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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Cine >  Orgullo y pasión: Valsaín en el corazón" (Emilio Montes Herrero)  
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Gener al Jouvet: “Cómo sienten estos españoles el momento de la verdad. Algo que les Impulsa a morir, a empapar la tierra con su propia sangre, ¿por qué?”

Sermaine: “Probablemente porque es su tierra, mi general”

De la película “Orgullo y Pasión”, de Stanley Kramer
Basada en la novela “The gun”, de Cecil Scott Forester

La caída del Imperio Romano - Foto: Filmoteda Nacional

I

Aquella fría mañana de otoño podía observarse cómo al respirar, tanto los carreteros y los boyeros como los bueyes, exhalaban por sus orificios nasales el calor de su cuerpo en forma de vaho. Hacía frío. Lo suficiente como para tener que ir bien abrigados, en esas primeras horas de la mañana.

Después de haber ingerido una buena ración de algarrobas que los boyeros les habían proporcionado, subían los bueyes en fila hacia el arrastradero, por parejas, unidos por el yugo y precedida cada pareja por el boyero que les guiaba con la vara. Unos se encaminaban desde los establos de la fábrica por el Camino del Nogal hacia donde se encontraba la corta, para pasar toda la jornada arrastrando pinos. Otros subirían tirando de los carros, desde los establos del regil, precedidos por los carreteros.

El frío otoño hacía presagiar un duro invierno. De madrugada, las heladas se hacían notar día tras día, de forma ligera pero constante. Los robles y las encinas habían ido tomando lenta pero inexorablemente, desde el final del estío, el característico color dorado que les distingue en esta bella estación del año, a pesar de que las lluvias se habían hecho presentes, como casi siempre, al comenzar las fiestas en honor de la Virgen del Rosario.

A los robles y a las encinas de las matas les acompañaban ese otoño, como todos los otoños, en el cambio cromático de sus hojas, los plátanos de ambos lados de la carretera general, que vestían sus hojas secas de color oro.

También los castaños y los chopos, acacias, fresnos y nogales que adornan el perímetro del aserradero, camino del Pino Gordo, habían tornado su vestimenta verde por otra en diferentes tonalidades de amarillos, que destacaban sobre el fondo verde oscuro de los pinos y el verde tapiz con el que la hierba cubría el suelo.

En el entorno del Pinar y del valle, por donde serpentean el Eresma y sus arroyos, algunos de ellos con caudalosas cascadas, los majuelos, endrinos y acebos habían madurado ya sus frutos, para que todo tipo de aves pudiesen tener el sustento diario sin tener que pasar penalidades en el rigor que, de forma natural, año tras año se avecina.

II

Parecía que corrían otros tiempos. Había un nuevo aserradero y la producción de madera tomaba un ritmo frenético. Los jóvenes de Valsaín que volvían del servicio militar, aspiraban a un puesto de trabajo en la explotación de maderas. Pero la climatología, como la realidad, hacía poner los pies en el suelo a cualquiera que echase a volar la mente y los pensamientos.

El hambre aún daba duras cornadas, tan duras como las que había sufrido el querido y llorado Julián Fernández, “El Trucha”, y que le habían costado la vida. Aunque, oficialmente, hacía poco que habían dejado de negociar con el hambre ajeno los avarientos promovedores del estraperlo, aún se hacían notar en las necesidades y las carencias de las familias de Valsaín.

Parecía que corrían otros tiempos. En verano sonaba la música en la pista de Lucio y Venancia hasta ella llegaban los jóvenes universitarios, que cumplían las milicias universitarias en Robledo.

Habían transcurrido pocos años desde que se inaugurase el nuevo aserradero y habían llegado los peliculeros, como se les llamaba. Eran extranjeros, en su mayoría americanos y algunos pocos, actores y técnicos, eran españoles. Se les recibió con la hospitalidad que siempre nos ha caracterizado a los de Valsaín.

De eso nos sentimos orgullosos, de ser hospitalarios y compartir lo que hemos tenido y sobre todo de nuestro pueblo, Valsaín. Ese orgullo lo iban a poder comprobar los peliculeros “in situ”, y además trabajando para ellos en su película.

Venían a rodar escenas para una película de corte histórico, en las que debía de primar el carácter épico de la acción. El contexto histórico no era otro que la Guerra de Independencia contra los franceses. La película se titulaba “Orgullo y pasión”.

Valsaín aportaba multitud de actores extras en las escenas que se rodaban en su entorno, a cambio de pequeñas recompensas económicas. Recompensas que, por otro lado, eran bienvenidas y agradecidas, pues falta les hacían a nuestras familias.

No eran necesarias especiales caracterizaciones ni adiestramientos. ¿Querían héroes anónimos?, pues bien, en Valsaín los tenían todos. Gente necesitada y esforzada, que por llevar el pan a sus hogares eran capaces de dejar su vida en el Pinar y donde fuese menester.

Se trataba de dar vida al ejército popular español, los guerrilleros, que junto al ejército inglés, entonces aliado de España contra el invasor francés, tenía como misión liberar Ávila, plaza tomada por los franceses.

El eje alrededor del cual se desarrollaba la película era el traslado de un gran cañón, cuya caída en manos francesas quería evitarse. Una de las principales escenas en el desarrollo de la película era el paso del cañón por la sierra de Guadarrama. Y para ello se rodaron diferentes tomas, entre ellas las rodadas en Valsaín.

En ellas pretendía reflejarse la época en que se situaba la acción y había de conseguirse el máximo realismo a través de los personajes, a fin de exaltar la valentía de los guerrilleros españoles. La toma principal situada en Valsaín se rodó en el entorno del Cerro Matabueyes, en concreto la esforzada subida del cañón hacia el alto de La Cruz de la Gallega.

En esa toma el director obtuvo un encuadre idóneo, pues la carretera era entonces un camino de tierra. El realismo conseguido en relación con el esfuerzo a realizar, queda patente en la película. Muchos de nuestros mayores estuvieron allí y gracias a ellos se rodó esa toma con total satisfacción para el director.

Parecía que corrían otros tiempos pero para subsistir había que realizar grandes sacrificios. Aún había gran escasez de alimentos entre la población, había mucha gente que lo pasaba mal. Ello obligaba a llevar una vida austera. Pero el pueblo estaba orgulloso de sí mismo. Orgulloso de su sacrificado esfuerzo.

En medio de esta dura existencia, la vida debía continuar, no podía detenerse. Las familias crecían y sus miembros también. La comunidad aglutinaba la existencia de sus miembros y juntos celebraban las alegrías y las fiestas, como juntos compartían el dolor y el sufrimiento.

Y como la mayor alegría es el nacimiento de una nueva vida, de un nuevo ser en el seno de una familia, Valsaín vivía también con pasión. Fruto de esa pasión es la continuidad de las familias.

III

Aquel otoño de 1955 algo comenzó a cambiar realmente en Valsaín. Recién llegado del Seminario de Segovia, un joven sacerdote llamado Gaspar Sanz Abad, Don Gaspar, hizo suyo ese sentimiento de orgullo por haberle correspondido como destino, para ejercer su vocación, la Parroquia de Valsaín.

Se ganó al pueblo por su entrega y abnegado sacrificio de lucha por sus miembros más necesitados. Hizo suyas las necesidades más perentorias de la comunidad vecinal e hizo que su voz fuese escuchada donde y por quien debía ser oída, para obtener para sus convecinos la ayuda y la justicia que clamaban.

Foto: Juan Antonio Marrero

También fue frío aquel otoño. También llegaron las heladas. A los carreteros, a los boyeros y a los bueyes se les podía observar, en su transitar por el Pinar, cómo exhalaban el calor de su cuerpo en forma de vaho.

Pasó algún año y volvieron los peliculeros, en esta ocasión todos españoles. Habían tomado como base, para el rodaje de una película, el Campamento de El Robledo. Su presencia en Valsaín, también se hizo notar. La película se titulaba “15 bajo la lona”.

En el marco paisajístico en que se rodó esta película, aparece de fondo el inigualable Pinar de Valsaín. Pero en ella nada puede verse ni sospecharse de la vida sacrificada y austera que en él se desarrollaba, gabarreros que andaban por los caminos y por las veredas, carreteros que transitaban por los carriles, hacheros en las cortas y los boyeros junto a los bueyes, arrastrando pinos. La vida del Pinar, en definitiva, en plena ebullición. Nada se sospechaba de ella ni de sus personajes, los ya citados, más propios de la poesía épica por su heroicidad en el día a día.

Las productoras cinematográficas iban aportando algún dinero a las arcas de Patrimonio Nacional y del Ayuntamiento. Se sembró la Pinochera para evitar la erosión del terreno en las matas cercanas al Cerro del Puerco y los jornales pagados por esa siembra, más bien escasos, seguro que salieron en parte de esas aportaciones.

Alguien debió de convencer a Patrimonio Nacional y a sus administradores, para que se construyese un Barrio Nuevo con viviendas dignas para sus esforzados trabajadores. Algo había comenzado a cambiar en Valsaín.

Pasaron algunos años más y volvieron de nuevo los peliculeros. Otra vez eran los americanos. Volvían a lo grande, para quedarse en Valsaín, nada más y nada menos que unos seis meses de rodaje, sólo interrumpido por la Navidad de aquel año, 1962. Qué invierno más duro el de aquel año. Qué nevadas, pueden verse en algunas de las escenas de la película que rodaron, que llevaba por título “La caída del Imperio Romano”.

Qué años más tristes aquellos, como todos en los que el Pinar se ha cobrado su tributo en forma de vidas de los valientes y abnegados hijos de Valsaín.

Se pidió a los vecinos del Barrio Nuevo que colaborasen hospedando en sus casas a técnicos y trabajadores de la producción cinematográfica. La pensión Hilaria se abarrotó de personas hospedadas, donde además de obtener el descanso reparador también pudieron comprobar las buenas artes gastronómicas de la familia del señor Domingo y la señora Hilaria.

En Segovia se hospedaba Sofía Loren, la protagonista femenina de la película, que ya lo fue también en “Orgullo y pasión”. Todos los días de rodaje en que el tiempo lo permitía, un coche de la productora la llevaba hasta Valsaín. La dejaba frente a las escuelas, junto a la casa de la señora Lola y de su hijo Sabino. Allí se montaba en un caballo tordo que tenían esperándola, para que subiese hasta el lugar de rodaje dando un paseo a caballo por el Pinar, ese escenario real lleno de héroes.

El pueblo de Valsaín volvió a aportar actores extras a cambio de pequeñas recompensas. Bien interpretando a los soldados de las legiones romanas, bien a los valientes guerreros de los pueblos bárbaros, que luchaban contra Roma, un Estado ya en decadencia y opresor, afanoso de mantener su dominio.

IV

Las principales aportaciones económicas de la productora se destinaron, como en casos anteriores, a Patrimonio Nacional y al Ayuntamiento en menor medida. Fruto de ellas fue la mejora de la iluminación eléctrica en La Pradera, el Barrio Nuevo y en Valsaín. En las escuelas también notamos de alguna manera la aportación, todos los días nos daban un vaso de leche, de la leche en polvo que los americanos traían a España. Pero donde más se notó la aportación económica fue en las obras públicas.

Fue asfaltada la carretera de Valsaín, desde El Rancho hasta pasado el cementerio. Además, se acometió la construcción del tramo de la línea de ferrocarril de vía estrecha desde el puerto de Navacerrada al puerto de Los Cotos, en la que muchos vecinos de Valsaín aportaron su trabajo, ganando para sus hogares un jornal extra.

Pocos años después, Valsaín sería escenario del rodaje de otra película, “La batalla de las Ardenas”. Escenario inigualable por lo que Valsaín tiene y aportó a esa producción cinematográfica. El Valle del Eresma y el Pinar de Valsaín recrean de forma primorosa las onduladas colinas y las masas forestales de esa región, Las Ardenas, en la que abundan los valles y los ríos que la cruzan.

Pero además aportó el valor monumental de las ruinas de su Palacio, que sirvieron para que se recrearan los combates y los daños que sufrieron los pueblos y ciudades de esa región, durante la batalla que se escenificaba en el largometraje.

En el Parque y frente al Torreón se emplazaron multitud de tanques que a diario subían a rodar a diferentes lugares del Pinar o del entorno de Valsaín. Para cuando se ponían en circulación por las mañanas, cruzando el Puente camino del Barrio Nuevo hacia los lugares donde se rodaba, dejando a su paso un ruido estremecedor y una gran nube de polvo, hacía ya bastante que por el mismo camino habían subido hacia las cortas las pocas parejas de bueyes que aún se utilizaban para el arrastre de los pinos.

Los bueyes salían del regil, donde eran atendidos de forma primorosa por el señor Lucio Quijada, guiados por los boyeros que les precedían. Subían cuando apenas despuntaba el sol por Peñalara. Al final de la jornada volvían al regil, desde donde el señor Lucio, casi siempre acompañado de sus nietos Santiago y Jesús Martín Quijada, sacaba a los bueyes al Parque para que pastasen un rato, antes de cerrarlos hasta el día siguiente.

Restos de la caída del Imperio Romano - Foto: Clemente de Pablos

Valsaín iba cambiando lentamente. En verano se escuchaba la música en la pista, había multitud de veraneantes y se hacían pozas en cualquier remanso del río Eresma, que se llenaban de bañistas. A la Residencia Nuestra Señora de la Fuencisla llegaban puntuales, por turnos, las empleadas de Galerías Preciados y las familias madrileñas afiliadas a Hermandades del Trabajo o la Acción Católica. También al Campamento de Robledo seguían llegando los universitarios para realizar las milicias.

La productora de “La Batalla de las Ardenas” tuvo que hacer una importante aportación económica, que se vería reflejada en las obras públicas. La carretera de Valsaín había quedado materialmente machacada por los carros de combate, así como la subida desde la iglesia por el Barrio Nuevo hacia la carretera general, que también se vio seriamente afectada.

Se asfaltó totalmente la carretera de Valsaín, incluida la subida de la Cruz de la Gallega y también se asfaltó la carretera general, desde Segovia hasta Navacerrada, lo que supondría uno de los cambios más significativos en la imagen de Valsaín, ya que desaparecieron los adoquines de la carretera que le atraviesa, quedando ocultos bajo las diferentes capas de piedra, grava y alquitrán.

En las escuelas revocaron y pintaron las fachadas, eliminaron las goteras retejando sobre una capa de cemento y hubo un cambio significativo, junto a ellas, en el lado sur del edificio frente a las ventanas, se allanó el terreno y se procedió a hacer una pista de baloncesto que fue de general satisfacción para todos.

Los terrenos colindantes con la iglesia fueron marcados con estacas que señalaban la ubicación de la ampliación del Barrio Nuevo. Se comenzaron a abrir las zanjas para construir los cimientos de las nuevas casas. Pero esto ya pertenece al guión de otra película, al de los cambios más profundos que se avecinaban en nuestro pueblo.

Pasados pocos años volverían los peliculeros y toda su parafernalia para disfrute de mayores y pequeños. Rodaron “Patton”. Para entonces habían cambiado muchas cosas en la vida de Valsaín. Por cambiar, hasta las fiestas se habían adelantado al primer domingo de Septiembre. También, de la fisonomía de la plaza de toros hacía ya bastante tiempo que había desaparecido uno de sus tradicionales elementos: los carros.

Como todos los años volvían los fríos otoños y los cambios cromáticos en la Naturaleza de Valsaín y su entorno. Pero ya no había carreteros que transitaran por los carriles del Pinar. Sólo se podía ver aún cómo al respirar, unas pocas parejas de bueyes y sus boyeros exhalaban por sus orificios nasales el calor de su cuerpo en forma de vaho. Sencillamente, Valsaín había sufrido una profunda transformación, lograda a base de coraje, orgullo y pasión.

Emilio Montes Herrero.


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