Crónicas gabarreras: Inicio > Naturaleza > Una excursión accidentada. |
Gustoso era don Alfonso XII –y su hermana Isabel, a la que el pueblo llano conocía por el apodo de “La Chata”– de recorrer los pinares de Valsaín, acompañado, en ocasiones, por su séquito de hombres nobles y mujeres gentiles. Tal vez, esta afición excursionista se debía a su interés por la Naturaleza, pero de lo que no cabe ninguna duda, es que el guía que llevaba era quien le abría los ojos a los encantos de los pinares. Se trataba de “Joaquín María de Castellarnau”.
Cuenta él mismo, en sus memorias, una curiosa anécdota ocurrida mientras conducía al Rey, a “La Chata” y a sus cortesanos, por los hermosos parajes que llevan a la falda de Peñalara. Lugares perfectos para el recreo del caminante y para el que aprecia la belleza de los paisajes; algo que no pasaba inadvertido para Alfonso XII, aunque el Soberano quería nuevos alicientes para la excursión, por lo que –en palabras del propio Castellarnau-, le dijo: “-Qué expedición más bonita ¡Cuánta gente! Pero desearía que fuese más divertida, que hubiese un poco de sal, porque sin sal resulta un poco aburrido. -Pues si a V.M. le parece- contestó-, para que haya un poco de sal podríamos ir a caballo hasta el alto de Peñalara, subimos a pie al mismo Pico y nos despeñamos a la Laguna como Dios nos dé a entender, y en esa bajada yo creo que ha de haber sal”.
Sin más, y con el beneplácito del Monarca, Castellarnau emprendió camino a través de los canchales que llevan a la cumbre de Peñalara para deslizarse después hacia el pequeño lago glacial. La ruta elegida era más indicada para avezados montañeros que para aquellos acompañantes, acostumbrados a la vida palaciega –“confieso que me arrepentí de haber echado tanta sal al guisado”-. Ni que decir tiene que, si la subida mostró dificultades, la bajada se tornó ardua y peligrosa dejando su huella en forma de torceduras, magulladuras, caídas y estados de ansiedad. Por suerte todos llegaron bien a su destino; algo asustados y algunos/as levemente lesionados, pero sanos y salvos.
Pasado el mal trago para el conductor de la excursión, y mientras suspiraba aliviado, se le acercó un general increpándole con severidad:”– Antes de meterse a director, debía conocer los caminos”–.Sin tiempo para responder, fue el Rey quien salió en defensa de su guía, culpándose él de elegir tan accidentada travesía.
Evidentemente nadie hizo reproche alguno al Monarca; muy al contrario, aquella comitiva lisonjera rompió en aplausos hacia quien ostentaba tan alta distinción. Y Castellarnau, en ese libro de memorias que titula “Recuerdos de mi vida”, relata el suceso con una poética descripción del lugar donde se encontraban: “…Y entonces resonó una salva de aplausos que el eco llevaba de una a otra de esas inmensas moles de granito que sirven de zócalo al majestuoso Pico de Peñalara”. Muchas fueron las anécdotas que salpicaron la vida de Joaquín María de Castellarnau. Esta es tan sólo una mínima muestra de ellas. Un resquicio en la intensa vida de un hombre que encontró, a través de su profesión, un modo de integración en ese ecosistema que poco a poco degradamos, y que, a fin de cuentas, es el ciclo de la vida.
Crónicas Gabarreras.