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Veteranos del Batallón Alpino en la cafetería donde se reunen. Foto: Crónicas Gabarreras

Apesar del tiempo transcurrido mantienen la ilusión, la vitalidad de la juventud… y, sobre todo, una amistad imborrable que perdura a lo largo de los años.

Fueron integrantes del “Batallón Alpino” y cubrieron un amplio sector de la Sierra de Guadarrama, soportando el agua, el viento, la nieve, el frío más extremo –hasta 33 bajo cero según nos cuenta ENRIQUE MANSO.

Todos los martes se siguen reuniendo en una cafetería de la Calle del Príncipe, y en sus momentos más ociosos nos cuentas algunas de sus innumerables anécdotas vividas durante la Guerra Civil.

En cierta ocasión, –nos cuenta ADOLFO RUIZ– vimos que había pequeñas llamas en las ramas de los pinos y que luego nos salían las mismas llamas de nuestros cuerpos. Pensamos que estábamos muertos, pero luego nos enteramos de que se trataba de un extraño fenómeno meteorológico conocido como “Fuego de San Telmo”

Casi todos los días, – nos decía PITER– los requetés nos tiraban varios cañonazos, uno de los nuestros se asomaba desde su refugio y, con mucha guasa, gritaba “Requetés, no disparar, que podéis dar a alguien”. Incluso en los momentos en que la Guerra parecía dormitar (que no fueron muchos), llegamos a intercambiar alimentos y tabaco con nuestros adversarios.

Son tantas sus vivencias, que podríamos pasar horas y horas escuchando tales relatos. Algunos se atreven a transcribirlas, como ENRIQUE MANSO:

En aquellos trágicos momentos, por las cumbres de Guadarrama, jóvenes desperdigados cubrían sus alturas soportando una avalancha de frías nevadas, el soplo impetuoso de aquellas ventiscas que no eligen amistades y están dispuestas a volcar a cualquiera que a ellas se enfrente.

El silencio de la lejanía trágica que nos separaba de la familia en aquellos momentos en que el valor de la familia era superior al que pasado el tiempo se tendría de ella.

Pero no era todo lo que tenían que soportar aquellos jóvenes, hoy ancianos, por la responsabilidad del tiempo que camina sin descanso. El sufrimiento estaba en la escasez de ropa con la que cubrir el cuerpo en los primeros momentos, y escasez de protección contra la lluvia y la nieve para dormir en los chozos prefabricados… la nieve que había encima de los chozos se colaba entre las ramas de los techos y caía sobre las mantas que cubrían los cuerpos de aquella juventud.

Uno de estos momentos, yo le viví en la posición de Marichiva. Estaba de guardia, pegado al chozo, y tendría que destapar al que tocaba suplirme en la guardia, pero, viendo el panorama, pensaba que si él se movía, ninguno de los dos podríamos descansar, así que decidí no llamarle. No sé el tiempo que pasó, pero sí que, helado de frío, empecé a tener sueño hasta que perdí el conocimiento. Cuando lo recobré, estaba en el Botiquín de Fuenfría…

Pero no todo era tristeza amarga, y no podía descartarse el hambre, que no siendo síndrome de muerte, sí era algo contra lo que había que luchar. El hambre es el que te lleva a tener que apaciguarle, jugándote tu seguridad, ya que tenías que hacer descubiertas hacia el campo enemigo, aunque sólo fuera por ir en busca de los sabrosos níscalos. Otras veces, por ir a la caza de animales sueltos, que los había en la vertiente de Marichiva hacia San Rafael.

Caso muy curioso lo tenemos en el Camarada Tomé, que bajaba hacia Valsaín o La Granja con tal de traer algún corzo, y queda para el curioso si lo aprovechaba para poder acariciar a su familia.

Pues para que lo que comas te sepa bueno, no hay más que tener hambre. Por eso, el pobre sueña en conocer el Cielo que aquí no conoció, y el rico aquí vive el Cielo que no le hará falta volver a conocer”.

También JOSÉ ITURTAETA recuerda anécdotas de aquellos días: “Noviembre– Diciembre 1936. 4ª Compañía – Un compañero que se incorporó al Batallón, procedente de alguna zona rural, se fue al botiquín muy asustado porque al orinar y forzar un poco el miembro o pene, empezó a sangrar abundantemente.

El médico, llamado Babín, sabiendo que era un hecho natural por la rotura de la “telilla”, le dijo que ello era debido a que se le había presentado el periodo, como a las mujeres, pero que tendría que quedarse en reposo unos cuantos días, en observación de él y su ayudante, siguiendo la broma por la ignorancia del propio chico.

Fue tratado con esmero, tomándole periódicamente le temperatura, y con una dieta especial a base de caldos, buena carne y vasos de leche, pero… tendrían que hacerle una pequeña cura para quedarse totalmente restablecido, por lo que seguidamente le tendieron en la camilla “entablillándole” el miembro durante un día para quedar totalmente curado.

Ante tal hecho y la trama urdida por el médico y su ayudante, que le habían tratado muy amablemente, y la ignorancia del muchacho no sospechando que se trataba de una broma, ni corto ni perezoso, escribió a su madre diciéndole que ya había tenido el periodo como las mujeres, recibiendo después una carta de su madre abroncándole porque había sido víctima de una broma de sus compañeros.

"Fuego de San Telmo" Lámina de Adolfo Ruiz Esteso (Del Batallón Alpino). Foto: Adolfo Ruiz Esteso

Año 1937–38. El Paular. 6ª Compañía – Estando de descanso, antes de tomar el relevo de la 31 Brigada Mixta durante el verano, estábamos prestos a iniciar las posiciones de Pata–Cabra, Malagosto y El Reventón en las postrimerías del mes de octubre, recibiendo la Orden de la Comandancia para pasar revista a toda la Compañía y el personal de descanso, para lo cual deberíamos cortarnos el pelo y presentarnos debidamente uniformados, pues venían del Estado Mayor Central. Por ello, unos días antes, fuimos revistados por el Comandante Calvo para ver si efectivamente se cumplía la orden del corte de pelo, uniformes y aseo, pero al pasar donde se encontraba el soldado Amable Marín, vio con sorpresa que a éste le asomaba buena parte del cabello en el gorro. Le increpó rudamente para que explicara por qué no se había cortado el pelo como todos, a lo que, con sorna, el referido Amable se había cosido al gorro un buen mechón de lo cortado, siendo la carcajada unánime de todos, incluido el Comandante, sin ninguna clase de arresto, ya que la ocurrencia era la anécdota y chanza de todos durante mucho tiempo”.

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Pocos quedamos
de aquellas jornadas
del tiempo alpino
en la guerra de España.

Pero aún conservamos
la unidad de camarada
aunque el pensamiento transite
por distintas vaguadas.

Al frío y a las ventiscas,
a la nieve y a la escarcha,
aquellos jóvenes alpinos,
con ilusión se enfrentaban.

Alpinos de Madrid,
y de aldeas cercanas,
componían la defensa
de las cumbres serranas.

(Enrique Manso)

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