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Trincheras. Puerto del Reventón. Foto: Carlos Ramos

Hace poco, aquí en Valsaín, tuvimos la ocasión de reunir en un entrañable acto Celebrado en el CENEAM a unos pocos de los excombatientes que aún quedan vivos del Batallón Alpino, la legendaria unidad de esquiadores que defendió las cumbres del Guadarrama durante la Guerra Civil. En esta memorable ocasión, José Iturzaeta, uno de aquellos veteranos, nos relató algunos pormenores de la llamada Batalla del Reventón, un hecho de armas del que se ha hablado mucho, pese a que apenas consistió en una simple rectificación de posiciones en la línea del frente del Guadarrama, aunque para sus protagonistas, dada la tranquilidad del frente durante casi toda la guerra, adquirió la importancia de verdadera batalla. Aprovechando los recuerdos de José Iturzaeta y Andrés Cano, “Canito” para sus amigos, también presente en el homenaje del CENEAM, vamos a intentar rememorar aquel episodio, motivado por el intento de las tropas rebeldes de desalojar a las tropas republicanas de sus posiciones de las cumbres entre Peñacabra y Peñalara.

Desde comienzos de la guerra, el Batallón Alpino ocupaba posiciones a lo largo de un frente de casi cuarenta kilómetros entre las cumbres de Peñacabra, sobre el pueblo de Lozoya, y La Peñota, sobre Los Molinos. En la madrugada del 10 de marzo de 1938, los apenas treinta soldados del Batallón Alpino que integraban las dos secciones que defendían las posiciones situadas entre los puertos de Malagosto y del Reventón debieron intuir algo cuando el perro de un soldado de Rascafría encargado de hacer la última guardia no paró de ladrar en toda la noche. El fino oído del perro sentía a las tres compañías del 75º Batallón del Regimiento de la Victoria, que ascendían sigilosamente hacia el Reventón desde La Granja con los cascos de los caballos y mulas envueltos en trapos para evitar cualquier ruido. Los esquiadores republicanos, armados con fusiles y un solo fusil ametrallador, iban a vérselas con más de trescientos soldados fuertemente armados y apoyados por piezas de artillería ligera de montaña del calibre 6,35. Entre los atacantes formaban numerosos regulares marroquíes, los terribles moros mercenarios del ejército de Franco.

Rayaba el alba de aquel día despejado de finales de invierno haciendo refulgir la tenue luz naciente en los grandes ventisqueros acumulados en las cumbres inmediatas, cuando el cabo Julián García Pueyo, viendo los rostros broncíneos de los soldados regulares que coronaban apresuradamente las últimas pendientes del puerto, gritó: –¡Qué vienen, qué vienen los negros! José Iturzaeta, vio como un alférez de Regulares gritaba: –Vamos chicos, ¡a por ellos! Recuperándose de la sensación de pánico, disparó el cargador de su fusil a bulto mientras avisaba a gritos a su compañero, un soldado de Valsaín llamado Eugenio Isabel: –Eugenio, ¡ya están aquí! Mientras, otro, a quien apodaban “Dorsalitos”, gritaba poco antes de recibir el tiro que le costó la vida: – ¡No disparéis, que soy de los vuestros!

Ante aquella avalancha que se les venía encima, los esquiadores del Batallón Alpino retrocedieron precipitadamente entre un verdadero diluvio de proyectiles por las pendientes que descienden hacia el valle de Lozoya, parapetándose poco más abajo en unos corrales de ganado. Desde allí pudieron sentir cómo las posiciones del cercano puerto de Malagosto eran también atacadas, pues escucharon a lo lejos el tableteo inconfundible del único fusil ametrallador del que disponían, que disparaba Manuel Rodríguez Arana, a quien apodaban con sorna como “el caballo Horacio” por su dentadura prominente.

Trincheras. Puerto del Reventón. Foto: Carlos Ramos

Varios cadáveres yacían entre los piornos, caídos e inmovilizados en posturas violentas. Otros gritaban, heridos por las balas y los mortíferos proyectiles de la artillería de montaña. Viendo que no había nada que hacer, los supervivientes, apenas una docena de hombres, decidieron retroceder hacia Rascafría llevándose a los heridos. José Iturzaeta cargó a hombros, hasta el puesto de socorro, con un soldado que había recibido un tiro en el vientre. Luego se enteró que murió en Colmenar Viejo. De él no recuerda ni su nombre, sólo que era hermano de un comisario político del Ejército del Centro. A poco de llegar los supervivientes a Rascafría, la aviación enemiga sometió a un fuerte bombardeo el puesto de mando republicano y las casas del pueblo.

Enseguida se organizó el contraataque con refuerzos encuadrados en la 29ª Brigada Mixta traídos de Buitrago y de otras posiciones del valle de Lozoya. José Iturzaeta y “Canito” recuerdan aquellos trágicos momentos con sorprendente lucidez. Parece que están viendo todavía a un grupo de diez dinamiteros ascender valientemente por las abruptas laderas del Reventón para ser literalmente segados por el fuego de las ametralladoras, o cómo a un compañero, que estaba tumbado junto a ellos en un parapeto, y del que sólo recuerdan que se llamaba José Luís, le entraba un tiro por debajo de la clavícula alojándosele el proyectil en el estómago, viéndole morir entre terribles dolores. Al caer la tarde de aquel día aciago, tras infructuosos y sangrientos intentos de recuperar las posiciones perdidas, los mandos republicanos se dieron cuenta de que aquello estaba perdido. Nuestros dos amigos recuerdan cómo un capitán con acento ruso, probablemente un asesor militar, sentenciaba: – ¡Vámonos, que aquí no hay nada que hacer!

Que sepamos, de aquella batalla del Reventón hoy sólo quedan tres supervivientes entre todos los que combatieron aquella madrugada en lo alto del puerto: nuestros dos amigos e interlocutores José y “Canito”, y Ángel Baranda, que después de la guerra fue durante años presidente de la Federación española de Esquí. Al igual que el homenaje que les tributamos aquí en Valsaín el pasado 24 de junio, estas líneas quieren ser un testimonio de agradecimiento a todos los combatientes del Batallón Alpino, tanto a los pocos que hoy quedan vivos, como a los que ya no están entre nosotros para contarlo, bien porque murieron tiñendo con su sangre la nieve de las cumbres del Guadarrama o porque después nos han ido dejando víctimas de la edad que no perdona.

En aquel entrañable acto, al igual que en otro que habíamos celebrado anteriormente en el mismo escenario del CENEAM también en homenaje a estos veteranos, pudimos asistir a emocionantes escenas. Ya no sólo era el reencuentro entre antiguos combatientes que no se veían desde hace setenta años, como Anastasio del Álamo, vecino del pueblo de Lozoya, que se encontró aquí con los nueve veteranos que asistieron desde Madrid, sino que también fuimos testigos de enternecedoras situaciones, como la sorpresa de nuestro amigo José Iturzaeta, que supo al cabo de tantísimos años cómo había sobrevivido a sus heridas su querido amigo de Valsaín, Eugenio Isabel, a quien creyó muerto durante los primeros momentos del ataque. Al final, con unas copas de buen vino, ofrecidas por el alcalde Félix Montes, brindamos a la salud de José Iturzaeta, Pedro Macías, Adolfo Ruiz Esteso, Cristóbal, más conocido como “Balito”, Enrique Manso, Andrés Cano, Paco Rivero, Luís Míguez y Anastasio del Álamo, protagonistas de un capítulo no por desconocido menos importante de la historia del Guadarrama, y que gracias a ellos se ha podido recuperar del olvido.

Julio Vías Alonso.
de "Castellarnau" Sociedad de amigos de Valsaín, La Granja y su entorno.


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