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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Los Gabarreros >  ¡Ay mi burrito ! (José Manuel Martín Trilla).  


Tomasa, Peli y Lola setenta años después. Foto: Araceli Trilla

…Y no es que el burro “Orejones” estuviera resabiado, aventado o fuera un animal retorcido; sencillamente es que era vago hasta más no poder. Si no que se lo preguntaran a Lola Trilla cuando iba a La Granja a por el pan que vendía su madre –María– en la tienda que regentaba,  y el animal era capaz de tumbarse en el camino y quedarse dormido. Sin embargo “La Cubeta” era una borrica lista y trabajadora –aunque un poco vieja–, por eso se la habían alquilado a “Ángel el Cirolín”, un mozalbete de apenas 14 años enrolado en las difíciles tareas del arte de la gabarrería. Una carga para María, viuda y madre de Lola, Tomasa y Peli –tres crías entre doce y quince años– quienes malvivían de los exiguos rendimientos de la tienda; y otra para Concha, viuda igualmente, madre de Ángel y otros cuatro hijos más cuyas condiciones económicas eran, si cabe, aun más penosas. Ese era el trato.

La vida fue ingrata con María y la  abandonó en la primavera de 1940 dejando tres huérfanas sin recursos cuya única herencia consistía en dos acémilas. “La Cubeta” fue vendida y “Orejones” entró en un trueque con “los  gitanos”, hábiles marchantes del ganado caballar en aquella época. Aquel cambio congratuló a  Angel, pues trabajar con semejante burro suponía una tarea difícil, por no decir imposible.

El nuevo pollino manifestaba buen porte, andar respingón y saleroso, imitando el arte de un caballo de pura raza. Ángel partió al Pinar, como todos los días, enorgullecido por las buenas maneras que manifestaba el animal. Y así se comportó durante toda la jornada hasta que, de  regreso, con ese andar coqueto del que presumía, tropezó y cayó al suelo con la carga de leña. Ángel trató de incorporarle y no pudo, por lo que se vio en la obligación de descargarle. – Trabajo perdido, pero de fácil solución –pensó. Sin embargo el asno no se levantaba. Forcejeó con él sin resultado. Al igual que le sucedía a “Orejones” parecía como si se hubiese quedado dormido.

Pocos minutos habían transcurrido cuando, por esos caminos de Dios, apareció uno  de esos avezados gabarreros que pululaban por los pinares y, sin ninguna duda, buen conocedor de los avatares de la profesión. –¿Qué te pasa, muchacho? –preguntó. –Ya lo ve  usted, que el burro no quiere ponerse en pie. Se acercó hasta el inmóvil animal y lo observó  atentamente: –¡Ni se va a levantar! ¡Este animal está muerto! ¡Muerto, sí! ¡Y bien muerto! El borrico trotón y campechano ya no se pavonearía en el mundo de los vivos. Gruesos  lagrimones corrieron por las mejillas de Ángel, quién había depositado muchas ilusiones en los lomos del rumiante. En cuanto a las tres hermanas huérfanas, sumaron una desgracia más a su caótica situación, aunque la muerte del “pobre burrito” era lo que menos las preocupaba.

Muchos años después escuché esta historia de los labios de mi padre Ángel, de mi madre Peli, e incluso de mis tías. Tiempos difíciles los tocó vivir pero la adversidad les dio fuerzas y de su lucha obtuvieron lentamente su recompensa. De aquella historia adornada con indicios de  tragedia sólo quedaba un agradable recuerdo.

Y en mi recuerdo, la sonrisa irónica y burlona de  los narradores. 

José Manuel Martín Trilla.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com