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En la actualidad, no sabemos de dónde proviene la energía eléctrica que alumbra nuestros hogares. Puede provenir de una central nuclear, de un salto eléctrico, de una central de gas de o de un molino de viento. Pero los primeros en tener luz en el pueblo sí sabían de dónde provenía la energía eléctrica: de sus propios ríos. En concreto, del Arroyo de La Chorranca o Arroyo Bercial primero, y del Río Valsaín posteriormente. Al escribir estas líneas he querido contar un poco de la historia, pero sobre todo historias, de las fábricas de luz y sus presas, a través de los recuerdos de mi abuelo Tomás Martín Vázquez, un Cirolín, que ha sido una fábrica de luz en mi vida.
Antes de la Guerra Civil, fue cuando llegó la luz eléctrica a Valsaín. Cuentan los mayores que en las casas se tenían bombillas de 10 Watios, que llamaban “de bayoneta”. La potencia servida era tan débil, que no se podía encender más de una bombilla a la vez, aunque quisieran, puesto que el cajetín del contador empezaba a fallar.
El cobrador de la luz en un principio era el Tío Domiciano, que a su vez era el sacristán de la Iglesia de Valsaín. Según cuentan, tenía una gran miopía y usaba gafas muy gruesas, “de culo de vaso”. Por ello, se colocaba el cajetín del contador bajo la escalera y en lugar más oscuro posible, para intentar confundir al Tío Domiciano.
FÁBRICA DE INFANTA ISABEL
De prácticamente todos es conocida la existencia de la Fábrica de La Luz del Salto del Olvido, situada en un estrechamiento rocoso del Río de Valsaín. Sin embargo, no todos conocen la otra fábrica de luz que existió en Valsaín. La Fábrica “Infanta Isabel” o “Alfonso XIII” yace en soledad a orillas del Arroyo de La Chorranca, conocido en el lugar como Arroyo Bercial, prácticamente al lado de la Carretera de Villalba y cerca de la Casa de Peones Camineros, “la Casilla”, que comparte estado ruinoso.
Pero cualquier ruina, piedra o lugar adquiere un valor sentimental para el pueblo y sus habitantes cuando forman parte de su historia y de sus recuerdos. No son tan sólo ruinas, sino fuente de leyendas, anécdotas e intrahistoria: esa historia que no está en los libros y que se transmite de abuelos a nietos.
En el lugar existe una cascada muy bella sobre un lecho de granito constituido por unas pozas o marmitas de gigante enfiladas perfectamente, de una gran belleza en las épocas de deshielo y crecidas, cuando el arroyo trae agua. Quizá la observación de este hecho natural influyera en los promotores para la elección del emplazamiento en 1895.
Dado que no se planteó el salto de forma técnicamente solvente, se llegó a generar luz mediante vapor quemando leña y serrín. Como no se conseguía un suministro adecuado, se fueron realizando modificaciones sucesivas mediante tomas de agua, presas y embalses, los cuales se conservan en la actualidad. Con todo, no se consiguió solucionar los problemas de cantidad y calidad en el suministro eléctrico a La Granja, Valsaín y La Pradera. De hecho, en la actualidad se conoce que el Arroyo está prácticamente seco en epoca de estío (ya que se toma agua para La Granja), lo que es claramente una prueba de la osadía con la que se enfrentaron los promotores de la Fábrica, que hizo desembocar el proyecto en un fracaso rotundo.
Es una construcción muy simple, con dos hastíales que nos indican que tuvo tejado a dos aguas. De mampostería los muros y ladrillo los marcos de las ventanas, encima del marco de la puerta permanece el nombre “Infanta Isabel”.
Pero como para la generación de energía hidroeléctrica es necesario que exista un salto de agua, unos metros más arriba podemos encontrar un gran estanque de mampostería y enlucido interior que almacenaba el agua. En este estanque se puede contemplar, todavía hoy, lo que sería un desarenador, a la entrada de la Cacera de Infanta Isabel, con la finalidad de evitar que se aterrara el depósito y se perdiera capacidad de almacenaje.
Siguiendo la cacera, hoy seca y llena de hierba y retama, que sale del propio estanque se llega a la Pista del Nogal de las Calabazas, la cual tiene un pequeño puente sobre ésta. Si se prosigue por la cacera una vez cruzada la pista, se desemboca en la teja o partidor de la cacera y una presa prácticamente colmatada. En el partidor se conservan las piedras de granito labradas en vertical donde, se supone irían alojadas las compuertas de madera o metal. La presa es de gravedad y construida en mampostería y estaba enfoscada en su interior, como se puede apreciar en uno de sus laterales. En su parte central, y debido a la fuerza del agua en las crecidas del arroyo, se ha desmoronado la construcción, habiendo nacido una pequeña cascada.
Uno de los recuerdos colectivos sobre la fábrica es de un ciudadano del Municipio: Valeriano, apodado “El Tío Pellica”, era el trabajador encargado de estar al cuidado de la maquinaria buena parte del casi cuarto de siglo que tuvo de vida la fábrica.
Los Niños de La Guerra de Valsaín, que saben bien que “la mejor salsa es el hambre”, desmantelaron durante la Postguerra todos los elementos metálicos que existían para la venta, en una época en la que la supervivencia estaba por encima de todo. Hoy queda, sin embargo, un tímido aislador de cerámica en una de las esquinas de la ruina que nos indica que por allí circulaba la tan bienvenida “luz eléctrica”.
Mi abuelo, Tomás Martín Vázquez, me cuenta con sumo secretismo y miedo aún, el complot que, con sus amigos, organizaron para el robo de las vigas de la Fábrica. <<Fuimos Ángel Martín, mi hermano pequeño, Eusebio Osorio, Pío Martín, el pobre Vicente “Cagancho” y yo. Nos subimos al piso de arriba y picamos todos los asientos hasta dejar sueltas las vigas. Después las tiramos al suelo y nos las llevamos arrastras con una soga hasta la Cruz de La Pasión, donde Horcajo, el chatarrero de Segovia, reculó el camión en la pértiga y las cargamos. Pesaban bastante porque creo recordar que eran de doble “T” de 200 mm. Por supuesto, todo esto de noche para que no nos pillaran>>.
SALTO DEL OLVIDO
La construcción de la presa y salto hidroeléctrico “Salto del Olvido”, supondría una revolución en el Pueblo. En primer lugar, porque se acabarían los problemas seculares de suministro a La Granja en las épocas de veraneo. En segundo lugar, por las obras de construcción y la posterior adecuación de “Los Baños de La Presa”.
Tras el estrepitoso fracaso de la Fábrica “Infanta Isabel”, en este caso entre los nuevos promotores estaba Federico Cantero Villamil, ingeniero de reconocida solvencia técnica y de experiencia reconocida, como se cuenta en una reciente publicación sobre su biografía “Una crónica de su voluntad”, que comienzan la construcción del Salto del Olvido en 1926.
De las obras de construcción ha sobrevivido en el tiempo el siguiente cantar:
En el Salto del Olvido,
donde trabaja Matamoros,
para quitar a los obreros
medio día y tres cuartos.
Frutines, el pistoletero,
le dijo a su amigo Venancio:
“Oye mira, Matamoros
me ha quitado medio día y tres cuartos”.
Y Venancio le contesta,
con muchísima energía,
“No seas tonto, Frutines,
díselo al Señor Elías”.
Matamoros era, al parecer, el capataz de las obras de la presa, mientras que el Señor Elías era el encargado general.
Pero otra faceta de la Presa fue la lúdica y en concreto, “Los Baños de La Presa”. Aprovechando el remanso del agua, se construyó un trampolín y unos bordillos con escalinatas. En la orilla izquierda se instalaron unas casetas de madera para que los bañistas pudieran vestirse las prendas de baño. Debe tenerse en cuenta que, como muestran las fotografías antiguas, los bordes de la presa no estaban colmados de vegetación como en la actualidad. El trampolín estaba ubicado en el lado derecho, a la altura del puente de La Pradera. Desde él se organizaban competiciones de natación para ver quién recorría la distancia hasta el muro de la presa en el menor tiempo, algo parecido al actual Triatlón de Valsaín, pero en dirección inversa.
De igual modo que en El Retiro, pero en pequeño, la presa tenía barcas de paseo. El señor Aquilino Manso, padre de Eugenia y Abundio, era el encargado del cobro y del cuidado de las instalaciones. La duración del paseo era de media hora y cuando se pasaban de tiempo los clientes, el empresario de las barcas les iba a buscar hasta el muro de la presa con una barca más grande con la inscripción “1002” en su proa. Por ello, el propietario de las embarcaciones recibía el apodo de “El Tío Mil Dos”.
Los niños como mi abuelo, su hermano Ángel Martín, Esteban, Currinchi, Santiago Zúñigo y otros se atrevían a meterse en el canal que conducía el agua de la presa hacia el partidor del salto, dejándose llevar por la corriente, hasta más o menos la altura de la Pata de La Vaca. Desde allí, sin llegar al Partidor, volvían andando por el borde del canal, que entonces no estaba cubierto.
Si en verano era el baño el acontecimiento social, en invierno era el patinaje el juego de los más pequeños sobre la presa helada, en la que los niños hacían “patines”. Auque también algún adulto se atrevía. Sin ir más lejos, el Sr. Faustino, al ir a buscar los bueyes, cruzó por la presa helada. Mientras lo hacía, el hielo empezó a crujir y los niños que ese día patinaban recuerdan que casi se hunde.
Otro recuerdo sobre el Salto del Olvido que en mi familia ha sobrevivido trata de un accidente que tuvo mi abuelo antes de La Guerra, por entonces conocido como “Pichi” cuando, de niño hacía de mozo de pesca de los señoritos de Madrid. Iba de ayundante de pesca con el señor Deogracias Magdalena, un burgués madrileño del sector de la ebanistería y las antigüedades. <<Como llovía, el Señor Deogracias me regaló un capote de su hijo para cubrirme. Pero, como era muy grande y yo tan chico, al pasar por el pretil del muro para desenredar el sedal del pescador, me lo pisé con tal mala suerte que, en vez de caerme al lado del agua de la presa, me caí al lado del vacío. No me maté porque Dios no quiso>>.
Tras acabar La Guerra, mi abuelo y sus amigos descubrieron una utilidad para las armas abandonadas en Valsaín como frente de batalla que había sido durante los tres años de la contienda. En concreto, usaron las bombas de mano italianas para pescar truchas en la presa. Quitaba la anilla de seguridad y la tiraba al desagüe inferior de la presa. Al estallar dentro del agua, salían a flote las truchas muertas. Y es que el hambre agudiza el ingenio.
Mucho después de la Guerra, también ha sobrevivido otro recuerdo de la niñez, esta vez, de los hijos de los Niños de La Guerra. En este caso, cuentan que las tuberías metálicas del Salto, ya viejas, tenían agujeros y grietas que se solucionaban colocando tapones a presión de madera y tela. Los niños quitaban los tapones porque, por un principio físico simplísimo, salían a presión unos fabulosos chorros como las fuentes del Palacio de La Granja.
Tomas Martín Vázquez
y Javier Arenal Martín.