Crónicas gabarreras: Inicio > Naturaleza > Estandartes de la conservación (Francisco Martín Trilla). |
España es un país profundamente degradado en su naturaleza: incendios, talas, mala administración… han hecho del lugar donde una ardilla podía viajar por las copas de los árboles desde los Pirineos a Gibraltar, un semidesierto.
Sin embargo, aún quedan reductos exuberantes, uno de ellos es el Pinar de Valsaín, circunstancia no casual, que entre otros muchos componentes, tiene en el lugareño un importante aliado.
Los nativos de Valsaín hemos sentido siempre veneración por el pinar e influido de una manera notoria en su conservación.
Las piezas más importantes han sido unos hombres que trabajaban por su cuenta, en unas condiciones difíciles y duras. Vivían del pinar y eran parte de él, poco reconocidos e injustamente tratados por las administraciones que no supieron ver el papel vital que desempeñaban para la limpieza del monte y la erradicación de plagas e incendios, estos estandartes de la conservación fueron los gabarreros.
Las imponentes pimpolladas que aún hoy podemos observar, tienen mucho que ver con su esfuerzo, pues se encargaban de erradicar las leñas muertas y madera seca. Pocos pinos se veían con lo que llamamos “el bicho“, ese pequeño escarabajo que se mete en la corteza de los pinos y a base de taladrar termina secándolos, dejando un triste paisaje de color ocre entre las copas verdes del pinar. Cualquier latucho o bolero que volvía la hoja, era catado y vuelto a catar (pequeña incisión que se hace en la corteza para saber si está seco), hasta que alguno se decidía a derribarlo, de esta manera el pequeño enemigo tenía pocas posibilidades de ocupar otros pinos verdes y reproducirse.
Las ramas sobrantes de las cortas eran rápidamente eliminadas y, hasta los tocones de los pinos cortados se sacaban a base de excavar y remover tierra, con lo cual surgían cientos de pimpollos a su alrededor que contribuían a la regeneración de los pequeños claros dejados por sus padres.
Fue una época en la que todos los habitantes del pueblo estaban implicados directa o indirectamente con la venta de leñas muertas, siendo los caminos un hervidero de gente que se cruzaba a cualquier hora del día, por tanto, las veredas estaban perfectamente despejadas, pudiendo hacer de improvisados cortafuegos llegado el caso. Igualmente, las fuentes y manantiales se mantenían limpios y arreglados, beneficiándose de ello tanto las personas como la fauna de la zona.
Curiosamente, y a pesar del tremendo tráfico humano, el pinar gozaba de una salud envidiable; quizás algo parecido a lo que ahora se conoce con el nombre de desarrollo sostenible.
La simbiosis entre pinar y gabarreros era perfecta, ambos se necesitaban y ayudaban para no perecer en un mundo que comenzaba a cambiar drásticamente.
Hoy, la figura del gabarrero está prácticamente desaparecida, con ella el pinar ha perdido un aliado insustituible, no obstante, han dejado la manera de ver al pinar como algo muy nuestro, arraigado en nuestra forma de ser.
Asombra ver cómo los fuegos destruyen cada vez más el bosque en España y, sin embargo, aquí es difícil ver un conato de incendio, que si casualmente se produce seguirá contando con la colaboración desinteresada de todo un pueblo.
Mucho se habla de las joyas aladas que pululan por el pinar, como la mariposa Isabelina, el buitre negro o el águila imperial. Su conservación pasa en primer lugar porque esta impresionante masa arbórea que cubre el bosque de Valsaín, siga como hasta ahora.
Ojalá que el legado que podamos dejar a las futuras generaciones, sea al menos como el recibido de nuestros abuelos, que sin medios ni conocimientos, entendieron a la perfección la forma de vivir con el pinar más singular que hay en España. Afortunadamente, ellos no hicieron bueno el refrán, porque: “Los árboles, sí les dejaron ver el bosque”.
Francisco Martín Trilla.