-Abuelo, ¡qué retorcida está esa rama!
¡Mira, mira,… los pinchos de ese cardo
parece que se escapan…!
Cada uno va hacia un lado,
se salen de la planta…

-¿No hay orden en el bosque, quizá?
¿Ésa es tu idea clara…?
Fíjate bien, pequeñín,
escúchame con calma:

Pitágoras pasea, orgulloso, su mirada,
entre los frondosos robles,
hasta la cerrada noche, desde el alba.
Y no es extraño, mi niño,
no es extraño para nada.

¿Has visto bien la estructura
de la tela de una araña?
¿Y las ondas de un estanque
tras tirar tu piedra al agua?

Contempla con atención
las flores que hay tan variadas:
descubrirás que en los ejes
de sus pétalos se guardan
triángulos y pentágonos,
hexágonos, rombos y tramas
de figuras geométricas
escondidas y calladas.

¿Y la música perfecta
de ese pájaro que canta…?
Es matemática pura,
suma y resta fraccionaria.

Su cerebrito calcula
sin querer, y su garganta
lo lanza a los cuatro vientos,
hacia el río y la montaña.

¿Y el hormiguero gigante,

cima cónica, horadada

con los mil túneles hechos
por obreros de seis patas,
prodigio de ingeniería
y construcción donde las haya…?

No, mi nietecito, no…
No caigas nunca en la trampa
de pensar que, en el pinar
el orden es cosa vana.

Porque aquí, en la trayectoria
del chorro de la cascada,
reina la Ciencia sin duda;
y en la flor de la retama,
y en cada aroma que lleva
el aire de la montaña.