Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Los Gabarreros >  Gabarreros de hierro (Rubén Martín Carreras).  


Foto: Crónicas Gabarreras

Tal vez leyendo estos párrafos nos traslademos en algún momento a la Edad Media e incluso a veces a un mundo fantástico y de ficción, pero sólo hablaremos de hechos y de momentos que hacen honor a la verdad.

En la Edad Media se forjaban a fuego unas grandes espadas que, dependiendo de la mezcla de hierro y acero utilizadas, del temple, de su enfriamiento y de las “manos” del herrero, resultaban unas espadas dignas de los mejores caballeros.

Algo parecido ocurría en los pinares de Valsaín, donde vivían los gabarreros, al igual que aquella espada superior surgía de un esmerado trabajo, los montes de Valsaín curtían poco a poco desde su infancia a unas personas inigualables en su campo, no penséis que hablo del guión de una  película, no, no, es real. El pinar, el frío, el agua la nieve, el sol… fabricaba unos hombres especiales. La naturaleza pulía el cuerpo de los gabarreros, a semejanza del cincel y el martillo que esculpen una escultura griega. En este tipo de esculturas se intentaba representar el ideal el cuerpo, un exterior perfecto, que los atletas de aquella época conseguían con una serie de  ejercicios adecuados, una buena alimentación y un buen descanso.

El trabajo de los gabarreros era único y exclusivo en cuanto a horarios; desde muy temprano salían de casa con los caballos y no volvían a veces hasta bien entrada la noche: como una vez me contaba mi  vecino “Pedroles” “salías de casa y apenas se veía donde se pisaba, y volvías y seguías sin ver donde  pisabas”.

Foto: Enrique de Benito

También único y exclusivo en cuanto al trabajo ya que, una vez llegado al lugar donde  hacer la carga, tenían que hachear el tiempo necesario para preparar ésta y después cargarla y  otra vez de vuelta.

Los gabarreros pasaban horas y horas en el monte, realizaban un gran esfuerzo físico, las caminatas sumadas a la preparación de la carga, hacían que este trabajo resultara extenuante, no sólo por lo anteriormente dicho, sino también por una grandísima carga psicológica.

Supongo que algunos se preguntarán por qué. Como todos sabemos el  gabarrero recogía las leñas muertas del pinar para poder sobrevivir; todo esto derivaba en primer lugar a la necesidad de llevar a casa “el pan de cada día”, después la inseguridad  añadida que era evidente en este oficio de cómo sería el día, qué tal se daría, dónde tendría  que ir, si lejos o cerca, si pasaría frío o calor… en fin, en mi opinión, una desazón continua.

Por  si fuera poco también tenían a los servicios forestales, que vigilaban los trabajos de los  gabarreros, jugando un poco al gato y al ratón. Puedo llegar a pensar que, de alguna manera,  los sentidos de los gabarreros sometidos a todos estos avatares se afinaban tanto que en nada  tenían que envidiar en habilidad, agilidad y astucia a ninguno de los animales que habitaban en el bosque.

¡Eran finos como rayos! no sólo por lo anteriormente citado, también en el sentido  literal de la palabra “finos”, como se dice por aquí eran “pura fibra”; claro no me extraña, no  paraban en todo el día y, ni que decir tiene, porque de sobra se sabe que, en aquella época, no se atiborraban de todo lo que querían; más bien no se atiborraban de nada.

No tendrían los cuerpos esculturales de aquellas estatuas griegas, pero sus huesos, su corazón y sus  músculos, el conjunto, era de hierro; sí, sí, de hierro. Era fruto del constante trabajo con el hacha con el cual desarrollaban y pulían una musculatura excepcional, el trasiego con la leña de aquí para allá, de arriba abajo, mantenía unas manos y unos brazos fuertes, en forma,  depurados.

Foto: Juan Montes

Los gabarreros trabajaban mucho pero también llevaban a cabo algo que  actualmente es tan necesario en estos tiempos que corren: la necesidad de hacer algo de  deporte. Tal y como se plantea la vida, hoy en día todos tenemos cuanto demandamos y para  alimentarnos más de lo que necesitamos. Esto que se acumula por la parte media y baja del cuerpo, cual Boa Constrictor se ciñe a su presa, es lo que nos lleva en la mayoría de los casos a hacer deporte. Esta “preocupación” que hoy en día nos aflige, para los gabarreros no existía, pues a la vez que realizaba su trabajo practicaba un magnífico deporte, cuatro por cuatro, como yo lo llamo, ya que ponían en funcionamiento todas las partes de su cuerpo. Quiero pensar que  nuestros abuelos llegaban a ser tan mayores, a vivir tantos años, posiblemente y a pesar de  todo el trabajo que llevaban a cuestas, por aquellas caminatas duras pero saludables, por  aquella comida escasa pero de calidad y, sobre todo, por aquellas ganas de vivir, justo por no  tener todo lo que necesitaban, lo poco que tenían lo valoraban, y disfrutaban de cada momento de diversión como si fuera el último.

Creo que, a pesar de la vida tan dura que llevaban, eran  felices, cosa que hoy en día y teniendo de todo, se pone en duda.

Dedicado a todos aquellos que marcaron las veredas del pinar, a todos aquellos que revolvieron los rincones del monte. 

Rubén Martín Carreras.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com