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Foto: Asociación de Festejos de Valsaín

Siete décadas sin guerras civiles en España es un hito sin precedentes en su historia, que es nuestra historia y la de nuestros mayores y antepasados. Es toda una vida de una persona prácticamente. Quedan pocas personas de Valsaín con vida que fueran ya adultas o adquirieran la mayoría de edad durante la última guerra civil española.

Por citar algunas, aún vive mi tía María Montes Llorente, de noventa y seis años, ya casada por entonces con Vicente de Miguel Moral, que era guarda forestal y que vivían en una de las casas de la Cueva del Monje, habiendo nacido su hijo mayor, Lucio.

Mi tía María era hermana de mi abuelo Felicito Montes Llorente, que era guarda de la Fábrica de Maderas ya en 1936, casado con mi abuela Trinidad Alonso de Frutos, de cuyo matrimonio ya habían nacido sus cinco retoños, pequeños entonces, Manuela, Emilio, Aurea, Antonio y Pedro. Vivían en una de las casas de dos viviendas de la calle Primera, justo la que había por debajo de “la báscula”. La otra vivienda la ocupaba otro hermano de María y Felicito, mi tío Germán Montes Llorente, guarda también de la Fábrica, casado con Petra Sanz Gómez y de cuyo matrimonio ya habían nacido Basilio, Maruja, Petra, Rosario y Juan, de los nueve hijos que tuvieron en su matrimonio.

Mi abuelo Felicito ocupó el puesto de guarda de la Fábrica dejado por su hermano Francisco Montes Llorente, quién había llegado a Valsaín hacia 1920, desde Rascafría, donde trabajaba en la construcción de la carretera, y fue contratado para el puesto de guarda por la familia Heras, que había obtenido la explotación maderera de Valsaín, y a quién ya conocían. Francisco estaba casado con Berta Pajares y en 1936 vivía en la casilla de camineros que había saliendo hacia la Granja, junto con sus hijos Albino, Román, Rosario, Apolonia, Lucila y Presentación.

Necesitando la familia Heras cubrir otro puesto de guarda en la Fábrica de Maderas con una persona de confianza, llegó a Valsaín para ocupar dicho puesto mi bisabuelo Basilio Montes, con su esposa Eustaquia Llorente, mi bisabuela, desde San Cristóbal de Cuéllar de donde procedían y donde habían nacido sus hijos. Ocupó dicho puesto mi bisabuelo hasta 1929, en que falleció, sustituyéndole en el cargo mi tío Germán.

Foto: Emmilio Montes

Cuando se inició la guerra, las familias de Felicito y Germán, junto con su madre, Eustaquia, resistieron los bombardeos estoicamente, como el resto de la población de Valsaín, que era sometida al miedo y al terror de la misma, tapando ventanas y puertas y cubriéndolas con colchones para amortiguar las explosiones y la acción mortal de la metralla. En ningún momento abandonaron sus puestos de guardas de la Fábrica.

Francisco Montes, al iniciarse los bombardeos abandonó la casilla de camineros de Valsaín, yendo a las proximidades de Segovia, creo que a La Lastrilla, donde continuó su trabajo de peón caminero.

Felicito trasladó a su esposa, Trinidad, y a sus cinco hijos a Segovia, al barrio de San Lorenzo, donde el 8 de diciembre de 1938, Emilio, el mayor de los varones, que sería gabarrero desde los 11 años (que cumplió el 28 de mayo de 1939), y uno de los grandes cortadores que ha dado Valsaín, llegó a estar amortajado a causa de una pulmonía, teniendo su particular batalla contra la muerte, fue salvado por una inyección de penicilina suministrada por un médico, alma caritativa, pues la penicilina la tenían confiscada para el tratamiento de los heridos por las lesiones de guerra.

Valsaín, y en particular el Pinar y las Matas, fueron durante casi toda la guerra tierra de nadie, frente de guerra puro y duro, machacadas sus gentes por uno y otro ejército, que alternativamente tomaban el casco urbano. Era un emplazamiento estratégico pues la llanura castellanaera dominada por uno de ellos y Valsaín era uno de los lugares de paso obligados para alcanzarla a través de la carretera de Madrid a León por Segovia y Valladolid, y a través de ésta poder enlazar con sus tropas aisladas en el norte de España.

Por otro lado, alcanzar Madrid era el objetivo del otro ejército. Pero se encontraba con una muralla natural, que ya experimentaron ejércitos como el romano, cartaginés o el francés, la sierra de Guadarrama, dominada por el ejército oponente, a cuyos pies se encuentra Valsaín y al que se accede desde ella por los puertos del Reventón, Cotos, Navacerrada y Fuenfría, sus pasos naturales que se encuentran en los macizos de Peñalara al Este y de la Mujer Muerta al Oeste, con el macizo y canchal de Siete Picos al Sur. Al Norte, pasado Valsaín, se abre la ancha meseta castellana.

Dominar los catorce kilómetros que desde el puerto de Navacerrada, en sentido Sur – Norte, cruza la mencionada carretera el bosque, matas y pueblo de Valsaín, fue de mucho más valor para ambos ejércitos que el de las vidas de los moradores de nuestro pueblo, nuestros antepasados. Prueba de ello es que en ningún momento se respetaron vidas, y en muchos casos haciendas, para doblegar la voluntad de aquéllas personas y sin embargo se respetaron y no fueron destruidos, para alcanzar sus objetivos, el puente de La Cantina, que salva el río Eresma, el puente de la Máquina Vieja, que salva el arroyo Peñalara y el puente de La Pradera, que salva el arroyo del sobrante de agua que, desde el arroyo Peñalara lleva la cacera que surtía el depósito de agua de la Fábrica de Maderas, (utilizado para el funcionamiento de las máquinas de serrar con el vapor producido), y sobre los cuales pasa la misma.

Igual trato de bueno se dio a la carretera local de Valsaín, respetándose igualmente el puente de Valsaín, que también salva el río Eresma y que abre paso por el Oeste hacia las pistas del Pinar, a través del cerro Matabueyes, y hacia la llanura, salvando el paso por La Granja, en dirección Segovia hacia el Oeste, Soria hacia el Este y Burgos y Valladolid al Norte.

Emilio Montes Herrero.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com