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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y Curiosidades >  ... Y multiplicó los panes (José Manuel Martín Trilla).  
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Cartilla de racionamiento. Foto: Crónicas Gabarreras

Bajo esa oscuridad crepuscular que borra las sombras, que difumina las siluetas, que oculta las veredas…; caminaba, con su borrico del ramal, María Trilla. Sobre los lomos del animal una jalma bien mullida, y sobre la jalma una sera repleta de hogazas de pan. María regresaba a su casa procedente de algún pueblo cercano al suyo… ¿Cuál?... Adrada, Brieva, Basardilla, Santo Domingo de Pirón… Es difícil precisar cuál de todos ellos se trataba pero, con toda seguridad, debía ser alguno cuyos graneros almacenaran trigo, cebada o centeno y a los que “la Guerra” tratara con más indulgencia (aunque aquella guerra no galanteaba con la piedad).

De ella… de María… decían que tenía mucho temperamento –incluso demasiado–, pero la hambruna en la que aquel año de 1940 quedaron sumergidos, dejaba pocas opciones para los débiles.

Después de tres años de infierno, de tempestades de balas, llegó la calma. Una calma tensa, infame, en el marco de la tragedia y la desolación. La escasez de productos de primera necesidad llevó al Gobierno a poner en circulación las “cartillas de racionamiento”, con las que se limitaba el suministro de alimentos de primera necesidad de cada familia. Las dichosas cartillas se mostraron claramente exiguas para cubrir las necesidades más perentorias y, ante tal situación, los más arriesgados optaron por saltarse las normas y buscar, allí donde lo había, la comida que solicitaban sus cuerpos desnutridos. Aquel tipo de actividad delictiva se conoció con el nombre de “el Estraperlo”.

Ciriaco González y María Trilla. Foto: Celia Herranz

Pero María no se amilanaba ante nada. Tenía que alimentar a cinco hijos –y alguna sobrina a su cargo– y el oficio de su marido como guarda del Pinar, además de ser insuficiente, le dejaba muy poco campo abierto para realizar otras actividades –en aquella durísima época, la subsistencia obligaba, en ocasiones, a traspasar la frontera de la ley–, así que ella se buscó las mañas para que en su despensa no faltara pan, harina o garbanzos. Cuando en el pueblo corrían las voces de que llegaba “la Fiscalía de Tasas”, María escondía todos los suministros, pues lo que se obtenía fuera de la normativa legal era requisado, y cuando esto sucedía quedaba el vacío, la rabia, la impotencia…, y un horizonte yermo y sin final.

Poco camino la quedaba para llegar a La Granja cuando escuchó un ¡”Alto”! y sintió un escalofrío. La suerte la había abandonado –pensó ella– en tanto una pareja de guardias Civiles examinaban el producto del contrabando que transportaba el asno y la obligaba a acompañarlos hasta el cuartel de La Granja.

A pesar de la difícil situación en que se encontraba, no quería perder aquellos panes que la proporcionarían alimento para varios días, así que su mente urdió un plan: aprovechando la oscuridad de la noche y los ligeros despistes de sus captores, fue tirando los panes a lo largo del camino.

Cartilla de racionamiento. Foto: Crónicas Gabarreras

Al llegar a las dependencias del Cuartel, la carga que transportaba el asno se había reducido considerablemente. Quizás fue la ingenuidad de los Guardias, o tal vez ellos mismos se hicieron los despistados, lo cierto es que a María se la requisó lo que quedaba en las seras de su borrico, se la reprendió y se la dejó partir. Después de aquellas vicisitudes nocturnas, no todo se había perdido. María rehizo el camino recorrido y, haciendo caso omiso a las advertencias de la Autoridad, recogió los panes que arrojara al camino. Al menos, en ese horizonte yermo, aunque fuera por escasos días, germinaba una brizna de verdor.

Durante la posguerra, la gente más humilde libró una de las más duras e insidiosas batallas cuyo enemigo era el Hambre. En Valsaín, pueblo eminentemente gabarrero, la falta de alimentos y las cartillas de racionamiento causaron auténticos estragos. El estraperlo fue la práctica habitual durante mucho tiempo. Pero no todos tuvieron la fortuna que aquella noche acompañó a María.

En 1952 desaparecieron definitivamente las cartillas de racionamiento.

José Manuel Martín Trilla.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com