca de Castilla y, sin duda, el retiro predilecto de sus reyes. Felipe II mejoró notablemente el “Palacio del Bosque”, del que aún se conservan algunos de sus torreones y arquerías. Aquí nació Isabel Clara Eugenia futura gobernadora de los Países Bajos. Ardió con el último Austria (Carlos II) y el primer Borbón se alojó aquí mientras edificaba el cercano de San Ildefonso.

El pinar de Valsaín sirvió de marco incomparable al poblado prehistórico de la

El bosque es solemne y profundo lo que da a sus grandes troncos una altura tan extraordinaria que sirvieron para proveer de mástiles a las grandes flotas imperiales. Su madera blanca, de excelente calidad, ha dado lugar a una denominación “de origen” el tipo “pino de Valsaín”, orgullo de la industria del mueble.

El río Eresma surte de buenas truchas el valle y es una delicia recorrer sus pesqueras reales. Caminos ribereños tallados en grandes piedras de granito para que la familia real paseara cómodamente, así como cruzar por los gallardos puentes medievales admirablemente restaurados, como el de “El Anzolero” o el de “Vadillos”.

El pinar esconde rincones privilegiados como la “Boca del Asno” o el monumento megalítico de la Cueva del Monje donde, según la leyenda, un marido celoso expió su crimen, dejando su silueta bajo la cresta el Peñalara.

Entre el caserío viejo, levantado con la piedra del Palacio y la pradera, una prodigiosa umbría de castaños gigantes y plátanos de Indias, donde aún quedan algunas de las viejas cabañas de leñadores, se levanta el pueblo nuevo de pizarra y granito alrededor de la iglesia, en cuyos soportales aún se celebra el mercadillo de los viernes.

La antigua y maravillosamente estética plaza de madera, con la mole del

Es un pueblo de gente recia y noblota, que mantiene vivas sus tradiciones de corta y recogida de troncos, leñadores y gabarreros, y, hasta hace muy poco, levantaba todos los años una perfecta empalizada de troncos para celebrar las clásicas corridas de toros. Una vieja tradición que se conocía como hacer plaza”.

Aún pueden contemplarse algunos de los antiguos aserraderos para elaborar a mano la madera y la preciosa máquina de vapor y vetustos aparatos de la primera serrería mecanizada por la corona.

Es un paraje casi único en la sierra por su calidad de vida, fruto de la ingente labor de mantenimiento realizada por el Patrimonio Nacional complementada con la explotación racional de los “pinares y robledales” que Carlos III compró a la comunidad de Villa Tierra de Segovia, reservándose ella el derecho a suelo, pastos, aguas y leñas muertas.

Y, en fin, esto es todo, quizá demasiado extenso, pero es que a mí siempre me parece que me quedo corto, cuando hablo de un lugar tan querido como Valsaín.

Juan Antonio Marrero Cabrera.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com