Crujen las cortezas,
huyen los jabatos,
calla el picapinos
al tronar los cascos.

Y el pinar entero
se alerta a rebato
por la comitiva
que viene hacia abajo.

Dicen que es el Rey
que viene a Palacio,
a honrar unas fiestas
con Antonio Pérez,
su gran Secretario.

Allí les esperan,
hace días varios,
nobles y sirvientes,
con mucho boato.

De cuantos he visto,
a mí me ha gustado
esa dama hermosa
del ojo tapado.

“De Éboli” la llaman,
princesa es su rango…
¡Nunca vi tal gracia
debajo de un sayo!
¡Ay, quién la tuviese…!
Soñar es barato…

Yo soy gabarrero,
por todo ducado.
Mi título es ese:
de dote, bien llano,
pero no lo vendo
ni en cien mil reales;
mis antepasados,
hace varios siglos,

pasan el legado
de padres a hijos,
con trámite honrado.
Tendré suficiente
si acabo el trabajo,
con ir a la plaza
sin disfraz ni manto
y al son de la banda
cual sus majestades,
cerrando los ojos,
siempre imaginando
que a mi linda tuerta
llevo de la mano,
bailar la pavana o…
¡tal vez, “el canario”!