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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Los Gabarreros >  Ramón Goya, el herrador de Valsáin (Jesús Goya López).  


Foto: Jesús Goya

Este año la prestigiosa revista “Crónicas Gabarreras” está dedicada al tema “Los gabarreros de Valsaín”. Hombres sacrificados y duros, pues el trabajo en el pinar y la bajada de leña era una de las profesiones de más dureza que yo he conocido.

Los inviernos eran largos y fríos, los  sitios para cargar los animales en las laderas eran complicados, los caballos se caían y tenían  que volverles a cargar, las sogas mojadas y tiesas eran de difícil manejo, la manta mojada…  muchas veces tenían que sacar la leña de la nieve. Con el frío de la montaña, se mojaban las  jalmas y los caballos se llenaban de mataduras y cuando llegaban tenían que descargar, pesar la leña y hacinarla. Y todo esto, acompañado de las carencias de la época.

Y aquí, por derecho, tiene que figurar mi padre Ramón, para recordarle por su oficio de “herrador”, los caballos necesitaban tener herraduras para poder bajar del pinar doscientas y trescientos kilos  de leña en sus costillas todos los días.

Ramón, mi padre, fue el herrador de Valsaín desde el  año 39 hasta el 70, y que por un salario de 20 Ptas. herraba los bueyes de “Regiones Devastadas”, que tenían desplazados en todo el pinar de Valsaín, estando al cargo de los bueyes los hermanos Leoncetes, Goyo (El Mayoral), Eugenio, Miguel, Gerardo y otros carreteros  como: Román Fraile, Paco Escribano, Ruiz, Braulito, Pedro, etc., que daban un pienso al  caballo de mi padre cuando llegaban a herrar.

En Valsaín había unos doscientos caballos y  algún borrico, junto con muy pocas mulas, las que tenían los Nisios de La Granja, que bajaban  leña del pinar todos los días, las herraduras se hacían en la fragua, a martillazos y tirando del fuelle, también se unían las cadenas que se utilizaban para arrastrar los pinos, dándoles al final  el temple, introduciendo la cadena en agua progresivamente. A veces se daban las doce de la noche haciendo herraduras, más tarde empezaron a venir las herraduras hechas de fábrica y era más cómodo.

Mi padre herraba tantos animales que todos los domingos se llenaba la valla  de gente con sus caballerías esperando que le tocara el turno. Además herraba todos los animales de Patrimonio Nacional, pues todos los guardas del pinar tenían un caballo para  recorrer y vigilar el cuartel que tenían asignado.

Los guardas, Matute en la Boca del Asno, El  Grandón en el Puente de la Cantina, Manuel el Tuerto, en la Casa la Pesca, Félix en el Puerto de Navacerrada, Isidoro en la Cueva del Monje, Teodoro del Val, etc.

Mi tío Nemesio ayudaba mi padre a herrar y, según contaba una vez Merino, herraba mejor que mi padre; curiosidades, ya que mi tío herró en pocas ocasiones.

También se herraba a las mulas de los jardines, que  eran muchas, y las traían a herrar nuestro vecino Mariano (el de la Celia) y Paco Tapias, este tenía una mula yeguata a su cargo, muy falsa y había que ponerla el “acial” y atarla las patas con una soga para poderla poner las herraduras.

Bienvenido también herraba caballos, después de trabajar en la Fábrica de Maderas.

Mencionaré anécdotas curiosas; una vez coincidiendo que estaban herrando Mariano Cosme y Andrés Trilla, el primero tenía un caballo atlético, grande, tordo, parecía un pura sangre y Andrés tenía un caballo ruano muy pequeño.  Se apostaron a ver quién llegaba antes a la plaza de Valsaín, superando Andrés en cinco cuerpos a Mariano. Recuerdo que Doro Trilla le decía a mi padre “Ramón que las herraduras le duran poco al caballo” y claro que pasaba eso, el caballo en cuestión era un medio percherón que pesaba media tonelada y Doro se jactaba de que podían echarle cuatrocientos kilos de leña. Paco Povedano, que llevaba hasta cuatro caballos a por leña, solo y cargando muchas veces en el pinar de Rascafría, quizás fue el gabarrero que más veces sufrió la intolerancia que ejercían entonces los guardas del pinar y la guardia civil, pero había que traer leña para poder comer, ya que entonces las familias tenían muchos hijos.

Foto: Jesús Goya

En esos años los chicos de Valsaín con 12 ó 13 años ya iban con un borrico al pinar. Recuerdo a mi vecino “Savedra” que siendo  aún un chavalín, ya bajaba leña con un burro; a Angelín Orosa, un vecino y amigo, que con 14  años llevaba al pinar un caballo grande; a “Romero” que muy pequeño ya trabajaba en el Conteo, a “Piruya”, etc. Me acuerdo también del caballo que tenía Agapito “Chavela”, era un  caballo gabarrero de cabeza carnerada, del que decía mi padre; ¡cuánto me gusta este caballo!

Mi padre tenía un caballo, “El Viejo”, que bajaba leña a medias. Tino, (Merino) decía que era un  buen caballo, también lo llevó Juanito “Sansón”, hombre trabajador como el primero y bellísima  persona, que nos pedía la silla de montar y el filete para ponérselo a una yegua blanca, cuando  bajaba a Segovia.

Alfonso Berrocal, José Mª Peña, Leandro, Marcelo, Juanín “El gato”, Mariano Cantimpalos, el primo Angelito, Esteban, Celes, etc., gabarreros, que después de salir de la  fábrica se iban a por una carga de leña.

No puedo dejar de mencionar a Trampolín, (Guillermo), que sigue siendo un referente en la gabarrería. Todavía hoy demuestra el oficio cargando y  descargando un caballo en la fiesta del Rosario y así nos hace recordar los tiempos pasados.

Recuerdo a las familias que iban a herrar todos los domingos: Los Sorianos, los de Doroteo, los Trillas, los del Tío Grande, los hijos de La Teodomira, los hijos de Polo,los del Sr. Pedro el Sereno (Mariano, Gordo, Perico), del amigo Servando, de Juanito Dorrego, con su caballo tordo, que  los ayudaba a partir la leña, (mi padre le apreciaba mucho), de Cuqui el hijo de Niño, con su caballo  castaño, de Tinete, de Daniel Quintín, de Flores, de Pedro Peña, Mariano Guerras, Palila, Julio Caperuza ,Ginesito, Mariano Dorrego, (mi hermano Monchi y yo hicimos la mili con él), Julián Revenga, todos ellos chavales jóvenes con dos y tres caballos bajaban leña todos los días del  año y que luego vendían al Sr. Lucio y Venancia, al Soriano  (Sr. Benitin), a Luis y Lorenzo Fernández y en menor medida a Felipe y Pepe Fraile.

No puedo dejar de citar a Goyo el cabrero,  que le ayudaba a mi padre a tirar del fuelle, pues eran muy amigos. Contaba mi padre que Goyo le ayudó a llevar todas las tejas de la casa y ponerlas, pues durante la Guerra destrozaron la vivienda y se cayó el tejado.

Me acuerdo de Chinorri, vecino nuestro, que cuando se iba al pinar de madrugada pegaba un golpe en nuestra ventana y decía “levantaros que ya es de día”. También recuerdo a la Sra. Meli y el Sr. Pablo, ¡cómo nos querían! su hijo Ciriaco era como de la familia. Siendo yo muy pequeño decía mi padre; vete a llamar a Ciriaco, que nos ayude a hacer ramplones a las herraduras, y es que en invierno había que doblar la  parte trasera de las herraduras para que con la nieve no se deslizaran los caballos.

A Flores, el “Morucho”, que mientras herraba el caballo, hacía un astil para el hacha, incansable trabajador, se segaba nuestra valla en un día.

A Benito Gala, le hacía a mi padre las cuchillas que servían para cortar los cascos a los caballos.

En nuestra casa de Valsaín todavía existen dos potros de piedra de cuando se herraban los bueyes y también conservamos la fragua, aunque medio destruida. Tenemos aún todas las herramientas de herrar y el fuelle de la fragua.

Deseo que este relato sirva para recordar y homenajear a los hombres y mujeres de Valsaín,  especialmente a todos los que fueron gabarreros y a los que dejaron su vida en el pinar,  Juanito Currinchi y su hermano Ángel) y a mi padre Ramón, que además de herrador, fue ganadero, chatarrero, tratante y muy emprendedor, sin olvidar a mi querida madre Petra, que  en febrero de este año nos dejó. 

Jesús Goya López.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com