Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y Curiosidades >  Por un lado las llamas, por el otro, el fuego (Javier Rodríguez).  
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Antiguo salón de la señora Josefa y el señor Esteban. Foto: Crónicas Gabarreras

Esto que escribo es tal y como a mí me lo ha contado mi padre, cuya juventud son recuerdos de una triste situación y es el recuerdo que tiene hoy día de una época que le tocó vivir y lo veía con los ojos de un chico de 14 años a quien la vida convirtió en asalariados precoces.

En el pueblo de Valsaín, el 9 de agosto del año 1936, como cada año por estas fechas, había familias que estaban veraneando, pero esta ocasión era diferente: hacía poco que se había declarado la Guerra Civil Española. Al producirse toda esta situación, hubo quien se fue y otros se vieron obligados a quedarse en Valsaín durante toda la guerra.

Ese día dieron la orden de que cerrasen puertas y ventanas, que nadie saliese de sus casas porque iba haber tiroteo. Nadie salió de casa y, por la noche, cuando sólo se oían disparos, un veraneante que estaba en casa de Emilio (“Mochuelo”) comenzó a gritar ¡fuego, fuego, fuego!…la gente no quería salir de casa y al mirar por las ventanas comprobaron el resplandor que producían las grandes llamas que había, comenzaron a salir y avisar en todas las puertas.

Relata así mi padre: Nosotros estábamos acostados cuando se oyeron unos golpes en la puerta y voces que gritaban ¡salir, salir que hay fuego!...; todo eran prisas y nervios para vestirse, cada uno se ponía lo primero que cogía. En una alcoba donde dormíamos cinco no eran momentos para estar este pantalón no es mío este sí, como me sucedió a mí, que mi ropa se la había puesto un sobrino que dormía en la misma alcoba. Yo cogí una manta y a dos de mis sobrinos, salí a la calle donde el resplandor que había casi permitía ver como si fuese de día. ¡Hay que apagarlo, hay que apagarlo!, gritaban por algún sitio; ¡a cubierto, a cubierto, que están tirando!, se oía por otro. Entre dos fuegos corrimos en dirección opuesta a las llamas para ponernos a refugio de las balas, pues los chozos ardían por la parte de atrás de nuestra casa y los disparos se oían por todas partes. Pasó como una hora que se nos hizo eterna y dejaron de tirar, tanto de una zona como de la otra.

Decían que el incendio comenzó por la casa de Guillermo Martín, “el tío Torrecillas”, que se destruyó totalmente, y al quemarse una cina de leña que tenía al lado, se prendió la buhardilla de la señora Josefa cuyo piso era de madera, pero desde la casa de Guillermo se pasó a otras casas que también destruyó el fuego y que eran las casas donde vivían: Guillermo García (“El Churrero”), Concha Vázquez (“Cirolina”), Antonio (“el tío Antoñazo”), Santos Bernabé, el tío Manolé, Julián (El Sordo), Valentín Aparicio, Francisca (madre de “Chinorri), “El Mochuelo” (padre de “Pochila”), Zacarías Sanz (hermano de Domingo Sanz). Esto es lo que recuerdo del famoso fuego de los Chozos.

Lucas Rodríguez. Foto: Javier Rodríguez

Otra cosa que recuerdo son las reuniones que hacíamos para ir a dormir mientras duró la guerra. Cuando comenzaba a anochecer, nos juntábamos en un local de la familia López Vázquez donde años más tarde se ubicaría la iglesia y después el almacén de piensos de Nemesio y Basilia y la carnicería de Benito y Adoración, lo llamábamos “el refugio”. Nos solíamos juntar diversas familias con los miembros que había de ellas en esos momentos, pues alguno no estaba o habían desaparecido. Así íbamos llegando:

De la familia Ramírez: Nati Pérez (mujer de Marcos Ramírez) con sus hijos Rosario, Concha, Esteban, Juanito y Ángel.

De la familia Navarro: Victoria (madre de Ramón), Julia (que estaba viuda, con dos hijos) y Felipe Navarro (casado con María, que tenían a Semi y a Carmen).

De la familia López sólo estaba Pepe, que se quedó con su tía Concha Vázquez y los hijos de ésta, Antonia, Paco, Concha, Tomás y Ángel y los nietos Ana Mari, Geño, Micaela, Isabel y Amparo.

De mi familia: Ambrosio y María, con sus hijos Felisa, Epifania, Leandro y los nietos Francisco Silverio, Paz, Fernando, Pepe, Juanita, Manolo, Juanín, Margarita y Félix.

Luego, había un capitán, Labordero, con su mujer y dos hijos.

De la familia Rincón: Valentina y su hijo Nicolás.

De la familia Martín: Rufina Merino con sus hijos, Santiago, Jesús, Casto, Tino y Conrado. De la familia Cabrejas: Sebastián y Margarita con sus hijos Julianita, Guillermo y Manolo. Los mayores veían la gravedad de la situación, para los pequeños era un poco de divertimiento, tantos juntos bajo el mismo techo, así recuerdo un anochecer casi a oscuras, pues no se podía tener ninguna luz encendida, a Rufina Merino, sentada en una silla como cada noche y a sus hijos tumbados en dos colchones cómo les mandaba callar y estarse quietos; uno de ellos, jugando, se quitó la zapatilla la tiró por el alto y fue a caer en la nariz de Geño que estaba tumbado por allí cerca y comenzó a salirle sangre formándose un pequeño revuelo por parte de los chicos, apaciguado por los mayores con palabras de “silencio, silencio”.

De este tiempo que pasamos juntos hay muchas cosas que contar: un día, se acercó un moro y tiró la capa dentro, donde estábamos nosotros. Aquella prenda tenía tal cantidad de piojos que parecía que andaba según se movían; hubo que tirarla corriendo a la calle, pero el recuerdo se quedo dentro.

Ahora me viene a la memoria un chascarrillo que se contaba, “Desde el cerro Puerco la pulga Micaela le escribe una carta al piojo Nicolás que se encontraba en el cerro Matabueyes....Siento anunciarte que no nos podremos casar al haber sido hecha prisionera en una limpieza de ropa. A lo que Nicolás contestó: si la sentencia es a dedate escapaste, si es a la cazuela adiós doña Micaela”.

Otra fecha a destacar fue el 30 de mayo de 1937, fue el día del famoso combate. Cuando el fuego estaba en pleno apogeo, se puso de parto Trini, la mujer de Santos Quintín, la estuvieron atendiendo donde estaba el casetón. Desde allí, la llevaron al Hospital Militar (que habían montado junto al puente de La Pradera, en las casas de Juan Casado, donde años después vivieron el señor José Arriero y la señora Régula), después de muchas peripecias nació un hermoso niño, al que pusieron de nombre Daniel.

Todas estas cosas serían para contar una por una y con mayor detalle, pero la memoria a veces te emborrona los recuerdos o te los distorsiona, por eso puede pasar que otro las cuente con otro matiz según sea su recuerdo.

(Dedicado a todos aquellos que sin querer se encontraron en una época problemática, de desagradables vivencias y malos recuerdos. Deseando a todos la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Seguiremos con las Crónicas Gabarreras).

Javier Rodríguez Sánchez.


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